15 de septiembre del 2003
Entrevista a Javier Ortiz en el semanal «Argia»
"En España se tortura y
sale gratis"
Argia
En el número correspondiente a la primera semana de septiembre de
2003, el semanal Argia, editado en euskara, publica una entrevista con
Javier Ortiz. La entrevista, a cargo de Mikel Asurmendi, director de Argia,
fue realizada en castellano y traducida posteriormente. Lo que sigue es el texto
en castellano de la entrevista, cuyo titular, en euskara, refleja la frase:
«El problema es España, un proyecto de nación frustrado».
¿En que momento profesional se encuentra Javier Ortiz?
No lo sé. No es fácil juzgarse uno mismo. Menos aún
sobre la marcha.
De tomarme la pregunta por su lado meramente descriptivo, diría que estoy
en un momento profesional confortable, puesto que subsisto sin grandes problemas
haciendo lo que me apetece, que es escribir y hablar a mi aire.
De todos modos, es obvio que no me siento nada a gusto con la realidad que me
circunda. La sobrellevo sin ninguna resignación.
Mis próximos dicen que con el tiempo me he vuelto un cascarrabias con
sentido del humor. Si así fuera, no me parecería mal.
¿El hecho de encontrarte en Alicante es circunstancial, por estar de vacaciones,
o es que te has afincado en Alicante?
No estoy afincado realmente en ninguna parte. Me distribuyo entre Madrid
–ciudad a la que fui a parar hace 26 años por razones profesionales–
y las afueras de Aigües, un pueblecito de la comarca del Alacantí,
en la costa mediterránea, donde me compré hace 13 años
un rincón totalmente apartado de la incivilidad, es decir, de la civilización.
Mi pareja tiene un piso en Cantabria, de donde procede. Recalamos por allí
de tanto en vez.
Fuera de eso, apenas hay mes que no pase unos cuantos días en Euskadi.
Y viajo con frecuencia –con demasiada– por lejanos confines, donde amigos –de
uno u otro pelaje, pero siempre a contrapelo– me invitan a perorar.
Habitualmente has denunciado el pensamiento único que trata de aplicar
el gobierno del PP. Los medios de comunicación en el Estado español
juegan un papel importante en el mismo. ¿Has vislumbrado o vislumbras algún
cambio en la labor informativa de éstos?
No. O, mejor dicho, sí: vislumbro cambios, pero a peor.
No es un problema político, en el sentido más profesional del
término.
Si se tratara de un asunto exclusivamente político, podría estar
al albur de tales o cuales resultados electorales, hoy o mañana.
La evolución de los medios de comunicación de masas en el Estado
español, lo mismo que en el conjunto del mundo capitalista «avanzado»,
es resultado de todo un entramado de intereses. Económicos sobre todo,
aunque también, de rebote, sociales y políticos. No conciernen
a un solo partido, o a una sola tendencia política, sino al conjunto
del llamado «establishment».
Por supuesto, todo depende del punto de mira. Visto de cerca, cada medio de
comunicación de masas es de su padre y de su madre (o del padre y la
madre de sus accionistas). Pero, así que se observa la realidad del sector
con cierta distancia, es forzoso concluir que todos los medios de comunicación
importantes son, de hecho, el mismo medio de comunicación.
Las transformaciones positivas de esta realidad en las que confío –más
que vislumbro– se apoyan en el deseo, perceptible en una parte de la sociedad,
de recibir informaciones y opiniones no tan sesgadas, o sesgadas de manera más
plural.
Después del cierre de Euskaldunon Egunkaria, y tras las denuncias
por tortura de Martxelo Otamendi, escribiste lo siguiente: «Mucho me temo que,
en España, la tortura sí es cultura». Malos augurios para una
posible resolución del conflicto vasco.
Suelo echar mano de frases de ese porte para animar a la gente más
lúcida a no caer en la mitificación ñoña de términos
tales como «cultura», «humanidad», etcétera.
La tortura es un fenómeno propio y exclusivo de la especie humana. Salvo
el hombre, ningún animal tortura a sus semejantes. La tortura es un hecho
estrictamente humano, cultural.
En España (y en tantas otras partes, pero España nos pilla más
de cerca), la inmensa mayoría tiene por costumbre cerrar los ojos a las
denuncias de tortura. No es que les niegue credibilidad. Es que no quiere enterarse
de si la tienen, y en qué medida. Porque, en el caso de que la tuvieran,
tendría que responder de un modo que prefiere evitar.
En España se tortura, en efecto. En las comisarías y los cuartelillos,
hay funcionarios públicos que torturan a inmigrantes, a gitanos, a mujeres
sin recursos, a pringaos de toda suerte... y a vascos. ¿Por qué? Porque
el torturador vocacional, tan dado a buscarse un uniforme, sabe que no hay peligro
alguno en torturar a quienes forman parte de determinados grupos sociales previamente
preteridos. Sale gratis.
En cuanto a los augurios sobre la resolución del llamado «problema vasco»:
creo que el problema que habremos de afrontar finalmente, entre todos, con paciencia
y con serenidad, es el de España.
El problema es España: un proyecto de nación frustrado –como casi
todos, pero éste más– que no ha sabido asumir y gestionar sus
insuficiencias de homogeneidad.
Hemos de contribuir a paliar esas insuficiencias de manera racional y pacífica.
No se trata de realizar ahora lo que no se hizo en los siglos correspondientes,
pero tampoco es cosa de que unos pueblos que resultaron mal unidos en la época
de las revoluciones burguesas sigan a la greña de por vida.
Un año después de la puesta en marcha del plan Ibarretxe,
¿qué margen de maniobra le ves a ese plan, de cara al nuevo curso político?
No puedo hablar del «plan Ibarretxe», porque no sé qué es,
ni en qué consiste. Y me temo que no por falta de información,
sino por buena información.
Por lo que yo sé, el lehendakari Ibarretxe no tiene ningún plan
cerrado, establecido. Me da –creo– que lo que él quisiera es poner sobre
la mesa algunas ideas para animar el debate sobre vías explorables para
abordar los problemas pendientes.
Para que la discusión no sea exclusivamente sobre si ETA sí, ETA
no; tiros sí, tiros no. Esa polémica ya no da más de sí.
Todo el mundo ha dicho todo lo que tenía que decir al respecto.
Como realidad es insufrible. Como campo de debate, un erial. Yermo.
Digamos lo que cada cual tenga que decir sobre todo lo demás, que es
muchísimo.
Cuando el lehendakari avance sus ideas, opinaré. Y daré las mías,
por supuesto.
Con la realización del libro titulado Ibarretxe, tuviste ocasión
de entrevistarle y conocerlo. ¿Qué posibilidades le auguras como lehendakari
y como político?
En 35 años de profesión periodística, he conocido a
cientos de políticos. Algunos presuntamente importantísimos.
Casi ninguno me ha interesado gran cosa. En mi pandilla hay no menos de media
docena de mujeres y hombres que les dan cien vueltas.
No me interesan demasiado los políticos, como tribu particular. Los considero
previsibles.
Ibarretxe me pareció un hombre interesante. Imprevisible, porque piensa
por sí mismo y no se atiene a ningún guión de marketing
político.
Me pareció, además, sensible, aunque haya algunas actuaciones
suyas que me pongan mal cuerpo.
Se ha cumplido así mismo un año de la puesta en marcha de la
ilegalización de Batasuna. ¿Qué valoración te merece la
postura tomada por Batasuna y la izquierda abertzale en general?
No estoy de acuerdo con la línea política de Batasuna. Creo
que defiende mal, e incluso desastrosamente, los postulados que dice que pretende
encabezar. A decir verdad, con mucha frecuencia me pone de los nervios.
A cambio, no quisiera emitir ningún juicio sobre la izquierda abertzale
en general, porque sé que esa generalización engloba múltiples
matices y un buen puñado de tendencias, con algunas de las cuales tengo
más de un sentimiento –y muchísimas razones– en común.
Aclarado todo eso, reitero mi repulsa a la ilegalización de Batasuna,
HB, EH o como quiera hacerse llamar. Esas siglas engloban una tendencia socio-política
que representa a una parte del pueblo que, como tal, tiene derecho a expresarse
y organizarse sin cortapisa alguna.
Como persona de izquierdas, ¿como ves la izquierda en el Estado español
de cara al denominado «conflicto vasco» y a una posible remodelación
del actual modelo de Estado?
Primer punto: ¿soy yo «de izquierdas»? Si ser de izquierdas implica asimilarse
a lo que se denomina «izquierda» dentro del actual Estado español, rechazo
horrorizado semejante identificación. No sólo no tengo casi nada
en común con el socialismo oficial, sino que me echan para atrás
también buena parte de los prebostes de Izquierda Unida, que arrastran
un aire de ministros frustrados que no pueden con él.
Segundo punto: ¿qué actitud tiene la izquierda española oficial
hacia el llamado «conflicto vasco»? Me contaron que algunos dirigentes de IU
le reprocharon a Madrazo que él había obtenido un buen resultado
electoral en Euskadi gracias al bofetón sufrido por ellos en el resto
del Estado. Si no se daban cuenta de que ese reproche les concernía principalmente
a ellos mismos y a su electorado, mal negocio.
La izquierda española –que existe, y tiene mucho mérito– se plantea
con seriedad y sensatez el problema del modelo de Estado. Y muchos más.
Y tan hondos como ése. Pero las cosas están de tal modo que esa
izquierda reflexiva, honrada y desprejuiciada no pinta gran cosa. Porque, de
momento, para pintar algo en el circo electoral español hay que decir
topicazos y tonterías de gran calibre. Sobre Euskadi y sobre todo lo
demás.