El llamado Plan Ibarretxe consistente en negociar un nuevo "status" --en absoluto "Estado"-- de libre asociación con España, con el actual marco estatal de acumulación de capital, puede ser analizado sólo mirando hacia el tercio vascongado de la CAV, e incluso hacia toda la nación vasca dividida entre los Estados español y francés; o bien, integrándolo como una parte fundamental de la crisis estructural que periódicamente mina y cuestiona el funcionamiento de la acumulación capitalista en el Estado español, e incluso mirando cada vez más a las interrelaciones dependientes de este capitalismo semiperiférico hacia el europeo y sus tensas relaciones con el francés. Si ahora escribiera yo estas líneas exclusivamente para mis compatriotas vascos, elegiría el primer enfoque insistiendo entre otros, en el divorcio entre el Plan Ibarretxe y las necesidades de Euskal Herria como nación dividida. Pero como este corto texto está redactado para una reflexión colectiva con compañeros independentistas gallegos, y a la vez pensado para ampliarla internacionalmente mediante las aportaciones críticas de otros colectivos de naciones oprimidas por el Estado y de las izquierdas estatales, por esto escojo el segundo enfoque. Obviamente, existe una relación entre ambos que nace de la unidad esencial del modo capitalista de producción y de su desarrollo histórico en los Estados español y francés, desarrollo especialmente demoledor para los Països Catalans y para Euskal Herria, pero que también repercute muy negativamente contra Galiza por las alteraciones en los ejes de expansión y enriquecimiento, o marginación y empobrecimiento, ejes que se mueven al amparo de la dialéctica entre las fuerzas económicas y los decisivos impulsos que reciben por parte de los Estados dominantes.
En el marco estatal español, el Plan Ibarretxe es una más de las muestras que confirman la tendencia al alza de una de las cuatro crisis de fondo que minan al capitalismo español. Me estoy refiriendo a la crisis de la dominación estato-nacional de la burguesía centralista, de su incapacidad para mantener largo tiempo la "unidad nacional española" si no es recurriendo a medidas represivas cada vez más duras. Desde mediados del siglo XVII, por no retroceder más en el tiempo, la unidad del Imperio de los Austria fue puesta en cuestión, y pese a los esfuerzos ultracentralistas de la dinastía de los Borbones desde comienzos del siglo XVIII, a pesar de esto, Madrid nunca ha podido acabar con las identidades catalana y vasca, y tampoco ha logrado desintegra definitivamente a la gallega, e incluso la andaluza y en menor medida la asturiana, aragonesa y otras más, tienden periódicamente a resurgir con más o menos intensidad. Junto al Plan Ibarretxe, tenemos ahora mismo las promesas autonomistas del tripartito catalán, las promesas y reclamaciones del gobierno andaluz, el regionalismo aragonés en defensa del Ebro, etc. Pero lo decisivo es que por debajo del Plan Ibarretxe fluye un poderoso torrente popular vasco por la soberanía en el que la corriente independentista va en ascenso. Movimientos subterráneos similares palpitan en otros pueblos. Una cosa es la apariencia de la vida política institucional y otra diferente son los cambios más o menos imperceptibles a corto tiempo que se producen en el interior de la conciencia de los pueblos. Galiza es un ejemplo de cómo la apariencia institucional no puede explicar ni comprender la ebullición popular de fondo.
La permanencia de reivindicaciones nacionales y culturales, y su actualización cada determinado tiempo, no se explican por que sí, por fuerzas misteriosas, sino además de por otros factores como la existencia de organizaciones independentistas que actúan con ese objetivo, también por la misma debilidad histórica de la burguesía centralista que es otra, la segunda en el orden de este texto, de las cuatro crisis del Estado. La burguesía española es débil en comparación a otras europeas porque no pudo nunca afianzar material y simbólicamente la centralidad estato-nacional de su marco de acumulación de capital. Afianzarlo en su interior peninsular mediante el sometimiento de otros pueblos y en sus relaciones exteriores mediante una efectiva independencia. Internamente, como hemos visto arriba, lo confirma la resistencia de pueblos no españoles, incluida una identidad castellana no española; y externamente, lo demuestra la consciente supeditación de Madrid desde la "ayuda" de la monarquía borbónica francesa en la Guerra de Sucesión, por no retroceder mucho. Desde entonces y exceptuando esfuerzos puntuales siempre fracasados, el Estado español ha necesitado de potencias extranjeras para resolver los problemas de una burguesía española débil y siempre dispuesta a vender su "independencia nacional" al mejor protector exterior. El Plan Ibarretxe, en este sentido, es coherente con la experiencia citada porque plantea que la burguesía vascongada también tiene derecho a buscar sus protectores propios, como lo ha hecho siempre la española. ¿Por qué la burguesía española puede pedir ayuda a los EEUU pero la vascongada no puede pedirla a la UE? Idéntica pregunta se hace la catalana, y hasta Fraga planteó el mismo problema pero desde la perspectiva de la constitución española. ¿Qué dice la valenciana, andaluza, aragonesa...? Más aún, ¿qué dicen estos pueblos y no sólo sus burguesías? En el fondo, resurge la lucha entre las fuerzas centrífugas de los pueblos no españoles y las fuerzas centrípetas de una burguesía que sólo tiene su Estado como garantía de supervivencia.
La respuesta a la pregunta de por qué sí la española y no las restantes burguesías, nos lleva a la crisis estructural del atraso económico y tecnocientífico del capitalismo español. Me refiero a la tercera de las cuatro crisis citadas, en el orden de este texto. La respuesta es que el capitalismo español no puede dejar de apropiarse bajo directa amenaza represiva de una parte importante de los beneficios que las periféricas extraen de la explotación de sus propios pueblos y de sus exportaciones internacionales. Son como las disputas entre piratas por el reparto del botín. Y no puede hacerlo porque las ganancias obtenidas de la opresión nacional ayudan a equilibrar mal que bien una estructura económica y tecnocientífica enclenque, dependiente e insegura. Todos conocemos las debilidades del capitalismo estatal y los factores que permiten una crecimiento superficial y desequilibrado, especialmente la brutal sobreexplotación de la fuerza de trabajo, el endeudamiento y la pobreza de más de la mitad de las familias, la esclavización de la fuerza de trabajo emigrante, el terrorismo machista contra las mujeres, las facilidades de un paraíso fiscal para recibir capitales de todo tipo, las sobreganancias de un subimperialismo exterior que ha esquilmado a pueblos amerindios, las ayudas de la UE recibidas hasta ahora, el incumplimiento de los acuerdos de Kyoto, etc. Además el capitalismo español se enfrenta a un contexto mundial muy negativo. Las esperanzas puestas en vender la "independencia nacional" a los EEUU por un puñado de dólares no han resultado en modo alguno, y han agudizado el aislamiento de la UE por su servilismo proyanki y por su ceguera estratégica al no comprender que el euroimperialismo avanza pese a todos sus problemas, y avanza en dirección opuesta al marco estatal de acumulación. El crecimiento chino y la recuperación japonesa refuerzan esa expansión al este del euroimperialismo y del capitalismo mundial, como lo han entendido Gran Bretaña e Italia, antiguos aliados que ahora le han abandonado.
Para cualquier burguesía, incluida la vascongada, ceder a otra, en este caso a la española, parte de sus ganancias sólo es admisible bajo directa amenaza militar --el Título VIII de la Constitución rechazada en referendum por el Pueblo Vasco-- y/o bajo su indirecta presión dulcificada con una pequeña zanahoria de descentralización administrativa --el "Estado de las Autonomías"-- que le garantice una magra porción de las ganancias que obtiene de la explotación de su propio pueblo. Ocurre que el Estado español ha incumplido una vez más y como siempre los pactos y acuerdos firmados con los vascos, y hasta el Estatuto sigue sin entrar en pleno funcionamiento tras un cuarto de siglo. En este contexto, el Plan Ibarretxe, expresa una mezcla de inquietud, enfado y miedo de la moderna burguesía vascongada que no queriendo romper con el mercado español también necesita defender ella misma sus negocios en la UE porque ha constatado amargamente que la no se puede fiar de la diplomacia española que sacrifica los intereses vascongados a los de Madrid. El PP ha dicho por activa y por pasiva que ha concluido definitivamente la descentralización del Estado, y ha empezado a echar marcha atrás en algunas concesiones anteriores, mientras que refuerza el centralismo con nuevas disposiciones e imposiciones destinadas a aumentar los beneficios de la burguesía española. En este sentido, el Plan Ibarretxe ha adelantado públicamente los deseos silenciosos de otros pueblos que sufren la misma indefensión en Bruselas. No es casualidad que la campaña electoral catalana haya estado marcada por los datos de lo que este pueblo pierde al pagar el tributo a Madrid. Tampoco lo es que Chaves haya recordado el empobrecimiento andaluz a consecuencia del centralismo madrileño, que en Galiza se refuerce la certidumbre de saqueo, desprecio y abandono estatal, y que, por no extendernos, sea el presidente de la CEOE el defensor de la "unidad española".
En estas condiciones es comprensible que aumente la cuarta crisis, que no es otra que la corrupción en múltiples formas, desde el incremento de la economía sumergida, masas ingentes de dinero negro, chanchullos financiero-inmobiliarios y en infraestructuras, grandes fraudes en impuestos, etc. En realidad, aquí el Plan Ibarretxe no representa nada que sea progresista porque el gobierno vascongado es uno de los que más toleran los fraudes de impuestos de la burguesía vasca. Pero sí cuida la falsa y cínica virtud de hablar de respeto a la voluntad popular, de transparencia democrática, etc., justo lo contrario de lo que dice y hace descaradamente el PP. Su demagogia democraticista ha sido copiada por el PSC y en general, pese a las críticas estatalistas de IU, por todas las fuerza reformistas que desde hace unos meses no tienen más remedio que enfrentarse al gobierno español presionados por las luchas sociales y por la proximidad de las elecciones generales. Frente a una burguesía centralista corrupta, fascista e inepta, la demagogia del Plan Ibarretxe suena como la promesa de una gota de agua en un desierto, muy poco pero algo.
A lo largo del siglo XIX las cuatro crisis interactuaron de diversas formas dando cuerpo a las fuerzas reaccionarias que abortaron el triunfo de una revolución burguesa en el Estado, y las mal llamadas "cuestiones nacionales" se reforzaron cualitativamente en esos decenios entre otras razones, precisamente por el fracaso de dicha revolución. Entre finales del XIX y comienzos del XX, el bloque de clases dominante hizo el doble esfuerzo de industrializar el capitalismo y crear la "nación española" sobre un Estado centralizado a marchas forzadas y manu militari. Ambos fracasaron también, y desde entonces apareció el verdadero y único problema, el "problema español", que no "problema vasco", "problema catalán", etc. Problema español porque el bloque de clases dominante siempre ha intentado insuflar cohesión y solidez a su Estado mediante la fuerza represiva directa o indirecta, y siempre mediante la amenaza de usar esa represión. La importancia extrema que en la historia reciente de "España" han tenido y tienen los abundantes cuerpos represivos, la Iglesia católica, la imposición de la lengua y cultura española, la prensa y los medios de propaganda, etc., se explica porque cumplen funciones y pretenden llenar vacíos básicos que deberían haber sido resueltos por los efectos globales de la revolución burguesa en el Estado. Una revolución burguesa, vista históricamente, no es una simple "transición de la dictadura a la democracia"; es otra cosa: es instaurar mediante la violencia burguesa un nuevo Estado que impulse rápidamente la lógica férrea del sometimiento de las diferencias premercantiles y presalariales a la unidad dictatorial de la acumulación capitalista centrada en un espacio geoproductivo material y simbólico. Y sobre todo, que refuerce esa lógica mercantil mediante la dictadura política burguesa. Que esa dictadura sea más o menos rápidamente encubierta superficialmente por una democracia abstracta basada en la ficción jurídica de la igualdad entre ciudadanos y en la alineación de las masas trabajadoras, eso no niega la raíz y esencia dictatorial de la dominación burguesa, simplemente confirma la hondura del poder de sometimiento inconsciente de la producción de mercancía hacia ella misma, un agujero negro que absorbe y tritura todo porque todo es sometido a la reproducción ampliada.
Las cuatro revoluciones burguesas clásicas -Países Bajos, Gran Bretaña, Estados Unidos y Estado francés-- han recurrido a la fuerza represiva brutal, a la imposición lingüístico-cultural, a la centralización mercantil y monetaria, etc., sin compasiones, cortando cuellos de reyes y ejecutando a miles de reaccionarios pero también a revolucionarios, incluidas mujeres. La férrea lógica de la acumulación se ha expandido sobre estas bases de sangre y violencia. Pero una vez establecida, ha creado una legitimidad capitalista, una ética burguesa correspondiente y un espacio controlado y controlable de libertades burguesas vigiladas por el Estado pero también por las fracciones burguesas y los grupos reformistas. La construcción estatal y social burguesa de la identidad nacional dominante sólo puede realizarse tras el asentamiento de esas bases productivas y reproductivas, nunca antes. Esta experiencia también quedó confirmada por la segunda oleada de revoluciones burguesas, diferente a la primera en aspectos importantes, pero no en lo que aquí nos interesa, y basta analizar la formación de Alemania, Italia y Japón, básicamente, en la segunda mitad del siglo XIX. Pero jamás se podrá empezar la casa por el tejado, es decir, jamás se construirá un Estado-nación burgués sin substanciales cambios y avances en la materialidad de la relaciones de producción. Por ejemplo, sin un dominio absoluto de la propiedad burguesa, sin una reforma agraria, sin una merma cualitativa de la propiedad eclesiástica, sin un corte drástico de la independencia de las fuerzas represivas, sin una nueva burocracia estatal libre de la mentalidad servil del absolutismo tardofeudal, sin una unidad lingüístico-cultural que de credibilidad a una "historia nacional" fabricada al unísono con la anterior, sin una política exterior independiente, etc.
Muchos de estos objetivos pueden lograrse posteriormente sin haber dado una revolución burguesa anterior, pero el resultado último no será el mismo porque no se han sentado las bases objetivas y subjetivas anteriores. Tal ausencia explica los repetidos fracasos de las intentonas reformistas burguesas en el Estado español, desde las dos repúblicas hasta ese híbrido irreconciliable de "Monarquía Constitucional" que padecemos desde finales de los '70. Los esfuerzos de las "izquierdas" y del progresismo constitucional destinados a suplantar el fracaso de las derechas y construir una "España democrática" sólo han servido para legitimar la guerra sucia del Estado, las torturas, el endurecimiento represivo, la reducción de las libertades y el enriquecimiento de la burguesía española. Resulta patética, en este sentido, la experiencia del PCE y de IU con respecto a la Ley de Partidos, y el ataque al Plan Ibarretxe por CCOO y UGT. Una vez alcanzado cierto punto crítico de no retorno en el desarrollo de las crisis estructurales del Estado, a partir de ahí, todos los esfuerzos reformistas sólo redundan en un fortalecimiento del bloque de clases dominante, bien en su versión dura y reaccionaria, bien en su versión tolerante y autonomista. Y es que el agujero negro de la acumulación capitalista termina succionando a quienes no ha roto con su lógica infernal, que no es otra que la de la propiedad privada de las fuerzas productivas. Sobran nombres de intelectualillos del tres al cuarto que iban a comerse el mundo en los setenta y que ahora son los mamporreros del PP.
El Plan Ibarretxe aparece en este contexto como un esfuerzo por avanzar por la senda cortada a finales de los '70, pero sin criticarla radicalmente, sólo para mejorarla desde la perspectiva de la burguesía vascongada. La reacción en contra de la "izquierda" española contra algo que en absoluto rompe con la referencia estatal sino que pretende adecuarla a las condiciones del siglo XXI, muestra su absoluta integración en el Estado y su desintegración como fuerza revolucionaria antagónica al Estado. Incapaz de ver, o no queriendo verlo, que lo que está en juego es el problema crucial del derecho de la burguesía española a ser propietaria de los pueblos que oprime, se limita a plantear abstrusas e idealistas tesis sobre una "España federal de libre adhesión" sin saber aún, o sin querer saberlo, que para hacer una tortilla hay que romper el huevo. Ahora bien, tampoco el Plan Ibarretxe cuestiona que la parte sur de Euskal Herria deje de ser totalmente propiedad privada del capital español. Hay dos razones para ello, una es que necesita al mercado estatal y otra, más profunda, es que el Plan Ibarretxe también es capitalista. Su afirmación de que en su momento organizará una consulta popular --buena en sí-- no cuestiona en modo alguno su naturaleza burguesa. Hay sistemas burgueses capaces de integrar funcionalmente las consultas populares. En el caso español el problema es que no sólo se ha pasado la hora de una revolución burguesa sino que ni la "izquierda" quiere replantear siquiera una tímida y descafeinada "ruptura democrática".
Sin embargo, las crisis crecen e interactúan, tienden a un sinergia de la que cada vez hablan más fuerzas políticas. Los pequeños temblores empiezan a ser perceptibles y hasta las bases poco concienciadas de los partidos interclasistas nacionalistas comienzan a reflexionar sobre la política de alianzas. Una vez más, el Plan Ibarretxe aparece como un adelanto de posturas reformistas que con matices, diferencias y cambios más o menos substanciales puede ser utilizado por algunos como medio de presión para negocios claudicacionistas posteriores, según los resultados de las elecciones generales de 2004. Ahora bien, las reflexiones aludidas pueden llegar a limitar el oportunismo maniobrero de las burocracias dirigentes. Recordemos que en el PNV los resultados de las elecciones internas han dado la victoria formal en cuanto al número de votos a la fracción de Egibar, pero el triunfo real en cuanto a poder burocrático decisivo a la de Imaz. Recordemos los resultados en las recientes catalanas, y otros movimientos de fondo que aunque controlados por las burocracias respectivas han aparecido a la luz. Todo indica, por tanto, que la situación se va a ir complejizando y acelerando cada vez más, siendo decisiva la capacidad de las organizaciones revolucionarias, o sea, la izquierda, para replantearse autocríticamente su quehacer estatal.
Desde la perspectiva de los movimientos de liberación nacional, el problema es otro. En el caso vasco, el problema consiste en cómo lograr la unión de las fuerzas democráticas, progresistas, soberanistas e independentistas en base a unos mínimos básicos que permitan iniciar una fase nueva. Salvando todas las distancias y desde una visión larga de tiempo histórico de una nación oprimida, que es la única efectiva, hay que evitar en lo posible el error estratégico cometido hace un cuarto de siglo cuando se rompió en trozos este amplísimo y masivamente mayoritario bloque de fuerzas populares y sociales de todo signo. Hoy en día, dicho bloque social es incluso superior en cantidad y, sobre todo, en calidad porque a diferencia de entonces dispone de una experiencia amarga y dolorosa de los errores que no se deben volver a cometer. Además, en su interior, el sector independentista también ha desarrollado un proyecto táctico y estratégico más perfilado, concreto, incluyente e integrador que el que disponía hace 25 años. Por si fuera poco, la evolución del capitalismo mundial y europeo ha llegado a un punto en el que se hace urgente la opción de avanzar al socialismo como antesala del comunismo, o quedarse en un navío podrido y que hace aguas por todas sus cuadernas antes de desaparecer en el caos. Pero, frente a esta dinámica democrática en el pleno sentido de la palabra, la burguesía española vuelve a enarbolar la herrumbrosa espada de la reconquista. Y para detener el resurgir del odio más atávico contra todo lo vasco, no sirve el Plan Ibarretxe pensado para la fase anterior, para que no se avance realmente a una nueva, sino para llegar a un mercadeo entre burgueses, como cuando hace cinco lustros se cortó de raíz la posibilidad de un avance radical en la extinción histórica del "problema español".