País Vasco
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28 de enero del 2004
Editorial de Gara
Se equivocó Pasqual Maragall al pensar en la tarde del lunes que con la nota oficial en la que afirmaba que el Gobierno catalán «no comparte ni la iniciativa ni el planteamiento político que están en la base del contacto» con ETA y en la que anunciaba que rechazaba la dimisión de Carod-Rovira pero le retiraba las competencias en Asuntos Exteriores a modo de cierto castigo, podía dar por cerrada la crisis abierta al conocerse la reunión entre el secretario general de ERC y la dirección de la organización armada vasca. El presidente de la Generalitat y presidente también del PSC aparecía dispuesto a enfrentarse a los duros ataques del Partido Popular y sus extremidades mediáticas. Con lo que probablemente no contaba era con que el mismo secretario general del PSOE que por la mañana afirmaba públicamente que «todo lo que afecte al Gobierno de Cataluña compete al presidente de la Generalitat» emitiría a la noche un comunicado en el que le exigía a Maragall que Carod-Rovira cesara como miembro del Ejecutivo catalán. Quien ha puesto en verdadero peligro la continuidad del Gobierno tripartito de Catalunya y en una situación extraordinariamente complicada a su presidente no han sido ni Josep-Lluís Carod-Rovira ni la desquiciada ofensiva del PP, sino un PSOE que comparte la estrategia del Gobierno Aznar con respecto a Euskal Herria y que ha hecho suyos los preceptos más reaccionarios en esta materia. En este contexto, Pasqual Maragall se vio ayer obligado a hacer todo un ejercicio de equilibrismo entre lo que le demandaba el PSOE, la reivindicación de su propia autonomía política e institucional y la evidencia de que sin ERC no era posible mantener su gobierno. Y aunque finalmente optó por aumentar el castigo a Carod-Rovira lo que resulta injusto y decepcionante retirándole las atribuciones de conseller en cap y exigiéndole que ofreciera explicaciones y pidiera disculpas, estuvo firme al mantenerlo en el Gobierno siquiera de forma simbólica en contra de la exigencia de Rodríguez Zapatero, negándose a romper el pacto con ERC a pesar de los requerimientos del PP, alabando la figura política de Carod y criticando sin contemplaciones la estrategia de la derecha española. Maragall no tenía muchas salidas, pero tampoco eligió la más fácil, por mucho que se felicite Zapatero.
Carod-Rovira, por su parte, dio una nueva muestra de firmeza e inteligencia política. Sin hacer una defensa numantina de su cargo de conseller que podría poner en peligro el objetivo principal de la continuidad del Gobierno tripartito, ha convertido la campaña desatada contra él en un auténtico referéndum al anunciar que encabezará la lista de ERC por Barcelona en las elecciones al Congreso de los Diputados. Asume su responsabilidad por el involuntario daño que ha podido causar al Gobierno catalán, pero planta cara al Estado español sometiéndose ahora al juicio de la ciudadanía catalana.
El Gobierno de Lakua salió ayer en defensa de Josep-Lluís Carod-Rovira asegurando textualmente que «no entendemos qué hay de malo en dialogar para buscar el cese de la violencia». No cabe olvidar que con quien el secretario general de ERC dialogó fue con la dirección de ETA. Y llama la atención que quien mantiene una posición de segregación política, negando cualquier conversación no ya a ETA, sino a un grupo parlamentario como Sozialista Abertzaleak, alabe la posición de Carod-Rovira. Si de verdad el Ejecutivo de Ibarretxe entiende que «la forma de terminar con la violencia es dialogar» y que si un contacto no tiene éxito hay que «seguir intentándolo», habría que preguntarse a qué espera para poner en práctica sus consejos. Lo que, todo sea dicho, tiene mucho más fácil que un líder catalán.