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País Vasco

Euskal Harria, la piedra española

Jesús Prieto
Cádiz Rebelde

No es una errata. "Euskal harria" significa en vascuence "la piedra vasca", esa con la que chocan una y otra vez los dirigentes de turno de las Españas. Haciendo un esfuerzo anímico, se podría llegar a comprender –nunca a justificar- el histórico miedo que ha impelido a los gobiernos habidos desde los tiempos de la II República a abordar con justicia el conflicto que les impide realizar su proyecto de hacerse con una patria homogénea y más o menos grande (sobre lo de libre, mejor no hablamos). Hay otros, pero resultan asumibles para un Estado que ha demostrado tener anchas espaldas y estrechas miras.
Han transcurrido más de cinco lustros desde que se promulgara la constitución del pánico. Dentro de unos meses, igualmente, se cumplirán veinticinco años de vigencia de un estatuto dictado en un ambiente de música militar. En uno y otro caso, es demasiado tiempo para seguir mirando hacia otro lado. Hay que abordar el problema de frente y sin ambages y comprometerse con honestidad a buscar soluciones dialogadas por todos los agentes implicados en el enquistado desamor. Si la Constitución es un obstáculo para alcanzar la paz, cámbiese de inmediato. No hay leyes sagradas y, aunque la Carta española ha sido elevada a los altares por una de las partes contratantes, de nada sirve imponerlas si no son compartidas por el conjunto de sujetos destinatarios.
El PSOE tiene ante sí dos opciones, las mismas entre las que tuvo que optar hace veintidós años. Si entonces eligió la sinrazón y fracasó estrepitosamente en la consecución de sus objetivos, ahora se le presenta una inmejorable oportunidad para enmendar su error y dejar patente su anunciada voluntad de regeneración. Es, además, lo que esperan de él los millones de personas que le han aupado al Gobierno con sus votos. Incluso las que no participamos en la farsa electoral, estaremos encantadas de haber errado en nuestros escépticos vaticinios si José Luis Rodríguez Zapatero se atreve a encauzar el tema felizmente. Es el momento de programar una bilateral hoja de ruta -ese horror lingüístico de moda- donde consten claramente los objetivos, plazos y compromisos. De nuevo, como ya advirtiese Blas de Otero, la paz va unida a la palabra.