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País Vasco

4 de abril del 2004

Tortura en el estado español: Testimonio de Ainara Gorostiaga.
«Lo más duro era recibir palos de los guardias civiles sin saber qué querían escuchar»

Gara

El pasado martes, Garzón exculpó por fina Ainara Gorostiaga y tres jóvenes más de la acusación tejida con su declaración en comisaría. Miren Azkarate, portavoz de Lakua, se preguntó «qué se puede llegar a hacer a una persona para que se inculpe de un asesinato». Esta es la narración textual del paso por el calabozo realizada por la propia Ainara Gorostiaga en el libro-balance de TAT del año 2002.

El pasado 24 de febrero (domingo), cuando salía de realizar un vis a vis con un preso político vasco, fui detenida en la puerta de la cárcel de Castellón, a las 8.45 de la noche. En la puerta pude ver un movimiento extraño, había mucha gente que me miraba, yo salí y se abalanzaron sobre mí diciéndome que estaba detenida por colaboración con ETA (...) Enseguida me agarraron, me agacharon la cabeza y me llevaron a una habitación de la misma cárcel. En la habitación se presentó el capitán de la Guardia Civil (no me enseñó ningún carne ni placa). Yo estaba muy preocupada por mi compañero y estaba continuamente preguntándoles dónde se encontraba. Me dijeron que estaba bien.

(...) Hacia la 1.30 de la madrugada me cambiaron las esposas hacia delante y me bajaron a un garaje a presenciar el registro del coche con el que habíamos viajado a Castellón. Me dijeron que a la única persona que podía mirar era al secretario, que ni se me ocurriese mirar a Mikel [Mikel Soto, compañero de Gorostiaga, detenido en la misma operación] ni a ellos, y en cuanto levantaba un poco la vista, me agachaban la cabeza (...) Llegamos a Madrid por la mañana del 25 de febrero (lunes), ya había amanecido (...) Entonces empezó la pesadilla. Me llevaron a una habitación donde había más de un guardia civil, me preguntaron si creía que la Guardia Civil torturaba. Yo les dije que ya lo iba a comprobar durante aquellos días. Entonces me dijeron que sí que era cierto que la Guardia Civil torturaba y me preguntaron qué tipo de torturas conocía. Yo les dije que la bolsa, los electrodos, la bañera... y me dijeron que estaba en mis manos conocer todas aquellas y más, que estaba en mis manos que aquellos días fueran un infierno o no, que allí todo el mundo cantaba pero que había algunos, que eran «los tontos», que sí aguantaban un poco más.

Entonces me dijeron que me desnudara. Me desnudé de arriba abajo, y como no decía nada se enfadaron y se pusieron a gritar como locos. Empezaron a hacerme la «bolsa», yo estaba sentada en una silla totalmente desnuda, cada vez que rompía la bolsa me golpeaban fuertemente en la cabeza con la mano abierta y con periódicos.

No sé cuantas veces me pusieron la bolsa, pero yo creo que muchas. Escuchaba los gritos de Mikel, le estaban torturando mucho. De vez en cuando me hacían gritar para que él me oyese, y si no gritaba como ellos me decían, me golpeaban más. Yo estaba histérica, eran continuas las amenazas, las humillaciones y los golpes. Empecé a inventarme cosas porque era la única salida que veía para que aquello parase. Me llevaron al calabozo con un ataque de histeria bastante fuerte. Aquel día me dejaron tumbarme un rato.

Ese lunes me interrogaron unas 4 ó 5 veces, con descansos muy cortos, en el calabozo. El resto de descansos fueron de pie contra la pared, por lo que no pude dormir. En todos los interrogatorios no pararon de hacerme la «bolsa» (aunque fueron más flojas que al día siguiente) y de darme golpes (....) También me amenazaban con la bañera.

No puedo decir cuanto tiempo duraban, yo ya estaba completamente desorientada hasta que me llevaron otra vez a donde la forense y ésta me dijo que eran las 10.30 ó 12.30 de la mañana del martes 26 de febrero. Me miró, pero yo no tenía ninguna marca. No le dije nada de las torturas, le dije que me mirara pero que no le iba a decir nada por miedo a que se lo dijese a los otros. Ella me dijo que tenía que comer y que beber mucha agua.

Con el tema de la comida, al principio no probé bocado y solo bebía del grifo del baño. A la Guardia Civil le decía que no iba a comer y que sólo iba a beber de botellas cerradas, por miedo a que me drogasen (...) Me dijeron que de allí no salía nadie ni para ir al hospital, así que ya podía empezar a comer a no ser que prefiriese comer a la fuerza (...) El martes fue el día más duro, fueron otros cuatro (no lo sé con certeza) intensos interrogatorios con descansos muy breves y sin poder dormir ni tumbarme en la cama, salvo cuando me caía.

Entonces me dejaban estar sentada en la cama cinco minutos, hasta que me volvía a levantar y me volvía a caer, entonces otros 5 minutos sentada... Cada vez que escuchaba el ruido del cerrojo me daba un vuelco el corazón. Todos estos interrogatorios fueron muy duros.

Estando totalmente desnuda, me ataron a una silla atándome los brazos con precinto y goma espuma, me colocaron innumerables veces la bolsa. Cuando la rompía me golpeaban en la cabeza y me la volvían a colocar. Me llegaron a poner 3 ó 4 bolsas juntas.

En una ocasión me llevaron a otra habitación que llamaban la «Sala Bit» o algo así, donde me inmovilizaron todo el cuerpo con un colchón o algo parecido, me levantaron y me dejaron inmovilizada de los pies a la cabeza. Entonces me pusieron la bolsa y me tapaban la boca y la nariz. Yo lo único que quería era desmayarme y perder el conocimiento, pero cuando estaba a punto me levantaban un poco la bolsa, y otra vez vuelta a empezar. Me decían (yo creo que para darme fuerzas, aunque no lo lograban), que era muy fuerte y que estaba aguantando mucho, que poca gente aguantaba aquello y cantaba todo el mundo (...) También me hicieron hacer innumerables flexiones, me agarraban del pelo, y bajaba y subía.

Esto era también muy duro. Al final no podía andar, me tuvieron que llevar al calabozo ya que las piernas no me respondían. Para ir al baño me tenía que apoyar en la pared puesto que me caía. En el resto de interrogatorios continué haciendo flexiones, muchas de las veces con la bolsa puesta en la cabeza. Al final no podía ni sentarme del dolor de agujetas (...) En cuatro ocasiones me colocaron los electrodos (por lo menos eso decían ellos), pero no los llegaron a activar salvo en una ocasión que dijeron que los activaban pero que no podían aumentar la potencia porque tenían una máquina nueva que hacía saltar los fusibles. Me hicieron colocarme dos cables en la espalda mojada y yo sólo noté un cosquilleo, pero la sensación de pensar en los electrodos fue una pesadilla (...) En tres ocasiones me pusieron una pistola en la mano. Me dieron a entender que era la que mató al concejal de Leitza y que estaba en mis manos tener una acusación por colaboración o por asesinato.

Me amenazaban muchas veces con que no iba a poder tener hijos, o si los tenía iban a ser de la Guardia Civil. Me dijeron que Iñigo Vallejo estaba con ellos y a ver si yo quería acabar como él. En aquellos momentos les dije que me mataran si querían y me dijeron que ellos no habían dicho eso (...) Lo mas duro fue eso, recibir palos sin saber qué querían escuchar (...). Me inventé unas cuatro historias diferentes. Cada vez que creía que aquella era la buena, en el siguiente interrogatorio empezaban de cero las torturas, me golpeaban más por mentirosa, y más todavía por callarme. Me resultaba muy difícil inventarme cosas que no había vivido.

También recibí muchos golpes en la cabeza y en el estómago (en el estómago menos) con periódicos enrrollados. Yo creía que me iba a estallar la cabeza y que estaba sangrando. Fueron muchos golpes durante mucho tiempo. Cuando se cansaron me los tuve que dar yo en la cabeza, y mientras me dañaba sentía una especie de desahogo.

También me hicieron dar una rueda de prensa contando todas las torturas recibidas. Luego tuve que cantar el ''Eusko Gudariak'' y más adelante gritar ''Viva la Guardia Civil'' y cosas por el estilo.

Me cambiaron de antifaz porque el que tenía puesto me estaba un poco prieto, y con las lágrimas y tanto tiempo puesto me debió de salir un sarpullido en la zona de los ojos. Me los estaban mirando continuamente.

El miércoles 27, por la mañana, me volvieron a llevar a la forense. Antes, me enseñaron un fax en el que me alargaban el tiempo de incomunicación. La forense me desnudó y yo vi cómo tenía el pecho rojo, y la espalda también la debía tener totalmente roja (...) Le pregunté a la forense si tenía algo en los ojos porque me habían cambiado de antifaz y me estaban venga mirar los ojos.

Ella apuntó en un papel algo y me dijo que eso estaba prohibido. Me dolían mucho la cabeza y las piernas, pero aparentemente no tenía nada. Se cuidaban muchísimo en no lesionarme. A causa de la ansiedad y los nervios me estaba continuamente tocando las uñas y quitándome los pellejos y mordiéndome los labios. Ellos siempre me decían que tuviese cuidado, que me iba a hacer daño.

Aquella mañana, el primer interrogatorio fue durísimo. Me envolvieron en mantas, y estando sentada me agarraron por todas las partes (esta vez vestida), atada a la silla. Me pusieron al final 3 ó 4 bolsas a la vez, me taparon la nariz y la boca, y al final, a punto del desmayo, me oriné en los pantalones con tanta fuerza que casi les salpico. Tuve que permanecer el resto de los días con los pantalones totalmente mojados y orinados. En esta última sesión de bolsa me mordí el labio por dentro y me dieron agua para enjuagarme porque debía de estar sangrando.

Tenía bastante herida, y me asustaron diciéndome que me lo iban a coser con aguja e hilo.

A partir de aquí pararon los golpes, me quitaron el antifaz y me sentaron en una esquina de la habitación, donde empezaron a preparar mi declaración policial. Estuve hasta la 1.30 de la madrugada sin ir al calabozo para descansar, fueron todo preguntas y una presión psicológica muy fuerte. Cuando me aprendí la declaración, me dijeron que me la iban a hacer tres o más veces, que en una de ellas estaría el abogado de oficio pero yo no iba a saber en cual porque no le podría ver, y que si cambiaba algo de la declaración, volverían los golpes.

La tortura psicológica fue muy fuerte. En la declaración impliqué a cuatro personas; una ya estaba detenida, era Mikel, y yo llevaba desde el miércoles sin escucharle. Me dijeron que sufría del corazón y que estaba muy mal. También impliqué a mi madre y a mi hermano.

Me vino un guardia civil nuevo, aquella voz no la había oído nunca, y me dijo que él era el que le había torturado a Mikel y que si no quería acabar como él, más me valía declarar todo como habíamos acordado. A la 1.30 horas realicé la primera declaración ante la policía (...) Hice la declaración tal y como la habíamos preparado y me dejaron dormir. Yo calculo que habría dormido unas cuatro horas (las únicas en cinco días), y en esas cuatro horas me despertaron varias veces preguntándome dónde vivía la gente a la que yo había implicado (aunque ya se lo había dicho antes en la declaración).

(...) Después empezó de nuevo el interrogatorio. Era jueves 28 por la mañana y estuve hasta las 12 de la noche o algo así, no lo sé seguro. Ellos me hicieron creer que era miércoles y que todavía quedaban dos días. Calculo que fueron casi 14 horas de interrogatorio seguido. Yo estaba más tran- quila porque creía que ya había pasado lo peor, pero vinieron a gritos diciendo que era una mentirosa y que todo lo que había declarado ante la policía era mentira. Me empezaron a golpear de nuevo en la cabeza y me hicieron escribir en folios nombres de gente conocida.

Había dos grupos de policías, unos eran los «buenos» y los otros eran los «malos». Los «buenos» tenían una voz tranquilizadora y dialogante, aunque también torturaban, y con los «malos» no se podía hablar. En estos interrogatorios los «buenos» estaban todo el rato amenazando con que iban a venir los otros, «El salvaje», como le llamaba uno de los «buenos», si no colaboraba con ellos.

Me preguntaron cómo podía haber implicado a mi madre, que habían estado en su casa y que no habían encontrado nada, pero que se la habían traído a Madrid porque tenían orden de detenerla, que lo estaba pasando muy mal por la enfermedad que padece, que cada dos por tres la tenían que llevar al hospital (...) Por la mañana del viernes 1 de marzo, vinieron y me dijeron que me iban a entregar, que estaba en mis manos que mi madre y mi hermano siguieran detenidos, que podía declarar lo que quisiera ante el juez, pero si lo aceptaba todo, soltarían a mi madre de inmediato, que mi caso lo llevaba Polanco y que a él le daba lo mismo lo que le contase, que si lo negaba iba a ser peor, que sería mejor si lo aceptaba todo porque entonces estaría unos meses en la cárcel pero luego saldría en libertad, porque yo no tenía nada. No sabía si verdaderamente mi madre estaba detenida, les creía capaces de cualquier cosa. En el viaje a la Audiencia (lo realicé esposada), antes de entrar pude ver a mi madre por la ventanilla del furgón. Entonces me tranquilicé muchísimo, decidí negarlo todo, pero aún así tenía mucho miedo de que la detuvieran.

En la Audiencia Nacional ya podía ver y mirar a todo el mundo, pero todavía estaba asustada de mirar a la cara de la gente, todas las voces me parecían las de los guardias civiles (...) Luego me llevaron ante el juez Polanco, negué todo lo que se me imputaba y denuncié que la declaración fue obtenida bajo torturas, que fui sometida a largos interrogatorios desnuda, que me aplicaron la bolsa numerosas veces hasta estar a punto de perder el conocimiento, que tuve que realizar muchas flexiones hasta el punto de no poder andar, que en cuatro ocasiones me pusieron los electrodos sin llegar a enchufarlos y que fui objeto de vejaciones sexuales. El juez me insistió en un par de puntos, pero le dije que todo era mentira. P.D: Gorostiaga permaneció incomunicada, ya en prisión, todavía varios días. Su denuncia de torturas está siendo tramitada por los tribunales.