País Vasco
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14 de abril del 2004
TAT presenta el informe 2003 sobre la tortura
«Lo cierto es que en Euskal Herria todos y todas somos torturables»
Rebelión
No importa qué cuerpo policial proceda a la detención. Tampoco la edad o el sexo de la persona detenida. Ni su clase social. Las denuncias de torturas se repiten año tras año. Decenas de vascos y vascas narran el calvario que sufren a su paso por dependencias policiales. Los testimonios producidos el año pasado se recogen en el libro de TAT que será presentado oficialmente hoy 14 de Abril.
Torturaren Aurkako Taldea (TAT) acaba de editar un nuevo libro en el que resume otros 365 días de horror en dependencias policiales. En este caso más, ya que se trata del informe correspondiente a los tres últimos meses de 2002 y al año 2003. Este documento recoge el testimonio de 78 personas que denunciaron torturas a lo largo de esos doce meses. La conclusión de todo esto la deja clara TAT en la introducción: «Lo cierto es que en Euskal Herria todos y todas somos torturables». Estas son tan sólo unas pinceladas:
«Cuando me llevaban a los interrogatorios me obligaban a permanecer de pie contra la pared y comenzaban las preguntas, los gritos y las amenazas, me decían que me iban a poner los electrodos, la bañera, la bolsa. Ellos seguían gritando, golpeándome en la cabeza, en la espalda, en las costillas. También sufrí tocamientos y me amenazaban diciéndome que me iban a introducir los dedos por el ano. La forense, el último día, me encontró tan mal que me dijo que me tenía que sacar de allí».
«Me pusieron un buzo, le llamaban 'el traje del astronauta'. Me precintaron el cuerpo, me colocaron una especie de corsé que me llegaba hasta la nariz, también tenía precintada la cabeza. Me obligaron a tumbarme en un colchón. Se sentó un guardia civil sobre el pecho y comenzó a hacerme 'la bolsa' una y otra vez mientras me golpeaban los testículos. Me desnudaron y me llevaron a otra habitación donde hacía muchísimo frío. A aquello le llamaban 'la nevera' y pasé bastante tiempo mientras poco a poco iba bajando la temperatura. No podía controlar los temblores».
«Patadas en las piernas, puñetazos por todo el cuerpo, golpes con un libro en la cabeza, me obligaban a permanecer todo el tiempo de puntillas o con las piernas flexionadas, y con los brazos levantados. También simularon que me iban a violar mientras me quitaban la camiseta y me bajaban los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos, y jugaban con un palo en el ano. Uno de los ertzainas se ponía detrás de mí y me decía que me iba a dar por el culo mientras me encontraba desnudo y agachado. Me apretaban la cabeza con las manos hasta que ellos no podían hacer más presión. Estando de puntillas, me ponían una botella de agua en la cabeza, y cada vez que se me caía, me daban una patada en el estómago».
«Tenían la música puesta a tope, se oían gritos constantemente, parecía que a algún detenido le habían puesto una manta por encima y podía oír cómo le golpeaban Comencé a tener alucinaciones; en el techo veía tres canarios, en la puerta vi un barco, en las paredes veía personas con txapelas en la cabeza»
«La declaración estaba preparada. Tuve que aprenderla. La repasamos, me dijeron que tenía que declarar aquello, que si no la noche sería 'la ostia' y que ante el juez tenía que declarar lo mismo».
«Al decir que no sabía nada, uno cogió el teléfono, marcó tres números y dijo: 'Que baje Fumanchú'. Me gritaba al oído 'asesino, terrorista, nos vas a contar toda tu puta vida desde que naciste hasta hoy. Yo repetía que no tenía nada que ver. Fumanchú empezó a enfadarse. Me agarró del cuello y me mandó ponerme de pie. Me decían que iban a detener a mi madre y que ella se comería mi marrón, que mi padre y mi tío también estaban implicados. Tenía muchas ganas de llorar, sólo quería que me llevasen a la cárcel y que todo acabase».
«Cogió una barra de hierro y me gritó que me iba a romper la cara, que me la iba a tragar y que me la iba a meter por el culo. Me amenazaron con arrojarme al río esposado o pegarme un tiro. Con el forense tuve la sensación de estar ante la persona más ilusa del mundo o ante un especialista en hacer la vista gorda, que con cinismo restaba importancia a cuanto ocurría».
«Golpes en la cabeza y detrás de las orejas. Se puso uno detrás y me dijo que mi hermana estaba muy mal, que había abortado y que no aguantaría más. Que mi madre estaba ingresada en el hospital, que se iba a suicidar. Iba bajando la bolsa. Me la apretó. Cuando me empecé a marear la abrió un poco y la volvió a apretar mientras me preguntaba. Me quería morir».
«La primera paliza me la dio el comisario. Los golpes fueron en el estómago y en la cabeza y él, como un loco, me gritaba que le estaba tocando los cojones y que me mataba y no se enteraba nadie. Los policías estaban muy tranquilos mientras me amenazaban, lo que para mí era más atemorizante. Les veía muy profesionales, no gritaban ni hacían aspavientos: o hablaba o me iban a dar de ostias, sin más».
«Estoy destrozado y lo saben. Me quitan la capucha y me ponen una bolsa. Al respirar, se me va pegando en la cara, en la boca. Me amenazan con colgarme con una cuerda. Me dicen que me van a matar y me colocan una pistola en la cabeza. Oigo un clic cuando aprietan el gatillo».
«Todo es una completa e interminable humillación. No eres nadie, no eres nada. Quieren acabar con tu dignidad, dejarte a ras de suelo. ¿Los derechos humanos? ¿La justicia? En aquellos calabozos no existe».
«El dolor era tan fuerte que no podía sentarme, ni tumbarme, ni casi andar. Intenté beber agua del grifo, pero devolvía. Estaba deshecha. Oía llorar a una chica sin parar, cómo le gritaban, cómo la sacaban, cómo la metían en la celda. Sentía mucho miedo. ¿Qué estarían haciéndole?, ¿quién sería el siguiente?, ¿cuándo acabará esta pesadilla? Empecé a devolver nuevamente. Tenía la regla y estaba muy sucia, pedí una compresa, dijeron que no había. Toqué fondo, se me iban la cabeza y el cuerpo».
«Me preguntaron dónde prefería que me pegasen un tiro: en la cara, en la boca, en la cabeza, en el corazón. Mientras iban nombrando aquellas partes del cuerpo me iban colocando la pistola en ellas».
«Negué todo, pero si hubiera permanecido más tiempo en sus manos, hubiera reconocido todo lo que quisieran, aunque fuese mentira».
«Después venían los 'muy malos'. Me ponían contra la pared, de pie con los brazos en cruz, las piernas completamente abiertas y las rodillas flexionadas. Me tiraban al suelo, me volvían a levantar, me volvían a tirar. Me gritaban todos a la vez: 'terrorista, asesino, a tu abuela le ha dado un infarto, vamos a detener a tu padre, te vas a pudrir en la cárcel'. Sólo hay una palabra para definirlo: infierno».
«Primero me envolvían el cuerpo con una manta y la tenía que sujetar yo mismo contra mi cuerpo. Si la soltaba, me golpeaban o me amenazaban. Yo permanecía con la bolsa puesta en la cabeza y sujetando la manta. Tenía mucho calor y notaba la falta de aire».
«Un policía me sacó una fotografía mientras me estiraba del pelo. Cuando me tiraron al suelo, un policía, cogiéndome por la cabeza con sus manos, me la golpeó contra el suelo».
«Me metieron en un coche entre golpes. Con la cabeza agachada y esposado, me golpeaban. Sufrí unos tres interrogatorios diarios. Ante Le Vert denuncié el trato sufrido. Le enseñe las marcas visibles. No dijo nada. En prisión me hicieron radiografías: tenía dos costillas rotas».
«En un interrogatorio, entró un policía en la habitación. Pidió que cargaran las baterías de los electrodos, que pasaríamos al 'plan B'. Tras la declaración, la situación se tranquilizó un poco, por lo menos físicamente. El maltrato sicológico fue continuo, durante los cinco días. Sobre todo, amenazas contra mí o mi familia».
«El protocolo de la Ertzaintza es sólo un lavado de imagen»
Uno de los capítulos está dedicado al «Protocolo de asistencia a personas detenidas en régimen de incomunicación», puesto en marcha a mediados de 2003 por la Consejería de Interior de Lakua. En una entrevista, la madre de uno de los jóvenes detenidos por la Ertzaintza asegura que el teléfono puesto a disposición de los familiares no aporta ninguna información sobre el estado de los arrestados, por lo que considera que dicho protocolo es «un lavado de imagen del PNV, que sólo sirve para torturar impunemente. Si de verdad tuvieran interés en solucionar ésto, bastaría con no incomunicarles».