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Qué dirá el Santo Padre, que vive en Roma

Un cura mediático, con llegada al poder

Al igual que Don Bosco, el fundador de la congregación salesiana, quería dedicarse por entero a la atención de los chicos más pobres. Aunque quizá ni él mismo imaginó que, en menos de una década, lograría construir una obra solidaria enorme, que hoy atiende a más de seis mil chicos en diversos puntos del país; ser el único sacerdote que participó de una reunión del Gabinete nacional para pedir la ayuda del Estado, y hasta convertirse en uno de los sacerdotes más populares del país.
Seguramente por el ideario de Don Bosco, Julio César Grassi (46) —de él se trata— optó por ser sacerdote salesiano. Pero al poco tiempo de haberse ordenado consideró que su ímpetu de emprendedor solidario desbordaba las posibilidades que le brindaba su congregación y decidió abandonarla para ejercer su ministerio con más libertad, dependiendo sólo del obispo de la diócesis donde se instalaría.
Nunca aceptó la recomendación de sus superiores salesianos para que se ciñera a las obras solidarias de su comunidad. Grassi quería más.
En rigor, algunos que lo conocieron entonces aseguran que criticaba a la congregación porque, en vez de dedicarse de lleno a los chicos pobres, atendía centralmente en sus colegios a los niños y jóvenes de la clase media y alta.
Ya en 1992, fuera de los salesianos, empezó a trabajar en el Hogar La Casita, para chicos de la calle, en Paso del Rey. Estando allí, un episodio ocasional —la desaparición de unos menores, supuestamente captados por una secta— lo tuvo a él como uno de los denunciantes ante la prensa, comenzando una fecunda relación con los medios de comunicación.

Una relación difícil

Acaso por sus estudios de teatro cuando era joven, muchos comunicadores lo vieron como muy mediático. Lo cierto es que, en 1995, logró conmover al entonces superministro de Economía Domingo Cavallo, quien logró que el Estado le donara un predio del INTA en Hurlingham, donde el sacerdote arrancó con su famosa fundación Felices los Niños.
Al año siguiente, el obispado de Morón —luego de las tramitaciones eclesiásticas— le aceptó ser sacerdote de la diócesis. Paralelamente, su fundación no pararía de crecer: en el hogar de Hurlingham fundó una escuela, mientras abría otros centros en la Capital Federal, el Gran Buenos Aires y lugares tan distantes como El Calafate y Formosa.
Pero el obispo de Morón, monseñor Justo Laguna, miraba con temor tamaño crecimiento. Temía que las cuestiones económicas desbordaran a Grassi. Por eso, le pidió que dejara la presidencia de la fundación, intensificara la atención religiosa a los chicos y no se expandiera tanto. Grassi cumplió sólo lo primero.
En los últimos años, era evidente que la relación entre el obispo y Grassi se había deteriorado notablemente. Si bien el sacerdote está a cargo la parroquia Nuestra Señora del Carmen, de Villa Udaondo, partido de Ituzaingó, Laguna nunca digirió la gran autonomía con la que se venía moviendo el sacerdote.
En los últimos tiempos, el obispado de Morón empezó a recibir denuncias anónimas acerca de abusos sexuales contra menores supuestamente cometidos por Grassi, pero no les dio entidad. Le parecían —además de cobardes, por ser anónimas— llenas de inquina contra el sacerdote. "Nunca imaginamos que las cosas reventarían por este lado", decían anoche con dolor las fuentes eclesiásticas.