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27 de junio del 2002
La triple crisis de EE.UU
James Petras
La Jornada
El concepto de crisis ha sido utilizado en exceso por los analistas de
izquierda, sobre todo en relación con la economía capitalista.
Efecto de ello es que cuando ocurre una crisis de verdad no se le toma en serio.
El sistema político y económico estadunidense atraviesa por una
crisis seria, una triple crisis que afecta a sus principales corporaciones trasnacionales
y, por lo tanto, a la economía; una crisis política que afecta
al Estado en su relación con la seguridad interna y con la beligerancia
externa, y una crisis del sistema político, que no sólo no representa
al electorado, sino que tampoco responde a las crisis política y económica.
La crisis económica, a la que la prensa financiera define como "crisis
de la dirección corporativa", se refiere a fraudes multimillonarios cometidos
por muchas de las mayores compañías de energía, petróleo
y comunicación, bancos de inversión, firmas de contabilidad y
megaconglomerados en Estados Unidos y otras partes del mundo. Los nombres son
familiares: Credit Suisse, First Boston, Enron, El Paso Oil, Merrill Lynch,
Xerox, Adelpha, Tyco, Worldcom, Dynergy, Southeby y docenas de otras empresas
e instituciones bancarias. El número de pensionados, empleados e inversionistas
que han perdido sus ahorros llega a decenas de millones.
El director ejecutivo de Goldman Sachs, Henry Paulson, líder financiero
en Wall Street, declaró que las corporaciones estadunidenses están
"en una posición de mala fama que nunca había visto en mi vida".
Según el Financial Times y el Wall Street Journal, el problema radica
en la "ambición corporativa" y la "pérdida de confianza de los
inversionistas".
El problema en realidad no es sólo la ambición individual, sino
la desregulación total de los sectores empresariales y financieros, y
la naturaleza especulativa de la economía del país. Es un mal
del sistema: la concentración del poder económico y el control
que las corporaciones ejercen sobre el sistema político significa que
los altos ejecutivos de los consorcios diseñan la legislación
y escriben las reglas que les dan mano libre para cometer fraudes en gran escala
y obtener enormes ganancias a corto plazo antes que sus empresas se derrumben.
El caso de Enron y El Paso Oil, y su papel dominante en el trazo de la política
energética de Bush y Cheney es emblemático de esa relación
simbiótica, en la misma forma en que los vínculos de Clinton con
Wall Street condujeron a la desregulación de los sectores financieros
y bancarios.
Las consecuencias sistémicas de estos fraudes en gran escala que contaminan
todo lo que está a su alcance han sido la pérdida de legitimidad
de los grandes bancos de inversión y una disminución masiva de
la inversión extranjera en Estados Unidos. De enero a febrero de 2001
fluyeron al país 78 mil millones de dólares; en esos mismos dos
meses de 2002 sólo se invirtieron 14 mil millones en acciones y bonos
estadunidenses. Esta retracción de los flujos de capital foráneo
ha debilitado sustancialmente al dólar y amenaza con llevar a niveles
alarmantes los déficit de las cuentas externas estadunidenses, lo que
obligaría a reducir las importaciones y el nivel de vida. La pronunciada
caída en la inversión extranjera se debe a que los capitalistas
ya no confían en los informes de utilidades de las grandes corporaciones
financieras, en particular los que emiten los auditores locales y los directivos
de las empresas. El resultado es que el mercado de valores ha declinado, y las
pérdidas en acciones persisten en 2002 por tercer año consecutivo,
las quiebras de consorcios importantes aumentan y las utilidades decaen: una
verdadera crisis económica.
La crisis política tiene sus raíces en el contexto político
de los acontecimientos que antecedieron al 9/11 y los que vinieron enseguida.
La revelación de que Washington tuvo conocimiento previo de un complot
terrorista para secuestrar aviones en el país - incluso advertencias
de ataques a edificios públicos y privados- ha planteado interrogantes
fundamentales. La versión oficial del gobierno de Bush, el Departamento
de Estado, la CIA/FBI y los demócratas en el Congreso es que hubo una
"falla de inteligencia": burócratas individuales no actuaron, la burocracia
no fue "eficiente" y "faltaba personal calificado". Para intelectuales críticos,
periodistas y expertos en inteligencia, las explicaciones oficiales no aclaran
varias discrepancias importantes. En primer lugar, Condoleezza Rice, la consejera
de Seguridad Nacional, declaró en público que durante el verano
de 2001 el gobierno creía que "Al Qaeda podría secuestrar un avión
y utilizarlo para exigir la liberación de prisioneros. No creo que nadie
hubiera podido predecir que esta gente se apoderaría de un avión
y lo estrellaría en el World Trade Center" (Financial Times, 5/18-19,
2002, pág. 6). Rice reconoció que "sólo esperábamos
un aerosecuestro tradicional". El gobierno hizo caso omiso de advertencias de
Francia, Egipto, Israel e Inglaterra de que un atentado terrorista era inminente;
pasó por alto avisos de agentes de la FBI en Arizona y Minnesota sobre
posibles secuestros de aviones por terroristas que habían recibido cursos
de piloto comercial, así como un informe de la CIA al presidente Bush,
fechado el 6 de agosto de 2001, en el que se indicaba que Al Qaeda planeaba
un aerosecuestro.
La mayoría de los observadores creen que si, según Condoleezza
Rice, hubo tantas advertencias a altos funcionarios, provenientes de tantas
fuentes responsables, hay otra explicación: que el régimen de
Bush/Cheney/Rumsfeld estaba preparado para permitir que ocurriera un aerosecuestro
"tradicional", para explotarlo para sus intereses políticos tanto internos
como externos. Jamás sospecharon que los terroristas atacarían
las Torres Gemelas y el Pentágono.
Otros indicios hacen aumentar las sospechas de que altos funcionarios del gobierno
de Bush contribuyeron a facilitar los aerosecuestros: los líderes terroristas
contaban con visas de entrada múltiple, que no son fáciles de
obtener por turistas ordinarios. Los terroristas funcionaban a campo abierto,
inscribiéndose en escuelas de vuelo e incluso solicitando préstamos
del Departamento de Agricultura para comprar aeroplanos para "fumigar campos
de cultivo". Muchos recibieron visas de Arabia Saudita, país que, según
declaraciones recientes de un ex funcionario del consulado estadunidense, emitió
muchas visas bajo presiones de la CIA, probablemente para combatientes reclutados
con financiamiento de Washington para las guerras islamistas en Bosnia, Kosovo,
Chechenia y Asia Central. Hay una buena probabilidad de que al menos algunos
de esos terroristas fueran "agentes dobles", lo que podría explicar las
"fallas de inteligencia" y la renuencia a admitir que hubo conocimiento previo
de lo que ocurriría el 11 de septiembre.
Hay gran cantidad de estudios históricos en Estados Unidos que demuestran
que Washington "fabrica crímenes" para justificar guerras. Los ejemplos
van desde el "bombardeo del Maine" como preludio a la guerra con España
por Cuba hasta el conocimiento previo que Roosevelt tenía de Pearl Harbor,
o el infamante "incidente Tonkin" de Johnson durante la guerra de Vietnam, o
la invención de una destrucción de incubadoras con recién
nacidos en Kuwait por parte de los iraquíes, en tiempos de Bush padre.
En cada uno de estos casos el presidente en turno declaró que hubo un
"ataque no provocado" y movilizó al público a una guerra de colonización
y conquista en gran escala. En el caso de la guerra en Afganistán, es
del conocimiento público que el 10 de septiembre de 2001 el gobierno
de Bush tenía preparado un plan de ataque al talibán y Al Qaeda,
el cual procedió a ejecutar después del 11.
La fabricación y uso de provocaciones ha sido una larga e innoble práctica
histórica en las expansiones estadunidenses, europeas y japonesas, como
los mexicanos pueden atestiguar dolorosamente con las frecuentes invasiones
y anexiones justificadas con el argumento del combate a "bandidos terroristas".
La guerra ha sido insrumento esencial de la construcción imperialista
de los cuatro presidentes anteriores de Estados Unidos. Las guerras exitosas
de Ronald Reagan en Granada y Panamá contribuyeron a su popularidad,
debilitaron el "síndrome de Vietnam" y permitieron a su régimen
derogar leyes progresistas en materia social. Esta pauta fue reproducida y extendida
por Bush padre en la guerra contra Irak, en la que la victoria militar condujo
a la proclamación del "nuevo orden mundial" basado en la supremacía
de Washington. La guerra de Clinton contra Yugoslavia y la continuación
del bombardeo sobre Irak vinieron acompañadas de la desregulación
total de la economía, la liquidación de los restos del programa
de bienestar social y la burbuja especulativa en los campos de la tecnología
informática, la biotecnología y la fibra óptica. Bush hijo,
como presidente minoritario, llegado al poder mediante el fraude electoral en
Florida, se sirvió de la guerra en Afganistán para incrementar
su respaldo público, aumentar enormemente los presupuestos y el poderío
del Ejército y de la policía secreta, subsidiar a las grandes
corporaciones y expandir el imperio político y militar estadunidense
en Asia, América Latina y la ex Unión Soviética.
El acto terrorista inicial, y el encubrimiento de la participación del
gobierno han contribuido a una seria restricción de las libertades democráticas
y a la amenaza constante de nuevos atentados terroristas para incrementar la
intervención de la policía del Estado en todos los aspectos de
la sociedad civil.
Tanto el reconocimiento de "errores" por parte del gobierno como las críticas
de los legisladores por la "incompetencia" han prestado un buen servicio al
aparato policiaco- militar: la "defensa de la patria", mediante el crecimiento
presupuestario y de personal, recibió 37 mil millones de dólares
adicionales a los 29 mil millones originales. El recién creado Departamento
de Seguridad Nacional contará con 170 mil empleados, entre agentes y
mandos.
Mientras el gasto en la policía y la milicia se eleva hasta el cielo,
se hace a un lado a los inversionistas privados, crecen los déficit presupuestales
y los capitalistas extranjeros se vuelven hacia sitios más lucrativos,
todo lo cual desestabiliza la economía del país. Mientras el imperio
se expande, el sistema político y económico interno se debilita
y el dólar se hunde.
No hay mecanismos correctivos a la vista. En épocas pasadas, cuando ocurrían
escándalos empresariales y financieros en gran escala, se llevaban a
cabo reformas importantes. Hoy no existe una oposición legislativa ni
un movimiento popular importante que exija reformas. En palabras del Financial
Times, la política "sigue su curso". La razón de la falta de un
movimiento en pro de una reforma empresarial es que los mismos bancos y corporaciones
corruptos, como Enron, Merril Lynch y demás, hacen aportaciones financieras
a ambos partidos políticos.
El encubrimiento que hace Washington de sus acciones conducentes al 11 de septiembre
se relaciona con el de los ataques con ántrax. Periodistas y microbiólogos
de prestigio han identificado el laboratorio de investigación militar
en Fort Detrick, Maryland, como la fuente de la que provino el bacilo, e incluso
han señalado a dos microbiólogos estadunidenses como probables
sospechosos. La FBI se ha negado a actuar. La razón es que los científicos
participaban en proyectos para dar uso bélico al ántrax y otros
agentes químicos y biológicos, trabajo que viola el Tratado Químico
y Biológico de 1991. No hay investigación en el Congreso ni informaciones
en los medios. Ninguna reacción pública. La triple crisis se profundiza,
mientras los apologistas del imperio califican a los críticos del sistema
de "teóricos de la conspiración". Sin embargo, los intelectuales
críticos continúan acicateando la conciencia pública, con
la esperanza de que se produzca un renacimiento de la política democrática.
© 2002, James Petras
Traducción: Jorge Anaya