La
Contraofensiva Imperial Para el Foro Social de Porto Alegre,Brasil
30 de enero al 5 de febrero de 2002
James Petras
Traductor: Germán Leyens
La tesis general de este artículo es que el ataque de EE.UU. contra
Afganistán es un esfuerzo por invertir el debilitamiento relativo
del imperio de EE.UU. y por reestablecer su dominación en las regiones
conflictivas. La guerra en Afganistán sólo forma parte de una contraofensiva
imperial general con varios componentes: 1) reestablecer la subordinación
de Europa a Washington, 2) reafirmar su control total en la región
del Oriente Medio y del Golfo, 3) profundizar y extender la penetración
militar en América Latina y en Asia, 4) aumentar la guerra militar
en Colombia y proyectar su poder en todo el resto del continente,
5) restringir y reprimir la protesta y la oposición contra las corporaciones
multinacionales (CMNs) y las instituciones financieras internacionales
(IFIs), como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y
la Organización Mundial del Comercio, reemplazando los derechos democráticos
por poderes dictatoriales, 6) utilizar los gastos del estado en armamentos
y los subsidios a las CMNs que están casi en quiebra (líneas aéreas,
seguros, agencias de turismo) y las reducciones retrógradas de impuestos
para detener una recesión que se profundiza, la que debilitaría el
apoyo del público para el proyecto de construcción del imperio.
La segunda tesis es que los preparativos para la contraofensiva imperial
siguieron una secuencia planificada en tres partes: Fase 1: 11 de septiembre a 6 de octubre - Un masivo esfuerzo
propagandístico que exageró y deformó la naturaleza de los ataques
contra el World Trade Center y el Pentágono a fin de obtener apoyo
político en todo el mundo. La campaña contra el terrorismo creó la
apariencia de un "consenso mundial" a favor de Washington.
Fase 2: Del 7 de octubre al presente - Un intensivo ataque militar
fue lanzado, activamente apoyado por el núcleo duro de los partidarios
de EE.UU. (Gran Bretaña, Turquía, Pakistán, Francia, Italia, Japón,
España, etc.) Las barreras políticas, psicológicas y legales a la
participación en la guerra fueron demolidas en EE.UU., Japón y Alemania.
Esto preparó la escena para nuevas intervenciones militares, aumentó
la represión interna y acrecentó la especulación, bajo el pretexto
de condiciones de "guerra permanente". Fase 3: Implica una ofensiva militar general contra adversarios
y críticos reales o potenciales, utilizando la intimidación (la amenaza
de bombardeos masivos como en Afganistán) y una mayor presencia militar
para extender y profundizar el control en regiones en crisis como
Colombia.
La tercera tesis es que hay tres "crisis internacionales,"
1) La crisis político-militar: La guerra de duración indefinida
declarada por Washington a fin de restaurar unilateralmente su poder,
imponiendo nuevos estados clientes;
2) La crisis económica: El debilitamiento y el reto al poder
imperial euro-estadounidense resultante de la recesión mundial (y
de la eventual depresión) y de los crecientes movimientos opositores
dentro y fuera de los estados imperiales;
3) Las crisis de la oposición de izquierda: La contraofensiva
de EE.UU. ha impuesto una nueva gama de problemas a los movimientos
populares: mayor represión, aumento de la militarización, un esfuerzo
monolítico y masivo de propaganda y la generalización del miedo y
de la ira.
El nuevo orden imperial crea muchos desafíos, peligros y oportunidades
para la resistencia, si la izquierda puede superar su actual desorientación.
Estas tres crisis internacionales que afectan tanto al imperio como
a la oposición, generan varias posibles consecuencias que resultan
de sus respectivas contradicciones.
En el desarrollo de este ensayo identificaremos en primer lugar el
contexto de la contraofensiva imperial, es decir el debilitamiento
relativo del poder de EE.UU. Luego pasaremos a las ventajas imperiales
de la guerra extendida, de duración indefinida, (como una solución
a las crisis político-económicas) y a sus contradicciones.
Finalmente, consideraremos la guerra como parte de las crisis y su
impacto sobre la oposición popular así como el potencial existente
para una nueva resurgencia del poder popular.
Debilitamiento relativo del imperio
y "la necesidad de un nuevo imperialismo"
La expresión generalmente repetida, "después del 11 de septiembre
de 2001, el mundo ha cambiado," ha recibido muchos significados diferentes.
El sentido más frecuente, explícitamente indicado por Washington,
repetido por la Unión Europea, y amplificado por los medios de masas
es que, como resultado del 11 de septiembre, se abrió una era enteramente
nueva, un nuevo "período histórico" en el que se "establecieron" una
nueva serie de prioridades, de relaciones de alianzas y políticas.
La perspectiva de Washington de periodicizar una nueva era histórica
desde el 11 de septiembre refleja, sin embargo, sus propias pérdidas
y vulnerabilidades. Desde la perspectiva del Tercer Mundo (y tal vez
más allá) la "nueva era·" comienza el 7 de octubre de 2001, la fecha
de la masiva intervención y bombardeo de área de Afganistán por EE.UU.
El 7 de octubre es importante porque señala el comienzo de una importante
ofensiva mundial contra los adversarios de EE.UU. bajo definiciones
muy elásticas y amplias de "terrorismo," "refugios de terroristas,"
y "simpatizantes de terroristas". Marca claramente una nueva ofensiva
militar contra los oponentes y competidores del poder imperial de
EE.UU., incluyendo a la disensión interior.
Es importante comprender el significado dela expresión "nueva época"
porque gran parte de lo que está sucediendo no es nuevo, sino más
bien la continuación y la profundización de la continua agresión militar
imperial que precedió al 11 de septiembre y al 7 de octubre. Igualmente,
las luchas de liberación popular en muchas partes del mundo continúan
sin disminución, a pesar del 11 de septiembre y del 7 de octubre,
a pesar de algunos cambios significativos en su contexto.
En breve, aunque el 11 de septiembre y el 7 de octubre son eventos
importantes, queda por ver si los acontecimientos que siguieron después
de esas fechas marcan un nuevo período histórico desde el punto de
vista cualitativo.
Yo diría que es más útil analizar la interrelación entre los
acontecimientos y los procesos históricos antes del 7 de octubre y
después, a fin de separar lo que es nuevo y significativo de
lo que es efímero o establecido. Algunos factores significativos establecen
los parámetros y el contenido para nuestra discusión. El primero es
el debilitamiento relativo del poder político y económico de EE.UU.
durante todos los años 90 en áreas clave del mundo, particularmente
en la región del Oriente Medio y del Golfo, de América Latina, Asia,
y Europa, junto con un aumento de la influencia de EE.UU. en los estados
balcánicos menos importantes de Kosovo, Macedonia y Serbia.
El segundo factor es la vasta expansión de los intereses económicos
de EE.UU. a través de sus corporaciones y bancos multinacionales en
el Tercer Mundo, y el debilitamiento gradual de los regímenes clientes
que apoyan esa expansión. Evidentemente, las instituciones financieras
internacionales (IFIs) tales como el Banco Mundial (BM), y el Fondo
Monetario Internacional (FMI), habían agotado hasta tal punto la riqueza
de las economías locales con sus políticas de ajuste estructural,
las doctrinas de libre comercio y las exigencias de privatización,
que los estados clientes se estaban fragmentando y debilitando y se
veían plagados por elites corruptas del sector privado y políticos
que saqueaban el tesoro nacional. El debilitamiento de la "estructura
de control" imperial significó que la dependencia tradicional casi
exclusiva de las IFIs para la extracción del superávit se estaba volviendo
inadecuada. La disminución del control imperial "indirecto" de los
estados empobrecidos y devastados del Tercer Mundo, requería un "nuevo
imperialismo," según el periodista del Financial Times, Martín Wolf,
(FT, 10 de octubre de 2001, p. 13.) En pocas palabras, las bombas
y los infantes de marina, complementaron a los funcionarios del FMI
y de a los programas de ajuste estructural en la "reestructuración"
de las economías y asegurando la subordinación de los estados del
Tercer Mundo. Como dice Wolf: "Para enfrentar el reto del estado fracasado
[saqueado y consumido] lo que se precisa no son piadosas aspiraciones
sino una fuerza coercitiva honesta y organizada." En otras palabras,
guerras imperiales como en Afganistán, Yugoslavia, etc., deben ser
acompañadas por nuevas conquistas imperialistas -la recolonización
es el "nuevo imperialismo," un proceso que ya está en camino en el
espacio aéreo, terrestre y marítimo de América Latina.
Desde el fin de la guerra del Golfo y la presidencia de Bush (padre)
al 7 de octubre de 2001, EE.UU. venció en conflictos militares en
los Balcanes y en América Central, (regiones periféricas), y sufrió
una seria pérdida de influencia en regiones estratégicas. De manera
similar, la economía de EE.UU. pasó por un mini-boom especulativo
entre 1995 y 1999 y luego sufrió una creciente recesión al entrar
en el nuevo milenio. La combinación de las victorias periféricas y
de la burbuja especulativa ocultó la creciente debilidad estructural.
Las pérdidas en la influencia estadounidense pueden ser brevemente
resumidas. En el Oriente Medio, la estrategia de EE.UU. de derrocar
o aislar al gobierno iraní y al régimen iraquí de Sadam Husein fue
un fracaso total. Esos regímenes no sólo sobrevivieron, sino que rompieron
efectivamente el boicot estadounidense. Las sanciones de EE.UU. contra
Irán fueron rotas, de facto, por la mayor parte de los "aliados" de
EE.UU., incluyendo a Japón, la UE, los estados árabes, etc. Irán fue
aceptado entre los países de la OPEC revitalizada y firmó acuerdos
de energía nuclear con Rusia y contratos petroleros con Japón. Irán
firmó acuerdos de inversiones y comercio con todos los principales
países con la excepción de EE.UU. e incluso tres CMNs estadounidenses,
trabajando a través de terceras partes, se involucraron en el comercio
iraní.
Irak fue reintegrado a la OPEC, fue aceptado como miembro en las reuniones
de los estados del Golfo, en las cumbres árabes y en las conferencias
islámicas internacionales. Irak vendió millones de barriles "clandestinos"
de petróleo a través de Turquía y Siria, claramente con conocimiento
de los "regímenes de tránsito" y de los consumidores europeos occidentales.
La insurrección palestina y el apoyo unánime que recibió de los regímenes
árabes (incluyendo los clientes de EE.UU.) aislaron a EE.UU. que permaneció
estrechamente ligado al estado israelí. En África del Norte, Libia
desarrolló fuertes lazos económicos con la UE y sus compañías petroleras,
particularmente con Italia y estableció relaciones diplomáticas con
numerosos países de la OTAN.
Por lo tanto, tres países productores de petróleo, identificados como
objetivos importantes de la política de EE.UU., aumentaron su influencia
y sus lazos con el resto del mundo, debilitando así el dominio de
EE.UU. sobre la región, después de la guerra del Golfo. Evidentemente,
el "Nuevo Orden Mundial" de Bush padre se encontraba en ruinas, reducido
a mini-feudos, en el patio trasero, en las provincias albanesas en
los Balcanes, infectadas por la mafia. Otro signo importante de la
disminución del poder de EE.UU. se mostraba en el masivo aumento de
los superávit comerciales acumulados a costa de EE.UU. en Asia y en
la UE. En el año 2000, EE.UU. llegó a un déficit comercial de 450
mil millones de dólares. Los 350 millones de consumidores de Europa
Occidental compraron crecientemente bienes producidos en Europa -más
de 2/3 del comercio de la UE fue intereuropeo. En América Latina,
las CMNs europeas, particularmente las españolas, derrotaron a sus
competidores estadounidenses en la adquisición de lucrativas empresas
privatizadas.
Políticamente, sobre todo en América Latina, la dominación de EE.UU.
estaba siendo puesta severamente a prueba por los formidables movimientos
de guerrilla en Colombia, por el presidente de Venezuela, Chávez,
y por los movimientos de masas en Ecuador, Brasil, y otros sitios.
El colapso de la economía argentina, las crisis económicas generales
en el resto del continente y la significativa pérdida de legitimidad
de los regímenes clientes de EE.UU., fueron otros indicadores del
debilitamiento del poder de EE.UU. en sus provincias neocolonizadas.
El fuerte crecimiento del "movimiento contra la globalización," particularmente
de sus sectores "anticapitalistas" en toda Europa Occidental, América
del Norte y otras partes, desafió el poder de Washington en la imposición
de nuevas reglas favorables al imperio para las inversiones y el comercio.
Confrontado con la disminución de su influencia en regiones estratégicas,
una creciente crisis económica interior, el fin de la burbuja especulativa
(tecnología de la información, biotecnología, fibras ópticas), Washington
decidió comenzar a militarizar su política exterior (mediante el Plan
Colombia) y a buscar agresivamente ventajas comparativas a través
de decisiones unilaterales: la abrogación de tratados (el acuerdo
anti-misiles ABM con Rusia, el Acuerdo de Kyoto, el Tribunal Internacional
de Derechos Humanos, y los acuerdos contra la guerra biológica y contra
el uso de minas terrestres, etc.) La acción unilateral fue considerada
una manera de invertir el debilitamiento relativo, combinando la acción
militar regional y la presión económica. Para contrarrestar la disminución
de la influencia de EE.UU. en América Latina y aumentar su control,
Washington impulsó el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA)
para limitar la competencia europea y aumentar la dominación estadounidense.
Sin embargo, encontró una oposición considerable en cuatro de los
países clave de la región: Brasil, Venezuela, Colombia y Argentina.
El 11 de septiembre, (que se agregó al ataque contra el acorazado
Cole en Yemen, a los ataques contra las embajadas en Kenia y Tanzania
y a los intentos anteriores de destruir el World Trade Center) fue
otra señal del debilitamiento relativo del poder de EE.UU., esta vez
de la incapacidad de Washington de defender los centros del poder
financiero y militar dentro del imperio.
El 11 de septiembre no es una fecha significativa. No lo
es porque continuó marcando la disminución relativa de la influencia
de EE.UU. Lo es porque se convierte en el momento crucial para
una importante contraofensiva para invertir el debilitamiento y reconstruir
un "Nuevo Orden Mundial" centrado en EE.UU.
La contraofensiva: 7 de octubre
La declaración de guerra de Washington contra Afganistán tiene dos
fases importantes: la estructuración de una amplia alianza dominada
por EE.UU. basada en la oposición al ataque terrorista contra el World
Trade Center y el Pentágono, y más tarde en la conversión de este
frente antiterrorista en un instrumento político para apoyar la intervención
militar en Afganistán y más allá. La intención evidente de la administración
Bush era lanzar una cruzada mundial contra los opositores al poder
estadounidense, y al hacerlo, invertir el debilitamiento a fin de
reconstruir un nuevo orden imperial. Desde el comienzo, los masivos
bombardeos y la invasión por cientos de miembros de las Fuerzas Especiales,
en misiones de muerte y destrucción, tenían el propósito de obliterar
las objeciones internas a futuras guerras terrestres y a nuevas intervenciones
militares. Lo que es igualmente importante, las masivas matanzas y
el desplazamiento de millones de civiles sirvieron un propósito explícito
de intimidación política orientada a obligar a adversarios reales
o imaginarios del estado a aceptar la dominación y el control de EE.UU.
sobre sus políticas extranjeras y domésticas, así como a amenazar
a los movimientos sociales conque la misma violencia podría ser dirigida
contra ellos.
En una palabra, la efectividad declinante de las IFIs como instrumentos
de la hegemonía de EE.UU. ha llevado a Washington a basarse crecientemente
en la fuerza militar bruta y en la violencia de alta intensidad. La
amenaza abierta de una serie de ataques militares está contenida explícitamente
en la referencia de la Administración a la invasión de Afganistán
como la primera fase, con la evidente implicación de que será seguida
por otras guerras imperiales. La más prominente es la amenaza de Washington
de lanzar otro ataque de gran escala contra Irak, y otros "refugios"
para "terroristas". La llamada "alianza contra los terroristas" se
ha fusionado en una Alianza para la Guerra (incluyendo a todos los
principales países de la OTAN.) Todas las principales decisiones militares
y políticas, hasta en el nivel táctico, son tomadas exclusivamente
y sin la menor consulta por Washington. En otras palabras, la Alianza
para la Guerra es la continuación del previo unilateralismo de Washington,
sólo que ahora ha reestablecido con éxito su dominación sobre los
países de la UE. Aunque la actividad hiper-cinética de Tony Blair
por cuenta de la guerra de Washington ha merecido elogios del presidente
y de los medios de comunicación de EE.UU., no ha conducido en lo más
mínimo a alguna participación suya en la toma de decisiones.
Por lo menos en esta primera fase de la contraofensiva de EE.UU.,
Washington ha reestablecido su dominación sobre Europa. Aprovechando
al máximo su carta más poderosa en el sistema inter-estatal, el poder
militar, Washington ha buscado la militarización de las realidades
político-económicas. Convirtiendo el "anti-terrorismo" en el tema
dominante de todo foro internacional y regional (APEC, [Cooperación
Económica de Asia y el Pacífico], ONU, OEA) Washington espera debilitar
las divisiones horizontales entre clases y países ricos y pobres y
reemplazarlas con una polarización vertical ideológico-militar entre
los que apoyan a los adversarios definidos como "terroristas" por
EE.UU. y aquellos que los resisten y consienten a su intervención
militar.
Numerosos regímenes se han aprovechado de esta definición militar
de las realidades socio-económicas para reprimir a los movimientos
populares y de izquierda y a las organizaciones por la liberación
en el Oriente Próximo, América Latina y Asia Central. La multiplicación
de purgas "anti-terroristas" por parte de varios regímenes clientes
sirve perfectamente la política de Washington, siempre que los movimientos
recién etiquetados de terroristas se opongan a la política de EE.UU.
y siempre que sus clientes autoritarios sigan aceptando el Nuevo Orden
Imperial. Como era previsible, la amenaza de Washington de guerras
indefinidas y extensas de conquista imperial, ha sido acompañada por
la correspondiente legislación represiva que, en efecto, confiere
poderes dictatoriales al presidente. Todas las garantías constitucionales
son suspendidas y todos los terroristas sospechosos nacidos en el
extranjero son sometidos a tribunales militares en EE.UU. - sin que
importe su ubicación geográfica. Existe un amplio consenso para considerar
que los poderes que ha asumido el ejecutivo para lanzarse a la guerra
violan la letra y el espíritu de la Constitución y de las normas de
un régimen democrático. No convence el argumento de los defensores
del autoritarismo de que estas medidas evidentemente dictatoriales
son sólo temporales, considerando la posición del presidente de que
vamos hacia un período de guerra largo y extenso.
En otras palabras, el autoritarismo y la participación en guerras
imperialistas agresivas van mano en mano, obliterando la visión democrática
republicana de la revolución estadounidense. La historia nos enseña
que las guerras imperiales son siempre costosas, los beneficios económicos
son desigualmente distribuidos y las costos son soportados por los
trabajadores. Las medidas autoritarias sirven para reprimir o intimidar
a aquellos que ponen en duda la retórica patriótica, que comienzan
a descalificar la consigna belicista de: 'Los Enfrentamos Unidos',
agregando, 'Pero Nos Beneficiamos por Separado'.
La resurrección de la construcción del imperio durante una recesión
económica que se agrava, es una estrategia problemática. Mientras
la administración rebaja los impuestos para los ricos, la guerra aumenta
los gastos - ejerciendo considerable presión sobre presupuesto y la
masa de los contribuyentes. El keynesianismo militar podrá estimular
a unos pocos sectores de la economía, pero no invertirá la aguda disminución
de los beneficios que afecta al sector capitalista en su conjunto.
Además, el aumento al extremo de los aparatos represivos de los regímenes
clientes para asegurarse de su aquiescencia al proyecto de construcción
del imperio global, no expandirá los mercados mundiales para las exportaciones
de EE.UU. En realidad, los conflictos en el exterior reducirán los
mercados al profundizar las cuentas externas negativas de la economía
de EE.UU.
Lo que es más significativo para el actual enfoque militar de la construcción
del imperio en el período posafgano (fase 2), es que amenaza con desestabilizar
las economías de Europa, Japón y de los estados del Oriente Próximo.
Un ataque militar y la ocupación de Irak afectarán con certeza el
flujo de petróleo a Europa y Japón y desestabilizarán la política
interior en Arabia Saudita y otros países del Golfo y del Oriente
Próximo. El temor a los efectos desestabilizadores de la fase dos
de la construcción del imperio ya ha conducido al disenso, incluso
entre los incondicionales europeos más serviles de Washington en Inglaterra.
Sin embargo, considerando la visión imperial de Washington, su enfoque
unilateral y su acceso a fuentes alternativas de petróleo, (México,
Venezuela, Ecuador, Alaska, Canadá, etc.), un ataque militar contra
Irak podría servir dos objetivos estratégicos - debilitar a los competidores
europeos y eliminar a Irak como posible rival regional. El bombardeo
de Irak dañaría las economías de la UE y alienaría a sus dos principales
clientes árabes (Arabia Saudita y Egipto), pero Washington ha demostrado
que puede echar a un lado todas las objeciones europeas y a pesar
de ello asegurarse su aquiescencia.
Una nueva guerra de EE.UU., sin embargo, podría crear inseguridad
entre los inversionistas a escala mundial, y el debilitamiento de
Europa repercutiría negativamente en la economía de EE.UU. durante
un período de crecimiento negativo. Un debilitamiento europeo inducido
por la guerra podría mejorar la posición relativa de EE.UU.,
pero su economía se debilitaría en términos absolutos.
Al concentrarse exclusivamente en la persecución de un puñado de supuestos
terroristas, el presidente Bush trata de atrapar mosquitos, y traga
camellos. El daño generalizado a las economías tanto de la UE como
de EE.UU. causado por una nueva guerra excede de lejos todas las posibles
pérdidas que puedan ser causadas por terroristas. La imposición de
la definición militar de la administración Bush a los conflictos político-económicos
en el Tercer Mundo, encuentra su eco en las políticas de terrorismo
de estado de Israel (contra los palestinos), de Argelia (contra los
beréberes), y de Turquía (contra los kurdos) en el Oriente Próximo
y en África del Norte, y en ninguna otra parte. Los Ariel Sharon en
Washington (defensores de una guerra permanente para la construcción
del imperio) no han pensado virtualmente para nada en las consecuencias
económicas de la intervención militar en el Oriente Próximo.
El colapso de la arquitectura financiera y de los suministros de energía
de los estados imperiales puede derribar un imperio mucho más rápido
y con mucho mayor seguridad que cualquier red terrorista, real o imaginaria.
La contraofensiva: América
Latina
La contraofensiva imperial es mundial. En la jerarquía de las regiones
por reconquistar, América Latina se destaca en segundo lugar, después
del Oriente Próximo. Es la región que ha facilitado a EE.UU. sus únicas
balanzas de pago favorables. Sus clases gobernantes y afluentes han
extraído cientos de miles de millones de dólares en transferencias
ilegales a los bancos de EE.UU., y durante la última década la economía
estadounidense ha recibido casi un millón de millones de dólares en
beneficios, pagos de intereses, royalties, y otras transferencias.
Los regímenes clientes en América Latina siguen usualmente de manera
servil las posiciones de EE.UU. en los foros internacionales y proporcionan
fuerzas militares nominales para sus excursiones intervencionistas,
suministrando así una hoja de parra para lo que en realidad son acciones
unilaterales.
Washington identificó como grupos terroristas a los movimientos de
guerrilla colombianos, basados en el campesinado (FARC/ELN), el desafío
más poderoso contra su dominación en el hemisferio. Con su control
o influencia sobre más de un 50 por ciento de las municipalidades
del país a mediados de los años 90, el avance de las FARC y el ELN
junto con la política extranjera independiente del régimen de Chávez
en Venezuela, y el gobierno revolucionario en Cuba, representan un
polo alternativo a los serviles presidentes peones del continente
que sirven al imperio.
Comenzando a fines de la presidencia de Clinton, y crecientemente
durante la administración Bush, EE.UU. declaró la guerra total a la
insurgencia popular. El Plan Colombia y más tarde la Iniciativa Andina,
fueron esencialmente estrategias de guerra que precedieron a la guerra
afgana, pero que sirvieron para enfatizar la nueva contraofensiva
imperial. Washington destinó 1.500 millones de dólares en ayuda militar
a los militares colombianos y a sus suplentes paramilitares. Cientos
de miembros de las Fuerzas Especiales fueron enviados a dirigir las
operaciones en el terreno. Pilotos mercenarios estadounidenses, de
firmas privadas, fueron subcontratados para participar en la guerra
química en los campos de cultivo de coca de Colombia. Las fuerzas
paramilitares se multiplicaron bajo la protección y la promoción del
comando militar. El espacio aéreo, la costa marítima y los estuarios
fluviales, fueron colonizados por las fuerzas armadas de EE.UU. Se
establecieron bases militares en El Salvador, Ecuador y Perú para
dar apoyo logístico. Funcionarios de EE.UU. establecieron una presencia
operativa directa en el Ministerio de Defensa en Bogotá. La contraofensiva
mundial del 7 de octubre profundizó el proceso de militarización en
Colombia. Bajo la dirección de EE.UU. la fuerza aérea colombiana viola
el espacio aéreo sobre la zona desmilitarizada donde las FARC negocian
con el régimen Pastrana. Las incursiones ilegales a través de la frontera
de la zona han causado conflictos. La identificación de las FARC y
del ELN como "terroristas" por el Departamento de Estado, los pone
en la lista de objetivos que han de ser atacados por la maquinaria
bélica de EE.UU. Bajo la doctrina Bush-Rumsfeld, la mitad de Colombia
es un refugio de terroristas y está por lo tanto expuesta a la guerra
total.
La fiebre de la guerra total llevó al Departamento de Estado a enviar
una delegación oficial a Venezuela para coaccionar al gobierno de
Chávez para que apoye la ofensiva imperial. Según funcionarios del
Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela, cuando Chávez condenó
el terrorismo y la guerra de EE.UU., el Departamento de Estado amenazó
al gobierno con represalias en la mejor tradición de los capos de
la mafia.
La dimensión fundamental del proyecto de construcción del imperio
de Washington en América Latina es el propuesto Acuerdo de Libre Comercio
de las Américas. Esta proposición dará a las CMNs y a los bancos estadounidenses
un acceso incontrolado a los mercados, las materias primas y a la
mano de obra, mientras limita la penetración europea y japonesa y
protege los mercados de EE.UU. Este sistema imperialista neomercantilista
es otra iniciativa unilateral, tomada de acuerdo con los regímenes
satélites de la región, sin ninguna consulta popular. Considerando
los altos niveles de descontento en la región, bajo los regímenes
neoliberales, la imposición del imperialismo neomercantilista, llevará
probablemente a condiciones sociales explosivas y a la reemergencia
de alternativas nacionalistas y socialistas. La doctrina militar anti-terrorista
de Washington, con sus amenazas de intervenciones violentas y su presencia
militar activa y directa, sirve de arma ideológica útil para imponer
el imperio neomercantilista.
América Latina está actualmente colonizada a medias: sus banqueros,
políticos, generales, y la mayor parte de sus obispos, apoyan y favorecen
al Imperio. Desean una mayor "integración." La otra mitad de América
Latina, la vasta mayoría de sus obreros, campesinos, indios, empleados
públicos de la baja clase media, y sobre todo sus decenas de millones
de desocupados que son explotados por el imperio, la rechazan y resisten.
La contraofensiva imperial está orientada a intervenir a fin de sostener
a sus clientes coloniales y a doblegar a la otra mitad de América
Latina - la que no tiene propiedades, pero representa los intereses
históricos de la región.
Estamos ingresando en un período de aún más guerras, de constantes
amenazas militares, de salvajes bombardeos, y de decenas de millones
de personas desplazadas. Las zonas de conflictos sociales violentos
ya no se limitan al Tercer Mundo, aunque es donde la gente pagará
el más alto precio. ¿Será también éste un período de revoluciones
- como en el pasado? ¿Puede sostener la economía de EE.UU. una sucesión
de guerras, sin socavar sus propios fundamentos? ¿Puede sobrevivir
desestabilizando no sólo a sus competidores europeos y japoneses,
sino también a sus socios comerciales e inversionistas?
Centralidad del estado
imperial
Hay claras señales de que las bases económicas del imperio de EE.UU.
se están debilitando por razones económicas y políticas. Económicamente,
el sector fabricante de EE.UU. ha estado en recesión durante 18 meses
y seguirá estándolo en el año 2002. Cientos de miles de millones de
dólares invertidos en la tecnología de la información, en las fibras
ópticas y en empresas de biotecnología han sido perdidos. Miles de
empresas se declaran en quiebra al desplomarse sus ingresos. Tanto
las economías "antigua" como "nueva," se encuentran en crisis profundas
y prolongadas. Los sectores financieros y especulativos de la bolsa
de valores dependen fuertemente de las volátiles circunstancias político-psicológicas
en EE.UU. y en la economía mundial. La caída vertical de la bolsa
de valores después del 11 de septiembre, y la rápida recuperación
después del 7 de octubre, reflejan esa volatilidad. De manera más
específica, los mercados de acciones y bonos de EE.UU. dependen fuertemente
de inversionistas extranjeros, así como de especuladores locales.
Esos acaudalados inversionistas así como sus equivalentes estadounidenses,
invierten en EE.UU. tanto por razones políticas como económicas: buscan
refugios seguros y estables para sus fortunas privadas. El 11 de septiembre
sacudió su confianza, porque demostró que los propios centros del
poder económico y militar eran vulnerables a un ataque y a la destrucción.
Por ello se produjo esa fuga masiva.
El ataque del 7 de octubre, la masiva contraofensiva mundial del imperio,
y la destrucción de Afganistán, restauró la confianza de los inversionistas
y llevó a un importante ingreso de capitales y a la recuperación temporal
del mercado de valores. La estrategia de guerra total adoptada por
el Pentágono lo fue tanto para restaurar la confianza de los inversionistas
en la invencibilidad y seguridad del poder imperial, como por cualquier
razón política o incluso por los futuros oleoductos. La conducta del
mercado de valores, particularmente la de los inversionistas extranjeros
en gran escala, a largo plazo, en el mercado de acciones y de bonos
de EE.UU., parece ser motivada tanto por razones de seguridad como
por el estado real de la economía de EE.UU. De ahí la paradoja entre
la relación inversa entre el mercado de valores y la economía real:
mientras todos los indicadores económicos de la economía real disminuyen,
hacia un crecimiento negativo, el mercado de valores se recuperó temporal
a sus niveles de antes del 11 de septiembre.
Hay límites, sin embargo, a esa base política para las inversiones.
Es casi absolutamente seguro que un crecimiento negativo prolongado
y la disminución de los beneficios (o el aumento de las pérdidas)
causarán, en su momento, el fin de la recuperación y producirán un
agudo descenso en el mercado de valores.
El planteamiento teórico es que a medida que se debilitan los fundamentos
teóricos del imperio, el papel del estado imperial aumenta. El imperio
depende aún más de la intervención estatal, revelando los lazos estrechos
entre el estado imperial y los inversionistas, incluyendo a las CMNs.
Lo que es igualmente significativo es que los componentes militares
del estado imperial juegan un papel cada vez más dominante en el restablecimiento
de la "confianza de los inversionistas," aplastando e intimidando
a los adversarios, reforzando regímenes neocoloniales debilitados,
imponiendo acuerdos económicos favorables (ALCA) para los inversionistas
estadounidenses y perjudicial para los competidores euro-japoneses
(la acción militar en el Golfo y en el Oriente Próximo.)
El antiguo imperialismo de los años 80 y 90, que dependía más de las
IFIs (BM y FMI), está siendo suplantado y / o complementado por el
nuevo imperialismo de la acción militar: las Boinas Verdes reemplazan
a las reverencias de los funcionarios del FMI y del BM. La OTAN, dirigida
por EE.UU., extiende su dominio desde los estados clientes del Báltico
a los satélites de los Balcanes y, pasando por Turquía e Israel, a
las repúblicas de Asia Central y del Sur (exsoviéticas.) El eslabón
que falta en esa cadena imperial son los estados del Golfo, estratégicamente
importantes: Irán e Irak. Aunque esta cadena imperial es importante
desde el punto de vista militar, significa más bien un costo para
el imperio que una fuente de ingresos: contiene grandes riquezas,
pero no las produce, por lo menos hasta ahora. Esto lo tiene claro
la administración Bush, que está más interesada en destruir poderes
regionales que en inversiones en gran escala en la construcción de
estados coloniales, como demuestran los escasos recursos invertidos
en los Balcanes, Asia, tal como será probablemente el caso, en Afganistán.
La centralidad del estado imperial en la conquista y expansión del
poder de EE.UU. ha refutado las suposiciones de los principales teóricos
del movimiento contra la globalización como Susan George, Tony Negri,
Ignacio Ramonet, Robert Korten, etc., que piensan en términos de la
"autonomía de las corporaciones globales"- Su énfasis en el papel
central del mercado global en la creación de la pobreza, del dominio
y la desigualdad constituye en el contexto actual un anacronismo.
Ya que los estados imperiales euro-estadounidenses envían tropas para
conquistar y ocupar más países, para destruir, para desplazar y empobrecer
a millones, existe una gran necesidad de pasar de la antiglobalización
a los movimientos antiimperialistas, de la falsa suposición de súper-estados
dominados por CMNs autónomas, a la realidad de las corporaciones multinacionales
ligadas a los estados imperiales.
La contraofensiva a escala mundial, guiada y dirigida por el estado
imperial EE.UU., apunta a la reconstrucción del fracasado "Nuevo Orden
Mundial" del período posterior a la Guerra del Golfo. En la actualidad,
ante la crisis económica y la creciente resistencia popular, las multinacionales
no tienen la voluntad o los recursos para actuar "autónomamente" a
través de las fuerzas del mercado. El nuevo imperialismo se basa en
la intervención militar (Afganistán/Balcanes), la colonización (bases
militares), el terror (Colombia.) El gigante imperial avanza, de las
guerras en Irak y los Balcanes a Afganistán, justificando cada nueva
catástrofe humana con una descarga aún más grande de propaganda de
misiones humanitarias.
La ofensiva imperial después del 7 de octubre se basa en imperativos
estratégicos y económicos, y no tiene nada que ver con el "choque
de civilizaciones". El imperio de EE.UU. incluye a estados musulmanes
(Pakistán, Arabia Saudita, Egipto, Turquía, Marruecos, Bosnia, Albania,
etc.) a estados judíos (Israel), así como a regímenes seculares, nominalmente
cristianos. Lo que define la ofensiva imperial de EE.UU. no son sus
aliados permanentes (de una religión / civilización o la otra), sino
que sus intereses permanentes. En los Balcanes, y antes en Palestina
y Afganistán, Washington estimuló a musulmanes fundamentalistas y
a traficantes de drogas contra nacionalistas y socialistas seculares.
Los clientes musulmanes de ayer (los talibán) son, en algunos sitios,
los enemigos de hoy. El hilo que une a todas estas alianzas cambiantes
es la necesidad de defender las esferas imperiales de dominación.
La aparente "hipocresía" o el "doble estándar" de las elites imperiales
lo es sólo desde el punto de vista del espectador que creyó erróneamente
en la propaganda original del imperio y que ahora se siente "traicionado"
por el cambio de clientes imperiales.
Los avances militares de EE.UU. en Afganistán están preparando el
camino para nuevas guerras. La alianza militar en Afganistán está
basada en los señores de la guerra tribales rivales, que viven del
contrabando, del tráfico de drogas y del saqueo del botín de las guerras
locales. En otras partes se vislumbran severas contradicciones estructurales
y crisis futuras.
Contradicciones del imperio
La ofensiva imperial de EE.UU. enfrenta dos tipos de contradicciones
que son coyunturales y estructurales. En el contexto actual, la Guerra
de Afganistán polarizó a los estados musulmanes entre sus dirigentes
favorables al imperio, y la masa de los simpatizantes del pueblo afgano
y de Osama bin Laden. Esta polarización aún no ha producido ningún
reto organizativo serio a los gobernantes clientes, aunque la crucial
monarquía saudí es la más vulnerable. La victoria militar de EE.UU.
y de su cliente, la "Alianza del Norte" y del régimen musulmán de
coalición resultante, podría disipar a la masa amorfa de la oposición
puramente musulmana. La oposición de la UE y de los estados árabes
sólo se activará si Washington extiende su guerra a Irak y desestabiliza
a los proveedores europeos de petróleo. Éstas y otras contradicciones
coyunturales secundarias no debilitarán el impulso imperial de Washington,
aunque podrían aislarlo diplomáticamente, particularmente en algunas
organizaciones internacionales.
Las contradicciones estructurales más profundas a largo plazo del
"Nuevo Imperialismo" se encuentran en la expansión militar durante
una recesión económica que se profundiza, tanto local como mundialmente.
El keynesianismo militar -el incremento de los gastos militares- no
ha reducido ni reducirá la recesión, ya que afecta a pocos sectores
de la economía y porque las industrias que recibirán algún estímulo
-la aeroespacial, están duramente afectadas por la recesión en el
mercado de la aviación civil.
Mientras la maquinaria militar del estado imperial promueve y defiende
los intereses de las CMNs estadounidense, no es el proveedor de servicios
más eficiente desde el punto de vista de los costos. Los miles de
millones de dólares en gastos en el extranjero, exceden de lejos los
beneficios inmediatos para las CMNs y no afectan la disminución de
la tasa de beneficios, tampoco abren nuevos mercados, particularmente
en las regiones de máxima participación militar. La intervención militar
expande las regiones colonizadas sin aumentar el rendimiento del capital.
El resultado neto es que las guerras imperiales, en su forma actual,
socavan la inversión de capital no-especulativo, aunque ofrezca garantías
a los inversionistas extranjeros.
Como en América Central, los Balcanes, y ahora en Afganistán y Colombia,
EE.UU. está más interesado en destruir a sus adversarios y en establecer
regímenes clientes que en inversiones en gran escala, a largo plazo,
en la "reconstrucción." Después de elevados gastos militares para
la conquista, las prioridades presupuestarias se transfieren a subvencionar
a las CMNs estadounidenses, y a reducir los impuestos para los ricos
- ya no hay más "Planes Marshall". Washington deja que Europa y Japón
"despejen los escombros humanos" después de las victorias militares
de EE.UU. La reconstrucción de la posguerra no intimida a posibles
adversarios, los bombardeos de área de los B52 sí lo hacen. El vencedor
militar en la presente coyuntura deja sin solucionar la consolidación
de un régimen cliente pro-imperial. Igual como EE.UU. financió y armó
la victoria fundamentalista contra el régimen afgano secular y nacionalista
en 1990 y luego se retiró, conduciendo a la supremacía del régimen
talibán anti-occidental, la victoria y la retirada de hoy van a tener,
probablemente, resultados similares en la próxima década. La brecha
entre la alta capacidad bélica del estado imperial y la debilidad
de su capacidad para revitalizar las economías de las naciones conquistadas
es una contradicción mayor.
Una contradicción aún más seria es el esfuerzo agresivo por imponer
regímenes y políticas neoliberales, especialmente cuando los mercados
de exportación, para los que fueron elaboradas, están derrumbándose
y cuando los flujos externos de capital se están terminando.
La creciente recesión en EE.UU., Japón y en la UE ha dañado seriamente
a los estados-clientes más leales y serviles, particularmente en América
Latina. Los precios de las exportaciones "especializadas" que impulsan
a los regímenes neoliberales se han desmoronado: exportaciones de
café, petróleo, metales, azúcar, así como de textiles, tejidos y otros
bienes manufacturados elaborados en las "zonas de libre comercio"
han sufrido por las fuertes bajas de precios y la saturación de los
mercados. Los poderes imperiales han respondido presionando por más
"liberalismo" en el Sur, mientras aumentan los aranceles proteccionistas
en el interior y los subsidios para las exportaciones. Los aranceles
para las importaciones del Tercer Mundo en los países imperiales,
son cuatro veces más elevados que aquellos fijados para las importaciones
de otros países imperiales, según el Banco Mundial (Global Prospects
and the Developing Countries 2002, ) El apoyo a las CMNs agrícolas
en los países imperiales fue de 245 mil millones de dólares en el
año 2000 (Financial Times, 21 de noviembre de 2001, p.13.) Como señala
el informe del Banco Mundial, "la parte de las exportaciones subvencionadas
ha aumentado aún más [durante la última década] para muchos productos
de interés para la exportación a los países en vías de desarrollo."
La doctrina neoliberal del Viejo Imperialismo, están dando paso a
la práctica neo-mercantilista del Nuevo Imperialismo. Las políticas
del estado dictan y dirigen el intercambio económico y limitan el
papel del mercado a un papel subsidiario -todo para beneficiar a la
economía imperial.
La naturaleza altamente restrictiva de las políticas neo-mercantilistas,
en el pasado y en el presente, polariza la economía entre productores
locales y monopolios respaldados por el estado imperial. El debilitamiento
y el colapso de los mercados en el exterior perjudican a los sectores
de exportación "neoliberales". El papel altamente visible del estado
imperial en la imposición del sistema neo-mercantilista, politiza
al creciente ejército de los desempleados y de los trabajadores, campesinos
y empleados públicos mal pagados. El colapso de los mercados en el
exterior significa que se obtienen menos divisas para pagar las deudas
externas. Menos exportación, significa menos capacidad para importar
alimentos y bienes de equipo esenciales para mantener la producción.
En América Latina, la estrategia de exportación sobre la que se basa
todo el edificio imperial está derrumbándose. Sin poder importar,
América Latina se verá obligada a producir localmente o abstenerse.
Sin embargo, la ruptura definitiva con la estrategia de exportación
y la subordinación al imperio no ocurrirán sólo por contradicciones
internas - requieren una intervención política.
Oportunidades y Desafíos
para la Izquierda
A corto plazo ("la coyuntura,") la izquierda enfrenta todo el impacto
de la contraofensiva imperial de Washington, con todo lo que implica
en términos de más belicosidad, más amenazas y más servilismo de las
elites clientes gobernantes. Sin embargo, aunque este nuevo esfuerzo
de "reconquista" dirigido por los militares ha comenzado, encuentra
serios obstáculos prácticos, ideológicos y políticos.
Por una parte, la ofensiva tiene lugar en medio de un importante resurgimiento
de la izquierda en varios países estratégicos y un serio debilitamiento
en las economías neoliberales. En Colombia, Brasil, Argentina, Ecuador
y Bolivia, han emergido poderosos movimientos político-sociales y
han consolidado su influencia en importantes electorados populares,
mientras los respectivos regímenes clientes están profundamente desacreditados,
en muchos casos con cifras de popularidad de un solo dígito. Esta
situación presenta peligros y oportunidades. Peligros provenientes
de la respuesta crecientemente militarizada y represiva de Washington
que es coreada por sus regímenes clientes en América Latina, como
lo demostraron en la Declaración de la Conferencia Iberoamericana
del 23 de noviembre de 2001 sobre el terrorismo (La Jornada, 24 de
noviembre de 2001.) Las oportunidades provienen del hecho que la izquierda
resurgente no ha sufrido una derrota mayor en este período (comparando
con 1972-1976) y está en una posición sólida para pasar de la protesta
al poder. Los regímenes neoliberales no han encontrado mercados externos
para sostener la producción interna, y no han ubicado nuevos flujos
de capital para compensar las vastas salidas por pagos de la deuda,
remesas de beneficios, etc. La prolongada depresión en Argentina es
emblemática para la dirección que ha tomado toda América Latina.
La actual crisis es sistémica, porque no sólo afecta a los trabajadores
y a los desocupados - porque aumenta la pobreza, el desempleo y las
desigualdades - sino por los mecanismos mismos de acumulación del
capital. El capital que se acumula en América Latina es depositado
en cuentas en el extranjero como "riqueza muerta". Es evidente para
cualquiera, con la excepción de los académicos más obstinadamente
ciegos, - que no son pocos que digamos- que el neoliberalismo está
muerto y que el nuevo sistema imperial neomercantilista no deja sitio
para "alternativas de mercado". Desde esta perspectiva, lo esencial
para convertir estas oportunidades objetivas en cambios estructurales
sustanciales, es el poder político. Los movimientos sociales han movilizado
a millones, han realizado innumerables cambios en el ámbito local,
han creado un nuevo nivel promisorio de conciencia social y, en algunos
casos, controlan o influencian a gobiernos locales y han logrado concesiones
de las clases dominantes mediante la presión de masas. Sin embargo,
hay varios aspectos que aún no han sido resueltos por estos movimientos
de los que puede decirse que prefiguran una alternativa política al
poder estatal.
En primer lugar, los movimientos esposan, desde el punto de vista
político, una serie de exigencias programáticas y alternativas -que
son positivas e importantes- pero que carecen de una comprensión política
de la naturaleza del sistema imperial que se está desarrollando, sus
contradicciones y la naturaleza de la crisis.
En segundo lugar, hay falta de unidad, un desarrollo disparejo entre
los movimientos urbanos y rurales, entre el interior y la costa; y
dentro de algunos movimientos hay rivalidades basadas en personalidades,
tácticas, etc. El conglomerado de los movimientos existentes, si estuvieran
unificados en un solo movimiento coherente, estaría mucho más cerca
de representar un desafío al poder estatal. En tercer lugar, muchos
de los movimientos enuncian tácticas militantes y programas radicales
articulados, pero en la práctica se empeñan en una negociación constante
para conseguir concesiones muy limitadas, reduciendo así sus movimientos
al nivel de grupos de presión dentro del sistema, en lugar de ser
protagonistas en el derrocamiento del régimen. El desafío actual es
cómo desarrollar un programa de transición adaptado a las exigencias
inmediatas del pueblo, pero que coloque en el centro de la lucha la
construcción de una alternativa socialista. El creciente autoritarismo
de los regímenes clientes dirigidos por el imperio requiere la formación
de movimientos de masas democráticos y antiimperialistas.
La estrategia imperial de militarización de EE.UU. para imponer un
imperio neomercantilista requiere mayor capacidad para incorporar
a nuevos aliados y hace necesaria la preparación para diversas formas
de lucha. Los estrategas imperiales han seleccionado a Colombia como
el terreno de prueba para el "Nuevo Imperialismo" porque es el país
donde enfrentan el mayor desafío político-militar. Todas las fuerzas
reaccionarias del hemisferio han sido movilizadas contra los ejércitos
guerrilleros, así como contra los crecientes movimientos de masas.
Todos los presidentes peones del hemisferio se han enrolado en la
cruzada antiterrorista y las FARC y el ELN han sido identificados
por el imperio como terroristas. Éxitos militares en Colombia acelerarían
y alentarían la conquista militar y la colonización de América Latina,
tal como sucedió cuando el golpe militar dirigido por EE.UU. en Brasil
(1964) fue seguido por invasiones (República Dominicana en 1965) y
subsiguientes golpes militares en Bolivia (1971), Uruguay (1972),
Chile (1973), y Argentina (1976.)
Una victoria o guerra prolongada contra las guerrillas en Colombia,
daría un respiro al resto de la izquierda. Por lo tanto es esencial
que se extienda el máximo apoyo y solidaridad posibles a la lucha
colombiana. El internacionalismo no es sólo la red solidaria contra
la nueva ofensiva militar imperial, en general, sino el apoyo a los
campesinos y obreros colombianos, organizados en sus "Ejércitos Populares".
Vivimos en tiempos peligrosos y plenos de esperanzas -peligros de
doble filo: para el Imperio y para la izquierda. La lucha continúa.