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Los neoliberales estatólatras
Ajustes estructurales en oferta
por James Petras y Steve Vieux

Es necesario aclarar la terminología adoptada por los ideólogos del capitalismo desregulado, ya que, para nombrar las propuestas neoliberales, utilizan términos tales como "ajuste estructural" o "reforma económica". Sin embargo, primero, estas fórmulas no reflejan la realidad de los procesos emprendidos, y, segundo, han sido tomadas a corrientes reformistas de izquierda que les daban otro sentido en los años cincuenta y sesenta: el de redistribuir el ingreso, las tierras y la propiedad a favor de las capas desfavorecidas de la sociedad.
Ahora, las expresiones de "ajuste estructural" y "reforma económica" describen políticas que conducen a una redistribución de recursos a favor del sector privado, de los exportadores, a una disminución de los gastos públicos para fines sociales, etcétera (véase el recuadro "¿Qué es un ajuste estructural?"). A lo largo de este análisis crítico, mantenemos en mente que se ha invertido su sentido inicial.

Crisis y transformación del Estado


¿Cómo establecer o prolongar eficazmente un capitalismo desregulado a escala mundial? Durante los últimos diez años, este asunto ha pasado a conformar el centro de las preocupaciones de círculos elitistas y cerrados de gente que toma decisiones, y que incluyen oficinas de asesores, departamentos de universidades de renombre e instituciones financieras internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). Esta discusión tomó vigor durante los últimos años a causa de la proliferación de programas de ajuste estructural en el tercer mundo durante los años ochenta. La primera ola de investigaciones se enfocó a temas económicos tocantes, ante todo, a las secuencias y los ritmos de las "reformas económicas". Las medidas —que se catalogan bajo la etiqueta de "consenso de Washington"— se concentraban en el cambio de la función del Estado en la Economía y en la ampliación de las relaciones mercantiles. Implicaban recortar presupuestos estatal, liberalizar mercados financieros, unificar tipos de cambio a niveles competitivos (mediante fuertes devaluaciones y supresión de tipos de cambio preferenciales), reducir aranceles, privatizar industrias estatales, abrir las economías a las inversiones extranjeras, reducir y reorganizar las reglas de intervención del estado y garantizar los derechos de propiedad privada (esto también para los inversionistas extranjeros). Estos debates se activaron a inicios de los noventa, tras el derrumbe del bloque soviético, en el marco de una tendencia a liquidar la supuesta planificación centralizada.
Con el paso de la década, los expertos se dieron cuenta de que la aplicación de los programas de ajuste estructural dependía de manera decisiva de la existencia de condiciones políticas favorables. Así, los debates de orientación se desplazaron cada vez más hacia temas relativos a la política. Esta modificación de los términos de la discusión en gran medida la estimuló la multiplicación de los movimientos populares de oposición, a veces violentos, contra los ajustes y los gobiernos que debían garantizar su aplicación. Éstos mataron a decenas y a veces a centenas de personas en el tercer mundo durante las protestas espontáneas contra sus decisiones. Desde entonces, el debate académico y político ha gravitado alrededor de la temática siguiente: ¿bajo qué condiciones políticas y mediante qué instituciones se pueden imponer con más eficacia los programas de ajuste estructural? ¿Cómo se puede reforzar el apoyo político a estos programas, y de qué formas se puede neutralizar a la oposición? De esta manera, el debate se ha centrado en los medios y no tanto en los fines, en las técnicas y la administración, y no en los fundamentos y la lógica de los programas.
Una de las tendencias más influyentes, respecto a la materialización de los programas de ajuste, insiste en la función decisiva del Estado en estos procesos. Llamaremos a esta corriente la del neoliberalismo estatólatra. Su visión subraya la necesidad de que el aparato de Estado disponga de capacidad técnica y administrativa de alto nivel y tome la máxima autonomía posible respecto de la sociedad en la que echa sus raíces. Afirma que tal autonomía, respecto de grupos de interés u otras fuerzas sociales, es esencial. Al respecto, estos neoliberales citan los trabajos de la corriente de la "Nueva Política Económica" (NPE), cuyos representantes más conocidos son Mancur Olson y Anne Krueger, quienes desarrollaron la argumentación: en lugar de meterse en actividades económicas productivas, los sectores rentistas buscan trabar alianzas con políticos y burócratas con miras a obtener ventajas tales como subsidios, medidas proteccionistas contra ciertas importaciones, créditos intereses bajos, etcétera; presionan al personal político para que establezca tales acuerdos a cambio de apoyo electoral y otras formas de sostén político. Esta interacción entre políticos y sectores rentistas obstaculiza la procuración de objetivos sociales más amplios, tales como el crecimiento del producto interior bruto (PIB), la reducción de la inflación, etcétera, lo cual aventaja el mejoramiento económico de sectores muy delimitados.
Sin embargo, los partidarios del neoliberalismo estatólatra rompen con el diagnóstico muy pesimista de la corriente de la NPE, ya que firman la capacidad del Estado, bajo ciertas condiciones, para liberarse de la dependencia de fuerzas rentistas y transformar sustancialmente la sociedad con rumbo a una economía capitalista más abierta y competitiva. Los análisis de la NPE ya habían descartado la posibilidad de tal viraje, mientras no intervinieran catástrofes, guerras o revoluciones, como en Alemania y Japón. Los neoliberales estatólatras redujeron a su manera este factor de Olson de la crisis o catástrofe.
Así, afirman que para aplicar una política de ajuste durable, se requiere de los siguientes elementos. Es menester trastocar el status quo socioeconómico mediante una crisis económica lo suficientemente severa, para romper los lazos de dependencia de los actores económicos que gozan de ingresos de origen estatal y disfrutan de diversas rentas y protecciones, ya que estos lazos impiden el desarrollo. La pura perspectiva de un programa de ajuste estructural es poco eficaz para modificar el status quo social, ya que las medidas tradicionales de ajuste sólo provocan un número limitado de perdedores a corto plazo, sin lograr más que prometer beneficios futuros y difusos a amplios sectores de la sociedad.
En consecuencia, ya desatada una crisis lo bastante amplia para desestabilizar las inercias sociales, es esencial que un aparato de Estado, con un grado suficiente de autonomía en relación con las fuerzas sociales, se afirme y empiece a aplicar el programa de ajuste. El dispositivo lo completa el apoyo proveniente de fuerzas exteriores tales como el FMI o el Banco Mundial. Este argumento a favor de la autonomía del aparato de Estado no se reduce a una simple preferencia por las dictaduras. Es cierto que la mayoría de las economías con resultados exitosos en los últimos años están sometidas a regímenes netamente autoritarios. Sin embargo, no todos los regímenes autoritarios han estimulado el crecimiento, y entre las economías con alto nivel de crecimiento, se encuentran algunas democracias o sistemas políticos en transición hacia la democracia. El Estado será capaz de actuar con tanta más eficacia mientras mayores sean su sofisticación técnica y la competencia de su burocracia, y reforzará su aislamiento respecto de los grupos de interés y otras presiones políticas. Donde existen regímenes electorales, a menudo se garantizará la consolidación política de las condiciones del ajuste mediante el establecimiento de un sistema político que incluya dos partidos centristas que dispongan de una base de varias clases sociales lo suficientemente amplia, y estén establecidos en circunscripciones electorales grandes y heterogéneas. Esto permitirá absorber y moderar los antagonismos de clases.

La opción por una pieza: El Estado


La escuela neoliberal estatólatra se alimenta de una segunda fuente. Se inspira del análisis del crecimiento económico acelerado en Japón, Corea del Sur, Taiwán y Singapur, tomado como un proceso articulado por el Estado. Este enfoque "centrado en el Estado" insiste en la magnitud de la intervención estatal en el Sudeste Asiático para promover el crecimiento, proteger las industrias y los mercados interiores, asignar créditos a tasas de interés bajas y concentrar los subsidios en ciertos sectores industriales. También pone en relieve la debilidad o la represión de los grupos de interés, en particular de los asalariados. Subraya la autonomía de esos Estados respecto de la sociedad civil, autonomía ligada al apoyo estadunidense durante los momentos fuertes de la guerra fría. En fin, recalca el poder extraordinario e independiente de instituciones tales como el Economic Planing Board (consejo económico de planificación) de Taiwan o el MITI japonés (Ministerio de Comercio Exterior y de la Industria) en el establecimiento de la planificación económica.
Todas esas características del desarrollo económico en el sureste de Asia, han servido de modelo para elucubrar la función articuladora que podría desempeñar la autonomía de los aparatos de Estado, coherentes en la afinación y aplicación de las "estrategias de desarrollo" de los programas de ajuste estructural. Los neoliberales estatólatras insisten sistemáticamente en un elemento: que la estabilización y el ajuste otorgan a la administración pública de los países sujetos al ajuste responsabilidades muy grandes. Stephen Haggard y Robert Kauffman escriben: "A menudo se olvida que numerosas reformas económicas, incluso las orientadas a incrementar el papel de las fuerzas de mercado, requieren de capacidades administrativas y técnicas cuya existencia es limitada en los países en desarrollo: nivel de educación adecuado entre los funcionarios de las capas medias e inferiores, capacitación especializada a funcionarios de alto rango, y equipos técnicos y capacidades para reunir información, ordenarla y comunicarla."

Problemas de método


Las precondiciones políticas para el ajuste que enuncian los neoliberales estatólatras son de un carácter casi incestuoso. Los autores se copian de un libro a otro, de una conferencia a otra. Las mismas citas y referencias bibliográficas se encuentran en un artículo y en otro. Muchos autores vienen de un círculo restringido del medio académico o de fundaciones privadas. Por lo general han beneficiado de financiamientos del Banco Mundial. Casi todos son firmes partidarios de la extensión de las relaciones mercantiles a escala internacional y ello por medio de la aplicación de programas de ajuste estructural.
La obra de referencia de John Williamson, The Political Economy of Reform, es un ejemplo elocuente. Este libro contiene trece análisis de casos acerca de los países que supuestamente han logrado el éxito por medio de programas de ajuste estructural. La meta del libro es ofrecer "consejos útiles a los que practican los ajustes" e inician "reformas económicas radicales". En las conclusiones, redactadas junto con Haggard, se presentan ocho tesis para resumir las lecciones de los estudios: 1) una crisis previa al ajuste es muy útil para romper las prácticas comunes de los grupos de interés autóctonos y facilita los cambios profundos de orientación político-económica; 2) un gobierno dedicado a la aplicación del programa de ajuste, que accede al poder en plena crisis podrá gozar de un periodo de gracia entre las capas populares, lo que favorece la aplicación del ajuste; 3) un equipo preparado de economistas competentes y capacitados para tal efecto facilitará la reorientación político-económica; 4) es útil tener un líder de envergadura nacional, que presente un proyecto de cambio de conjunto; 5) también se necesita un número de medidas coherentes que puedan realizarse rápidamente; 6) rara vez es provechoso valerse de una política de encantamiento (voodoo politics), ya que llevará a los políticos favorables al ajuste a esconder sus metas y opciones reales; 7) donde existen instituciones parlamentarias, puede ser de utilidad contar con un apoyo legislativo, y 8) muy a menudo un apoyo exterior puede contribuir al proceso de cambio de orientación que representa el ajuste estructural.
Con base en estos estudios de caso, los autores reunidos por Williamson rechazan la idea de que dictadores o gobernantes de derecha sean esenciales. Concluyen también que la utilización de los medios de comunicación para apoyar sus reorientaciones no necesariamente es útil. así como no hay que crear una capa muy vistosa de beneficiarios de las nuevas políticas.
Manifiestamente, estas conclusiones plantean algunos problemas desde el punto de vista del método: la decisión de los criterios que sirvieron para seleccionar los casos estudiados sólo podía conducir a esas conclusiones. Además, los organizadores de este estudio solicitaron informes sobre los países a los expertos directamente implicados en la elaboración de los programas. Por lo que no sorprende que esos mismos expertos concluyan que la participación de expertos como ellos era crucial para el éxito del ajuste. Asimismo, no tiene nada de sorprendente que los estudios insistan en la necesidad de un cambio global y coherente de orientación. En efecto, los que ordenaron los estudios habían excluido investigaciones sobre países que habían iniciado reformas paulatinas, como Malasia o Singapur.
Las mismas consideraciones se aplican a la noción de "apoyo político". Los estudios sobre los programas de ajuste se concentraron en los que tenían "un éxito en el plano político", lo que implicaba un apoyo político, de lo que estos expertos concluyen que el apoyo político es necesario. Por ende, no es de sorprender que obtengan resultados tan nítidos.
Otra anomalía en estos estudios es la selección de los casos, que hace que la investigación se mueva en una ámbito de aire puro. Se dedican algunas páginas a Venezuela, donde los esfuerzos del presidente Carlos Andrés Pérez (socialdemócrata, electo en 1989 y destituido por corrupción en 1993) condujeron a una serie de revueltas populares masivas, brutalmente reprimidas y a una intentona militar en 1992. Los autores seleccionaron Perú, pero a inicios de los años ochenta, en la época de la presidencia de Fernando Belaunde Terry, entre 1980 y 1985, y no los años de la presidencia de Alberto Fujimori (electo en 1990) marcada por la disolución del parlamento y por muy serias violaciones a los derechos humanos. También se evita con sumo cuidado la Argentina de Menem, con su corrupción generalizada y su sistema de gobierno por decretos presidenciales. La ausencia de examen de tales casos garantiza la ausencia de lo que constituye el contenido real de la "economía política de la reforma". También se ignora por completo África subsahariana. Evidentemente, una discusión profunda de los programas de ajuste estructural en esta parte del mundo habría suscitado una serie de preguntas perturbadoras acerca de los procesos de ajuste mismos y de sus consecuencias para la democracia, la soberanía y el crecimiento.
Esto subraya simplemente los métodos sesgados de obras de referencia tales como The Political Economy of Reform que construyen la evaluación positiva de una orientación a partir de resultados cuya función es autoconfirmarse, producidos por los mismos que diseñaron los programas de ajuste en cuestión.

Ausencia de funcionario weberiano y ajuste


Pasemos del método al contenido. Para empezar, enfoquémonos al papel del Estado en el ajuste. Un primer asunto tiene que ver con la función que esos autores le atribuyen al carácter central de las competencias y a la coherencia de las burocracias estatales en la aplicación de los programas de ajuste estructural. Sin embargo, estos programas se han aplicado común y profundamente en casi todo el tercer mundo, mientras que la existencia de burocracias ordenadas, con capacidad administrativa, de innovación e intervención, como las del supuesto modelo del sureste asiático, es más bien excepcional.
Esto no tiene nada de asombroso. En efecto, las especificidades históricas que han permitido la existencia de aparatos estatales con esas características en el sureste asiático, sólo podían producirse excepcionalmente en otros lugares del mundo: continuidad de la presencia colonial en Hong Kong; toma del poder por un partido militarizado, el Kuomingtang, en Taiwán; ocupación militar americana y ayuda masiva a Corea del Sur, dado el lugar estratégico de ese país durante la guerra fría.
Por ello, los análisis neoliberales estatólatras forzosamente concluyen que las aptitudes burocráticas según ellos indispensables para la restructuración son poco comunes en el tercer mundo. Al final de un largo artículo acerca de la función del Estado en el desarrollo, Peter Evans hace el comentario siguiente: "La primera y más importante lección que se debe extraer del estudio de caso es que la burocracia (el cuerpo de funcionarios de Estado) es insuficiente, y no excesiva. Y ese problema no se limita a las sociedades postcoloniales de la región subsahariana. Incluso países como Brasil, que gozan de recursos relativamente abundantes en términos de personal calificado y poseen una larga tradición de intervención estatal en la economía, muestran que les hace falta un cuerpo de funcionarios de Estado fiable y competente según normas como las de Max Weber."
Sin embargo, aunque ese tipo de burocracia escasee, ¡no sucede lo mismo con los programas de ajuste estructural! Un examen de estos programas en Latinoamérica durante los años ochenta, para ver cuánto se han aplicado, revela la existencia de esfuerzos sistemáticos por ponerlos en práctica. Williamson muestra que se aplicaron ajustes vigorosos en siete países del subcontinente en los años setenta y ochenta: Chile, Costa Rica, Bolivia, México, Jamaica, Uruguay, y Trinidad y Tobago. En África, durante la década de los ochenta, se iniciaron 241 programas de ajuste, y sólo se abandonaron 21. Evaluaciones del FMI y del Banco Mundial acerca de la extensión de los programas en África, concluyen que "se aplicó totalmente o en gran parte 75 por ciento de todas las condiciones dictadas por los programas". Así, surge una pregunta legítima: dada la infrecuencia de las capacidades y de la coerción burocráticas en el tercer mundo, ¿cómo ha sido posible, según los neoliberales estatólatras, aplicar todos esos programas de ajuste estructural?
Una característica de los ajustes en Sudamérica esclarece el contenido real de la necesidad supuesta (por los neoliberales en cuestión) de un aislamiento de las fuerzas gubernamentales que aplican los programas ante las presiones políticas de la población. Así, en América del Sur, los decretos presidenciales constituyen un instrumento de utilización sistemática de los ajustes. Por ejemplo en Bolivia, el presidente Paz Zamora, que se hacía llamar socialdemócrata, inició un ajuste brutal en 1985 por medio de un decreto. En 1991, el presidente argentino Carlos Menem firmó un megadecreto de lieberalismo, de 122 artículos, que puso fin a décadas de desregulación, abolió las instituciones de regulación social y debilitó al extremo la capacidad negociadora del movimiento sindical. Ni a Menem ni a Paz Zamora les pareció obligatoria la delegación de poderes a burócratas aislados. Estaban expuestos directamente a las presiones políticas, pero su poder ejecutivo extremadamente fuerte les permitió actuar mediante mecanismos discrecionales. Estos dos ejemplos también hacen pensar que esos ejecutivos tenían confianza plena en el apoyo sólido de Estados Unidos, el FMI, los banqueros y los militares para aplicar su política de ajuste: no apostaban a la autonomía de su burocracia estatal o a la ruptura con las redes de clientelismo.

Un empréstito fraudulento


Otra faceta de la visión sesgada de los neoliberales estatólatras, reside en el intento de deducir la función del Estado en las "estrategias de desarrollo", a partir de una extrapolación abstracta de la función del Estado en el Sureste Asiático durante los cuarenta años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Las exigencias relacionadas con la aplicación de un programa de ajuste estructural, son muy diferentes de las que se proponen a una intervención económica compleja tomada a cargo por instituciones tales como el MITI de Japón (que interviene mediante subsidios, autorizaciones de exportación, atribuciones de implantaciones industriales y que participa en la red de dirigentes de empresas muy grandes), o el Consejo de Planificación Económica (EPB) de Corea del Sur.
Los programas de ajuste se realizan mediante la aplicación del choque y la marginación de los opositores, el establecimiento de una "credibilidad" de la reforma bajo los efectos del choque. Al contrario, el MITI y el EPB funcionan trabajando de manera minuciosa y sistemática con los industriales y las direcciones de grandes empresas y sus organismos representativos. Lo último que necesitan Menem o Paz Zamora es un "cuerpo de altos funcionarios de Estado" impasibles y aptos para negociar.
La proyección técnica de un programa de ajuste estructural la suelen establecer los equipos del FMI y del Banco Mundial. Un economista antiguamente asignado a ese tipo de funciones ante el FMI lo constata: "Así, a pesar de la responsabilidad reivindicada por el gobierno para definir el programa, los programas del fondo en la práctica esencialmente los conciben equipos del FMI con una participación totalmente limitada del gobierno." Por otro lado, los propios neoliberales estatólatras reconocen esta realidad sin darse cuenta: "Los estudios de caso, de una manera un tanto sorprendente, han demostrado que un bajo nivel de competencia técnica no necesariamente constituye un obstáculo a la adopción inicial de un conjunto de reformas liberales, y de hecho puede facilitarla. Los gobiernos de Ghana y Bolivia, por ejemplo, han podido emplear inmigrantes y apoyarse en los equipos del FMI y del Banco Mundial para concebir programas y reformas muy amplios." Esto no les impide a los mismos expertos afirmar teóricamente, y más de una vez, exactamente lo contrario.
Un rasgo característico del enfoque de los neoliberales estatólatras, reside en su interés exclusivo por el Estado, en tanto que instrumento de aplicación de los ajustes estructurales. De la experiencia del Sureste Asiático, lo único que retoman es el Estado fuerte y autónomo, no el conjunto de medidas orientadas a reforzar y proteger la industria exportadora sostenida o incluso creada por esos mismos Estados. Estas medidas representan un factor determinante de la historia de su desarrollo, lo que hasta economistas neoliberales reconocen.
En África y en más de un país de Asia, el Estado fuerte que opera un ajuste lo hace con la meta contraria: eliminar las protecciones a los empresarios locales, abriendo completamente los mercados internos a los recursos, los productos y los inversionistas extranjeros; eliminan las barreras al libre movimiento de capitales.
En resumen, los neoliberales estatólatras abogan por la aplicación de los programas de ajuste estructural por todo el tercer mundo, con el matiz de que quieren que los aplique y los defienda un Estado fuerte, que disponga de un cuerpo de funcionarios aislados de las presiones populares. Su visión podría sintetizarse así: una mezcla de la doctrina de las instituciones de Washington (FMI y Banco Mundial) y los Estados del Sureste Asiático.

Camuflaje y legitimación tecnocrática


Un segundo problema importante que se encuentra en las obras relativas a las condiciones políticas de los programas de ajuste estructural, reside en las razones invocadas a favor de una intervención amplia del Estado. La burocracia de Estado debe intervenir como salvaguarda del bienestar económico, en apego a lo que dicen esos expertos. Y eso porque los programas de ajuste estructural se toparán con la fuerte oposición de los que sufrirán la experiencia de las pérdidas súbitas y fuertes y, a la indiferencia de los otros —cuyos límites son difíciles de imaginar por adelantado—, quienes podrán en el futuro beneficiarse del crecimiento del PIB y de la baja de la inflación. Los perdedores más directamente afectados se verán obligados a reaccionar rápidamente y con fuerza. Será necesario reducir los problemas planteados por sus acciones colectivas. Y en la medida en que no existan fuerzas sociales significativas dispuestas a apoyar los programas de ajuste, el Estado actuará como una especie de sustituto capaz de presionar a su favor.
Este análisis tiene que ver con una confusión. Esconde los verdaderos desastres provocados por los ajustes estructurales en el grueso de la población. Hace caso omiso de las ganancias masivos que les asegura a las clases más acomodadas de un país y a sus aliados internacionales. Además guarda silencio acerca del apoyo fundamental que le atribuyen las clases acomodadas a la política de ajuste, dada su certidumbre de que su aplicación rápido les dejarán ventajas sustanciales.
El ajuste estructural contribuye a cambiar la correlación de fuerzas a favor de las clases dominantes indígenas y en contra de las capas populares. Se concreta —en la fase de estabilización, y luego en la de ajuste— en reducir los salarios reales y aumentar los precios por efecto de las devaluaciones (carestía de productos importados), reducir drásticamente los gastos sociales, suprimir los subsidios a los bienes de consumo básicos, liquidar el control de precios de los bienes de consumo o los servicios públicos (transportes), despedir funcionarios gubernamentales que a menudo distribuyen su salario en una red familiar muy amplia, etcétera.
Muchos estudios comprueban la rápida depauperación generada por los programas de ajuste estructural. Además, como la demanda interna se reduce con el fin de mejorar la balanza de pagos (se importa menos dado que los ingresos disminuyen y los precios de los productos importados crecen) y el desempleo y el subempleo se incrementan junto con la explosión del llamado sector informal. La reducción drástica de los ingresos populares y el aumento del desempleo constituyen hechos de orden económico y político. En efecto, al intensificar la ansiedad de cada quien por sobrevivir y agudizar la competencia entre trabajadores, esas medidas desorganizan a las masas urbanas y debilitan sus medios y organizaciones de resistencia.
A este deterioro de las condiciones de vida de las capas populares, los programas de ajuste estructural la mayoría de las veces agregan una transferencia importante de riquezas, e incluso subsidios, a la clase dominante. Incluyen además una socialización de las deudas privadas: instituciones estatales asumen responsabilidad por las deudas de las empresas con bancos extranjeros, lo que constituye una garantía para éstos (el Estado garantiza el servicio de la deuda, y en última instancia la población la paga). Así, en América del Sur, la proporción de deudas exteriores con garantía pública pasó de 53.7 por ciento en 1982 a 79.5 por ciento en 1986.
Las privatizaciones también crean la posibilidad de ganancias importantes y rápidas para la clase dominante y los inversionistas extranjeros (que compran partes de deuda a precios rebajados con los bancos prestatarios y las utilizan para obtener minas, industrias o servicios a precios menores en los países endeudados). El gobierno de Menem vendió las líneas aéreas argentinas a un precio irrisorio. La ola de privatizaciones se volvió a acelerar durante los años noventa con enormes redistribuciones de riqueza hacia un polo de la sociedad (Argentina, Chile, México… .). A la hora de sacar los balances de las pérdidas y ganancias de un ajuste, los teóricos del neoliberalismo estatólatra suelen olvidar los recursos de esa índole asignados a las clases dominantes.
Es particularmente falso suponer que las clases dominantes, en especial en América Latina, no veían con claridad el contenido y sentido de clase de los ajustes estructurales y que sólo se esperaban ganancias vagas y lejanas en el tiempo. El Banco Mundial, en un inicio, aclamó las políticas aplicadas por las dictaduras del cono sur como ejemplares. No hay que olvidarlo. El informe anual del Banco Mundial en 1980 era explícito en ese sentido. Los ajustes estructurales en el cono sur permitieron debilitar y desarmar a las clases populares y simultáneamente extender las prerrogativas de los poseedores de capitales que podían "operar sufriendo interferencias mínimas".
E insistimos, en lo esencial de las obras mencionadas, se subraya claramente que perjuicios inmediatos de los programas de ajuste estructural se concentran en un sector social limitado. Sin embargo, y es bastante extraño, un número importante de obras aceptan implícitamente que las masas urbanas —¡que no son ninguna minoría!— constituirán el centro de gravedad de la oposición al ajuste. Cuando esos teóricos hablan de excluir a alguna oposición, se refieren a los asalariados y a las masas urbanas depauperadas: "Donde la oposición sindical se combina con protestas más amplias, por lo general provenientes de sectores de masas urbanas y populares —aunque a veces también de sectores económicos—, se debieron modificar mucho los programas de ajuste o incluso hubo que abandonarlos." Entre las recomendaciones de los teóricos del ajuste, a menudo figura la hipótesis de una protesta de las masas urbanas y de los trabajadores a los programas de ajuste. En efecto, esos teóricos ponen énfasis en que los regímenes políticos que conduzcan la restructuración podrán actuar mejor si logran apoyarse en dos partidos centristas capaces de atraer de todo. La hipótesis de trabajo reposa en la idea de que disponer de una base social heterogénea provista por tales partidos permitirá amortiguar las movilizaciones y protestas populares. Un sistema tal de partidos "podrá ofrecer una cierto lugar a las fuerzas de izquierda y sindicales, pero como aliados secundarios (junior partners), de los partidos centristas dominados por las elites y que procuren captar en sus redes a sectores sociales de orígenes diversos".
El acento puesto en la función decisiva de la burocracia estatal como sustituto del apoyo social supuestamente necesario para una política de ajuste desempeña un papel ideológico de primer orden. Este enfoque otorga una protección de legitimidad tecnocrática orientada a camuflar el sentido y el efecto del ajuste estructural. Por ello se presenta como resultado de un proceso impersonal, de deliberaciones de expertos impermeables a todo, apoyo interesado de parte de alguna fuerza social. Esta presentación suprime todo esclarecimiento de la importante redistribución del poder y de los privilegios de clase que todo ajuste estructural implica. En resumen, el análisis centrado en el Estado enmascara los intereses sociales en juego en los enfrentamientos existentes durante un ajuste y, a la vez, reduce al mínimo su magnitud y naturaleza.

Explicar el ajuste global


Para una corriente de pensamiento decidida a explorar las condiciones políticas de una reforma, es impresionante que sus promotores no intenten explicar el motivo de la densidad de ajustes estructurales a escala mundial desde inicios de los años ochenta. No basta con aludir al "segundo choque petrolero" (a la deuda y la segunda recesión de los países desarrollados) o "al deterioro de los términos del intercambio" (disminución de precios de las materias primas exportadas en relación con los productos manufactureros importados).
Las necesidades dictadas por los ajustes y la capacidad de operarlos son dos cosas distintas. Además, no basta con un análisis de cada país. Un proceso de conjunto requiere de una explicación al mismo nivel. ¿Entonces cuáles han sido las condiciones políticas que han permitido aplicar los programas de ajuste estructural? ¿Por qué de súbito fueron posibles los ajustes si en el pasado se logró derrotar reformas análogas, como la devaluación hindú de mediados de los años sesenta, detenida por la oposición nacionalista y la izquierda?
La explicación de las condiciones de aplicación de los programas de ajuste estructural debe buscarse en las derrotas políticas acumuladas por la izquierda y los movimientos populares. Aunque se sufrieron profundas derrotas durante los años sesenta —en particular el aplastamiento del movimiento popular y la liquidación del partido comunista en Indonesia en 1965, así como la derrota de varias guerrillas a finales de la misma década en América Latina—, las que se produjeron en África y en América Latina posteriormente fueron de otra magnitud. Un cuadro de los retrocesos y las derrotas de los movimientos populares en Latinoamérica, Asia, —junto con la implosión del llamado bloque soviético a finales de los ochenta— permite entender cómo se crearon las condiciones políticas que facilitaron la aplicación generalizada de los programas de ajuste estructural. Discutir del "desarme de las oposiciones en cada país, caso por caso, en el momento de los ajustes en un país específico, ahorrándose el examen de la trayectoria histórica de conjunto de los movimientos populares de resistencia", es tan mal fundamentada como discutir de la crisis de las balanzas de pagos caso por caso, sin tener en cuenta las tendencias generales, como el segundo choque petrolero (que endeudó a países importadores de petróleo del tercer mundo) o la política de préstamo a muchísimos países "en vías de desarrollo" amenazada por las bancas privadas durante el periodo 1974-1982.

Democracia y ajuste


Los analistas de la economía política de las reformas no se interesaron en el tema de la democracia por sus valores intrínsecos. Se imaginan demasiados tropiezos en la introducción del ajuste, desde el punto de vista de un conjunto de instituciones que podrían obstaculizarla. ¿Cómo pueden las instituciones democráticas frenar el avance o la consolidación de los ajustes estructurales? ¿Qué régimen y cuál sistema de partidos políticos puede ofrecer mayor resistencia a un ajuste? Esas interrogantes dominan la agenda de investigaciones de los expertos del ajuste.
En gran medida se deja de lado el impacto del ajuste sobre la magnitud y calidad de la participación democrática, y sobre la obligación de las instituciones públicas de rendir cuentas a las mayorías. Excepcionalmente, cuando mecanismos democráticos afectan la concretación de un programa de ajuste estructural, retienen su atención. No se examinan en detalle los rasgos autoritarios de los llamados "nuevos regímenes electorales" de países en los que se está aplicando el ajuste. En efecto, en la mayoría de esas naciones, se ha presenciado una hipertrofia de los órganos ejecutivos, un mayor ejercicio del poder por decretos y una marginación de los parlamentos. Además, el desarrollo de los programas de ajuste estructural ha acelerado mucho esas tendencias. La reorientación de los presupuestos de los Estados y el desplazamiento de sus intervenciones han debilitado los lazos entre los individuos electos a puestos y sus bases. De esa manera, se ha debilitado la legitimidad de los parlamentos junto con la capacidad de los individuos electos para responder a una parte de las reivindicaciones de su electorado. El atrofiamiento de la democracia y el reforzamiento del autoritarismo en el seno mismo de los sistemas electorales no es un tema de preocupación prioritaria para los ideólogos del ajuste.
De hecho, los neoliberales estatólatras ven en la democracia un peligro. Las masas son poco susceptibles de comprender y apoyar las reformas. Se necesita por lo tanto una crisis para quitarles sus ilusiones. Se requiere de una elite de expertos calificados para elaborar políticas que estimulen el crecimiento y la prosperidad. Debe idearse un sistema de instituciones políticas, incluyendo partidos, para impedir que las masas excitadas corrompan las reformas pensadas por las elites. El cuerpo de funcionarios estatales debe aislarse en su interior, alejado de las influencias políticas y de los resentimientos de amplias capas de la población.
Llenas de estas preocupaciones, todas esas obras están marcadas de un desprecio por el ciudadano ordinario. Es menester manipular a tales personas para que apoyen las orientaciones correctas, porque ignoran el consenso técnico que existe entre los expertos de Washington. Así, John Waterbury canta loas a la ()duperie- necedad: "Las pérdidas y las ganancias a favor de los diferentes sectores deben mantenerse veladas; a mayor precio político y económico potencial del ajuste, mayor deberá ser la confusión deseada." Haggard y Kauffman recomiendan un programa mixto de manipulación y efecto de choque para las masas urbanas, sin dejar de remarcar que "el compromiso es más importante cuando se trata de negociar con los privilegiados". John Williamson, del Instituto de Economía Internacional, se plantea la pregunta de saber si es preferible "optar por una crisis provocada deliberadamente" para facilitar la aceptación de un ajuste o concebir una "pseudocrisis que pueda tener la misma función concreta".
Es poco probable que Fujimori o Menem necesiten de ese tipo de lecciones de engaño político. Pero, por otro lado, una decisión brutal de aumentar el precio del pan o del transporte dificulta el uso de ese tipo de triquiñuelas, aún para el mentiroso más experimentado. Quizás el cinismo extendido en esas obras sirva simplemente para señalar la adhesión total de sus autores a las metas de los que sujetan los hilos de la bolsa y su asignación de becas de investigación desde las oficinas del FMI y del Banco Mundial.

¿Qué es un programa de ajuste estructural?


El Fondo Monetario Internacional ha presionado a los países endeudados, en el Sur, en el Este, y en ocasiones en el Norte, para que reorienten sus políticas macroeconómicas a favor de los prestatarios internacionales (bancos y otros). Un programa de ajuste estructural se divide en dos grandes fases:
La inicial, llamada de estabilización, comprende, primero, una devaluación, cuya función oficial es estimular las exportaciones, ya que su precio relativo baja (una dificultad si todos los países exportan materias primas devaluando su moneda, ya que se anulan las ventajas de la devaluación, y la sobreproducción de productos agrícolas o materias primas reduce aún más los precios y los ingresos por concepto de exportación). Una devaluación implica asimismo un aumento de los precios de los productos importados, lo que debe mejorar la balanza comercial (relación exportaciones e importaciones), ya que habrá menos importaciones. Segundo, una austeridad fiscal para afectar los gastos sociales y las inversiones públicas. Tercero, liberalización de los precios, o en otras palabras, supresión de los subsidios a los bienes de consumo, mientras que los productos importados (pesticidas y abonos) aumentan. De esto resulta un aumento de los precios de consumo elementales. Cuarto, incremento de las tarifas por los servicios públicos para limitar el déficit. Quinto, hacer independientes los salarios de la inflación, lo que acentúa la disminución del poder de compra. Una de las metas de estas medidas es garantizar que un país endeudado pueda hacer frente al servicio de su deuda (transferencia de sus riquezas hacia los bancos y las instituciones financieras internacionales).
La posterior, en la fase llamada estructural, se incluye, primero, eliminar las barreras arancelarias que protegen el mercado interior. Segundo, privatizar al sector bancario y liberalizar las tasas de interés. Tercero, privatizar las empresas estatales o paraestatales. Cuarto, modificar el sistema fiscal, incrementando el peso de los impuestos indirectos. Quinto, detener las reformas agrarias, y reprivatizar las tierras. Sexto, aplicar una política de "adelgazamiento", que consiste en una afinación de las estructuras gubernamentales más presentables, combinadas con una reglamentación coercitiva de las actividades del movimiento sindical, campesino y asociativo. Desde los años noventa, se aplican técnicas de "descentralización", que implican el desentendimiento del Estado central y la administración con base en recursos propios (se conciben las comunidades como "centros de ganancias" que deben equilibrar sus recursos).

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