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         Documentos de James Petras | 
   
    
  
    
  
     
      
     
      
           
            
    
  
     
      
         
      
         
           
             
              
              
            Los 
              neoliberales estatólatras
              Ajustes estructurales en oferta
              por 
              James Petras y Steve Vieux
             Es necesario 
            aclarar la terminología adoptada por los ideólogos del 
            capitalismo desregulado, ya que, para nombrar las propuestas neoliberales, 
            utilizan términos tales como "ajuste estructural" o "reforma 
            económica". Sin embargo, primero, estas fórmulas no 
            reflejan la realidad de los procesos emprendidos, y, segundo, han 
            sido tomadas a corrientes reformistas de izquierda que les daban otro 
            sentido en los años cincuenta y sesenta: el de redistribuir 
            el ingreso, las tierras y la propiedad a favor de las capas desfavorecidas 
            de la sociedad. 
            Ahora, las expresiones de "ajuste estructural" y "reforma económica" 
            describen políticas que conducen a una redistribución 
            de recursos a favor del sector privado, de los exportadores, a una 
            disminución de los gastos públicos para fines sociales, 
            etcétera (véase el recuadro "¿Qué es un ajuste 
            estructural?"). A lo largo de este análisis crítico, 
            mantenemos en mente que se ha invertido su sentido inicial. 
            
            Crisis y transformación del Estado 
            
            ¿Cómo establecer o prolongar eficazmente un capitalismo desregulado 
            a escala mundial? Durante los últimos diez años, este 
            asunto ha pasado a conformar el centro de las preocupaciones de círculos 
            elitistas y cerrados de gente que toma decisiones, y que incluyen 
            oficinas de asesores, departamentos de universidades de renombre e 
            instituciones financieras internacionales como el Fondo Monetario 
            Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). Esta discusión 
            tomó vigor durante los últimos años a causa de 
            la proliferación de programas de ajuste estructural en el tercer 
            mundo durante los años ochenta. La primera ola de investigaciones 
            se enfocó a temas económicos tocantes, ante todo, a 
            las secuencias y los ritmos de las "reformas económicas". Las 
            medidas —que se catalogan bajo la etiqueta de "consenso de Washington"— 
            se concentraban en el cambio de la función del Estado en la 
            Economía y en la ampliación de las relaciones mercantiles. 
            Implicaban recortar presupuestos estatal, liberalizar mercados financieros, 
            unificar tipos de cambio a niveles competitivos (mediante fuertes 
            devaluaciones y supresión de tipos de cambio preferenciales), 
            reducir aranceles, privatizar industrias estatales, abrir las economías 
            a las inversiones extranjeras, reducir y reorganizar las reglas de 
            intervención del estado y garantizar los derechos de propiedad 
            privada (esto también para los inversionistas extranjeros). 
            Estos debates se activaron a inicios de los noventa, tras el derrumbe 
            del bloque soviético, en el marco de una tendencia a liquidar 
            la supuesta planificación centralizada.
            Con el paso de la década, los expertos se dieron cuenta de 
            que la aplicación de los programas de ajuste estructural dependía 
            de manera decisiva de la existencia de condiciones políticas 
            favorables. Así, los debates de orientación se desplazaron 
            cada vez más hacia temas relativos a la política. Esta 
            modificación de los términos de la discusión 
            en gran medida la estimuló la multiplicación de los 
            movimientos populares de oposición, a veces violentos, contra 
            los ajustes y los gobiernos que debían garantizar su aplicación. 
            Éstos mataron a decenas y a veces a centenas de personas en 
            el tercer mundo durante las protestas espontáneas contra sus 
            decisiones. Desde entonces, el debate académico y político 
            ha gravitado alrededor de la temática siguiente: ¿bajo qué 
            condiciones políticas y mediante qué instituciones se 
            pueden imponer con más eficacia los programas de ajuste estructural? 
            ¿Cómo se puede reforzar el apoyo político a estos programas, 
            y de qué formas se puede neutralizar a la oposición? 
            De esta manera, el debate se ha centrado en los medios y no tanto 
            en los fines, en las técnicas y la administración, y 
            no en los fundamentos y la lógica de los programas.
            Una de las tendencias más influyentes, respecto a la materialización 
            de los programas de ajuste, insiste en la función decisiva 
            del Estado en estos procesos. Llamaremos a esta corriente la del neoliberalismo 
            estatólatra. Su visión subraya la necesidad de que el 
            aparato de Estado disponga de capacidad técnica y administrativa 
            de alto nivel y tome la máxima autonomía posible respecto 
            de la sociedad en la que echa sus raíces. Afirma que tal autonomía, 
            respecto de grupos de interés u otras fuerzas sociales, es 
            esencial. Al respecto, estos neoliberales citan los trabajos de la 
            corriente de la "Nueva Política Económica" (NPE), cuyos 
            representantes más conocidos son Mancur Olson y Anne Krueger, 
            quienes desarrollaron la argumentación: en lugar de meterse 
            en actividades económicas productivas, los sectores rentistas 
            buscan trabar alianzas con políticos y burócratas con 
            miras a obtener ventajas tales como subsidios, medidas proteccionistas 
            contra ciertas importaciones, créditos intereses bajos, etcétera; 
            presionan al personal político para que establezca tales acuerdos 
            a cambio de apoyo electoral y otras formas de sostén político. 
            Esta interacción entre políticos y sectores rentistas 
            obstaculiza la procuración de objetivos sociales más 
            amplios, tales como el crecimiento del producto interior bruto (PIB), 
            la reducción de la inflación, etcétera, lo cual 
            aventaja el mejoramiento económico de sectores muy delimitados.
            Sin embargo, los partidarios del neoliberalismo estatólatra 
            rompen con el diagnóstico muy pesimista de la corriente de 
            la NPE, ya que firman la capacidad del Estado, bajo ciertas condiciones, 
            para liberarse de la dependencia de fuerzas rentistas y transformar 
            sustancialmente la sociedad con rumbo a una economía capitalista 
            más abierta y competitiva. Los análisis de la NPE ya 
            habían descartado la posibilidad de tal viraje, mientras no 
            intervinieran catástrofes, guerras o revoluciones, como en 
            Alemania y Japón. Los neoliberales estatólatras redujeron 
            a su manera este factor de Olson de la crisis o catástrofe.
            Así, afirman que para aplicar una política de ajuste 
            durable, se requiere de los siguientes elementos. Es menester trastocar 
            el status quo socioeconómico mediante una crisis económica 
            lo suficientemente severa, para romper los lazos de dependencia de 
            los actores económicos que gozan de ingresos de origen estatal 
            y disfrutan de diversas rentas y protecciones, ya que estos lazos 
            impiden el desarrollo. La pura perspectiva de un programa de ajuste 
            estructural es poco eficaz para modificar el status quo social, ya 
            que las medidas tradicionales de ajuste sólo provocan un número 
            limitado de perdedores a corto plazo, sin lograr más que prometer 
            beneficios futuros y difusos a amplios sectores de la sociedad.
            En consecuencia, ya desatada una crisis lo bastante amplia para desestabilizar 
            las inercias sociales, es esencial que un aparato de Estado, con un 
            grado suficiente de autonomía en relación con las fuerzas 
            sociales, se afirme y empiece a aplicar el programa de ajuste. El 
            dispositivo lo completa el apoyo proveniente de fuerzas exteriores 
            tales como el FMI o el Banco Mundial. Este argumento a favor de la 
            autonomía del aparato de Estado no se reduce a una simple preferencia 
            por las dictaduras. Es cierto que la mayoría de las economías 
            con resultados exitosos en los últimos años están 
            sometidas a regímenes netamente autoritarios. Sin embargo, 
            no todos los regímenes autoritarios han estimulado el crecimiento, 
            y entre las economías con alto nivel de crecimiento, se encuentran 
            algunas democracias o sistemas políticos en transición 
            hacia la democracia. El Estado será capaz de actuar con tanta 
            más eficacia mientras mayores sean su sofisticación 
            técnica y la competencia de su burocracia, y reforzará 
            su aislamiento respecto de los grupos de interés y otras presiones 
            políticas. Donde existen regímenes electorales, a menudo 
            se garantizará la consolidación política de las 
            condiciones del ajuste mediante el establecimiento de un sistema político 
            que incluya dos partidos centristas que dispongan de una base de varias 
            clases sociales lo suficientemente amplia, y estén establecidos 
            en circunscripciones electorales grandes y heterogéneas. Esto 
            permitirá absorber y moderar los antagonismos de clases. 
            
            La opción por una pieza: El Estado 
            
            La escuela neoliberal estatólatra se alimenta de una segunda 
            fuente. Se inspira del análisis del crecimiento económico 
            acelerado en Japón, Corea del Sur, Taiwán y Singapur, 
            tomado como un proceso articulado por el Estado. Este enfoque "centrado 
            en el Estado" insiste en la magnitud de la intervención estatal 
            en el Sudeste Asiático para promover el crecimiento, proteger 
            las industrias y los mercados interiores, asignar créditos 
            a tasas de interés bajas y concentrar los subsidios en ciertos 
            sectores industriales. También pone en relieve la debilidad 
            o la represión de los grupos de interés, en particular 
            de los asalariados. Subraya la autonomía de esos Estados respecto 
            de la sociedad civil, autonomía ligada al apoyo estadunidense 
            durante los momentos fuertes de la guerra fría. En fin, recalca 
            el poder extraordinario e independiente de instituciones tales como 
            el Economic Planing Board (consejo económico de planificación) 
            de Taiwan o el MITI japonés (Ministerio de Comercio Exterior 
            y de la Industria) en el establecimiento de la planificación 
            económica. 
            Todas esas características del desarrollo económico 
            en el sureste de Asia, han servido de modelo para elucubrar la función 
            articuladora que podría desempeñar la autonomía 
            de los aparatos de Estado, coherentes en la afinación y aplicación 
            de las "estrategias de desarrollo" de los programas de ajuste estructural. 
            Los neoliberales estatólatras insisten sistemáticamente 
            en un elemento: que la estabilización y el ajuste otorgan a 
            la administración pública de los países sujetos 
            al ajuste responsabilidades muy grandes. Stephen Haggard y Robert 
            Kauffman escriben: "A menudo se olvida que numerosas reformas económicas, 
            incluso las orientadas a incrementar el papel de las fuerzas de mercado, 
            requieren de capacidades administrativas y técnicas cuya existencia 
            es limitada en los países en desarrollo: nivel de educación 
            adecuado entre los funcionarios de las capas medias e inferiores, 
            capacitación especializada a funcionarios de alto rango, y 
            equipos técnicos y capacidades para reunir información, 
            ordenarla y comunicarla." 
            
            Problemas de método 
            
            Las precondiciones políticas para el ajuste que enuncian los 
            neoliberales estatólatras son de un carácter casi incestuoso. 
            Los autores se copian de un libro a otro, de una conferencia a otra. 
            Las mismas citas y referencias bibliográficas se encuentran 
            en un artículo y en otro. Muchos autores vienen de un círculo 
            restringido del medio académico o de fundaciones privadas. 
            Por lo general han beneficiado de financiamientos del Banco Mundial. 
            Casi todos son firmes partidarios de la extensión de las relaciones 
            mercantiles a escala internacional y ello por medio de la aplicación 
            de programas de ajuste estructural. 
            La obra de referencia de John Williamson, The Political Economy of 
            Reform, es un ejemplo elocuente. Este libro contiene trece análisis 
            de casos acerca de los países que supuestamente han logrado 
            el éxito por medio de programas de ajuste estructural. La meta 
            del libro es ofrecer "consejos útiles a los que practican los 
            ajustes" e inician "reformas económicas radicales". En las 
            conclusiones, redactadas junto con Haggard, se presentan ocho tesis 
            para resumir las lecciones de los estudios: 1) una crisis previa al 
            ajuste es muy útil para romper las prácticas comunes 
            de los grupos de interés autóctonos y facilita los cambios 
            profundos de orientación político-económica; 
            2) un gobierno dedicado a la aplicación del programa de ajuste, 
            que accede al poder en plena crisis podrá gozar de un periodo 
            de gracia entre las capas populares, lo que favorece la aplicación 
            del ajuste; 3) un equipo preparado de economistas competentes y capacitados 
            para tal efecto facilitará la reorientación político-económica; 
            4) es útil tener un líder de envergadura nacional, que 
            presente un proyecto de cambio de conjunto; 5) también se necesita 
            un número de medidas coherentes que puedan realizarse rápidamente; 
            6) rara vez es provechoso valerse de una política de encantamiento 
            (voodoo politics), ya que llevará a los políticos favorables 
            al ajuste a esconder sus metas y opciones reales; 7) donde existen 
            instituciones parlamentarias, puede ser de utilidad contar con un 
            apoyo legislativo, y 8) muy a menudo un apoyo exterior puede contribuir 
            al proceso de cambio de orientación que representa el ajuste 
            estructural. 
            Con base en estos estudios de caso, los autores reunidos por Williamson 
            rechazan la idea de que dictadores o gobernantes de derecha sean esenciales. 
            Concluyen también que la utilización de los medios de 
            comunicación para apoyar sus reorientaciones no necesariamente 
            es útil. así como no hay que crear una capa muy vistosa 
            de beneficiarios de las nuevas políticas. 
            Manifiestamente, estas conclusiones plantean algunos problemas desde 
            el punto de vista del método: la decisión de los criterios 
            que sirvieron para seleccionar los casos estudiados sólo podía 
            conducir a esas conclusiones. Además, los organizadores de 
            este estudio solicitaron informes sobre los países a los expertos 
            directamente implicados en la elaboración de los programas. 
            Por lo que no sorprende que esos mismos expertos concluyan que la 
            participación de expertos como ellos era crucial para el éxito 
            del ajuste. Asimismo, no tiene nada de sorprendente que los estudios 
            insistan en la necesidad de un cambio global y coherente de orientación. 
            En efecto, los que ordenaron los estudios habían excluido investigaciones 
            sobre países que habían iniciado reformas paulatinas, 
            como Malasia o Singapur. 
            Las mismas consideraciones se aplican a la noción de "apoyo 
            político". Los estudios sobre los programas de ajuste se concentraron 
            en los que tenían "un éxito en el plano político", 
            lo que implicaba un apoyo político, de lo que estos expertos 
            concluyen que el apoyo político es necesario. Por ende, no 
            es de sorprender que obtengan resultados tan nítidos. 
            Otra anomalía en estos estudios es la selección de los 
            casos, que hace que la investigación se mueva en una ámbito 
            de aire puro. Se dedican algunas páginas a Venezuela, donde 
            los esfuerzos del presidente Carlos Andrés Pérez (socialdemócrata, 
            electo en 1989 y destituido por corrupción en 1993) condujeron 
            a una serie de revueltas populares masivas, brutalmente reprimidas 
            y a una intentona militar en 1992. Los autores seleccionaron Perú, 
            pero a inicios de los años ochenta, en la época de la 
            presidencia de Fernando Belaunde Terry, entre 1980 y 1985, y no los 
            años de la presidencia de Alberto Fujimori (electo en 1990) 
            marcada por la disolución del parlamento y por muy serias violaciones 
            a los derechos humanos. También se evita con sumo cuidado la 
            Argentina de Menem, con su corrupción generalizada y su sistema 
            de gobierno por decretos presidenciales. La ausencia de examen de 
            tales casos garantiza la ausencia de lo que constituye el contenido 
            real de la "economía política de la reforma". También 
            se ignora por completo África subsahariana. Evidentemente, 
            una discusión profunda de los programas de ajuste estructural 
            en esta parte del mundo habría suscitado una serie de preguntas 
            perturbadoras acerca de los procesos de ajuste mismos y de sus consecuencias 
            para la democracia, la soberanía y el crecimiento. 
            Esto subraya simplemente los métodos sesgados de obras de referencia 
            tales como The Political Economy of Reform que construyen la evaluación 
            positiva de una orientación a partir de resultados cuya función 
            es autoconfirmarse, producidos por los mismos que diseñaron 
            los programas de ajuste en cuestión. 
            
            Ausencia de funcionario weberiano y ajuste 
            
            Pasemos del método al contenido. Para empezar, enfoquémonos 
            al papel del Estado en el ajuste. Un primer asunto tiene que ver con 
            la función que esos autores le atribuyen al carácter 
            central de las competencias y a la coherencia de las burocracias estatales 
            en la aplicación de los programas de ajuste estructural. Sin 
            embargo, estos programas se han aplicado común y profundamente 
            en casi todo el tercer mundo, mientras que la existencia de burocracias 
            ordenadas, con capacidad administrativa, de innovación e intervención, 
            como las del supuesto modelo del sureste asiático, es más 
            bien excepcional. 
            Esto no tiene nada de asombroso. En efecto, las especificidades históricas 
            que han permitido la existencia de aparatos estatales con esas características 
            en el sureste asiático, sólo podían producirse 
            excepcionalmente en otros lugares del mundo: continuidad de la presencia 
            colonial en Hong Kong; toma del poder por un partido militarizado, 
            el Kuomingtang, en Taiwán; ocupación militar americana 
            y ayuda masiva a Corea del Sur, dado el lugar estratégico de 
            ese país durante la guerra fría. 
            Por ello, los análisis neoliberales estatólatras forzosamente 
            concluyen que las aptitudes burocráticas según ellos 
            indispensables para la restructuración son poco comunes en 
            el tercer mundo. Al final de un largo artículo acerca de la 
            función del Estado en el desarrollo, Peter Evans hace el comentario 
            siguiente: "La primera y más importante lección que 
            se debe extraer del estudio de caso es que la burocracia (el cuerpo 
            de funcionarios de Estado) es insuficiente, y no excesiva. Y ese problema 
            no se limita a las sociedades postcoloniales de la región subsahariana. 
            Incluso países como Brasil, que gozan de recursos relativamente 
            abundantes en términos de personal calificado y poseen una 
            larga tradición de intervención estatal en la economía, 
            muestran que les hace falta un cuerpo de funcionarios de Estado fiable 
            y competente según normas como las de Max Weber." 
            Sin embargo, aunque ese tipo de burocracia escasee, ¡no sucede lo 
            mismo con los programas de ajuste estructural! Un examen de estos 
            programas en Latinoamérica durante los años ochenta, 
            para ver cuánto se han aplicado, revela la existencia de esfuerzos 
            sistemáticos por ponerlos en práctica. Williamson muestra 
            que se aplicaron ajustes vigorosos en siete países del subcontinente 
            en los años setenta y ochenta: Chile, Costa Rica, Bolivia, 
            México, Jamaica, Uruguay, y Trinidad y Tobago. En África, 
            durante la década de los ochenta, se iniciaron 241 programas 
            de ajuste, y sólo se abandonaron 21. Evaluaciones del FMI y 
            del Banco Mundial acerca de la extensión de los programas en 
            África, concluyen que "se aplicó totalmente o en gran 
            parte 75 por ciento de todas las condiciones dictadas por los programas". 
            Así, surge una pregunta legítima: dada la infrecuencia 
            de las capacidades y de la coerción burocráticas en 
            el tercer mundo, ¿cómo ha sido posible, según los neoliberales 
            estatólatras, aplicar todos esos programas de ajuste estructural? 
            
            Una característica de los ajustes en Sudamérica esclarece 
            el contenido real de la necesidad supuesta (por los neoliberales en 
            cuestión) de un aislamiento de las fuerzas gubernamentales 
            que aplican los programas ante las presiones políticas de la 
            población. Así, en América del Sur, los decretos 
            presidenciales constituyen un instrumento de utilización sistemática 
            de los ajustes. Por ejemplo en Bolivia, el presidente Paz Zamora, 
            que se hacía llamar socialdemócrata, inició un 
            ajuste brutal en 1985 por medio de un decreto. En 1991, el presidente 
            argentino Carlos Menem firmó un megadecreto de lieberalismo, 
            de 122 artículos, que puso fin a décadas de desregulación, 
            abolió las instituciones de regulación social y debilitó 
            al extremo la capacidad negociadora del movimiento sindical. Ni a 
            Menem ni a Paz Zamora les pareció obligatoria la delegación 
            de poderes a burócratas aislados. Estaban expuestos directamente 
            a las presiones políticas, pero su poder ejecutivo extremadamente 
            fuerte les permitió actuar mediante mecanismos discrecionales. 
            Estos dos ejemplos también hacen pensar que esos ejecutivos 
            tenían confianza plena en el apoyo sólido de Estados 
            Unidos, el FMI, los banqueros y los militares para aplicar su política 
            de ajuste: no apostaban a la autonomía de su burocracia estatal 
            o a la ruptura con las redes de clientelismo. 
            
            Un empréstito fraudulento 
            
            Otra faceta de la visión sesgada de los neoliberales estatólatras, 
            reside en el intento de deducir la función del Estado en las 
            "estrategias de desarrollo", a partir de una extrapolación 
            abstracta de la función del Estado en el Sureste Asiático 
            durante los cuarenta años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. 
            Las exigencias relacionadas con la aplicación de un programa 
            de ajuste estructural, son muy diferentes de las que se proponen a 
            una intervención económica compleja tomada a cargo por 
            instituciones tales como el MITI de Japón (que interviene mediante 
            subsidios, autorizaciones de exportación, atribuciones de implantaciones 
            industriales y que participa en la red de dirigentes de empresas muy 
            grandes), o el Consejo de Planificación Económica (EPB) 
            de Corea del Sur. 
            Los programas de ajuste se realizan mediante la aplicación 
            del choque y la marginación de los opositores, el establecimiento 
            de una "credibilidad" de la reforma bajo los efectos del choque. Al 
            contrario, el MITI y el EPB funcionan trabajando de manera minuciosa 
            y sistemática con los industriales y las direcciones de grandes 
            empresas y sus organismos representativos. Lo último que necesitan 
            Menem o Paz Zamora es un "cuerpo de altos funcionarios de Estado" 
            impasibles y aptos para negociar. 
            La proyección técnica de un programa de ajuste estructural 
            la suelen establecer los equipos del FMI y del Banco Mundial. Un economista 
            antiguamente asignado a ese tipo de funciones ante el FMI lo constata: 
            "Así, a pesar de la responsabilidad reivindicada por el gobierno 
            para definir el programa, los programas del fondo en la práctica 
            esencialmente los conciben equipos del FMI con una participación 
            totalmente limitada del gobierno." Por otro lado, los propios neoliberales 
            estatólatras reconocen esta realidad sin darse cuenta: "Los 
            estudios de caso, de una manera un tanto sorprendente, han demostrado 
            que un bajo nivel de competencia técnica no necesariamente 
            constituye un obstáculo a la adopción inicial de un 
            conjunto de reformas liberales, y de hecho puede facilitarla. Los 
            gobiernos de Ghana y Bolivia, por ejemplo, han podido emplear inmigrantes 
            y apoyarse en los equipos del FMI y del Banco Mundial para concebir 
            programas y reformas muy amplios." Esto no les impide a los mismos 
            expertos afirmar teóricamente, y más de una vez, exactamente 
            lo contrario. 
            Un rasgo característico del enfoque de los neoliberales estatólatras, 
            reside en su interés exclusivo por el Estado, en tanto que 
            instrumento de aplicación de los ajustes estructurales. De 
            la experiencia del Sureste Asiático, lo único que retoman 
            es el Estado fuerte y autónomo, no el conjunto de medidas orientadas 
            a reforzar y proteger la industria exportadora sostenida o incluso 
            creada por esos mismos Estados. Estas medidas representan un factor 
            determinante de la historia de su desarrollo, lo que hasta economistas 
            neoliberales reconocen. 
            En África y en más de un país de Asia, el Estado 
            fuerte que opera un ajuste lo hace con la meta contraria: eliminar 
            las protecciones a los empresarios locales, abriendo completamente 
            los mercados internos a los recursos, los productos y los inversionistas 
            extranjeros; eliminan las barreras al libre movimiento de capitales. 
            
            En resumen, los neoliberales estatólatras abogan por la aplicación 
            de los programas de ajuste estructural por todo el tercer mundo, con 
            el matiz de que quieren que los aplique y los defienda un Estado fuerte, 
            que disponga de un cuerpo de funcionarios aislados de las presiones 
            populares. Su visión podría sintetizarse así: 
            una mezcla de la doctrina de las instituciones de Washington (FMI 
            y Banco Mundial) y los Estados del Sureste Asiático. 
            
            Camuflaje y legitimación tecnocrática 
            
            Un segundo problema importante que se encuentra en las obras relativas 
            a las condiciones políticas de los programas de ajuste estructural, 
            reside en las razones invocadas a favor de una intervención 
            amplia del Estado. La burocracia de Estado debe intervenir como salvaguarda 
            del bienestar económico, en apego a lo que dicen esos expertos. 
            Y eso porque los programas de ajuste estructural se toparán 
            con la fuerte oposición de los que sufrirán la experiencia 
            de las pérdidas súbitas y fuertes y, a la indiferencia 
            de los otros —cuyos límites son difíciles de imaginar 
            por adelantado—, quienes podrán en el futuro beneficiarse del 
            crecimiento del PIB y de la baja de la inflación. Los perdedores 
            más directamente afectados se verán obligados a reaccionar 
            rápidamente y con fuerza. Será necesario reducir los 
            problemas planteados por sus acciones colectivas. Y en la medida en 
            que no existan fuerzas sociales significativas dispuestas a apoyar 
            los programas de ajuste, el Estado actuará como una especie 
            de sustituto capaz de presionar a su favor. 
            Este análisis tiene que ver con una confusión. Esconde 
            los verdaderos desastres provocados por los ajustes estructurales 
            en el grueso de la población. Hace caso omiso de las ganancias 
            masivos que les asegura a las clases más acomodadas de un país 
            y a sus aliados internacionales. Además guarda silencio acerca 
            del apoyo fundamental que le atribuyen las clases acomodadas a la 
            política de ajuste, dada su certidumbre de que su aplicación 
            rápido les dejarán ventajas sustanciales. 
            El ajuste estructural contribuye a cambiar la correlación de 
            fuerzas a favor de las clases dominantes indígenas y en contra 
            de las capas populares. Se concreta —en la fase de estabilización, 
            y luego en la de ajuste— en reducir los salarios reales y aumentar 
            los precios por efecto de las devaluaciones (carestía de productos 
            importados), reducir drásticamente los gastos sociales, suprimir 
            los subsidios a los bienes de consumo básicos, liquidar el 
            control de precios de los bienes de consumo o los servicios públicos 
            (transportes), despedir funcionarios gubernamentales que a menudo 
            distribuyen su salario en una red familiar muy amplia, etcétera. 
            
            Muchos estudios comprueban la rápida depauperación generada 
            por los programas de ajuste estructural. Además, como la demanda 
            interna se reduce con el fin de mejorar la balanza de pagos (se importa 
            menos dado que los ingresos disminuyen y los precios de los productos 
            importados crecen) y el desempleo y el subempleo se incrementan junto 
            con la explosión del llamado sector informal. La reducción 
            drástica de los ingresos populares y el aumento del desempleo 
            constituyen hechos de orden económico y político. En 
            efecto, al intensificar la ansiedad de cada quien por sobrevivir y 
            agudizar la competencia entre trabajadores, esas medidas desorganizan 
            a las masas urbanas y debilitan sus medios y organizaciones de resistencia. 
            
            A este deterioro de las condiciones de vida de las capas populares, 
            los programas de ajuste estructural la mayoría de las veces 
            agregan una transferencia importante de riquezas, e incluso subsidios, 
            a la clase dominante. Incluyen además una socialización 
            de las deudas privadas: instituciones estatales asumen responsabilidad 
            por las deudas de las empresas con bancos extranjeros, lo que constituye 
            una garantía para éstos (el Estado garantiza el servicio 
            de la deuda, y en última instancia la población la paga). 
            Así, en América del Sur, la proporción de deudas 
            exteriores con garantía pública pasó de 53.7 
            por ciento en 1982 a 79.5 por ciento en 1986. 
            Las privatizaciones también crean la posibilidad de ganancias 
            importantes y rápidas para la clase dominante y los inversionistas 
            extranjeros (que compran partes de deuda a precios rebajados con los 
            bancos prestatarios y las utilizan para obtener minas, industrias 
            o servicios a precios menores en los países endeudados). El 
            gobierno de Menem vendió las líneas aéreas argentinas 
            a un precio irrisorio. La ola de privatizaciones se volvió 
            a acelerar durante los años noventa con enormes redistribuciones 
            de riqueza hacia un polo de la sociedad (Argentina, Chile, México… 
            .). A la hora de sacar los balances de las pérdidas y ganancias 
            de un ajuste, los teóricos del neoliberalismo estatólatra 
            suelen olvidar los recursos de esa índole asignados a las clases 
            dominantes. 
            Es particularmente falso suponer que las clases dominantes, en especial 
            en América Latina, no veían con claridad el contenido 
            y sentido de clase de los ajustes estructurales y que sólo 
            se esperaban ganancias vagas y lejanas en el tiempo. El Banco Mundial, 
            en un inicio, aclamó las políticas aplicadas por las 
            dictaduras del cono sur como ejemplares. No hay que olvidarlo. El 
            informe anual del Banco Mundial en 1980 era explícito en ese 
            sentido. Los ajustes estructurales en el cono sur permitieron debilitar 
            y desarmar a las clases populares y simultáneamente extender 
            las prerrogativas de los poseedores de capitales que podían 
            "operar sufriendo interferencias mínimas". 
            E insistimos, en lo esencial de las obras mencionadas, se subraya 
            claramente que perjuicios inmediatos de los programas de ajuste estructural 
            se concentran en un sector social limitado. Sin embargo, y es bastante 
            extraño, un número importante de obras aceptan implícitamente 
            que las masas urbanas —¡que no son ninguna minoría!— constituirán 
            el centro de gravedad de la oposición al ajuste. Cuando esos 
            teóricos hablan de excluir a alguna oposición, se refieren 
            a los asalariados y a las masas urbanas depauperadas: "Donde la oposición 
            sindical se combina con protestas más amplias, por lo general 
            provenientes de sectores de masas urbanas y populares —aunque a veces 
            también de sectores económicos—, se debieron modificar 
            mucho los programas de ajuste o incluso hubo que abandonarlos." Entre 
            las recomendaciones de los teóricos del ajuste, a menudo figura 
            la hipótesis de una protesta de las masas urbanas y de los 
            trabajadores a los programas de ajuste. En efecto, esos teóricos 
            ponen énfasis en que los regímenes políticos 
            que conduzcan la restructuración podrán actuar mejor 
            si logran apoyarse en dos partidos centristas capaces de atraer de 
            todo. La hipótesis de trabajo reposa en la idea de que disponer 
            de una base social heterogénea provista por tales partidos 
            permitirá amortiguar las movilizaciones y protestas populares. 
            Un sistema tal de partidos "podrá ofrecer una cierto lugar 
            a las fuerzas de izquierda y sindicales, pero como aliados secundarios 
            (junior partners), de los partidos centristas dominados por las elites 
            y que procuren captar en sus redes a sectores sociales de orígenes 
            diversos". 
            El acento puesto en la función decisiva de la burocracia estatal 
            como sustituto del apoyo social supuestamente necesario para una política 
            de ajuste desempeña un papel ideológico de primer orden. 
            Este enfoque otorga una protección de legitimidad tecnocrática 
            orientada a camuflar el sentido y el efecto del ajuste estructural. 
            Por ello se presenta como resultado de un proceso impersonal, de deliberaciones 
            de expertos impermeables a todo, apoyo interesado de parte de alguna 
            fuerza social. Esta presentación suprime todo esclarecimiento 
            de la importante redistribución del poder y de los privilegios 
            de clase que todo ajuste estructural implica. En resumen, el análisis 
            centrado en el Estado enmascara los intereses sociales en juego en 
            los enfrentamientos existentes durante un ajuste y, a la vez, reduce 
            al mínimo su magnitud y naturaleza. 
            
            Explicar el ajuste global 
            
            Para una corriente de pensamiento decidida a explorar las condiciones 
            políticas de una reforma, es impresionante que sus promotores 
            no intenten explicar el motivo de la densidad de ajustes estructurales 
            a escala mundial desde inicios de los años ochenta. No basta 
            con aludir al "segundo choque petrolero" (a la deuda y la segunda 
            recesión de los países desarrollados) o "al deterioro 
            de los términos del intercambio" (disminución de precios 
            de las materias primas exportadas en relación con los productos 
            manufactureros importados). 
            Las necesidades dictadas por los ajustes y la capacidad de operarlos 
            son dos cosas distintas. Además, no basta con un análisis 
            de cada país. Un proceso de conjunto requiere de una explicación 
            al mismo nivel. ¿Entonces cuáles han sido las condiciones políticas 
            que han permitido aplicar los programas de ajuste estructural? ¿Por 
            qué de súbito fueron posibles los ajustes si en el pasado 
            se logró derrotar reformas análogas, como la devaluación 
            hindú de mediados de los años sesenta, detenida por 
            la oposición nacionalista y la izquierda? 
            La explicación de las condiciones de aplicación de los 
            programas de ajuste estructural debe buscarse en las derrotas políticas 
            acumuladas por la izquierda y los movimientos populares. Aunque se 
            sufrieron profundas derrotas durante los años sesenta —en particular 
            el aplastamiento del movimiento popular y la liquidación del 
            partido comunista en Indonesia en 1965, así como la derrota 
            de varias guerrillas a finales de la misma década en América 
            Latina—, las que se produjeron en África y en América 
            Latina posteriormente fueron de otra magnitud. Un cuadro de los retrocesos 
            y las derrotas de los movimientos populares en Latinoamérica, 
            Asia, —junto con la implosión del llamado bloque soviético 
            a finales de los ochenta— permite entender cómo se crearon 
            las condiciones políticas que facilitaron la aplicación 
            generalizada de los programas de ajuste estructural. Discutir del 
            "desarme de las oposiciones en cada país, caso por caso, en 
            el momento de los ajustes en un país específico, ahorrándose 
            el examen de la trayectoria histórica de conjunto de los movimientos 
            populares de resistencia", es tan mal fundamentada como discutir de 
            la crisis de las balanzas de pagos caso por caso, sin tener en cuenta 
            las tendencias generales, como el segundo choque petrolero (que endeudó 
            a países importadores de petróleo del tercer mundo) 
            o la política de préstamo a muchísimos países 
            "en vías de desarrollo" amenazada por las bancas privadas durante 
            el periodo 1974-1982. 
            
            Democracia y ajuste 
            
            Los analistas de la economía política de las reformas 
            no se interesaron en el tema de la democracia por sus valores intrínsecos. 
            Se imaginan demasiados tropiezos en la introducción del ajuste, 
            desde el punto de vista de un conjunto de instituciones que podrían 
            obstaculizarla. ¿Cómo pueden las instituciones democráticas 
            frenar el avance o la consolidación de los ajustes estructurales? 
            ¿Qué régimen y cuál sistema de partidos políticos 
            puede ofrecer mayor resistencia a un ajuste? Esas interrogantes dominan 
            la agenda de investigaciones de los expertos del ajuste. 
            En gran medida se deja de lado el impacto del ajuste sobre la magnitud 
            y calidad de la participación democrática, y sobre la 
            obligación de las instituciones públicas de rendir cuentas 
            a las mayorías. Excepcionalmente, cuando mecanismos democráticos 
            afectan la concretación de un programa de ajuste estructural, 
            retienen su atención. No se examinan en detalle los rasgos 
            autoritarios de los llamados "nuevos regímenes electorales" 
            de países en los que se está aplicando el ajuste. En 
            efecto, en la mayoría de esas naciones, se ha presenciado una 
            hipertrofia de los órganos ejecutivos, un mayor ejercicio del 
            poder por decretos y una marginación de los parlamentos. Además, 
            el desarrollo de los programas de ajuste estructural ha acelerado 
            mucho esas tendencias. La reorientación de los presupuestos 
            de los Estados y el desplazamiento de sus intervenciones han debilitado 
            los lazos entre los individuos electos a puestos y sus bases. De esa 
            manera, se ha debilitado la legitimidad de los parlamentos junto con 
            la capacidad de los individuos electos para responder a una parte 
            de las reivindicaciones de su electorado. El atrofiamiento de la democracia 
            y el reforzamiento del autoritarismo en el seno mismo de los sistemas 
            electorales no es un tema de preocupación prioritaria para 
            los ideólogos del ajuste. 
            De hecho, los neoliberales estatólatras ven en la democracia 
            un peligro. Las masas son poco susceptibles de comprender y apoyar 
            las reformas. Se necesita por lo tanto una crisis para quitarles sus 
            ilusiones. Se requiere de una elite de expertos calificados para elaborar 
            políticas que estimulen el crecimiento y la prosperidad. Debe 
            idearse un sistema de instituciones políticas, incluyendo partidos, 
            para impedir que las masas excitadas corrompan las reformas pensadas 
            por las elites. El cuerpo de funcionarios estatales debe aislarse 
            en su interior, alejado de las influencias políticas y de los 
            resentimientos de amplias capas de la población. 
            Llenas de estas preocupaciones, todas esas obras están marcadas 
            de un desprecio por el ciudadano ordinario. Es menester manipular 
            a tales personas para que apoyen las orientaciones correctas, porque 
            ignoran el consenso técnico que existe entre los expertos de 
            Washington. Así, John Waterbury canta loas a la ()duperie- 
            necedad: "Las pérdidas y las ganancias a favor de los diferentes 
            sectores deben mantenerse veladas; a mayor precio político 
            y económico potencial del ajuste, mayor deberá ser la 
            confusión deseada." Haggard y Kauffman recomiendan un programa 
            mixto de manipulación y efecto de choque para las masas urbanas, 
            sin dejar de remarcar que "el compromiso es más importante 
            cuando se trata de negociar con los privilegiados". John Williamson, 
            del Instituto de Economía Internacional, se plantea la pregunta 
            de saber si es preferible "optar por una crisis provocada deliberadamente" 
            para facilitar la aceptación de un ajuste o concebir una "pseudocrisis 
            que pueda tener la misma función concreta". 
            Es poco probable que Fujimori o Menem necesiten de ese tipo de lecciones 
            de engaño político. Pero, por otro lado, una decisión 
            brutal de aumentar el precio del pan o del transporte dificulta el 
            uso de ese tipo de triquiñuelas, aún para el mentiroso 
            más experimentado. Quizás el cinismo extendido en esas 
            obras sirva simplemente para señalar la adhesión total 
            de sus autores a las metas de los que sujetan los hilos de la bolsa 
            y su asignación de becas de investigación desde las 
            oficinas del FMI y del Banco Mundial. 
            
            ¿Qué es un programa de ajuste estructural? 
            
            El Fondo Monetario Internacional ha presionado a los países 
            endeudados, en el Sur, en el Este, y en ocasiones en el Norte, para 
            que reorienten sus políticas macroeconómicas a favor 
            de los prestatarios internacionales (bancos y otros). Un programa 
            de ajuste estructural se divide en dos grandes fases: 
            La inicial, llamada de estabilización, comprende, primero, 
            una devaluación, cuya función oficial es estimular las 
            exportaciones, ya que su precio relativo baja (una dificultad si todos 
            los países exportan materias primas devaluando su moneda, ya 
            que se anulan las ventajas de la devaluación, y la sobreproducción 
            de productos agrícolas o materias primas reduce aún 
            más los precios y los ingresos por concepto de exportación). 
            Una devaluación implica asimismo un aumento de los precios 
            de los productos importados, lo que debe mejorar la balanza comercial 
            (relación exportaciones e importaciones), ya que habrá 
            menos importaciones. Segundo, una austeridad fiscal para afectar los 
            gastos sociales y las inversiones públicas. Tercero, liberalización 
            de los precios, o en otras palabras, supresión de los subsidios 
            a los bienes de consumo, mientras que los productos importados (pesticidas 
            y abonos) aumentan. De esto resulta un aumento de los precios de consumo 
            elementales. Cuarto, incremento de las tarifas por los servicios públicos 
            para limitar el déficit. Quinto, hacer independientes los salarios 
            de la inflación, lo que acentúa la disminución 
            del poder de compra. Una de las metas de estas medidas es garantizar 
            que un país endeudado pueda hacer frente al servicio de su 
            deuda (transferencia de sus riquezas hacia los bancos y las instituciones 
            financieras internacionales). 
            La posterior, en la fase llamada estructural, se incluye, primero, 
            eliminar las barreras arancelarias que protegen el mercado interior. 
            Segundo, privatizar al sector bancario y liberalizar las tasas de 
            interés. Tercero, privatizar las empresas estatales o paraestatales. 
            Cuarto, modificar el sistema fiscal, incrementando el peso de los 
            impuestos indirectos. Quinto, detener las reformas agrarias, y reprivatizar 
            las tierras. Sexto, aplicar una política de "adelgazamiento", 
            que consiste en una afinación de las estructuras gubernamentales 
            más presentables, combinadas con una reglamentación 
            coercitiva de las actividades del movimiento sindical, campesino y 
            asociativo. Desde los años noventa, se aplican técnicas 
            de "descentralización", que implican el desentendimiento del 
            Estado central y la administración con base en recursos propios 
            (se conciben las comunidades como "centros de ganancias" que deben 
            equilibrar sus recursos).