|
El
Mundo
Los medios informativos mundiales no habían presentado nunca
antes un panorama de contrastes tan sorprendentes como el del año
pasado.
Las páginas de economía ofrecen enardecidos artículos
sobre el auge bursátil sin precedentes, que ya dura cuatro
años, de Estados Unidos y de Europa Occidental. Los inversores
han obtenido unos beneficios de alrededor del 20% anual en los últimos
años.
En cambio, las páginas de la sección internacional
hablan de los nueve millones de rusos que corren peligro de morir
de hambre en las ciudades industriales del círculo ártico,
devastadas a causa del fallido experimento de restauración
del sistema capitalista en Rusia.
El fracaso del experimento neoliberal de Brasil es la primera ficha
de dominó que cae en América Latina. La estrategia
de Cardoso, basada en las privatizaciones, la vinculación
del real al dólar estadounidense y la desregulación
del comercio y de las finanzas, aumentó la vulnerabilidad
de Brasil ante las presiones financieras de Estados Unidos al tiempo
que socavaba la capacidad de crecimiento interno. El colapso financiero
de Brasil ha dejado al Gobierno fuertemente endeudado, ha minado
la industria y ha aumentado el desempleo real hasta cerca del 20
por ciento. Mientras la moneda brasileña se devalúa,
las multinacionales europeas y estadounidenses adquieren empresas
nacionales endeudadas a precio de saldo y reducen el salario de
sus trabajadores. En 1998 las multinacionales extranjeras, atraídas
por los bajos precios, invirtieron la cifra récord de 56.000
millones de dólares (7,8 billones de pesetas) en la adquisición
de empresas latinoamericanas. De esta suma, 47.000 millones de dólares
(6,6 billones de pesetas) se emplearon en la compra de compañías
brasileñas. La crisis y la pobreza de los brasileños
son las oportunidades y los beneficios de Wall Street
El Departamento del Tesoro de Estados Unidos ha informado que los
beneficios obtenidos por las multinacionales, los bancos y los exportadores
norteamericanos en América Latina durante los años
90 han registrado máximos históricos. Sin embargo,
en esta misma región del mundo el desempleo, las quiebras
y la marginación han alcanzado cotas sin precedentes.
En Asia el número de personas que viven en la pobreza ha
aumentado de forma geométrica desde 1996; en Indonesia el
número de pobres ha pasado de 30 millones a cerca de 100
millones en dos años. En cambio, las multinacionales norteamericanas
se han dedicado a adquirir empresas asiáticas en crisis por
apenas una fracción de su antiguo valor. Por ejemplo, el
Gobierno de Corea del Sur ha declarado que en 1998 más del
53% de la inversión norteamericana se destinó a la
compra de empresas administradas por ciudadanos coreanos. El Tesoro
de Estados Unidos ha recibido un flujo constante de capitales a
través de la venta de bonos a los capitalistas asiáticos
que se retiran de sus maltrechas economías.
El déficit comercial es un problema que afecta negativamente
a muchas regiones del mundo. En cambio Estados Unidos se beneficia
de tener el mayor déficit comercial del mundo, ya que al
importar artículos de bajo costo mantiene controlada la inflación
y los salarios, y fomenta el consumo. A su vez, el Tesoro de Estados
Unidos financia su déficit con la venta de dólares
a los inversores de los países en crisis.
Esta situación económica, llena de contrastes, demuestra
que no existe la llamada «crisis global del capitalismo». Algunos
países capitalistas marchan muy bien mientras otros van muy
mal. Y la razón por la cual no hay una «crisis global» es
porque no hay una «economía global». Con esto quiero decir
que el actual sistema capitalista se basa en las naciones estado,
algunas de las cuales ejercen un profundo control sobre el resto
de las economías del mundo. Una de los principales ofuscamientos
de nuestros tiempos consiste en pensar que la Nación Estado
es un anacronismo y que el capital trasciende las fronteras nacionales.
En realidad, los bancos y las empresas de mayor importancia y tamaño
se encuentran en Estados Unidos, Europa Occidental y Japón;
sus decisiones y sus beneficios están centralizados, su tecnología
y sus finanzas están centralizadas, y sus respectivos gobiernos
intervienen de forma masiva y continuada para apoyar y ampliar sus
operaciones. Los grandes bancos y las principales empresas de Estados
Unidos no son globales; es cierto que obtienen la mayor parte de
sus ingresos en otros países, aunque concentran sus capitales
en su país de origen. Puesto que han diversificado sus riesgos
y obtienen beneficios de muchas partes del mundo, los bancos y las
empresas de Estados Unidos (y de Europa Occidental) no han sufrido
los efectos de la crisis.
Además, la actual situación contradictoria de crisis
y prosperidad en el mundo capitalista requiere que reflexionemos
sobre el elevado grado de concentración y centralización
del poder entre ciertas naciones. Contrariamente a lo que sostiene
la teoría de la globalización, las estrechas relaciones
que existen entre las multinacionales, los banqueros y los poderes
financieros de Estados Unidos y el Estado contribuyen a la protección
y promoción de los inversores y los prestamistas norteamericanos
en las regiones en crisis. A través del FMI, los funcionarios
de Estados Unidos negocian condiciones favorables para los inversores
norteamericanos, quienes se aprovechan de la vulnerabilidad de los
indonesios, los brasileños y los rusos. Con la emisión
de más dólares para los inversores extranjeros, el
Tesoro de Estados Unidos cubre su déficit y puede bajar los
tipos de interés, respaldando así los ataques de los
especuladores norteamericanos contra las monedas extranjeras y sus
operaciones en el mercado de valores.
La estrecha relación entre Wall Street y Washington, así
como entre el Banco Central y los grandes intereses financieros,
ha quedado de manifiesto en una serie de crisis regionales. Cuando
el sistema bancario mexicano se desplomó Washington concedió
al Gobierno mexicano 20.000 millones de dólares (2,8 billones
de pesetas) en préstamos para que rescatara las inversiones
norteamericanas. A cambio de estas ayudas, México concedió
a Estados Unidos el control de sus ingresos por las ventas de petróleo
y privatizó varias empresas rentables. Washington consolidó
los intereses de Wall Street y potenció los beneficios de
las multinacionales, al tiempo que la economía mexicana se
deprimía y el nivel de vida y los salarios de los trabajadores
mexicanos descendían en un 40%. En resumen, la crisis mexicana
se limitó a México (afectó principalmente a
los trabajadores y los campesinos mexicanos), mientras que la Bolsa
de Estados Unidos alcanzaba máximos históricos.
En Asia se ha producido una situación similar. En contra
de las previsiones de la mayoría de los teóricos globalistas,
la crisis asiática no se ha extendido a Estados Unidos ni
ha causado grandes problemas económicos en este país.
Si bien las exportaciones norteamericanas disminuyeron, los importadores
norteamericanos y las empresas asiáticas se han beneficiado
de la reducción de costes y del abaratamiento de la mano
de obra. El mercado de valores de Estados Unidos ha ganado un 20%
y el Tesoro ha vendido un número récord de bonos a
los inversores asiáticos que intentan proteger sus capitales
refugiándose en una moneda segura.
Este contraste de crisis y prosperidad apunta a la necesidad de
reflexionar sobre la naturaleza de las «relaciones globales», no
en términos de un mundo de interdependencias, sino del predominio
del poder imperial. Los imperios son los banqueros del mundo; imponen
condiciones a los países deudores, sus gobiernos dictan las
condiciones financieras que favorecen a sus inversores.
La explicación más razonable para este panorama de
contrastes, de crisis y prosperidad, se encuentra en las relaciones
desiguales entre los estados y las economías. El milagro
asiático dependía de la financiación de Estados
Unidos, de su mercado y de su tecnología. El crecimiento
de Asia fue resultado de la posición privilegiada de estos
países en el mercado de Estados Unidos, debido a la Guerra
Fría. Cuando Washington y Wall Street cambiaron las reglas
de la economía internacional, los gobiernos asiáticos
descubrieron que su endeudamiento y su producción eran excesivos,
y que sus monedas estaban sobrevaloradas. El colapso del milagro
asiático ha sido consecuencia de la reafirmación del
poder imperial de Estados Unidos. La crisis asiática ha puesto
fin al mito de la teoría de la globalización de que
el Tercer Mundo podrá adquirir prosperidad por el camino
del capitalismo. Tal como declaró un banquero neoyorquino:
«A nuestro mercado de valores le va fantásticamente, sólo
a los asiáticos les va mal»