Entre las mentiras y distorsiones más insidiosas que los regímenes de Bush y Blair y sus medios de comunicación de masas han inventado para justificar esta guerra genocida está la idea de que el pueblo iraquí acogería a los invasores como liberadores y que (especialmente los chiítas) se sublevarían para derribar el régimen de Saddam Hussein. Cuando nada de eso ocurrió –la población iraquí es hostil a los invasores– la campaña de los medios de comunicación angloamericanos dijo que se debía a su miedo al ejército iraquí, a los mandos del partido Baaz y a la milicia local. Los medios siguieron describiendo al pueblo iraquí como ‘aterrorizado’ por Saddam Hussein y esperando a que EEUU destruyese su régimen antes de expresar sus ‘verdaderos sentimientos’ de gratitud a los invasores, sus tanques, misiles y bombas de fragmentación.
La teoría de los medios occidentales y de los generales y políticos angloamericanos era que había una distancia insalvable entre Saddam Hussein, el Estado iraquí y el ‘pueblo’, lo que llevaría a un colapso del ejército, una vez que las fuerzas armadas angloamericanas conquistasen las ciudades y pueblos. El registro histórico y la realidad empírica refuta todas las propuestas del mando militar de EEUU.
Primero, la guerra no condujo a ninguna división ni abandono dentro de las Fuerzas Armadas o entre los dirigentes políticos de Irak, pese a que las unidades militares estaban descentralizadas y frecuentemente aisladas del mando de Bagdad.
Segundo, no hubo ningún levantamiento popular contra el régimen iraquí durante los primeros días de la invasión estadounidense ni cuando los invasores entraron en las ciudades. Por el contrario, la resistencia más eficaz y consistente en el sur de Irak contra esos invasores fue la milicia popular y las fuerzas guerrilleras que incluían, en su mayoría, a civiles y ciudadanos desconectados con la Guardia Republicana Especial o el ejército regular.
El tremendo bombardeo de Basora y el asedio británico de la ciudad se debieron a que los ciudadanos, la milicia y los soldados lucharon juntos –no por la coacción de Saddam Hussein– sino porque eran patriotas iraquíes defendiendo a sus familias, sus comunidades y su nación de los invasores genocidas. Cualquier oposición al régimen que pueda haber existido, desapareció ante el bombardeo masivo, el asesinato y la mutilación de miles de niños, mujeres, ancianos y ciudadanos normales iraquíes. La ‘guerra total’ de Rumsfeld unió a los distintos sectores políticos y sociales de la población iraquí en pueblos, ciudades y villas. Campesinos ancianos disparaban a los convoyes, mujeres embarazadas atacaban a los marines de EEUU, los adolescentes disparaban a los helicópteros desde los tejados de las casas… En el sur de Basora, Al-Najaf y grandes zonas de Al-Nasiriya no han sido tomadas, pese a semanas de bombardeo aéreo y artillero. Las fuerzas invasoras angloamericanas, al encontrarse con hostilidad y rechazo generales, han comenzado a disparar indiscriminadamente contra hombres y mujeres jóvenes con sus grandes ropajes flotando al viento por llevar el tipo incorrecto de calzado, y a las mujeres con sus grandes ropajes; sobre todo, el mando general ordenó a las fuerzas aéreas que usasen bombas de fragmentación para diezmar a la población urbana.
La milicia local no son simplemente activistas del partido Baaz, sino que son principalmente iraquíes apolíticos furiosos por la muerte y la mutilación de amigos y familias, la destrucción de viviendas, escuelas, fábricas, oficinas y sus medios de vida. Los activistas del partido Baaz se mezclan con miles de voluntarios de barrios pobres y exiliados de clase media que han regresado para luchar por la nación iraquí.
Las distinciones que los medios de comunicación occidentales hacen al describir la resistencia iraquí son falsas --bajo las condiciones de una guerra genocida-- porque las bombas y los misiles no hacen distinciones en sus ataques asesinos.
Los medios de comunicación de masas de los Estados occidentales describen a Saddam Hussein como un ‘dictador’, un tirano, un ‘Hitler’ que es odiado por su pueblo. Eso podría haber sido verdad entre algunos sectores de la población antes de la Guerra, pero ante el bombardeo terrorista angloamericano, la ocupación de los pozos petrolíferos, la ocupación del país y la destrucción de los suministros de agua, electricidad y alimentos, el rechazo y la resistencia de Saddam Hussein le ha convertido en un héroe popular nacional.
Muchos periodistas occidentales progresistas bienintencionados siguen intentando ‘equilibrar’ su descripción de las atrocidades angloamericanas con la continua referencia a los crímenes de Saddam Hussein de hace una o dos décadas atrás como si su pecado original aún le define a él y a su identidad política actual, en medio de una guerra contra los invasores coloniales.
Estos reporteros progresistas no pueden aceptar que un político como Saddam Hussein (incluso uno que ha cometido graves delitos en el pasado), se redima y se redefina en las nuevas circunstancias: que, lejos de ser un criminal de Guerra, está comprometido a luchar contra el genocidio; de ser un cliente de EEUU contra Irán, se ha convertido en un líder de una revitalización del movimiento panárabe que pretende derribar a los regímenes corruptos clientes de EEUU en Oriente Medio. La Historia funciona de modos extraños. Hoy día, no teme lavarse las manos de los ‘dobles demonios’ Rumsfeld lanzando bombas sobre ciudadanos civiles y el dictador Saddam Hussein armando a todo el pueblo y quedándose solo entre los dirigentes árabes para defender a la nación árabe contra la recolonización.
En la película ‘La batalla de Argel’, un joven ladronzuelo encarcelado por las autoridades coloniales francesas es puesto en libertad y se incorpora al Frente de Liberación Nacional, convirtiéndose en un líder de la resistencia anticolonialista y en un héroe de las masas argelinas. La máquina propagandística estatal colonial preferiría haberle descrito como parte de la ‘conspiración criminal-terrorista’ por desafiar los símbolos y la presencia de los colonos franceses. Para el pueblo colonizado, fue visto como un símbolo heroico de la nación resistiendo a los invasores y a los bombardeos, un hombre que, en el transcurso de su lucha, se ha transformado de ser un ladronzuelo, en un héroe popular … Es posible, quizá igualmente, que ha ocurrido también con Saddam Hussein: no ha huido, no se ha rendido, no se ha marchado al exilio, ha permanecido en Bagdad y se ha quedado para luchar pese al bombardeo terrorista, día y noche, y a un cuarto de millón de invasores que buscan su cabeza. No nos equivoquemos, Saddam puede personificar la resistencia nacional para mucha gente, pero para la mayoría de los iraquíes que luchan contra los tanques Abram, los helicópteros Cobra y los bombarderos B52 de EEUU, armados con poco más que fusiles y lanzagranadas, la lucha es por objetivos que transcienden a Saddam Hussein: están luchando por su país, por su nación, sus cinco mil años de civilización y por su dignidad como un pueblo independiente.
Por eso, millones de iraquíes están resistiendo a los invasores, mujeres embarazadas y jóvenes siguen atacando a los ejércitos ocupantes. Eso es algo que todos los expertos del Pentágono, los comentaristas de los medios de comunicación de masas y los asesores israelíes no podrían comprender y no lo entenderán: esas fuerzas pueden conquistas pero nunca gobernarán. Un pueblo orgulloso e independiente luchará al lado de un tirano nacional convertido en líder valiente contra un invasor conquistador y asesino.
En los años venideros, los investigadores expertos en Oriente Medio quizá escriban sobre la gran ironía de la Historia, que democracias occidentales autoproclamadas cometieron crímenes contra la Humanidad mientras, un dictador único resistió y defendió a su pueblo en medio de los escombros ardiendo de una antigua ciudad devastada. Será más reverenciado muerto que vivo, por lo que defendió finalmente, y no por su pasado.