20 de diciembre 2002
Los perversos efectos psicológicos del capitalismo salvaje
Neoliberalismo, resistencia popular y salud mental
James Petras
Traducido para Rebelión por Manuel Talens - www.manueltalens.com -
Los quebrantos socioeconómicos causados por la economía neoliberal
son muy evidentes en todo el planeta. Millones de trabajadores han perdido sus
puestos, la patronal ha obtenido un control casi absoluto del lugar de trabajo
y ha aumentado con ello los índices de explotación, mientras que
decenas de millones de campesinos y de pequeños agricultores han perdido
sus trabajos, los salarios han disminuido y la pobreza se ha disparado. Al mismo
tiempo, la renta de los altos ejecutivos de las principales corporaciones se
ha multiplicado por 10.
Lo que no ha recibido una atención seria es el daño psicológico
infligido a los trabajadores asalariados y eventuales, que en muchos aspectos
es tan grave como las pérdidas materiales. Las entrevistas, los testimonios
y las visitas a las comunidades revelan las patologías mentales debidas
al desempleo, a la inseguridad en el trabajo y a la degradación de éste:
los índices de depresión crónica, de rupturas familiares,
de suicidio, de violencia doméstica, de malos tratos infantiles y de
comportamiento antisocial están en aumento, en particular si los desempleados
se encuentran aislados o son incapaces de exteriorizar su hostilidad y su rabia
mediante la acción social colectiva. La impotencia social y política
del individuo genera impotencia personal y se expresa bajo la forma de pérdida
de la autoestima, de trastornos sexuales y de inversión de la rabia hacia
el interior, lo cual da lugar a un comportamiento autodestructivo. Soy de la
opinión que la organización y la acción colectivas, bajo
la forma de movimientos de desempleados, de organizaciones sociales comunitarias
que llevan a cabo exigencias colectivas tienen un efecto positivo no sólo
sobre la creación de nuevas oportunidades de trabajo, sino también
desde el punto de vista terapéutico. Las luchas colectivas incrementan
la autoestima y la eficacia personal, crean solidaridad y ofrecen una perspectiva
social, todo lo cual reduce la anomia.
Método Con respecto a la salud mental colectiva, el enfoque dialéctico
es la mejor manera de estudiar la relación existente entre fenómenos
macropoliticoeconómicos, tales como el neoliberalismo, y el comportamiento
psicológico microsocial. De la misma manera que las decisiones macroeconómicas
que toman banqueros y ejecutivos afectan el empleo –y, de rebote, el desempleo
y las psiques individuales–, las respuestas del trabajador –ya se trate de una
depresión o de su implicación en un movimiento social– pueden
asimismo tener una consecuencia importante sobre la macroeconomía, ya
sea por medio de la ocupación de fábricas o del cambio de las
formas de la propiedad.
Franz Fanon, en su ya clásico libro The Wretched of the Earth
[Los desheredados de la tierra], señaló los efectos psicológicos
profundos y negativos que la opresión política y económica
ejerce sobre los individuos cuando éstos se encuentran atomizados. Estudios
recientes han puesto de relieve que el desempleo prolongado conduce a los trabajadores
al desánimo y a la falta de voluntad para inscribirse en las listas oficiales
de desempleo. Ello hace que las estadísticas distorsionen y subestimen
seriamente los índices reales, ya que no dejan constancia de los trabajadores
no inscritos por causa de depresión. A su vez, esto permite que los portavoces
de las clases dominantes hagan propaganda sobre la salud de la economía
y sobre la supuesta mejora del empleo.
La lógica dialéctica de la estructura política y económica,
de la organización social y de la mente individual funciona desde los
niveles superiores a los medios y desde éstos a los inferiores. El capital
internacional, la patronal local y la camarilla política, que hace de
correa de transmisión, toman las grandes decisiones en el nivel superior
y dichas decisiones reflejan las relaciones de poder existentes entre las clases
y los estados-nación. Este es el contexto actual que vive América
Latina entre el imperialismo yanqui y sus regímenes clientes.
Las decisiones de la elite tienen un impacto sobre las organizaciones sociales,
las relaciones de clase entre los trabajadores asalariados, las organizaciones
sociales, los barrios, etc. La organización social sirve de mediador
entre las clases dominantes y el individuo, reforzando el impacto negativo,
mejorando los efectos u ofreciendo formas de resistencia colectiva. De manera
dialéctica, la reacción individual (o la falta de reacción)
influye sobre la organización social y, en circunstancias excepcionales,
puede incluso invertir de manera parcial o total las decisiones macroeconómicas
y el dominio de las elites.
La salud mental, más que un trastorno hereditario o anclado en las experiencias
infantiles, está socialmente determinada por las relaciones de poder,
lo cual sugiere que quienes sufren de enfermedad mental o depresión inducidas
por el desempleo, la inseguridad laboral o la disminución del nivel de
vida, pueden acceder a la curación a través de la resocialización
adulta (la conciencia de clase), ya sea a través de la organización
colectiva o de la acción social.
Los problemas socioeconómicos inducidos por el neoliberalismo tienen
consecuencias para la salud mental
El trabajo organiza nuestra vida, nuestras costumbres diarias, nuestro ocio,
nuestro nivel de vida y nuestra vida familiar. La pérdida del trabajo
altera la disciplina cotidiana, vacía el bolsillo (o la cuenta bancaria)
y deja al individuo lleno de deudas y con una sensación de pánico.
Hoy en día, la patronal utiliza tácticas de choque: los despidos
repentinos, sin previo aviso para evitar protestas u organizaciones colectivas,
aíslan todavía más a la víctima. Si la pérdida
del trabajo se vio precedida por un sentimiento de inseguridad, puede que el
trabajador o el empleado experimenten al principio una sensación de alivio
cuando la tensión entre el trabajo y su ausencia se ha resuelto, aunque
sea de manera desfavorable. No obstante, este alivio inicial se ve reemplazado
por la depresión cuando el desempleado va al mercado de trabajo y descubre
que no hay nada para él. El rechazo repetido de sus peticiones lo conduce
a la depresión, en especial cuando la ausencia de empleo se vive como
un fracaso personal, lo cual sucede cuando patrones y economistas culpan al
individuo de no poseer los atributos personales apropiados, de ser demasiado
viejo, demasiado joven, de no vivir en la región apropiada, etc. Sin
embargo, cuando el desempleado socializa su problema, comprueba que éste
afecta a millones de otros seres y que los responsables son las clases dominantes
y las camarillas políticas y se entera de que existen medios para exteriorizar
la rabia mediante la acción política, es menos probable que sufra
los peores efectos de la depresión.
El segundo problema inducido por el neoliberalismo es la reducción de
los niveles de vida y de la renta. Los despidos obligan a los trabajadores a
buscar empleos peor pagados o a echar mano de sus ahorros y, en muchos casos,
a caer por debajo de los niveles de pobreza. La pérdida de estatuto social,
el miedo y la inseguridad frente a la incapacidad de pagar las facturas de la
electricidad, del agua o la hipoteca de la casa crean una profunda y constante
ansiedad y una pérdida del respeto de sí mismo. En algunos casos,
en especial entre los empleados de oficina, éstos mantienen la fachada
de respetabilidad incluso cuando sus bases materiales han desaparecido. No es
infrecuente observar a profesionales desempleados, con chaqueta y corbata, leyendo
los anuncios de trabajo en el periódico. El intento desesperado de mantener
las apariencias frente a la decadencia ha llevado a comportamientos esquizofrénicos:
se vive como un proletario mientras que, al mismo tiempo, se niega la realidad.
La pérdida del empleo o los salarios de miseria dan lugar al colapso
del estilo de vida, a la pobreza, al aislamiento, a la intensificación
de los conflictos familiares y a una sensación de impotencia.
Las crisis económicas del neoliberalismo, en particular el aumento del
desempleo y la proliferación de los trabajos mal pagados e inseguros,
tienen múltiples efectos, que se extienden más allá de
las condiciones materiales de vida y afectan tanto al ser social como a las
relaciones más íntimas de los individuos que las sufren.
Los efectos sociales y psicológicos La personalidad al completo se ve
afectada por el colapso provocado por el neoliberalismo, pero la respuesta varía
según sean las personas y los contextos. La respuesta inicial más
frecuente es un choque profundo y una depresión, en muchos casos acompañados
de rabia que, si se posee conciencia de clase, se dirige contra los patrones
o los políticos tradicionales. Otros, quienes confían en sus jefes,
pasan a odiarse a sí mismos, pues aceptan las explicaciones que éstos
les dan: son ‘culpables’ de lo que les sucede.
En tales circunstancias, existe una tendencia a retraerse, a sentir vergüenza
y perder la autoestima, lo cual conduce a la disminución de la libido,
al insomnio y a la incapacidad para dar o recibir afecto. La hostilidad reprimida
en contra del poder superior se desplaza hacia abajo: contra la pareja, los
hijos o los amigos. Por el contrario, cuando el trabajador victimado socializa
su descontento y lo convierte en un problema público, es más fácil
que la hostilidad se canalice en movimientos sociales, que dirigen la agresión
hacia la patronal y el estado. No obstante, si no existen movimientos progresistas,
la hostilidad exteriorizada corre el peligro de caer bajo el control de grupos
que actúan contra otros trabajadores o colectivos marginales (minorías
raciales, mujeres inmigrantes, etc.).
Patologías extremas
En circunstancias extremas, la interiorización de los problemas sociales
o la autodepreciación pueden conducir a tendencias al suicidio, a comportamientos
autodestructores (alcoholismo crónico o drogadicción), a conductas
homicidas o a una paranoia clínica. En un contexto político, la
autodepreciación refuerza el complejo de inferioridad y puede hacer que
el individuo se ponga del lado de la poderosa elite que le inflige los tormentos,
o bien que desarrolle una personalidad fascista, que se pone de rodillas ante
los poderosos y ataca a los desvalidos. Son, en potencia, tropas de ataque de
la derecha listas para ser reclutadas.
Salud mental y militancia social y política
Incluso si es casi inevitable un cierto grado de trastorno mental con las crisis
económicas y la pérdida del empleo, su grado y duración
pueden ser contrarrestados mediante las propiedades curativas de la organización
y la acción social y política.
Los efectos de choque de los despidos de fábricas u oficinas pueden hacer
que los trabajadores y los empleados comprendan la naturaleza arbitraria y explotadora
del poder corporativo. El despido destruye el falso sentido de las lealtades
y de las obligaciones mutuas entre el capital y el mundo del trabajo y revela
en toda su brutalidad la auténtica sustancia de las relaciones capitalistas:
los beneficios están por encima del sustento, de la familia o del trabajador
individual. Y así, el trabajador sin empleo se ve forzado a aceptar que
su situación personal constituye un ejemplo del concepto marxista de
los intereses antagónicos entre el capital y el trabajo, pues los años
de esfuerzo, de puntualidad, de lealtad y de productividad no impiden que sea
algo desechable, como un condón que se tira después de utilizado.
La salud mental de los trabajadores desempleados depende del grado de solidaridad
social con que se encuentran una vez expulsados de su lugar de trabajo. Entre
el despido y las organizaciones sociales de los trabajadores victimados, las
relaciones del individuo con su entorno social tienen un efecto importante sobre
su salud mental.
Los movimientos sociales, en particular las asambleas populares y los movimientos
de trabajadores desempleados, proporcionan un marco para la transformación
de los problemas privados individuales en respuestas sociales colectivas, pues
exteriorizan la hostilidad contra el sistema, contra la patronal económica
y política. Las asambleas son un foro donde los individuos pueden hablar
y expresar sus ideas y sentimientos, así como escuchar y aprender de
otros que se encuentran en la misma situación social. Las manifestaciones
a favor de exigencias programáticas proporcionan dirección y objetivos
y ayudan a vencer el sentido de impotencia, de aislamiento y de anomia.
La acción colectiva es una forma de terapia social, pero no a través
de la consulta de un profesional de pago, sino en la calle, con la gente que
comparte las mismas condiciones en el mundo real, con sus peligros (de represión)
y sus victorias (los cambios sociales). La acción social incluye organización,
participación, implicación individual y debate, que aumentan la
autoestima, porque utilizan las capacidades y el conocimiento del desempleado.
El logro de cambios o reformas a través de la acción colectiva,
ya sea bajo la forma de obras públicas financiadas por el estado o de
empresas económicas de base comunitaria, proporcionan esperanza para
el futuro y beneficios inmediatos.
En este contexto, la catástrofe económica se convierte en una
experiencia de aprendizaje, de solidaridad práctica, no en una competición
individual; de igualdad social, no de distinciones injustas.
Cuando los movimientos sociales de desempleados o las asambleas populares están
organizadas, se suelen basar en redes familiares y comunitarias. La familia,
en vez de convertirse en un terreno de conflicto, es la base del apoyo social,
donde los compañeros comparten trabajo casero y valores sociales comunes.
Los vecindarios se unen para organizar proyectos de autoayuda mientras se movilizan
para el cambio del sistema.
Las nuevas relaciones creadas por los lazos sociales de solidaridad de clase
disminuyen la alienación encarnada en las relaciones corporativas y en
las jerarquías estatales. La integración social en los movimientos
colectivos disminuye el comportamiento antisocial y la inclinación a
las tendencias delictivas.
Los sentimientos de solidaridad en la familia refuerzan los lazos íntimos
y el afecto personal. La exteriorización de los conflictos aumenta la
estima personal y el deseo sexual.
Los movimientos sociales y la acción política no pueden ayudar
a los individuos afectados de patologías extremas o aumentar la autoestima
de las víctimas que continúan aferradas a sus verdugos. Tampoco
la acción social resuelve los problemas económicos fundamentales
que deterioran la salud mental, pero es un paso en la buena dirección
hacia una nueva persona con mayor sensibilidad y solidaridad. Ya lo dice el
eslogan del movimiento de trabajadores desempleados: "Tocas uno, tocas todos".