Empecemos por reconocer un hecho: cuando
se habla del " pensamiento del Che", más aún, cuando se
adjetiva esa expresión con el aditamento, " económico",
" militar" o incluso "político", la mayor parte de
los intelectuales marxistas y alógenos al marxismo, en el mejor de los
casos arrugan el entrecejo y en el peor tuercen la boca despectivamente. Y esto
tiene algún sentido, pues tanto la práctica como la teoría
del Che son difíciles de comprender desde la óptica más o
menos rigurosa del "pensamiento" marxista clásico, sea éste
leninismo, trostkismo, maoísmo, incluidos los latinoamericanismos. En realidad,
los guevaristas de los setenta hemos hecho malabarismo "teóricos"
para encajar la praxis guevarista en el dispositivo epistemológico del
marxismo.
Desde luego, tampoco el Che era la
expresión particular de otras corrientes emancipadoras americanas, populistas,
indigenistas y menos aún nacionalistas. Sin embargo el Che no sólo
inspiraba a todas las corrientes revolucionarias sino también a todo lo
rebelde y contestatario desde la resistencia pasiva hasta la lucha armada.
Y hoy día llama la atención
que en medio del derrumbe de sistemas y de ídolos, los cuales en resultados
habían llegado muy lejos, el Che sobresale y se eleva con el tiempo. El
general Giap, por ejemplo, derrotó a tres imperios; un verdadero genio
militar revolucionario, y sin embargo, está pasando sus últimos
años ya olvidados por el mundo, Mao, incluso Stalin, fueron ídolos
de masas, no sólo en sus países, sino en gran parte del mundo donde
millones de personas desfilaban con sus retratos (recuérdese que incluso
salió la ropa de moda al estilo Mao). Esos ídolos se cayeron, y
al hacerlo, aplastaron con todo el peso del culto a la personalidad a sus idólatras. El Che nunca fue ídolo.
Dicho quizás con mas precisión : nunca se lo pudo idolatrar como
a otros. Ni hubo con el Che un culto a la personalidad. No fue " el gran
timonel" , ni el gran estratega, ni "el padrecito", ni el genial
jefe del proletariado. Ni siquiera fue el "gran comandante". Era simplemente
el comandante Guevara. En una América Latina tan llena de comandantes,
algunos con una trayectoria militar más extensa y bien ganados méritos,
el Che podría haber sido el mas destacado de todos. Es decir, ni talentos
militares, ni erudición en economía, ni especial sagacidad política
- sin que esto signifique restarle su importancia- conforman al Che y al mismo
tiempo todos son sus componentes. El Che es distinto. El Che
no era "brillante", era profundo. Afortunadamente no lo pudieron
convertir en un Dios que todo lo podía, todo lo sabía y todo lo
explicaba. Fue y es, sobre todo, un modo de vivir el presente; un modelo
bien real y sobre todo posible. Pero, como la realidad actual es virtualidad,
el Che sólo puede aparecer hoy como mito. Los ídolos, como falsa
deidad, terminan por caerse y se hacen polvo. Los mitos, como expresión
subjetiva de algo real, se extienden en el tiempo a punto tal que lo que hicieron
y dijeron se convierte en lo que la gente cree que hicieron o dijeron, transformándose
en una identificación colectiva de una potencialidad. Al no ser un dios,
al ser un hombre, el Che es posible.
Hoy se presenta al Che como mito o
leyenda, paradigma de una época de mágicas juventudes lanzadas a
sueños imposibles diluyendo sus potencialidades en el presente. Comprender
porqué no es un ídolo como Mao o Perón y en cambio tiende
a ser un mito, es pre-requisito indispensable para extraer de la mitología
toda la potencialidad actual de su pensamiento. Dicho de otro modo, hay que salir
de la virtualidad que la llamada globalización nos pretende imponer, para
tomar contacto con el Che real.
A treinta años de su muerte,
es lugar común decir que el Che era un hombre de su época. Pero
esta afirmación, como toda media verdad, se transforma en falsa si se olvida
que el Che fue también constructor de su época, más
que ninguno de sus contemporáneos.
La primera pregunta que deberían
responder quienes reducen al Che a la fórmula "un hombre de su época"
es por que los jóvenes de hoy en día rescatan de aquella época,
supuestamente dorada, un "perdedor" como el Che , y no a los grandes
"ganadores" contemporáneos de Guevara, que son varios y con indiscutidos
méritos realmente "contantes y sonantes".
Para el marxismo pre-ochentista, es
decir, de antes de la caída del muro de Berlín, la respuesta podría
haber sido mas o menos así : porque el Che es voluntarista, idealista,
que no tiene en cuenta la correlación de fuerzas, el desarrollo de las
fuerzas productivas, se equivoca de sujeto, etc. Que plantea un imposible. Por
lo tanto, una vez muerto, la misma burguesía lo proyecta para canalizar
las inquietudes juveniles hacia un imposible no peligroso para el poder. En cambio,
Mao es concreto, hizo temblar al imperialismo.
Sin embargo, hoy podemos observar amargamente
que lo que Mao y otros grandes revolucionarios lograron mediante su genio político
- militar, sus talentos organizativos, sus sensibilidades para la conducción
de grandes masas, su captación de lo nacional y todos los etc., el capitalismo
lo está recuperando con la fuerza de la mercancía. Y con
esto no intento enfrentar caprichosamente a ambos revolucionarios, sino constatar
las paradojas del siglo XX.
Por otro lado, decir que el mito del
Che es producto de la utilización de los medios masivos, es lo mismo que
decir que Gardel es una creación de Hollywood.
La paradoja actual reside en que este
Che que está siendo utilizado como mercancía, que deja millones
de beneficio en remeras, afiches, libros, películas o derechos de autor
de sus biógrafos, no pudo ser derrotado por la mercancía.
Y allí reside la fuerza de su pensamiento, el cual, al no poder tomar contacto
con el pensamiento tradicional debido a la crisis del mismo, se transforma (esperemos
que sólo provisoriamente) en mito.
Otra posible respuesta a la pregunta
sería que el Che renunció al poder. Y esto se lo puede relacionar
con el hecho de que, en realidad, la mercancía no derrotó al
socialismo sino al socialismo en el poder, o al poder socialista. Esta hipótesis
nos introduce en la reconsideración de toda la teoría del poder
elaborada y llevada a la práctica por el marxismo por lo menos desde la
Comuna de París hasta nuestros días. Una discusión imprescindible
pero para otro momento.
Por eso es que la experiencia de
Guevara, en rigor, es inexplicable desde la lógica de la Modernidad.
Para las estrategias de poder que sosteníamos en los setenta, el Che fue
derrotado ideológica, política y militarmente. No hubo como en el
sudeste asiático, una caída de Saigón como resultante de
sus "uno, dos, tres Vietnam". Sin embargo podemos al menos intuir que
su praxis discurría en otra dimensión. Abstraída de las formas
propias de la época y de los condicionamientos de la coyuntura, sobre todo
de la idea de "objetivo final", revela una insospechada actualidad.
Ayer tomamos su pensamiento al recoger su fusil en un proceso mas o menos lineal
de continuidad de su lucha e independientemente del "resultado final"
bien valió la pena y en tal sentido fuimos "los últimos guevaristas"
. Rescatar hoy el pensamiento y la praxis del Che para su potenciación
sólo es posible a partir de una radical ruptura con la lógica modernista
en su expresión marxista. Para ello veamos brevemente algunos rasgos
de la crisis de dicho pensamiento.
En efecto, estamos llegando al fin
del siglo XX y al sesquicentenario del Manifiesto Comunista, ese formidable instrumento
de acción que habría de condicionar el presente siglo. Asimismo
el fin del milenio combina la caída de la Modernidad con el derrumbe de
los intentos de construir la llamada "etapa inferior del comunismo"
inspirados precisamente en aquel fantasma que recorría Europa a mediados
del siglo pasado.
En la actual sociedad "posmoderna"
un doble sentimiento de tristeza e impotencia parece imponer una profunda depresión
y sensación de decadencia. Tristeza y dolor por un siglo que se inició
con la Revolución de Octubre inaugurando la hora de todas las emancipaciones
y finaliza como el siglo de las mayores barbaries y desilusiones.
En consecuencia el sentimiento de
impotencia parece imponerse ante la idea de que todo es de tal complejidad, que
los esfuerzos por cambiar el mundo no sólo serían estériles,
sino que podrían conducir a lo contrario de lo deseado. Aquel futuro
que había sido vivido, soñado y pensado como la más positiva
de las promesas, verdadera redención de la humanidad o paraíso terrenal,
en nuestros días ha cambiado de signo: se transformó en la evocación
de la negatividad mas inquietante que pueda haber.
Así, el presente se transforma
en una realidad unidimensional, sin pasado ni futuro, sin ninguna posibilidad
concreta de actuar en él. La sociedad se nos aparece como una sociedad
virtual, sin principios o límites concretos. La Biblia junto al calefón.
La única realidad palpable sería la muerte. La única certeza.
La certeza de lo peor. La vida ya no es mas una evidencia. La única evidencia
es, en la sociedad del espectáculo: la muerte.
¿ Cómo hemos llegado a esto?
¿Cómo es posible que después de décadas de entusiasmos, sacrificios
y confianza, aparentemente sólo queden focos de resistencia, en buena parte
actuando más por inercia que por convicción y mucho menos con pasión?
¿ Cómo es posible que la mayoría de aquellos que más entusiasmo
y esfuerzos pusieron en la construcción del llamado "socialismo real"
sean los menos interesados en defenderlo? ¿ Cómo es posible incluso que
ni siquiera quienes usufructuaron de los privilegios de esas sociedades, las castas
burocráticas dominantes, no opusieron resistencia a la caída? ¿
O es simplemente readecuación de un sistema que nunca fue lo que dijo ser?.
Después de todo, si según el propio Marx, los hombres no son lo
que creen ser sino lo que hacen, las sociedades no son lo que ellas afirman de
sí mismas sino lo que hacen.
Muchos, en particular fuera de los
países de ex sistema socialista mundial, aferrados a una esperanza pasiva,
por lo tanto expresión de deseos, piensan que esto es solo un "impasse"
dentro de esa larga lucha por el futuro comunista. Una fuerte derrota táctica
frente a la gran estrategia de la historia universal. Derrotas debido a circunstancias
históricas y errores de las vanguardias. Pero la doctrina seguiría
mas o menos intacta, solo necesita "ajustes" a la nueva realidad.
Hay que "esperar" que el propio desarrollo de las fuerzas productivas
regeneren el sujeto histórico y mientras tanto "prepararse"
para las futuras ofensivas revolucionarias. Analizar "errores", restañar
heridas, insistir en la "concientización". Las herramientas que
habíamos portado eran buenas pero hubo "desviaciones".
Otros desarrollan la cómoda
teoría de la "traición". La traición de Gorbachov,
de Deng Xiao Ping, de Perón o de quien sea, incluido el hombre: "El
socialismo era una buena idea pero nos falló el hombre". Otros se
critican de haber sido demasiado "izquierdistas" o "clasistas";
"no tuvimos en cuenta suficientemente la cuestión nacional".
Se nos pasó la cosa de la "democracia" y así por el estilo.
Errores los hubo y a montones, en particular,
los políticos, pero, por el contrario, creo que en la izquierda hemos cometido
un solo pecado imperdonable: no haber sido ni ser lo suficientemente subversivo.
La izquierda dejó de ser cuando dejó de ser subversiva. Y dejó
de ser subversiva no ya en las experiencias reformistas, sino también en
las metodológicamente más radicales, incluidas las insurrecciones
armadas y las guerras populares. No dejó de ser subversiva por no cascotear
a la policía, armar barricadas, hacer huelgas por tiempo indeterminado
o caer en el "cretinismo parlamentario", todas estas cuestiones de situación
concreta. Dejó de ser subversiva, cuando a pesar de hacer todo eso y mucho
mas, empezó (o no supo zafar) a comprar las imágenes identificatorias
capitalistas expresadas incluso en verborragia revolucionaria. Cuando empieza
a aceptar la política espectáculo como parte "natural"
de la "evolución técnica". Cuando acepta criterios crematísticos
en la consideración de los asuntos sociales. Cuando critica la economía
capitalista desde pautas económicas (eficiencia, intensivo, productividad,
etc.). Cuando defiende a ultranza un interés corporativo que perjudica
al conjunto con un criterio falsamente clasista. Cuando transforma al Che en un
ídolo, convierte en consignas sus pensamientos, se propone "ser
como el Che" en vez de "hacer como el Che" y sobre todo "pensar
como el Che". Y "hacer como el Che" no significa ponerse la
boina, tomar un fusil e iniciar un "foco" (cuestión esta también
de situación concreta). Significa ser capaces de subvertir nuestros
propios juicios apriorísticos, nuestra propia teoría, enfrentando
las aporías con la praxis política sin dioses en las estanterías
de las bibliotecas que nos protejan, ni sentido determinista de la historia que
nos garanticen un "triunfo final".
Porque lo que aparece a simple vista,
es que ninguna de las corrientes supuestamente antagónicas dentro del movimiento
emancipador que lograron ensayar formas sociales, ha demostrado ser la "verdadera"
y en todas es fácil reconocer, con diferencias de grado, los sacrificios,
la abnegación y el espíritu de lucha. Sus logros y sus fracasos.
Lo que es menos fácil de ver
son los valores auténticamente revolucionarios y libertarios, la verdadera
actitud "subversiva", la real radicalidad en cada una de las experiencias
y en todas en su conjunto. Y esto es así porque criterios aritméticos
como "éxito", "cumplimiento de objetivos", estadísticas
de producción, tantos televisores por habitante, "acumulación
histórica", y sobre todo la idea de un presente de lucha, de sacrificio
hacia un futuro luminoso de felicidad, empañan y distorsionan las valoraciones.
Así la "verdad"
estuvo - y sigue estando- indicada por el "triunfo", por los
resultados "finales". Las "derrotas" indicaron el
"error". Los que triunfaron fueron "héroes", los
derrotados "mártires", cuando aventureros o ilusos. Ahora que
todo parece derrumbarse, los "héroes" pasan a ser traidores y
el futuro, antes luminoso, una especie de condena inevitable.
Puede decirse que prácticamente
todo el movimiento emancipador de este siglo, sean cuales fueren las identidades
político- ideológicas, tuvo la impronta del pensamiento socialista-anarquista
en donde el marxismo en sus diferentes corrientes se impuso por la fuerza de su
estructura lógica. Pero a su vez el movimiento emancipador al que generalizamos
con el nombre de socialismo, es hijo rebelde (lamentablemente no suficientemente
rebelde) de la epistemología de la Modernidad.
Y así como Marx fundó
su doctrina no sólo en el destripamiento del capitalismo sino también
analizando el agotamiento del llamado socialismo utópico, hoy es imprescindible
revisar a fondo los fundamentos epistemológicos modernistas en los cuales
el marxismo quedó entrampado y a la postre contribuyeron decididamente
a las supuestas "desviaciones" posteriores y su actual agotamiento.
En efecto: la Modernidad, esa época
iniciada en el siglo XII, potenciada en el renacimiento, cuyo apogeo fue el iluminismo
del siglo XIX, estableció un dispositivo epistemológico que determinaba
una lectura del mundo a partir de la cual se construyó el mito central
de la época: la creencia y la praxis del progresos ilimitado como ley ontológica
central que ordenaba el conjunto de las actividades humanas. Incluso en su versión
evolucionista, explica el devenir de la materia y la vida. Es este el llamado determinismo
histórico o historicista. Su rasgo esencial es que el presente sólo
se puede entender y vivir desde el futuro. Es decir, un determinismo que explicaba
a los hombres y a las mujeres que la realidad actual, la situación en que
se vive, estaba "ordenada" y era incluso comprensible desde el punto
de vista del futuro. De ese mañana que daba razón de ser al presente.
En la época del reinado de la
ciencia, el socialismo debía transformarse en ciencia. Y así el
empirismo del "socialismo utópico" fue superado por el sistema
de ideas del "socialismo científico", el cual constituyó
una paradoja tal que, siendo un poderoso instrumento de acción, condenaba
inevitablemente a la espera. La lucha revolucionaria y la propia revolución
era sólo un medio para llegar al comunismo. Tal lectura de la realidad
nos ponía, más allá de nuestra voluntad y conciencia, en
una situación mesiánica de espera. Es en tal sentido que se puede
usar la expresión "mesiánica". No en el sentido peyorativo
como lo usan nuestros neodemócratas, sino en el sentido de la espera permanente.
La rebeldía, la militancia, la acción revolucionaria no tenía
sentido de pasión presente, sino de "deber ser", dado que lo
vivido resultaba secundario porque garantizaba la llegada del futuro.
Podría hablarse también
de "mesianismo científico" o "racionalista"
para no confundirnos con el mesianismo místico. Y todo mesianismo necesita
su mesías. Nuestro mesías fue el saber previo. Quien detentara
el saber estaba destinado por la historia a conducir la lucha. Porque ellos todo
lo podían prever gracias a una racionalidad que consideraba real sólo
aquello que es analíticamente previsible.
Por eso es que los ídolos que se construyeron en este siglo no fueron tanto
producto del irracionalismo como comúnmente se cree, como de la absolutización
y distorsión de la razón transformada en racionalismo.
La gran paradoja es que fueron precisamente
los prácticos y teóricos de la revolución, sus políticos,
particularmente Lenín, los que comprobaron que la revolución
no es previsible. Todos, casi sin excepción, fueron sorprendidos por
su propia revolución.
Por otro lado, la idea del comunismo
como el nombre de una sociedad futura comunitaria y libertaria, resultante de
una acumulación histórica económica y cultural que permitiría
pasar del reino de la necesidad al reino de la libertad, unificaba, a pesar de
unos y otros, tanto a revolucionarios como reformistas alrededor de la espera.
Es curioso, casualidad o significativo,
el éxito que está teniendo en nuestros días en Buenos Aires
la puesta de la obra de Samuel Beckett "Esperando a Godot" en donde
los personajes esperan a un tercero, el fantasmal Godot, el cual no llegará.
La obra es la representación genial de una de las componentes principales
de nuestras culturas mesiánicas. Ese desprecio total por lo que estamos
viviendo. Esa subestimación absoluta hacia lo que es la situación
concreta, en nombre de un futuro que no llegará jamás. Y es que
al asumir esta espera, habremos alienado e hipotecado nuestras vidas esperando
que llegue ese famoso "tiempo de vivir".
Cualquier "setentista" sabe
lo caro que resulta el concepto de "espera" a nuestras tradiciones revolucionarias.
Y puedo comprender que se sienta confundido y hasta herido si decimos que aún
nosotros, los mas radicalizados de la época, también pecamos de
"espera". Sin embargo, precisamente porque intentamos ser "guevaristas",
la experiencia de los setenta contiene en forma contradictoria tanto la "espera"
consciente como miles de ejemplos "inconscientes" de prácticas
de la libertad, es decir de "no espera". Para formularlo en dos
palabras en forma esquemática digamos que nuestras estrategias, eran estrategias
de espera; esperar, por ejemplo, la liberación del proletariado para encarar
la liberación femenina, de las minorías o de otros sectores oprimidos
de la sociedad. Y cuando tomábamos y participábamos en la lucha
de estos, lo hacíamos conscientemente con cierto carácter utilitario,
como medio hacia la futura emancipación del proletariado, el cual a su
vez emanciparía a toda la humanidad. En esas actividades políticas
pensadas y explicadas por el futuro, vivíamos, sin embargo, "inconscientemente"
el presente, la libertad, el socialismo, materializado en solidaridad, en nuevas
formas de relaciones sociales, de creación de imágenes identificatorias
alternativas y subversivas al sistema, en pasión militante. Estas vivencias
son lo que explica el extraño hecho de que una época de tanta violencia
política, represión y sacrificio, de formación de organizaciones
altamente autoritarias y que además culminó en la derrota del proyecto
"estratégico", sea recordada por los protagonistas con felicidad,
al menos con nostalgia. (Ver "Mujeres Guerrilleras" de Marta Diana,
"La Voluntad" de Caparrós-Anguita," José" de
Matilde Herrera y otros testimonios). Compañeros y sobre todo compañeras
con años de prisión, con las consabidas torturas, supuestamente
con escasa "formación política" (léase escasa "conciencia
racional") a punto tal que frecuentemente no pueden explicar las tácticas
y estrategias de sus organizaciones, más de una vez vapuleados por sus
propios dirigentes, hoy en día se niegan a ser consideradas "víctimas"
y sostienen sin vacilar: "Fueron los años mas felices de mi vida".
Madres y padres que afirman con convicción: "Nuestros hijos nos enseñaron
a vivir".
Me parece oír a los neodemócratas
algo así como "mesiánicos cultores de la muerte" sin poder
comprender -porque para ello hay que poner el corazón en ello- que en estos
sentimientos no hay nada que se aproxime al masoquismo, a la destructividad y
a la muerte, sino que por el contrario, evidencian un sentido de vida y de libertad
ligada al ser, a la pasión que no necesita justificación histórica
y no la "conciencia de la necesidad". Ese es el sentido de la llamada
"urgencia de la revolución" en el Che y probablemente el tesoro
atemporal mas importante del guevarismo.
La revolución no es "urgente",
no puede serlo, porque la revolución es esa ruptura histórica tan
inevitable como imprevisible. Por mas que no les guste a nuestros neodemócratas,
si hay una regularidad en la historia, es la sucesión de rupturas catastróficas
llamadas revoluciones. Catastróficas no por infaustas o destructivas, sino
por trastocar el orden establecido sin previsibilidad en el tiempo, espacio y
consecuencias. Pero también es evidente que no hay revolución
sin acción revolucionaria, sin hombres y mujeres rebeldes. No existen
urgencias, sino exigencia de rebelión permanente, por así decirlo.
Existe la exigencia de actuar en la situación concreta sin subordinación
a la supuesta "situación universal" y al mismo tiempo referido
a ella como intentaremos ver un poco mas abajo. Existe la exigencia de llevar
a cabo las prácticas alternativas a los modelos actuales, prácticas
destinadas a romper los bloqueos a las potencias creadoras populares. El marxismo fue el intento mas profundo
de comprender, aprehender y utilizar el proceso hacia y en la revolución.
En ese cometido indagó en la historia, intentó sistematizar el pensamiento
universal, acumuló experiencias, estableció categorías, y
formuló hipótesis de acción, las cuales, influidas desde
el inicio por el determinismo evolucionista, presionadas luego por los crecientes
intereses de los novísimos estados pos-revolucionarios, fueron paulatinamente
fosilizándose en "leyes objetivas universales" que subordinaban
toda acción concreta. Pero además - y esto es lo importante con
respecto al Che- se empezó a considerar revolución sólo el
momento de ruptura y el estado posterior suponiendo que ésta hubiera triunfado.
Pués bien, si para un revolucionario,
la vida, la libertad, es la revolución, y considera ésta sólo
la ruptura, hasta que dicha ruptura llegue, no "vive", está a
la espera. Activa o pasiva, aceleramiento del proceso o paciencia, pero en todo
caso, entre revolución y revolución, mejor dicho, entre ruptura
y ruptura, no hay acción libertaria. Por el contrario , para el Che - y
eso fue lo que tomamos metafóricamente al "recoger su fusil"
, quizás sin saberlo- no hay ni "urgencia" ni "espera"
determinada por la historia. No hay un deber ser revolucionario que insta al
"sacrificio" presente para la felicidad futura. La urgencia del Che
es la exigencia del ser, metaforizada en la expresión : "Sentir como
propia la bofetada en el rostro de los demás". La espera fundada en el determinismo
histórico adopta diversas formas y discursos: puede tratarse de esperar
el desarrollo de las fuerzas productivas. Esto es bien actual y produce situaciones
tan dispares como hacer coincidir objetivamente a menemistas "hegelianos"
con marxistas. Puede tratarse de la espera de la liberación nacional. En
todo caso lo significativo es que la espera tiene poco que ver con los métodos
de lucha. Para los menemistas "hegelianos" será la evolución
económica y social que traerá la riqueza y con ella la felicidad.
Para los marxistas revolucionarios dicha evolución económica desarrollará
o, en todo caso, recompondrá las fuerzas productivas y recreará
el sujeto histórico al cual, conducido por los mesías portadores
del saber, desarrollarán las condiciones para la insurrección victoriosa.
Para los reformistas será la evolución de la educación...
y así de seguido. Pero también se expresa en
el encierro en nuestro pasado militante, como algo que fuimos pero ya no somos
y quizás en algún momento volveremos a ser, cuando por acción
de gracias algún caudillo revolee el poncho. Se establece así una
especie de puente entre el pasado y el futuro que pasa por arriba de nuestros
días de modo tal que el presente se transforma en la mas virtual de las
realidades. Y así se ve el inexplicable espectáculo de militantes
setentistas de nevadas sienes o incipientes calvas expresar con candor: "Porque
nuestras juventudes tenían ideales, valores de solidaridad, espíritu
de sacrificio"... "cien mil cuadros de superficie", etc. Y uno
se pregunta que puede pensar el jóven que escucha. ¿Es que perdieron los
ideales?. ¿Es que hubo una generación "milagrosa"?. Y en tal
caso ¿Dónde están? ¿Sólo los muertos fueron revolucionarios?.
La actitud de espera no es entonces
una cuestión "moral", no se trata de "debilidad ideológica"
o "comodidad pequeño burguesa" o "reformismo obrero".
No es una cuestión de buena o mala voluntad, sino las consecuencias de
la visión historicista. (Sin desconocer que esta visión puede justificar
la comodidad). Por eso es que, aunque suene a contrasentido, la espera está
mas arraigada en la "conciencia" que en la "no conciencia".
Porque la conciencia, tal como la sigue concibiendo la insubversiva izquierda,
es la reducción del pensamiento a la sola "conciencia racional",
figura central de la Modernidad. Esta conciencia exige "acción consciente",
propicia "concientización" y condena la supuesta espontaneidad
por "irracional". Así como los "reformistas" confían
que la educación "concientizará" a un pueblo supuestamente
sin conciencia, algunos "revolucionarios" actuales, como caricatura
del setentismo, creen que acciones más o menos violentas, a veces ridículamente
violentas, de la "vanguardia" concientizará a ese pueblo.
La espera es en todo caso expresión de "acción consciente"
en los términos que la Modernidad relacionó la conciencia con el
pensamiento, términos cuestionados por la praxis del Che, que hoy es imprescindible
revisar y de los cuales hablaremos mas abajo.
Es de entender entonces que desde una
visión reformista-determinista el Che no pueda ser otra cosa que "voluntarista",
"espontaneísta", cuando no "aventurero". Pero a su
vez la visión "revolucionaria-determinista" tal vez muy valiente
y decidida, jugada y corajuda, cuenta, sin embargo, con la garantía de
la historia, con una hoja de ruta que le asegura el camino del futuro y utiliza
al Che como símbolo de "conciencia", repitiendo "seremos
como el Che", adorando al ídolo en la pancarta, sin poder hacer como
él.
! Oh paradoja de paradojas! . En
grupos de jóvenes supuestamente "despolitizados", el Che, como
dijimos, es un mito y sin embargo en algunos rasgos de la conducta colectiva de
estos jóvenes parecen insinuarse embrionariamente (con lenguajes y códigos
extraños para nosotros) elementos frescos del guevarismo en contraste con
la fosilización de los "politizados". Así se expresaba
en la concentración "inorgánica" del 23 de marzo de 1996
en Plaza de mayo en comparación con la del día siguiente que fue
"orgánica". Esto no significa invalidar para nada la segunda
sino observar en la primera un nuevo fenómeno político.
La lectura atenta de sus escritos cotejados
siempre con su práctica revelan que el Che, sin bien identificado sin tapujos
con el marxismo revolucionario, como pensador era un hombre cuya acción
rompía con el pensamiento de la Modernidad y del propio marxismo. La siguiente
cita, con respecto a la expresión de Lenín "sin teoría
revolucionaria no hay movimiento revolucionario" merece especial atención: "Convendría decir que
la teoría revolucionaria, como expresión de una verdad social, está
por encima de cualquier enunciado; es decir, que la revolución puede hacerse
si se interpreta correctamente la realidad histórica y se utilizan correctamente
las fuerzas que intervienen en ella, aún sin conocer la teoría". Sin perder de vista que hay medio
siglo entre ambos es evidente que, al menos que pensemos en un Che "mágico"
o "intuitivo", esta afirmación sólo puede ser expresada
por alguien que está rompiendo el estrecho concepto de un pensamiento ligado
a la conciencia racional. Porque, en efecto, la figura central de la Modernidad
era la conciencia racional, la cual se autopresentaba como el nivel mas elaborado
de la evolución de la especie, algo así como el "objetivo final"
de la creación, en función de la cual todo lo real está ordenado.
El ideal modernista de libertad se identifica con dominación. Esta dominación
tiene como sujetos a la naturaleza, la materia y la parte animal del hombre.
Frente a ello ya no aparece la figura
de un hombre o de la humanidad, sino la conciencia racional, la cual no sólo
se identifica con el pensamiento sino que reclama el monopolio de las función
de pensar.
Por esta lógica se ha entrelazado
el conocer con el saber y éste con el pensamiento, de modo tal que se identifican.
El conocer se cristaliza en su aspecto, llamémoslo "pasivo’, es decir
información acumulada. Entonces - si se me permite la trivialización--
a mayor información , mayor conciencia, a mayor conciencia mayor pensamiento
y mayor dominación. Resultado: el poder es de quienes dominan la información.
El colmo de la virtualidad que se ve con tanta claridad en nuestros días
cuando pareciera que los medios masivos detentan el poder. ¿Qué tipo de
"saberes" o que "información" tendría Fidel
cuando, rodeado de los 12 sobrevivientes del Granma expresó: "Los
días de la dictadura están contados"?. Lo cierto es que si
los acontecimientos posteriores no le hubieran dado la razón, hoy se recordaría
vagamente aquel "chiflado" que quiso liberar Cuba con 12 hombres y 7
fusiles.
Por eso hoy quedan pocas dudas que
el pensamiento consciente es sólo una parte y ni siquiera la mayor del
pensamiento. Es más, el pensamiento es una combinatoria que no tiene a
la conciencia como condición.
Esta constatación rompe con
una serie de ideas recibidas, que tiene como efecto, entre otras cosas, desbaratar
las jerarquías que en la Modernidad se habían creado basadas en
ese presupuesto.
Existe un pensamiento no consciente
y también un pensamiento no simbólico y prácticas con pensamiento.
Las manos del artesano o el artista "piensan", por así decirlo,
buscan soluciones a los problemas e inventan nuevas vías. Y eso es también
racionalidad aunque no "conciencia". Ya Marx lo había barruntado
cuando escribía metafóricamente en alguna parte: "el hombre
piensa porque tiene manos", si bien es cierto que se refería al papel
del trabajo en la formación del hombre.
Asimismo no toda actividad consciente
es forzosamente una actividad del pensamiento. Las actividades reflexivas o corticales
que ejerce la conciencia durante las tareas mecánicas o repetitivas sin
enfrentarse a los problemas en la frontera de una situación, son actividades
a las cuales, en rigor, no puede calificarse de pensamiento. Los sencillos ejemplos
de la diferencia entre alguien que hace muebles y un carpintero, entre un gestor
y un político, entre un trabajador de la cultura y un artista, entre un
profesional de la ciencia y un científico, entre un erudito en filosofía
y un pensador, entre un docente y un maestro...y, por supuesto, entre un profesional
de la revolución y un revolucionario o simple rebelde.
El pensamiento, en cambio, sería
esa actividad de los carpinteros, los políticos, los artistas, los científicos,
los pensadores, los maestros, etc. Y los revolucionarios, donde la combinatoria
se enfrenta a una aporía, a una interrupción del sentido, a lo desconocido;
donde un indecible exige un análisis hipotético imprevisible y en
general con múltiples variables ordenadas por una incógnita. Desde
luego, la "resultante" va a ser casi siempre "sorprendente".
Sorprendente frente a la "previsión" de la ideología,
porque toda ideología antepone las respuestas a las preguntas.
En rigor, la mayoría de los
revolucionarios demostraron este concepto de pensamiento en su praxis por encima
de sus teorizaciones. Pero de aquellos que tuvieron oportunidad de ejercer
funciones de gobierno se destacan Lenín y el Che. Ambos actuaron de la
misma forma frente a la aporía, al indecible, a la interrupción
del sentido. El caso de Lenín es mas contradictorio por varias razones:
complejidad de la revolución rusa, época que le tocó vivir,
su formación mas rigurosa en la tradición del pensamiento modernista,
su preocupación por el atraso civilizatorio de Rusia. Pero aún así
es el Lenín del "Ahora o nunca", el Lenín de las "tesis
de Abril" o "Carta desde lejos", el Lenín de la Paz de Brest.
El Che, por su parte, hombre racional
si los hay, una racionalidad guiada por un poderoso pensamiento subversivo, por
lo tanto, creador, tan subversivo que subvierte sus propios prejuicios o juicios
apriorísticos, lo expresa en todo el conjunto de su corta vida. Sin la
rigurosidad de la formación de Lenín, pero como lector voraz y amplio
tenía la ventaja de una época en que el cuestionamiento al evolucionismo
determinista empezaba a hacerse sentir con fuerza y la fosilización del
marxismo oficial era evidente.
De sus biografías y sus escritos
se puede colegir que esto se empezó a evidenciar en su conocido viaje juvenil,
pero se forjó en el proceso que va desde el desembarco hasta la entrada
en La Habana. Su mirada al horizonte lo mantenía ligado a la incógnita,
al futuro, al objetivo, a la utopía, eso era la liberación de Cuba,
pero en la praxis concreta, la libertad de Cuba, es decir la libertad de cubanos
y cubanas de carne y hueso, no esperaba la conquista del gobierno. La empezaba
a construir en el curso de la lucha, allí donde pusiera el pie.
Más adelante, ya en el poder,
podemos registrar sus angustiosas preocupaciones documentadas en actas y escritos
sobre su gestión ministerial, desde los problemas aparentemente mas nimios.
Y es importante detenerse allí, en el tratamiento de los "pequeños"
problemas, la desidia, la burocratización,etc. Su observación cotidiana,
en las pequeñas cosas, de como la práctica "traicionaba"
las teorías de la modernidad, como el hombre no es un simple producto del
medio, como la conciencia no es simplemente el espejo subjetivo de la realidad,
etc. De modo que sabía que no tenía teorías confiables para
construir el socialismo, a lo sumo una "hipotética" hipótesis.
Por su parte llegaba con su práctica a la misma conclusión que Marx:
" No es posible un fin justo con medios injustos". Es precisamente
en ese sentido que su cuestionamiento a la vigencia de la ley del valor en el
socialismo y su propuesta de incentivos morales, excedían el problema concreto
en sí mismo, para dirigirse a un cuestionamiento mas profundo a la capacidad
de la reflexión lógica analítica como pensamiento creador.
El reduccionismo mental tomo la propuesta sobre incentivos morales como solución
del problema cuando en realidad era más bien el planteo del mismo. Planteo
que tiene vigencia actual.
Como decíamos al principio,
el Che pudo evitar la iconografía, sin embargo no se pudo evitar que el
ejemplo de su conducta práctica como ejercicio de un nuevo pensamiento
quedase reducido a voluntarismo. En realidad, cada paso de férrea voluntad
no estaba tanto destinado a forzar o quebrar la realidad objetiva sino que romper
las lecturas teóricas de esa realidad, esas lecturas que anteponían
las respuestas a las preguntas.
De este modo el pensamiento y la praxis
del Che fueron conformando una visión de la acción política
que zafaba de la famosa relación entre medios y fines. Empezaba a vislumbrar
que la lucha, la revolución, no era un medio para llegar al comunismo,
sino un disparador de nuevas relaciones sociales subversivas al sistema aún
en las entrañas del mismo. El fin estaba en el medio y a su vez ningún
medio era un fin en sí mismo. El Che no luchaba por una libertad en el futuro, sino que en la lucha estaba
la libertad.
El
presente trabajo es la base de la charla ofrecida por el Cro. Luis Mattini, docente
de la Cátedra Abierta Ernesto "Che" Guevara, autor del libro
"Hombres y Mujeres del P.R.T" y último Secretario General del
Partido Revolucionario de los Trabajadores, en la actividad organizada por Movimiento
de Resistencia Popular en la ciudad de Paraná .
25-7-97
Ediciones
8 de Octubre
MOVIMIENTO
DE RESISTENCIA POPULAR