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29 de abril de 2002

Michael Albert entrevista a Noam Chomsky

Extendiendo el dominio de EE.UU. por todos los medios posibles
Noam Chomsky y Michael Albert
Origen: ZNet
Traducido por Manuel Talens y revisado por Germán Leyens

Descripción: Una lúcida entrevista en la que el célebre semiótico ofrece su análisis despiadado de la superchería que se ha dado en llamar "guerra contra el terrorismo".
MICHAEL ALBERT: ¿Por qué cree usted que Estados Unidos se lanzó a una guerra en vez de seguir el camino del Tribunal Internacional o los canales de las Naciones Unidas, o incluso de examinar la oferta que hicieron los talibanes de extraditar a Ben Laden?
NOAM CHOMSKY: En el ámbito legal y en otros círculos intelectuales se sigue debatiendo sobre si las acciones llevadas a cabo por EE.UU. han sido autorizadas por las ambiguas resoluciones del Consejo de Seguridad. En mi opinión, se trata de una pérdida absoluta de tiempo. EE.UU. podía obtener una clara autorización del Consejo de Seguridad para cualquier cosa que hubiera deseado y, desde luego, no por su bella cara: Rusia está ansiosa por que la acepten en la "coalición contra el terror" para poder recibir apoyo estadounidense por su atroz terrorismo de Estado en Chechenia; los chinos tienen las mismas preocupaciones con respecto a su represión de los "separatistas" en el Oeste de ese país; Inglaterra se pliega de manera refleja y Francia posee una herencia lo bastante colonial como para no plantear problemas. De manera más general, los Estados represores y violentos del mundo ven aquí una oportunidad de obtener el apoyo del poder hegemónico a sus atrocidades terroristas y, por lo tanto, no han tenido inconveniente alguno en unirse a la "guerra contra el terror".
Pero EE.UU. se negó claramente a obtener la autorización del Consejo de Seguridad, de la misma manera que se negó a indagar la posibilidad quizá real- de extraditar a Ben Laden y a sus compinches.
Es fácil de comprender. Cuando un capo mafioso quiere cobrar dinero a cambio de protección, no solicita antes permiso a los tribunales, incluso si sabe que lo va a obtener, pues al hacerlo estaría indicando que existe una autoridad a la que debe plegarse y ése es un principio inaceptable. Al contrario, para que la gente se sienta intimidada, EE.UU. sabe que ha de dejar claro que no tiene a nadie por encima. Así funcionan los asuntos internacionales. Existe incluso un término que define tal actitud: hay que mantener la "credibilidad". Ésa fue la razón oficial que dieron Clinton, Blair y otros cuando los bombardeos de Serbia y que ha sido invocada en otras muchas oportunidades. Una de las tareas de los intelectuales consiste en encontrar motivos más elevados, pero las razones oficiales son a menudo bastante francas y realistas: lo importante es dejar claro quién es el que manda.
Los dirigentes de EE.UU. no dudan en absoluto, tanto de palabra como en la práctica, en utilizar unilateralmente el poder militar para defender sus intereses, tal como repitió a menudo la Administración Clinton, haciéndose eco de administraciones precedentes. Es una postura muy natural entre quienes poseen un poder desmesurado y están convencidos por el momento con toda la razón de que pueden utilizarlo con impunidad.
Si una parte de la política estadounidense consiste en quebrantar las leyes internacionales, ¿acaso no mantiene eso la reputación de EE.UU. como promotor de violencia internacional?
A mí me parece que quebrantar las leyes internacionales y mantener la credibilidad son dos cosas que van de la mano. Por razones similares, en su principal estudio sobre la "disuasión posterior a la guerra fría", el Estado Mayor estratégico de Clinton señaló que "no es bueno que parezcamos demasiado racionales y fríos... Un aspecto de la imagen nacional que proyectamos debería de ser que EE.UU. pueda reaccionar de manera irracional y vengativa si se atacan sus intereses vitales". Resulta "útil" para nuestra posición estratégica si "algunos elementos parecen capaces de perder el control". La política actual concuerda bastante bien con los preceptos de los documentos internos y resulta fácil rastrear la historia anterior, no sólo en EE.UU., por supuesto, porque hay muchos precedentes. Se trata de unos atributos muy naturales del poder desmesurado.
Una "guerra contra el terrorismo" es muy útil, como lo fue la guerra fría, para los presupuestos militares, la distribución interna de la riqueza, la justificación de leyes represivas y la racionalización de la violencia contra los disidentes de todo el mundo. ¿Estamos bombardeando en parte para poder obtener mayores beneficios, tanto interiores como internacionales, de una guerra contra el terrorismo?
Ésa es una alegación razonable. El Wall Street Journal subrayó de forma precisa que los programas armamentistas se han hecho "inmunes" a los recortes presupuestarios. Antes del 11 de septiembre EE.UU. ya dedicaba más dinero que los 15 países que le van a la zaga en "defensa" -lo que quiere decir "ofensa"- y, desde entonces, la diferencia ha aumentado. De manera particularmente cruda y vulgar, la administración ha explotado el miedo y la angustia de la población para imponer una amplia panoplia de medidas difíciles de tragar, que en otras circunstancias se hubieran enfrentado a la oposición popular y que van desde la baja de impuestos corporativos a la aprobación de negociaciones de tipo estalinista ("negociaciones para la mejora del comercio", lo que antes se llamaba "vía rápida"), pasando por la propuesta de tribunales militares y otras medidas para reforzar la autoridad del muy poderoso Estado que tanto gusta a los "conservadores". No es nada sorprendente: todos lo hemos estado advirtiendo, de manera muy explícita, desde poco después del 11 de septiembre.
Pero le repito que es natural. Esta gente trataría de explotar un terremoto con fines parecidos. Los sistemas de poder siempre buscan extender su dominio y su control por todos los medios posibles. En la lucha de clases o en otros enfrentamientos entre un poder concentrado y la población general, uno de los lados persigue sus fines sin descanso, utilizando todas las herramientas a su alcance -apelaciones al "patriotismo", diatribas histéricas contra quienes no siguen las consignas, etc.- para reducir a sus oponentes a la pasividad y a la sumisión. ¿Por qué habría que esperar algo diferente? Bien es verdad que dentro de la actual administración hay un individuo bastante inusual en sus planteamientos casi fascistas y que ahora posee una influencia considerable, pero eso no es más que una cuestión de grado. Por supuesto, tenemos toda la razón del mundo para oponernos a esas tentativas y negarnos a ser intimidados y silenciados, como siempre. Y existen muchas oportunidades. La opinión general, me parece a mí, es mucho menos uniformemente patriotera de lo que uno podría deducir observando a las elites, que -lo repito: de manera muy natural y con multitud de precedentes históricos- quieren domar a la "gran bestia", por parafrasear el término con que Alexander Hamilton denominaba al siempre peligroso público.
Háblenos del petróleo. Dados nuestros argumentos sobre la importancia del petróleo para la política de EE.UU. en la región, ¿por qué niega usted que el petróleo sea un factor central de esta guerra?
El petróleo suele ser el telón de fondo de todas las acciones que se toman en esa parte del mundo. La región del Golfo posee, con mucho, las mayores reservas y las más fáciles de explotar. El Asia Central es también importante en potencia, pero no en la misma escala. Sin embargo, esos factores son estables: no cambiaron con el 11 de septiembre. Con respecto al oleoducto a través de Afganistán, sin duda existen intereses, pero se trata de un asunto secundario. Es mucho más significativo el control estadounidense sobre las fuentes primarias de energía, con el papel de Iraq por el momento en suspenso, si bien es seguro que algún día será muy importante, porque sólo le gana en reservas conocidas la Arabia Saudita. Y las relaciones de EE.UU. con la Arabia Saudita y los Emiratos se han visto afectadas por la guerra en Afganistán. Incluso los elementos más pro estadounidenses por ejemplo, Qatar, que acaba de albergar la Conferencia del Comercio Mundial- se han negado a apoyar la guerra de EE.UU. y la población general parece serles bastante hostil, lo cual es bastante visible en los países más libres. Por esas razones, parece poco probable que el petróleo sea un factor motivador de importancia.
En sentido contrario, ¿por qué EE.UU. sigue políticas que pueden poner en peligro tanto su acceso al petróleo como la geopolítica de éste, tales como arriesgarse a que se incremente la disidencia interna en el régimen saudita?
Ésa es una pregunta muy sagaz. Como no tenemos acceso a documentos internos, sólo podemos teorizar. Pero parece que las fuerzas dominantes en la administración confían en que su control absoluto de la violencia bastará para mantener las cosas bajo control. Esto es también lo que sugiere el enorme incremento del presupuesto militar, en especial la militarización de los programas del espacio, enmascarados como "defensa antimisiles" y descritos con bastante franqueza y sin tapujos como destinados a crear una capacidad militar ofensiva sin precedentes, que pueda ser utilizada para intimidar y subyugar al número cada vez mayor de desheredados producidos por el proceso de globalización corporativa, así como para proteger los intereses comerciales y las inversiones, de la misma manera que hacían las flotas de barcos en épocas anteriores. No hay ningún secreto en esto. Si no está en las primeras páginas de los periódicos, como debería de estar, se debe a que las instituciones doctrinarias no lo desean.
Si pasamos ahora de las causas a los efectos, algunos informes han señalado durante las últimas semanas que unos 7,5 millones de afganos corren el peligro de morirse de hambre si se interrumpe el flujo de las ayudas urgentes que les llegan. ¿Se trata acaso de exageraciones de las organizaciones humanitarias o estamos en presencia de lo que podría convertirse en una de las mayores violaciones de los derechos humanos de los últimos cien años? ¿Qué se puede hacer para evitarlo?
Los envíos más desesperadamente necesarios han sido interrumpidos o cancelados durante los últimos tres meses, en un momento crucial, justo antes del comienzo del crudo invierno, que impide seriamente la distribución de ayudas. Los informes relativos a las condiciones entre los refugiados en especial en la prensa británica y en otros medios extranjeros son devastadores. Hasta dónde llega esto no se sabe, pero si el precedente de la historia sirve para algo, nunca lo sabremos. Entre quienes controlan el poder existe dos importantes principios operativos con respecto a estos asuntos:
(1) Los crímenes de los enemigos oficiales deben ser investigados con minuciosidad, de acuerdo con el principio (muy razonable) de que no se debe incluir solamente a quienes fueron literalmente asesinados, sino también al número mucho mayor de personas que mueren como consecuencia de las políticas escogidas.
(2) Dicha táctica debe ser escrupulosamente evitada en el caso de nuestros propios crímenes y responsabilidades.
La aplicación de estos principios guías está muy bien documentada hasta el presente, a veces de forma especialmente trágica. Para mencionar solamente uno de los innumerables ejemplos, si los 80,000 kosovares que habían sido expulsados violentamente de sus hogares hubieran estado pudriéndose en campos de concentración de Serbia, lo hubiéramos sabido, de hecho, nos hubiéramos implicado en la guerra. Pero este problema no existe si se trata de campos de concentración en Timor Oriental o en Indonesia, porque la responsabilidad apunta en línea recta hacia Washington y Londres. Kosovo hervía de investigadores forenses que buscaban desenterrar cualquier rastro de pruebas criminales del enemigo oficial. A pesar de las peticiones de las Naciones Unidas, de las organizaciones humanitarias, de los timoreses y de otros, no hubo investigadores forenses en Timor Oriental, y eso a pesar de que los crímenes cometidos allí al mismo tiempo fueron mucho más graves, de acuerdo con cualquier comparación racional o moral. Resulta deprimentemente fácil añadir más ejemplos.
Tampoco debemos olvidar que las personas no se mueren de hambre y de exposición al frío en un momento, no es como si a uno le vuelan la cabeza. Pueden sobrevivir durante largo tiempo comiendo hierba o raíces. Sus niños desnutridos pueden morir de enfermedades, pero no resulta fácil identificar la causa exacta. Por tales razones, todo consiste en no hacer caso de los propios crímenes y en hacer todos los esfuerzos posibles por señalar los de los enemigos oficiales.
¿Qué es lo que puede hacer la gente? Lo primero sería ejercer el máximo de presión sobre el gobierno para que envíe -en realidad para que permita que se envíe- ayuda humanitaria masiva, que llegue al mayor número posible de personas en peligro. Lo segundo sería tratar de comprender y divulgar los factores escondidos que han llevado a esta situación, aunque sólo sea para reducir las posibilidades de que se repita de nuevo.
Si ya ha destruido ampliamente lo que quedaba de Afganistán y ha instalado a la Alianza del Norte, que antes todo el mundo consideraba infame, ¿por qué EE.UU. todavía obstruye el flujo de alimentos hacia los famélicos ciudadanos afganos?
Dudo que esté literalmente obstruyendo" el flujo. Lo más probable es que considere que el asunto no tiene importancia. He de añadir que entre todas las cosas que he dicho y escrito sobre este asunto durante los últimos meses, hubo un comentario mío informal que fue mal citado y que ahora deseo aclarar: se me atribuyó haber afirmado que EE.UU. estaba "tratando" de crear una catástrofe humanitaria. Esto sería atribuir demasiada humanidad a los planificadores estadounidenses y al coro que canta sus bondades. Si voy andando y piso una hormiga, sería incorrecto decir que "traté" de matarla; lo correcto consiste en decir que consideré dicha posibilidades tan insignificante que no le presté atención. Lo mismo se puede decir en este caso. Simplemente no importa, en particular cuando los planificadores están lo bastante seguros de que las consecuencias no serán publicadas o investigadas con seriedad, si es que el pasado sirve de ejemplo.
¿Es probable un ataque contra Iraq o lo es más contra otros objetivos, como Somalia, Sudán, etc.?
La utilización de un poder colosal contra enemigos indefensos tiene un efecto negativo sobre la gente; es demasiado fácil encontrar referentes históricos. En mi opinión, el éxito militar era predecible por razones que ya discutimos hace meses y que están publicadas; lo que me sorprendió fue que los talibanes resistieran durante tanto tiempo bajo bombardeos increíbles. Resulta interesante, y ominoso, comprobar de qué manera el éxito del uso de la fuerza desproporcionada ha sido considerado como una justificación de dicha fuerza, lo cual tampoco es nuevo.
En la administración, y también entre los comentaristas de elite, hay individuos más que dispuestos a aprovechar cualquier oportunidad para atacar a otros, siempre que estén indefensos y que el ataque pueda ser llevado a cabo desde lejos y con impunidad. Los gobiernos europeos han tratado de frenar dichos impulsos, y buena parte del mundo les teme (con toda la razón). Lo que suceda dependerá en gran medida del clima interior y, para aquellos que se oponen a nuevos ejercicios de violencia, la tarea consiste en la acción, no en teorizar, que como mucho es algo banal, debido a la complejidad de los factores implicados.
De la misma manera que el 11 de septiembre fue un regalo para la agenda política de Bush y compañía, ¿acaso los recientes ataques terroristas en Israel no le han servido al gobierno israelí para incrementar sus ataques contra los palestinos? ¿Cómo explica usted las bombas terroristas? ¿Qué se puede hacer para tratar de limitar y voltear la horrible trayectoria que se está desplegando en Israel?
En todo el mundo, los Estados represores lo cual equivale a decir los Estados se han dado cuenta de que ellos también tienen la oportunidad de incrementar la represión y el terror bajo la rúbrica de guerra contra el terrorismo. Israel no es una excepción, tal como hemos observado desde el 11 de septiembre. El terrorismo de la población hunde sus raíces en la desesperación, pero explicarlo no es justificarlo. Aparte de ser horribles, esos actos terroristas son al mismo tiempo un regalo que se les hace a los elementos más duros y brutales del poder de ocupación y de sus aliados estadounidenses. Tiene usted razón en lo relativo a la horrible trayectoria, que se está convirtiendo en una guerra tribal con efectos devastadores para ambas sociedades. Dicho lo cual, está claro que no debemos olvidar la enorme asimetría de poder y de capacidad. No son los palestinos quienes ocupan Israel de manera dura y brutal desde hace 35 años, con la ayuda decisiva de EE.UU.
Hay mucho que podemos hacer. Cuando leemos sobre los asesinatos políticos y de civiles perpetrados por los helicópteros israelíes, debemos comprender, al igual que las víctimas, que son helicópteros estadounidenses con pilotos israelíes, proporcionados a sabiendas de que serían utilizados de esa manera. Para darle un ejemplo, considere la Cuarta Convención de Ginebra, establecida inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial para criminalizar las atrocidades de los nazis. EE.UU. se encuentra entre los primeros signatarios obligados por las solemnes disposiciones del tratado a hacer que se respete la Convención. Aparte de EE.UU. y de Israel, el mundo ha repetido con insistencia que la Convención se aplica a los territorios que Israel ocupa con el apoyo de EE.UU. La misma conclusión ha sido enunciada por el Comité Internacional de la Cruz Roja, que tiene la responsabilidad de velar por la aplicación de la Convención. El gobierno de Suiza es la autoridad estatal responsable y, en tal capacidad, organizó una conferencia sobre este asunto el pasado 5 de diciembre. La conferencia fue boicoteada por EE.UU., Israel y -lo que resulta más sorprendente- Australia, bajo la presión estadounidense, según la prensa australiana. El informe de la conferencia en el Financial Times de Londres se iniciaba así: "Los 15 estados miembros de la Unión Europea aprobaron ayer una declaración sin precedentes que reafirma la ilegalidad de las implantaciones judías en los territorios ocupados y apela a Israel para que respete las leyes humanitarias internacionales". Una búsqueda exhaustiva en la base de datos llevada cabo al día siguiente no encontró informe alguno en los medios de comunicación estadounidenses (gracias a David Peterson). Sólo de manera ocasional uno puede encontrar algún artículo haciéndose eco de que "los palestinos reclaman" que las Convenciones se apliquen a los territorios ocupados. Los hechos reales sólo pueden ser desenterrados si uno se aleja de los medios de comunicación más importantes, lo cual nos muestra la amplia variedad de acciones que podemos y debemos llevar a cabo.
En tales situaciones suele suceder que cada uno de los oponentes se centra en los crímenes del otro y las acusaciones suelen ser correctas. Lo que se puede hacer desde fuera, siempre que sea posible, es tratar de que cada una de las partes reconozca la justicia de las acusaciones de su adversario; ésta es la condición previa para invertir la escalada del ciclo de violencia. Por supuesto, no existe la menor simetría en este caso y aquí no vemos las cosas desde fuera, dado el papel fundamental y decisivo que tiene EE.UU. en la implementación de unos crímenes que, de nuevo, fueron condenados en la nunca publicada declaración del 5 de diciembre.
Los medios han celebrado de manera masiva el vídeo en que Ben Laden se refería al 11 de septiembre. Los comentaristas afirman que esta cinta legitima de algún modo el bombardeo de Afganistán, como si el descubrir que el linchamiento de un criminal, que al mismo tiempo se llevó por delante a muchos mirones de manera "colateral", estuviera legitimado al descubrir que el criminal era culpable, más o menos como se decía. Otros afirman que el vídeo es falso.
Yo creo que la cinta es auténtica y que añade alguna fuerza a la suposición de que la organización de Ben Laden estaba directamente implicada en los ataques terroristas del 11 de septiembre, pero deja sin respuesta la cuestión (no muy importante) de si fue él quien dirigió en persona tales ataques.
Según lo que ha sido publicado, el 9 de noviembre, dos meses después de los ataques, Ben Laden aprobó de nuevo de manera firme las atrocidades y se jactó ante un jeque saudita de que había estado al tanto de ellos antes de que ocurriesen, ya que era responsable de su organización. No sabemos si esto es cierto, de la misma manera que tampoco sabemos si lo fue que Brzezinski fanfarroneara de haber hecho que los rusos cayeran en la "trampa afgana" en diciembre de 1979, con las terribles consecuencias que aquello tuvo para el pueblo de Afganistán y para las víctimas de las redes terroristas establecidas por la CIA y sus socios, incluidos estos del 11 de septiembre. La fanfarronada de Brzezinski no sería suficiente para condenarlo por los crímenes de los que tan orgullosamente se jacta. Es posible que tales fanfarronadas sean ciertas, pero también que no lo sean. En ambos casos, nos dicen algo sobre la gente que las lanza, pero se necesitan pruebas para determinar la cuestión de la veracidad.
Ben Laden también utiliza el "nosotros" -supuestamente hablando de sí mismo- para explicar que a los kamikazes les notificaron la operación "justo antes de que subieran a los aviones." No está muy claro de qué manera hubiera podido hacer esto desde una cueva en Afganistán, y esta afirmación tan poco plausible levanta dudas sobre la certeza del resto de sus afirmaciones. Pero en realidad no tiene importancia. Si EE.UU. cree que Ben Laden es culpable, debería de buscar por todos medios la autorización -que obtendría con facilidad- de capturarlo para llevarlo ante un tribunal creíble, que podría ser el Tribunal Internacional de Justicia, si bien sería probablemente excluido, ya que EE.UU. rechaza su jurisdicción. Quizá sería posible establecer algún tribunal especial que se ocupara de este caso. De qué manera un tribunal serio se podría ocupar de estas pruebas es otro asunto. Sea cual sea la respuesta, no tiene nada que ver con la decisión de atacar Afganistán buscando vengarse de Ben Laden y sus socios, sin haber tenido en cuenta las consecuencias para la población, que eran bastante malas. Para evaluar aquella decisión, hay que considerar las pruebas disponibles y los objetivos proclamados en aquel momento, es un simple asunto de lógica.
Vale también la pena recordar que el objetivo de derrocar el régimen talibán por medios violentos vino después, ya que fue proclamado oficialmente a finales de octubre, si mi memoria es buena. No tengo noticias de ninguna discusión sobre las posiciones de los sectores afganos contrarios a los talibanes, muy importantes en aquel período, que incluían su oposición declarada a los bombardeos y sus llamadas a que EE.UU., en vez de atacar su país, debería apoyarlos en sus esfuerzos para derrocar el régimen desde dentro, algo que ellos consideraban más factible.
En pocas palabras, las nuevas pruebas descubiertas ahora, una vez evaluadas, dejan las cuestiones importantes tal como estaban.
Dicho lo cual, ¿debería de sorprender en Occidente la reacción de Ben Laden? Al fin y al cabo, sabemos perfectamente que los vítores a las grandes atrocidades y las fanfarronadas con respecto a las responsabilidades son moneda corriente. Consideremos, por ejemplo, la euforia ilimitada que despertaron las matanzas de 1965 en Indonesia, descritas con razonable fidelidad en los periódicos, junto con los elogios de los "moderados indonesios" responsables de las "asombrosas matanzas masivas" (NY Times) y del "baño de sangre" (Time), y de los líderes de Washington que, sabiamente, quitaron importancia a su responsabilidad fundamental en algunos crímenes, comparados por la CIA a los de Hitler, Stalin y Mao, a pesar de que los reivindicaron de manera bastante explícita y pública, incluso con orgullosos testimonios de congresistas. ¿Acaso el asesinato de quizá un millón de indonesios, la mayor parte de ellos campesinos sin tierra, es un crimen menor que el 11 de septiembre? O consideremos la respuesta no menos eufórica a la victoria en las elecciones nicaragüenses de 1990 del candidato apoyado por EE.UU. Aquellas elecciones fueron llevadas a cabo bajo la muy clara amenaza de que la elección de cualquier otro candidato conduciría a la continuación del estrangulamiento económico y de la guerra terrorista que había devastado el país, con terribles consecuencias que, de nuevo, fueron descritas con aprobación, ya que estábamos "unidos en la alegría" ante esta "victoria del juego limpio estadounidense" (NY Times). En noviembre de 2001 la historia volvió a repetirse cuando estuvimos "unidos en la alegría" ante la victoria del candidato de EE.UU. en Nicaragua, tras advertencias explícitas de terribles consecuencias si los votantes se equivocaban al elegir en un país que ahora ocupa el segundo lugar del hemisferio en cuanto a pobreza, después de Haití. Sólo son dos ejemplos, pero hay más.
¿Por qué, entonces, deberíamos de sorprendernos de que un gángster en una cueva de Afganistán reaccione ante los crímenes de la misma manera que las elites occidentales y se responsabilice de ellos? El día que estas cuestiones sean estudiadas con seriedad podremos tomarnos en serio las celebraciones de los medios, no antes.
Muchos izquierdistas se han visto paralizados por la idea de que se trata de una guerra justa o de que no hay posibilidad alguna de cambiar las cosas. Usted, por supuesto, no ha sucumbido a tales opiniones. Sigue tratando de prevenir la catástrofe y de impedir las injusticias. ¿Tiene algo más que decir para aclarar estas dos confusiones o cualquier otra?
Creo que no tengo nada que decir más allá de lo obvio. Que yo sepa, nadie ha expuesto nunca un caso de guerra justa que no adolezca de graves defectos. Para que ese argumento se pueda tomar en serio deberíamos de estar dispuestos a aceptar que esos mismos principios se aplicasen a nuestras propias acciones, lo cual es una perogrullada moral. No veo por ninguna parte que se esté hablando ni siquiera de acercarse a esas normas mínimas. Como suele suceder, cada persona se encuentra ante el dilema de sucumbir a las exigencias del más poderoso o de sopesar cuidadosamente las circunstancias y decidir cuál es la mejor posición. Si la conclusión es que ésa no es la mejor posición -raramente lo es-, entonces tenemos ante nosotros muchas opciones, como todo el mundo sabe.
Título original: Extending U.S. Dominance By Any Means Possible

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