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«Es maravilloso arruinar la fiesta
de
los poderosos y de los privilegiados»
25
de julio de 2000
Encima
del Rebecca's Café, en el segundo piso de un edificio esculpido
en rojo, recibe un gran recordatorio de Bertrand Russell: «Tres
pasiones, simples pero abrumadoramente fuertes, han gobernado mi
vida: el anhelo de amor, la búsqueda del conocimiento, y
una insoportable pena por los seres humanos a los que les toca sufrir».
Rumiando las palabras del aristocrático filósofo inglés
vislumbra una, de reojo, a un hombre vestido con jersey azul pardo,
pantalón de pana verde y zapatos blancos de deporte. Son
72 años de edad, y apenas 50 de cuerpo delgado y fibroso,
los que arrastra Noam Chomsky, uno de los mayores pensadores del
siglo.
Fue complicado romper el hielo con el famoso lingüista, toca-conciencias
de la sociedad norteamericana desde que en los turbulentos 60 abandonó
una plácida existencia de investigación académica
y de familia para darse al activismo político.
Empezó con la guerra de Vietnam, por la que sentía
el mismo disgusto que el nonagenario Russell. «Podría vivir
cinco veces de nuevo, y no tendría tiempo suficiente para
atender las numerosísimas peticiones que recibo para dar
conferencias por todo Estados Unidos. Donde no se me conoce es en
la prensa elitista. Pero eso tiene sentido. ¿Sabe usted de algún
país, a lo largo de la Historia, en el que a la gente crítica
con el sistema de poder se le concedan privilegios?», afirmó,
cuando una sugirió que en España los más jóvenes
podrían no conocerlo demasiado bien.
«Es una ley universal. Los sistemas de poder intentan protegerse.
Lo hacen de forma natural. Le pondré un ejemplo. Recientemente
estuve dando una conferencia en la Escuela de Periodismo de Columbia,
de donde sale la gente que luego ocupa los puestos editoriales en
periódicos como el New York Times. Una vez que llegan a esos
sitios, no mencionan mi nombre», añadió en un inglés
norteamericano rapidísimo.
En este edén que es el MIT (Massachusetts Institute of Technology),
una de los mejores universidades de Estados Unidos, la situación
empeoró al confesar una su paso por la escuela maldita. El
golpe de suerte lo trajo Joseph Stieglitz, principal y dimisionario
economista del Banco Mundial. Ambos, ¡por fin!, coincidimos en los
motivos de su retirada: «Tarde o temprano ganará el Premio
Nobel de Economía.
El ha escrito sobre los devastadores efectos de la imposición
del modelo de mercado en diferentes partes del mundo, como por ejemplo
Europa del Este, que fue transformado en un sistema parecido al
colonial».
Pero de ahí pasó a explicar, sin solución de
continuidad, el origen perverso de la Red: «Los países occidentales
mantienen Estados poderosos con un alto nivel de proteccionismo.
Casi cualquier componente dinámico de sus economías,
incluida la famosa Nueva Economía, viene del sector estatal.
Piense en Internet, ¿de dónde viene? De sitios como éste
[el MIT fue fundado por el Pentágono]. De ahí viene
mi salario. El Gobierno nos paga para producir ciencia y tecnología
que, si funciona, acabará en los bolsillos de alguna gran
corporación. Internet formó parte del sector público
al menos 30 años. Hace sólo unos años que se
le entregó a las corporaciones privadas, y ésa es
la base de la famosa economía de mercado. Mire donde mire,
hay un enorme sector estatal que obliga al público a asumir
los riesgos y a pagar el coste y que, si funciona, se lo entrega
al poder privado. Esa es una razón fundamental para entender
por qué el Primer y el Tercer Mundo se han distanciado tanto».
La riada continuó: «La caída del Muro de Berlín
provocó la desaparición de los países no alineados.
Cuando el mundo lo regían dos gángsters, había
sitio para los no-alineados, pero cuando sólo un gángster
manda enel mundo, se acabó. Por eso, desde 1989 nadie presta
atención alguna al Sur. Fíjese en la ayuda exterior,
ha desaparecido prácticamente, por lo menos en Estados Unidos.
¿A quién le importa el Sur? En el mes de abril se celebraron
dos grandes encuentros de los no alineados, el G77. ¿A quién
le importa? Al fin y al cabo sólo representan al 80% de la
población mundial. Nadie informó de sus declaraciones
porque a nadie le importa. Se informa sólo de los ricos y
de los privilegiados porque son como nosotros».
Era ésta la respuesta que esperaba obtener al preguntar por
la cumbre del G8 en Okinawa. Pronto quedó claro que para
tener la opción de preguntar, había que interrumpir
sin misericordia a un hombre acostumbrado, como él dijo al
principio, a dictar conferencias. Con dos ejes: la globalización
y la nefasta influencia del mundo acaudalado y occidental sobre
el resto del planeta.
-Francis Fukuyama cree que el movimiento antiglobalizador, representado
por usted aquí, por Ignacio Ramonet en Europa, y por los
manifestantes de Seattle y Washington, es una vuelta al socialismo
puro.
-No estoy de acuerdo. No es un regreso de nada. Son movimientos
populares que nunca han parado, y que siguen creciendo y ocupándose
de más y más cosas. Los manifestantes que usted menciona
están muy bien, son gente estupenda, pero no están
haciendo nada. El trabajo se está llevando a cabo gracias
al esfuerzo educativo de activistas locales en todas partes del
mundo. Porque se habla de la maravillosa Nueva Economía,
pero lo cierto es que las tasas de crecimiento están bajando
desde mediados de los 70.
-Desde 1992 se han creado 20 millones de puestos de trabajo en Estados
Unidos.
-Eso le encanta oírlo a la gente rica de Europa, porque la
gente rica de Estados Unidos se está beneficiando y quieren
que eso pase en Europa también. Pero fíjese en el
crecimiento global de Estados Unidos y de Europa y cómo se
está distribuyendo: está recayendo sobre un sector
muy pequeño de la población. La mayoría tiene
más o menos los mismos ingresos que hace 20 años.
Los salarios se han estancado o declinado para la mayoría.
Eso no tiene precedente en los últimos 20 años. Y
en los últimos tres años, el crecimientose ha situado
en los niveles de los años 50 y 60. Una familia media en
los EEUU trabaja ahora más que hace 20 años para ganar
lo mismo. Aquí se trabajan más horas que en ningún
otro lugar del mundo. Más que en Japón, y desde luego
más que en España.
-El presidente del Gobierno español, José María
Aznar, y su homólogo británico, Tony Blair, son grandes
defensores de ese modelo de economía norteamericana.
-Claro, los ricos y los privilegiados. También en el Tercer
Mundo quieren ser como en Nueva York, Londres y París. El
sistema europeo ha sido más humano que el norteamericano,
y eso tiene que acabarse, les dicen. Pues yo digo que eso es propaganda
fraudulenta: no es verdad que tengamos que seguir el camino norteamericano
o perecer. Pero eso no lo dice la gente que escribe artículos
en los grandes periódicos.
-Tanto Estados Unidos como Europa están viviendo una etapa
de crecimiento económico. La sensación es la contraria.
-Porque, le digo, los que contamos las cosas, como usted y como
yo, estamos en un nivel de salario estupendo. Donde yo vivo estamos
muy bien, y nos va mejor que antes. Es la misma gente que usted
se encuentra en los restaurantes, en las fiestas, la que escribe
los artículos. Si el trabajador medio en Estados Unidos está
empleando muchas más horas que hace 20 años para poner
la comida encima de la mesa, eso no tiene interés. ¿A quién
le importa? A Boston, lo que él llama «la Atenas de América»,
llegó Abraham Noam Chomsky a los 27 años, hijo de
judíos emigrados de Rusia. Había nacido y crecido
en Filadelfia, donde a los 18 meses ya asistía a una escuela
especial. A los 29 años publicó Estructuras sintácticas,
libro en el que expuso su teoría de la gramática generativa
transformacional, según la cual el lenguaje es una facultad
humana innata y la finalidad de la lingüística es establecer
la gramática universal. Por la lingüística le
llegó la fama.
Pero en su atiborrado despacho, el E-39-219, prima la política.
Aquí está, entre las fotos de su mujer, sus tres hijos
y cuatro nietos, el mundo que le interesa, ése que incluye
a los desheredados de Timor Oriental, de la selva Lacandona o de
Sierra Leona. «El efecto de Europa en Africa ha sido devastador»,
señala. «Y a finales de la II Guerra Mundial, cuando EEUU
estaba más o menos a cargo del mundo, entre los planes del
Departamento de Estado en 1948, estaba el hacerse con todos aquellos
lugares en los que los rivales pintaran algo, ya fuera Latinoamérica,
Oriente Medio o el sureste asiático. Cuando le llegó
el turno a Africa, George Kennan, que era el jefe del departamento
de planificación, dijo que EEUU no tenía ningún
interés particular, así que "se la daremos a los europeos
para que la exploten". Esas fueron sus palabras».
Más de tres décadas después, encuentra en Colombia
el motivo para movilizarse como lo hizo en Vietnam. «El año
pasado, Colombia sustituyó a Turquía al convertirse
en el principal país receptor de armas norteamericanas. Hasta
entonces, Turquía estaba llevando a cabo una asesina represión
de sus propios ciudadanos, los kurdos, mató a miles de ellos,
destruyó 35.000 aldeas, creó más de un millón
de refugiados. Todo esto dentro de la OTAN y con armas norteamericanas.
En Turquía ya se ha conseguido controlar a la insurgencia
kurda.
Por supuesto, cometiendo más atrocidades que Milosevic en
Kosovo. Pero en Colombia todavía no ha funcionado. Allí
todavía hay una insurgencia que no ha podido ser suprimida
a base de violencia y terror».
«El Departamento de Estado sabe también que la guerra contra
las drogas en Colombia es una excusa para acabar con un movimiento
insurgente, que es la guerrilla, y que está intentano cambiar
las cosas dentro del país. Y en ese país hay mucho
que cambiar», continúa. «Como en toda Latinoamérica,
que todavía sufre el legado de los españoles: una
pequeña elite muy rica y una inmensa mayoría de la
población sumida en la pobreza. En Colombia es todavía
peor. Eso llama a la violencia y a la búsqueda del cambio.
Cuando hay deseo de cambio, los EEUU intervienen e intentan acabar
con esos llamamientos de cambio. Eso es lo que está pasando
en Colombia. Y el año que viene será peor».
-¿No se cansa de su papel de agorero? -Todo lo contrario. La mayoría
de la gente no está contenta con la forma en que funcionan
las cosas, y les encanta venir a hablar de sus problemas, de su
situación.
Desde luego, yo no estoy arruinando la fiesta de ellos. Pero arruinar
la fiesta de los poderosos y de los privilegiados, eso es maravilloso.
Ellos no quieren que se les moleste mientras celebran su fiesta,
y por eso quieren mantenerlos fuera. No hay nada sorprendente sobre
esto.
-¿No es cierto que este mundo es mejor que el de hace 45 años,
cuando llegó aquí? -En muchos aspectos, sí.
Pero recuerde que no nos regalaron nada, que todo se ganó
luchando. Los años 60 tuvieron un efecto civilizador en toda
la sociedad. Si se fija en los cambios acaecidos en Estados Unidos
y en otras partes del mundo, muchos son consecuencia del activismo
y de las protestas de los 60. El movimiento de derechos humanos,
el feminista, el medioambiental, el de solidaridad con el Tercer
Mundo, todos vienen directos de los años 60. Nacieron como
consecuencia de la lucha. Si no lo hubiésemos hecho, estaríamos
viviendo en la esclavitud.
-¿Por qué se niega a ser un privilegiado? -Mírese
al espejo de vez en cuando y piense si es capaz de soportar lo que
ve. Si puede, entonces algo está mal con usted. Parte de
la corrupción del poder y del dinero es lo que te impide
mirar en el espejo. Vuelvo a los Evangelios, es muy simple, es la
Historia de la Humanidad: pretender que no se ve lo que ocurre alrededor.
La gente se rebela, y por eso las cosas mejoran. Si quieres participar
en esa lucha, tienes la posibilidad. Si eres privilegiado, tienes
todavía más oportunidades de hacerlo.
-¿Es usted muy religioso?
-No, en absoluto. Soy una persona corriente. Se trata de intentar
ser un ser humano decente. Imagínese que va caminando por
la calle y ve a un niño sentado en la esquina, en harapos,
con un trozo de pan en la mano, y usted tiene hambre. Mira alrededor
y ve que no hay ningún policía. ¿Le quitaría
usted el pan a ese niño? Si alguien hiciera eso, sería
un lunático patológico. Pues eso es lo que hacemos
todo el tiempo en el mundo. E intentamos no verlo. Yo le digo: véalo
y no lo ignore.
El Mundo