Documentos de Noam Chomsky
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9 de diciembre de 2003
Las masivas protestas en el mundo contra la invasión de Irak, muestra de ello, subraya
Chomsky: desbordan los pueblos a los gobiernos
Tim Adams
The Guardian - Traducido para La Jornada por Gabriela Fonseca
En los barandales de la estación de tren de Harringay, en el norte de Londres, alguien colocó cuidadosamente una serie de pequeñas etiquetas adhesivas blancas. Todas fueron pegadas a la altura de los ojos del transeúnte y están diseñadas, supongo, para que sea lo primero que uno vea camino al trabajo y lo último que uno perciba cuando regresa a casa. Contiene dos palabras mecanografiadas: Read Chomsky ("Lea a Chomsky"). Casi todas la mañanas me sorprendo preguntándome si estas palabras son un imperativo ("aunque no haga otra cosa este día..."), o más bien una ostentación arrogante (después de todo, otro de los grafitis típicos de esa estación alardea: "Me tiré a Karen").
Cualquiera que haya leído a Noam Chomsky sabrá que ambas interpretaciones son justificadas. Sus ensayos sobre lingüística (disciplina que prácticamente inventó) y sobre la hipocresía y belicosidad de Estados Unidos (y de su principal aliado) están entre los pocos documentos esenciales de nuestro tiempo.
Tampoco son aptos para los débiles de corazón, intelectualmente hablando. Considerado el más inclemente crítico del orden mundial que encabeza Estados Unidos, Chomsky es con frecuencia caricaturizado como alguien que ofrece más realidad y culpabilidad de la que cualquiera pudiera desear. Sus libros tienen el tono y la certidumbre de evangelios y funcionan con base en la acumulación, amontonando sin miramiento los hechos que están detrás de las atrocidades cometidas en nuestro nombre. Estos escritos parecen exigir, más que lectores, discípulos (entre los cuales se cuentan, por cierto, John Pilger, Harold Pinter, Michael Moore y Naomi Klein). A juzgar por las ventas que ha tenido (y en vista de que su opúsculo sobre el 11 de septiembre ha vendido más de medio millón de ejemplares), el número de fieles se incrementa.
El libro más reciente de Chomsky: Hegemonía o sobrevivencia, devastadora historia de la política exterior estadunidense desde 1945 ("Ningún presidente de ese tiempo, juzgado según los principios de Nüremberg, habría escapado de la horca"), es también una detallada disección de los motivos y las desastrosas consecuencias de la actual guerra contra el terror. Esta obra consagra a Chomsky como opositor compulsivo de toda la vida. La emocionante transgresión de la visión mundial de Chomsky, según la cual la elite estadunidense bombardea y aterroriza en nombre de la ''libertad'', pero siempre en defensa de sus dividendos, ha hecho que fanáticos como Bono, del grupo U2, llamen a este profesor de 73 años ''el Elvis de los académicos''.
En un perfil publicado recientemente por la revista The New Yorker, Chomsky fue apodado, quizás con más exactitud el contador del diablo, que lleva el inventario de todos los cadáveres de extranjeros sacrificados por Estados Unidos en su lucha por la dominación global.
Chomsky trabaja desde el interior del imperio, en uno de sus más rigurosos puestos de avanzada: el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT). El campus carece de esa atmósfera marginal y de decadencia de las universidades británicas. Sus prístinas instalaciones, llenas de cristal polarizado y amplias superficies de mármol a lo largo del río Charles, Boston, tienen el brillo de un centro de negocios de alta tecnología. El MIT se anuncia como ''la fábrica de ideas de Estados Unidos'', y en ningún lugar de su línea de producción se trabaja tan eficientemente como en las oficinas del profesor Chomsky.
Estas se encuentran sobre una cafetería llena de acólitos ansiosos que coquetean con la semántica, y están retacadas de libros y papeles procedentes de los más subyugados rincones del mundo, y de la tierra incógnita del cerebro humano. En las paredes hay carteles que anuncian pláticas y conferencias pronunciadas en lugares como Timor Oriental, Vietnam, Afganistán e Irak. Sobre una puerta hay un gran retrato de Bertrand Russell, otro icono libertario, y junto a esta imagen un sobre enviado a Palestina, con un sello oficial del servico postal estadunidense que dice "devuelva al remitente. No existe esta dirección".
Chomsky está en un lado de su oficina con su asistente, corrigiendo galeras y tomando decisiones sobre la demanda que hay de su precioso tiempo: una revolución cultural de un solo hombre. Se me recibe con la seria advertencia: las horas del profesor Chomsky (una de las cuales fue reservada para nuestra entrevista) son de 50 minutos. Lo tomo o lo dejo.
El entrevistador se enfrenta a una serie de preocupaciones. Para cualquiera que haya al menos visto sus libros, la idea de retenerlo, atraparlo o dirigir su atención en el curso de una hora truncada parece absurda. Al reseñar un libro en el que Chomsky debatía sus ideas con algunos de los principales filósofos estadunidenses, un crítico señaló que esta obra era como ''observar a un campeón mundial, con los ojos vendados, jugar 36 juegos de ajedrez con 36 campeones locales".
Si bien las grandes mentes no se avergüenzan fácilmente, Chomsky reserva mucho de su desprecio para la prensa más difundida, a la que percibe coludida con las estructuras ortodoxas del poder.
"De alguna manera, los periodistas tienen que desembarazarse de los argumentos disidentes", escribió una vez. "No pueden enfrentarse a estos argumentos, evidentemente y en primer lugar, porque para eso hay que conocer algo, y esa gente no sabe nada. En segundo, no es posible responder a estos argumentos, porque son correctos. Por tanto, lo que se tiene que hacer es desdeñarlos. Una forma de hacerlo es decir que dichos argumentos son 'puramente emocionales, irresponsables y furiosos'".
Debo informar que en persona Chomsky es igual a su prosa; está muy alejado de lo emocional o lo irresponsable (si bien una ira silenciosa parece flotar en las inmediaciones). Su presencia no es llamativa. Casi siempre usa la misma ropa: suéter azul marino, pantalones de pana café y camisa azul pálido. Apenas se le escucha cuando habla y se reclina un poco en su silla, lo que hace que el interlocutor se incline hacia delante para escuchar cada una de sus palabras.
Comienzo con una pregunta acerca de una aseveración que hizo recientemente al New York Times acerca de que seguía viviendo en Estados Unidos porque es "la nación más grande del mundo".
"En primer lugar, debo dar un contexto", responde ligeramente irritado. "Esa entrevista nunca ocurrió. Es muy interesante que esas entrevistas nunca suceden", añade.
-Entonces, ¿la inventó el New York Times?
-Se trató de una composición sin sentido, hecha a partir de una conversación telefónica de hora y media en la que me dediqué a explicar, pregunta por pregunta, porqué no iba yo a responder, pues pensaba que dichas preguntas no eran razonables.
"Esto lo publicaron como entrevista, usando las preguntas originales y las largas explicaciones que di para no responder. En ningún país del mundo publicarían algo así, lleno de preguntas triviales."
Río nerviosamente, recordando algunas de las preguntas más frívolas que tengo en mente. Chomsky no sonríe.
-¿Considera que estos perfiles son
un intento de la "elite gobernante" de marginarlo?
-Bueno, no creo que el New York Times haya querido trivializarme conscientemente, pero el efecto es poner todo en la misma categoría que los chismes que uno lee en las revistas que hay en las cajas de los supermercados. Me preguntaron, por ejemplo, cuál era mi opinión de que existan tantos sinónimos para los genitales. Esa no es una pregunta seria. Independientemente de cuál sea el propósito de adoptar ese tono, el efecto que se busca es que quien se aparta de la doctrina política ortodoxa es, de alguna forma, risible.
Le pregunto si no cree que Estados Unidos sea el país más grande del mundo.
"Siento que no tiene sentido evaluar a las naciones, y yo jamás plantearía las cosas en esos términos. Sin embargo, considero que son admirables los avances que se han visto en Estados Unidos, particularmente en el área de la libre expresión, que son resultado de siglos de lucha popular."
(Esto me recordó una anécdota sobre el director de un diario británico que en una ocasión telefoneó a Chomsky para pedirle que escribiera un ensayo sobre la "globalización". "Esa no es la palabra correcta", respondió Chomsky, y colgó el teléfono sin explicar cuál era el término correcto.)
A este respecto, Chomsky siempre se ha reservado el derecho no sólo de responder las preguntas que él elige, sino también de cuestionar los términos del entrevistador. Una de las características de su disección del poder estadunidense es la ausencia de atenuantes. Reconoce poca diferencia entre una conspiración y una bravata. Cuando hablamos de las motivaciones detrás del actual conflicto, pregunto si cree que líderes como Tony Blair y Colin Powell, por ejemplo, son totalmente cínicos y malignos, o simplemente son presa del autoengaño.
"La forma en que las personas perciben lo que hacen no es asunto que me incumba", sostiene. "Quiero decir: hay muy pocas personas que van a mirarse al espejo y decir: 'esa persona es un monstruo'; en lugar de eso construyen una justificación para lo que hacen. Si usted le pregunta al presidente de una corporación a qué se dedica, él responderá con toda honestidad que se mata trabajando 20 horas diarias para proveer a sus clientes de los mejores productos y servicios posibles, creando a la vez las mejores condiciones de trabajo posibles para sus empleados. Pero después uno analiza lo que hace realmente la corporación, los efectos que tiene su estructura legal, las desigualdades en la paga y las condiciones, y se ve que la realidad es muy distinta."
De cara a los 50 años de autoengaño en la tierra de la libertad, 50 años en los que, según Chomsky, esta nación ha respaldado y cometido crímenes de guerra en todo el mundo, de Corea a Angola y a Indonesia, le pregunto si vislumbra alguna posibilidad de redención.
"Las cosas son mucho mejores que hace 40 años", sugiere casi con optimismo. "Quiero decir: a finales de los años 50 y antes estábamos en cero. Fue una época horrible: la masiva operación de terror de Kennedy contra Cuba, los primeros ataques contra Vietnam en 1962, la imposición de estados de seguridad nacional en América del Sur. Compare esto con la actual guerra en Irak, que motivó que por primera vez en Estados Unidos y Europa se celebraran protestas populares masivas contra la agresión extranjera desde antes de que comenzara. Los gobiernos ya no controlan a los pueblos como antes."
Dado que ha estado a la vanguardia de la oposición durante tiempo, luego de ser apresado por su participación en protestas contra la guerra de Vietnam, y desde su postura de héroe para el movimiento antiglobalización, le pregunto si encuentra gratificante esta disminución en el control de los gobiernos.
"No es gratificante", responde rápidamente. "Estoy contento de verlo. Al final de mi libro identifico dos posibles trayectorias a largo plazo para los asuntos internacionales. La primera prevé la continuación de la agresión mundial, un avance del terrorismo y la probable destrucción de la especie humana. El segundo escenario supone poblaciones civilizadas que comienzan a entender, en todo el mundo, que hay una alternativa para el futuro."
Mientras expresa esto recuerdo lo que ha dicho sobre el momento en que oyó la noticia de la bomba que cayó en Hiroshima. "Literalmente, no pude hablar de ello con nadie", asevera, recordándose a los 16 años de edad. "No había nadie con quién hablar. Estaba en un campamento de verano. Cuando me enteré me interné en el bosque y me quedé solo por un par de horas. Nunca pude hablar de eso con nadie, nunca entendí la reacción de los demás. Me sentí completamente aislado."
Chomsky ya no es prisionero de ese aislamiento. Se mantiene en constante contacto, vía correo electrónico, con un ejército de viajeros como él. Conserva, sin embargo, un carácter de singularidad, la sensación de estar solo contra el mundo. Es tentador pensar que algo le ocurrió en la niñez que lo hizo sentir que tenía una misión, pero él afirma que ésta siempre estuvo ahí.
"Al crecer donde yo crecí, nunca tuve otra opción que cuestionarlo todo", afirma. "Escribí mi primer artículo a los 10 años; trataba sobre la Guerra Civil española y la expansión del fascismo en Europa. Siendo niño ya buscaba panfletos radicales en las librerías de viejo."
Pregunto si su compromiso surgió del ejemplo de sus padres.
"Desde luego, yo estaba inmerso en una cultura política", responde. "Judíos de primera generación de la clase trabajadora de Filadelfia. Siempre iban a huelgas y marchas. Recuerdo que cuando tenía 5 años iba con mi madre en un tranvía y pasamos por el enrejado de una fábrica textil, donde vimos que el personal de seguridad golpeaba salvajemente a las trabajadoras. Esa son las cosas que se quedaron conmigo para siempre."
Su padre era un erudito rabínico especializado en gramática medieval. Chomsky añade que cuando era niño solía volcarse sobre todo aquello que su padre estudiaba, tratando de entender sus notas.
Ese sería, evidentemente, el primer paso hacia su revolucionaria fascinación por las estructuras del lenguaje, pero, como es típico en él, niega cualquier nexo obvio. Afirma que nunca se imaginó que tendría una carrera académica. Siendo joven, casado y con niños pequeños, aún no tenía claro en qué área dejaría su marca. Obtuvo una beca en el MIT, en el laboratorio de electrónica, "aunque nunca distinguí la diferencia entre una grabadora y un teléfono. Me dieron la beca porque este laboratorio acababa de recibir una tonelada de dinero donado por el Pentágono".
En los estudios no contaba con una guía real, y en lugar de aprender circuitos electrónicos, dedicó su tiempo a desarrollar su comprensión de los principios de la mente humana. Muy pronto publicó la teoría de que las estructuras de lenguaje son innatas, no adquiridas, y que todos los idiomas tienen reglas de fondo en común. Su idea de una gramática universal deshizo el consenso previo de que el lenguaje es una habilidad totalmente aprendida.
Chomsky rechaza que se sugiera que hay un nexo entre sus ideas políticas, en las que los sucesos están sujetos a una teoría unificadora del poder, y su trabajo académico, que también dio la vuelta a los planteamientos ortodoxos con un concepto considerado herejía. Aun así, describe sus trabajos en términos similares.
"La gramática universal era obvia para mí", sostiene. "Esto iba muy en contra de todas las doctrinas dominantes de ese tiempo, tanto en filosofía como en sicología, pero simplemente se podía demostrar que estaban equivocadas. Que el lenguaje sea una capacidad basada en la biología era tan obvio que casi no vale la pena dar argumentos; es una capacidad específicamente humana, y eso es evidente."
Emplea el mismo tipo de frases cuando discute en torno a los horrores de la política externa estadunidense, que, insiste, son "tan obvios" y "evidentes" que están más allá de todo debate. Por tanto, el Plan Marshall era "claramente" un medio por el cual "el pueblo estadunidense dio 13 mil millones de dólares a las corporaciones de su país" y, de forma similar, la meta en Irak es "de manera inequívoca" garantizar que Estados Unidos tenga un Estado clientelista en el corazón de la región con mayor producción de petróleo del mundo. "Si usted cree que se trataba de expandir la democracia, entonces también creerá que Stalin pretendía llevar la democracia a las naciones del este de Europa", afirma.
La perfecta simplicidad de estos enunciados morales es lo que da municiones tanto a simpatizantes como a detractores de Chomsky. (El único que ha desafiado seriamente a Chomsky por su postura después del 11 de septiembre ha sido Christopher Hitchens, quien alguna vez defendió al intelectual. El constante cuestionamiento de Hitchens a Chomsky cae en el lugar común. El debate, en las páginas del periódico The Nation y en Internet, es objeto de constantes conversaciones cibernéticas entre personas interesadas en estos temas, una especie de mítica pelea de box entre campeones mundiales que vale la pena sólo para ver qué estrategias retóricas emplean los contrincantes. Chomsky suele optar por la táctica conciliatoria e insiste en que Hitchens "seguramente no quiere decir lo que está diciendo".)
Le pregunto si en estos debates el profesor no encuentra demasiado pesada la responsabilidad de fungir como "la consciencia de Estados Unidos".
Sonríe dejando ver sólo un poco de hartazgo. "Creo que la responsabilidad se adquiere a través del privilegio", comienza. "Gente como usted y yo tenemos increíbles privilegios y, por tanto, enormes responsabilidades. Vivimos en sociedades libres, donde no tenemos que temer a la policía. Según los estándares globales, tenemos acceso a una extraordinaria riqueza. Si usted tiene todas esas cosas, tiene la clase de responsabilidad que no tiene una persona que trabaja como esclavo 70 horas por semana para poner comida en la mesa. Lo menos que se puede hacer para cumplir con esta responsablidad es informarse sobre el poder. Fuera de eso, todo es cuestión de si se cree en certidumbres morales o no."
-¿Alguna vez se da tiempo de detenerse un momento a disfrutar la vida?
-Me gustaría -contesta, hablando por primera vez sin mucha convicción-. En los ratos que no trabajo me dedico, más que nada, a jugar con mis nietos.
Antes de que se termine mi tiempo, hablamos sobre la visita de George W. Bush a Gran Bretaña y en torno a la sugerencia que hace en su libro de que habrá una nueva guerra fría que, en vez de suscitarse entre Estados Unidos y otra superpotencia, o entre Estados Unidos y el terrorismo, será una lucha entre Estados Unidos y la opinión pública informada global.
"Nueva York es una sociedad sumamente cerrada, pero el 11 de septiembre fue como una llamada de atención que hizo que muchas personas se dieran cuenta de pronto de que no saben lo suficiente sobre el papel que su país juega en el mundo. Pequeñas editoriales respondieron a esto volviendo a imprimir libros de historia que explicaban los antecedentes de lo que sucedió. Mucha gente no estaba de acuerdo con este análisis, pero de todas formas querían conocerlo."
Le pregunto si se imagina que en algún momento esa creciente inquietud pueda reflejarse en el espectro electoral estadunidense.
Responde: "De momento no parece posible, pero no hay duda de que puede llegar a suceder. Todo depende de si Estados Unidos es capaz de crear una democracia que no se sustente en la concentración de capital, o si surge un movimiento popular capaz de vencer esas restricciones".
Muchos dirían que depende de que mucha gente lea a Chomsky.