Noam Chomsky
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Reescribir la Historia
Noam Chomsky
Al-Ahram Weekly
La muerte de Yasir Arafat, escribe Noam Chomsky, ofrece algunas lecciones prácticas sobre la importancias del dominio de la Historia y de los principios que informan su redacción. Traducido para Rebelión por Felisa Sastre.
El principio fundamental es que "nosotros somos los buenos"- por "nosotros" se entiende el Estado al que servimos-, y lo que "nosotros" hacemos siempre va dedicado a la consecución de los más nobles bjetivos, aunque en la práctica puedan producirse algunos errores. Como ejemplo típico, según la versión retrospectiva entre los liberales ultra izquierdistas, la correcta interpretación de la Guerra de Vietnam es la de que se inició con alguna metedura de pata pero intentando hacer el bien" pero que, a partir de 1969 se convirtió en un "desastre" (Anthony Lewis) en 1969 cuando el mundo empresarial se volvió contra la guerra por su altísimo coste y cuando el 70 por ciento de la población la consideraba "fundamentalmente equivocada e inmoral", en ningún caso un "error"; también en 1969, siete años después de que Kennedy comenzara los ataques a Vietnam del Sur, y dos años más tarde de que el especialista en Vietnam más respetado, e historiador militar, Bernard Fall advirtiera de que " Vietnam como entidad cultural e histórica... está amenazada de extinción... (mientras)... sus campos literalmente quedan arrasados por los ataques de la mayor maquinaria de guerra jamás empleada contra una región tan pequeña"; 1969, fue el momento de alguno de los más horrendos ataques del terrorismo de Estado y de uno de los mayores crímenes del pasado siglo XX, entre los cuales los realizadas por las lanchas rápidas en la zona más al sur, ya devastada por los bombardeos masivos, por la guerra química y por las masacres de la población civil, fueron las menores de las operaciones realizadas. Pero la reescritura de la Historia prevalece. Durante la campaña electoral de 2004, se analizaron en sesudos coloquios las razones de "la obsesión estadounidense con Vietnam", mientras que Vietnam no fue mencionado en ningún momento, es decir el Vietnam real que no responde a la reconstruida imagen de la Historia.
Los principios fundamentales tienen sus corolarios. El primero de ellos es que los estados satélites son esencialmente buenos, aunque menos buenos que "nosotros", y siempre que se adapten a las exigencias estadounidenses son "saludablemente pragmáticos". El segundo es el de que los enemigos son muy malos; la intensidad de su maldad depende de lo violentamente que "nosotros" les estemos atacando o planeando atacarles. Su consideración puede cambiar rápidamente conforme a las directrices establecidas. Así la actual Administración y sus inmediatos mentores fueron muy favorables a Saddam Husein y le ayudaron cuando se dedicó a gasear a los kurdos, a torturar a los disidentes y a aplastar la rebelión chií que pudo haberle derrocado en 1991, gracias a su contribución a la "estabilidad"- una palabra clave para "nuestra" dominación- y su utilidad para los exportadores estadounidenses, como se ha admitido francamente. Pero los mismos crímenes se convirtieron en pruebas de su espeluznante perversidad cuando se presentó el momento oportuno para "nosotros", que levantamos orgullosos la bandera del Bien para invadir Irak y establecer lo que se denominará "democracia" si obedece las órdenes y contribuye a la "estabilidad".
Los principios son simples, y fáciles de recordar para quienes aspiran a hacer carrera en ambientes respetables. La notable consistencia de su aplicación está documentada ampliamente. Es algo que se espera que ocurra en los estados totalitarios y en las dictaduras militares, pero resulta un fenómeno mucho más instructivo en las sociedades libres, donde uno no puede alegar seriamente el miedo al exterminio.
La muerte de Arafat ha dado lugar a uno más de esos casos dignos de estudio entre los muchos posibles. Me voy a ceñir al The New York Times (NYT)- el periódico más importante del mundo- y al The Boston Globe- quizás, más que ningún otro, el diario local de las cultivadas elites liberales.
En el NYT, el artículo de opinión de primera página del 12 de noviembre comienza por describir a Arafat como " el símbolo de la esperanza de los palestinos en un Estado independiente viable y al mismo tiempo el obstáculo fundamental para conseguirlo". Y continua explicando que jamás alcanzó la altura del Presidente egipcio Anwar Sadat ; Sadat "que consiguió la devolución del Sinaí por medio de un tratado de paz con Israel" porque fue capaz de tender la mano a los israelíes y enfrentarse a sus miedos y a sus esperanzas" (cita del día 13 de noviembre de Shlomo Avineri, filósofo israelí y funcionario del gobierno anterior).
Se puede creer en los muchos y graves obstáculos para la creación de un Estado palestino, pero quedan excluidos los principios imperantes, como ocurrió con Sadat realmente, lo que Avineri como mínimo conoce con seguridad. Recordemos algo de lo ocurrido.
Desde que la cuestión de los derechos nacionales palestinos a tener un Estado propio se incorporó a la agenda diplomática a mediados de los 70 "el primer obstáculo para su realización", sin ninguna duda, ha sido el gobierno de Estados Unidos, con el NYT como aspirante cualificado al segundo puesto. Desde enero de 1976 quedó claramente de manifiesto cuando Siria presentó una Resolución al Consejo de Seguridad de la ONU exigiendo un acuerdo para el establecimiento de dos Estados. La Resolución incorporaba la redacción crucial de la resolución 242- un documento básico en el que todos estaban de acuerdo. En ella se reconocían a Israel los mismos derechos que a cualquier otro estado en el sistema internacional, en la vecindad de un Estado palestino en los territorios ocupados por Israel en 1967. Pues bien, Estados Unidos vetó la Resolución que había sido apoyada por los principales estados árabes. La organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Arafat condenó la "tiranía del veto" y se produjeron algunas abstenciones por cuestión de tecnicismos.
Entonces, la solución de dos estados en los términos previstos había suscitado un muy amplio consenso internacional, bloqueado únicamente por Estados Unidos (y rechazado por Israel). Así que el asunto siguió adelante, no sólo en el Consejo de Seguridad sino también en la Asamblea General, donde se han aprobado periódicamente resoluciones similares con una votación favorable de 150 contra 2 (con Estados Unidos captando a veces a algún estado clientelar) y bloqueando, asimismo, iniciativas similares de Europa y de los Estados Árabes.
Mientras tanto, el NYT rechazó – es la palabra exacta- publicar el hecho de que durante los años 80 Arafat pidió repetidamente entablar negociaciones a las que Israel se negó de plano. Los principales medios de información israelíes llevaron a sus titulares las solicitudes de Arafat de negociaciones directas con Israel, rechazadas por Simon Peres con el argumento doctrinal de que la OLP de Arafat no "podía ser interlocutor en las negociaciones". Y poco después el corresponsal del NYT en Jerusalén, y ganador del premio Pulitzer, Thomas Friedman- que podía leer la prensa en hebreo-, escribía artículos lamentando la angustia de los grupos a favor de la paz por "la ausencia de un interlocutor válido para las negociaciones", mientras Peres deploraba la falta de un "movimiento a favor de la paz entre el pueblo árabe (semejante) al que existe entre el pueblo judío" y explicando una vez más que no se podía admitir a la OLP en las negociaciones "mientras fuera una organización terrorista y rehusara negociar". Todo ello, poco después de que Arafat de nuevo propusiera negociar, propuesta de la que el NYT se ha venido negando a informar, casi tres años después de que el gobierno israelí rechazara las propuestas de negociación formuladas por Arafat que habrían de conducir al reconocimiento mutuo. Peres, a pesar de ello, es reconocido como un "pragmático positivo", gracias a las directrices establecidas.
Los asuntos cambiaron algo en los 90, cuando la administración de Clinton declaró que todas las resoluciones de Naciones Unidas habían quedado "obsoletas y anacrónicas" y puso en marcha su propia manera de rechazarlas. Estados Unidos se ha quedado aislado en el bloqueo de un arreglo diplomático. Un reciente e importante ejemplo ha sido la presentación de los Acuerdos de Ginebra en diciembre de 2002, apoyados por el habitual y extenso consenso internacional, con las excepciones asimismo habituales: "Estados Unidos de forma llamativa no figuraba entre los gobiernos que enviaron mensajes de apoyo", informaba el NYT en un despectivo artículo del 2 de diciembre de 2002.
Esta es sólo un pequeña muestra de los archivos diplomáticos que tan consistentes y tan dramáticamente incuestionables que resultan imposibles de ignorar, salvo que uno se mantenga inflexiblemente al lado de los que escriben la Historia.
Vayamos al segundo ejemplo: el de Sadat tendiendo la mano a los israelíes y con ello la devolución del Sinaí en 1979, una lección para el malvado Arafat. Volviendo a una historia inaceptable, en febrero de 1971 Sadat propuso un tratado total de paz a Israel, de acuerdo con la entonces política oficial de Estados Unidos- y más específicamente, la retirada israelí del Sinaí- sin la más mínimo alusión a los derechos de los palestinos. Jordania fue el siguiente con una propuesta similar. Israel reconoció que podía haber obtenido una paz total, pero el gobierno laborista de Golda Meier prefirió rechazar la oferta y dedicarse a continuar la expansión, en aquellos momentos hacia el nordeste del Sinai, donde Israel expulsaba a miles de beduinos hacia el desierto y destruía sus pueblos, mezquitas, cementerios y viviendas para establecer en su lugar la ciudad étnicamente judía de Yamit.
La cuestión crucial, como siempre, fue la de cómo iba a reaccionar Estados Unidos, donde Kisssinger consiguió que prevaleciera su opinión en el debate interno, y Estados Unidos asumió su política de continuar en "punto muerto": nada de negociaciones, y recurrir sólo a la fuerza. Estados Unidos continuó rechazando- para ser exactos, ignorando- los intentos de Sadat para que siguiera el proceso diplomático, y apoyando el rechazo y expansionismo de Israel. Aquella posición desembocó en la guerra de 1973, que supuso una llamada de atención para Israel y para el resto del mundo; Estados Unidos incluso puso en marcha la alerta nuclear. Entonces, el mismo Kissinger comprendió que Egipto no podía tratarse como un caso perdido, y comenzó con sus viajes diplomáticos que condujeron a las reuniones de Camp David en las que Estados Unidos e Israel aceptaron las propuestas de Sadat de 1971- pero en ese momento desde el punto de vista israelí-estadounidense, con unas condiciones más duras. Para entonces, se había producido el consenso internacional en el reconocimiento de los derechos nacionales palestinos y, en consecuencia, Sadat planteó la necesidad de un Estado palestino, lo que para EE.UU. e Israel era anatema.
Para la historia oficial rescrita por los vencedores, y repetida por los artículos de opinión de los medios informativos, aquellos acontecimientos constituyeron un "triunfo diplomático" para Estados Unidos y la prueba de que si los árabes se unieran a nuestras propuesta de paz y de negociación diplomática podrían conseguir sus objetivos. En la historia real, el triunfo fue una catástrofe, y los acontecimientos demostraron que Estados Unido sólo quería la violencia. El rechazo estadounidense a la solución diplomática condujo a una guerra muy peligrosa y a muchos años de sufrimiento y de amargas consecuencias hasta el día de hoy.
En sus memorias, el general Shlomo Gazit, comandante militar de los territorios ocupados desde 1967 a 1974, menciona que, al rechazar el tomar en consideración las propuestas presentadas por el ejército y el servicio de inteligencia relativas algún tipo de autonomía en los territorios e incluso la aceptación de alguna actividad política limitada, y la insistencia de "cambios sustanciales de fronteras", el gobierno laborista apoyado por Washington contrajo una importante responsabilidad en el posterior desarrollo del fanático grupo de colonos Gush Emumin y de la resistencia palestina que se desarrolló muchos años después en la primera Intifada, tras años de brutalidad y terrorismo de Estado, y el continuado expolio de las tierras más fértiles y de los recursos palestinos.
La interminable necrológica de la experta en Oriente Próximo del Times, Judith Miller (11 de noviembre) se desarrolla en el mismo tono que el artículo de opinión de la primera página. Según su versión, "Hasta 1988, Arafat en repetidas ocasiones rechazó el reconocimiento de Israel, y persistió en la lucha armada y el terrorismo. Sólo se decidió por la vía diplomática después de haberse puesto al lado del Presidente iraquí, Saddam Hussein, durante la guerra del Golfo Pérsico de 1991".
Miller expone una visión exacta de la historia oficial. En la historia real, Arafat propuso en repetidas ocasiones negociar el reconocimiento mutuo, mientras Israel- en particular sus "pragmáticas" palomas- lo rechazaron de plano, con el respaldo de Estados Unidos. En 1989. el gobierno de coalición israelí (Shamir-Peres), estableció un plan de consenso político, en el que su primer punto fue el de que no habría "un nuevo Estado palestino" entre Jordania e Israel" ya que "Jordania ya era un Estado palestino". El segundo, que el destino de los territorios ocupados "se ajustaría a las líneas programáticas del gobierno (israelí)". Estados Unidos aceptó los planes israelíes sin retoque alguno y los convirtió en el "Plan Baker" de diciembre de 1989. Contrariamente a lo que afirman Miller y la historia oficial, fue a partir de la Guerra del Golfo cuando Washington estuvo dispuesto a considerar las negociaciones, y a reconocer que entonces se encontraba en situación de imponer de forma unilateral su propia solución.
Estados Unidos convocó la Conferencia de Madrid (con la participación rusa como figurante, en la que en efecto se llegó a negociaciones con una delegación palestina legítima, presidida por Haidar Abdul-Shafi, un nacionalista íntegro, probablemente el líder más respetado en los territorios ocupados. Pero las negociaciones quedaron bloqueadas porque Abdul Shafi rechazó la insistencia israelí- respaldada por Washington- en seguir manteniendo las zonas más valiosas de los territorios con sus programas de colonias y de infraestructuras- todas ellas ilegales, tal como la propia Administración de Justicia de Estados Unidos reconocía, la única que ha disentido de la reciente sentencia del Tribunal Internacional por la que se condena el Muro israelí que divide Cisjordania. Los "palestinos de Túnez"