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"MIREN COMO NOS HABLAN DEL PARAÍSO"



Heredero de Juan Pablo II, ultraconservador

Con Ratzinger, ¿cuánto peor, mejor?

Emilio Marín

Puede ser que el pedido de santificar con urgencia a Juan Pablo II se cumpla en el corto plazo. Pero eso no salvará al futuro santo de un aspecto tan polémico de su vida como haber generado las condiciones políticas para que su sucesor fuera el cardenal Joseph Ratzinger. El llamado "guardián de la fe" o gran inquisidor, era un obispo que en los últimos 24 años "purificó" la doctrina con un dogmatismo sinónimo de fundamentalismo. Karol Wojtyla ha dejado en el sillón de Pedro a un Papa aún más reaccionario.

A CONCIENCIA

En dos días de cónclave, los 115 cardenales se decidieron a votar por el teólogo Ratzinger al que muchos medios llamaban "Torquemada", por el tristemente célebre jefe de la Inquisición, y otros "PanzerKardinal", asemejándolo a un tanque de guerra alemán.
En beneficio del polémico personaje hay que decir que no ocultó sus puntos de vista ultra conservadores en los años que trabajó al lado del Papa polaco, e incluso en la misa que pronunció el día de inicio del cónclave de obispos que terminaró invistiéndolo como nuevo Pontífice.
En esa última ocasión presentó una plataforma electoral donde cuestionaba la "dictadura del relativismo" y se quejaba de que quienes tienen una fe inquebrantable sean cuestionados de "fundamentalistas". Los que sufragaron por su candidatura, que a la postre superó el piso mínimo exigido de dos tercios, 77 votos, no fueron captados con demagogia. Sabían perfectamente lo que votaban.
Esas palabras de la misa eligiendo Papa salieron claramente de la boca de Ratzinger y dieron la vuelta al mundo, en estos días en que los medios de comunicación tuvieron apuntadas todas sus antenas al Vaticano. Mucho peor que eso, en estas largas décadas, el alemán dictó cátedra desde la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex tribunal del Santo Oficio de la Inquisición). Y desde ese púlpito de poder en la Iglesia católica, dijo lo que estaba bien y lo que estaba mal en la doctrina.
Por ejemplo, condenó sin miramientos a la Teología de la Liberación como si fuera un exótico fruto marxista madurado al interior del catolicismo de Latinoamérica. Y en consecuencia, fulminó con la obligación de guardar silencio, literalmente, a sacerdotes como el brasileño Leonardo Boff y el peruano Gustavo Gutiérrez, quienes propagandizaron esa forma de entender el Concilio Vaticano II y la opción por los más pobres. Boff terminó por salir de la iglesia, casarse y tener hijos. Es de los millones de católicos que nunca imaginó que de la Capilla Sixtina pudiera salir humo blanco por Ratzinger. LA ARENA sí estimó tal posibilidad por la sencilla razón de evaluar que los 26 años conservadores de Wojtyla habían dejado la base material, teológica y cardenalicia para que un ultra como el teutón saliera al balcón ornamentado como pope y repartiera bendiciones a diestra y siniestra. Sobre todo a diestra.

LA IMPOTENCIA DEL CENTRO

Esta elección ha dejado muchas lecciones no sólo para los 1.100 millones de católicos sino para la gente, cualquiera sea su confesión o aún sino tiene ninguna.
Una de esas conclusiones es que la designación de Ratzinger, autoproclamado Benedicto XVI, no fue obra del Espíritu Santo sino de más de dos tercios de los 115 cardenales. Queda claro que la votación, como en tantas otras instituciones políticas y sociales, fue hecha por un cuerpo directivo cerrado y sin relación con la representatividad de los personajes. Los purpurados europeos siguen teniendo la manija de la iglesia, con sus 58 votos, por más que el viejo continente sea el escenario de la mayor declinación de la fe católica y las vocaciones sacerdotales.
Aunque algunos juegos de apuestas le daban muchas chances al obispo negro Francis Arinze, de Nigeria, se vio que un papa de color era una hipótesis de ciencia ficción. Su condición de papable fue una fábula, tan inconsistente como la coronación de un obispo americano, pese a que entre Alaska y el Beagle vive la mitad del total de católicos del mundo.
Cualquier lector puede coincidir con nosotros en que al Papa teutón no lo señaló el Espíritu Santo sino las lealtades cardenalicias tejidas a lo largo de más de veinte años de manejar resortes de poder en Roma.
Las maniobras que culminaron en la "renovación" de la monarquía vaticana han echado luz sobre otro punto importante. ¿Cuál es el peso del progresismo en la cúpula católica? A juzgar por el último escrutinio, prácticamente nulo. Un hombre con esas características era el cardenal Carlo María Martini, ex obispo de Milán, pero por razones de edad y salud no podía aspirar al trono. Otro hombre señalado como liberal -no en el sentido que la familia Alsogaray- era el cardenal belga Godfried Danneels. Pero estos progresistas "light" no tuvieron entidad suficiente como para armar un bloque con peso en la compulsa de la Sixtina.
La mayoría abrumadoramente conservadora terminó imponiendo al "PanzerKardinal" en una rápida ronda de cuatro votaciones, en apenas dos días. Se puede deducir que no hubo demasiadas discusiones ni otras opciones, o -lo que es lo mismo- una gran disparidad de fuerzas a favor de la corriente derechista hegemónica.
Esa circunstancia no significa que no haya muchos millones de fieles y sacerdotes que ven con recelo el papado que comenzará el domingo. Dentro de esas personas bautizadas hay muchas que tienen problemas matrimoniales y algunos se divorcian, otras quieren usar condones para no contraer el Sida o son jóvenes que gustan de tener relaciones sexuales, otras de cualquier edad piensan que la Iglesia debería aggiornarse y sus dignatarios tener una vida más austera, etc. Allí está la contradicción entre gente de carne y hueso, y una institución que está hecha del mismo material pero presume de infalible.

¿UNA REBELIÓN?

El teólogo Hans Küng, un suizo-alemán progresista, había pedido a los cardenales: "elijan a un papa que no se aferre a las normas de la iglesia medieval, sino que esté a tono con el evangelio, que impulse la libertad, la misericordia y la bondad en el tratamiento de los problemas pendientes".
El Vaticano, al ungir al gran inquisidor, le propinó un puñetazo a la boca a Küng y a todos los que piensan como él,. Vittorio Messori, un periodista afín a las ideas de Juan Pablo II, replicó a Küng imputando a los clérigos progresistas haber "descubierto" la sociología, la politicología, la etnología, la psicología, el psicoanálisis y todos los "ismos" del feminismo al secularismo. Imbuido de maccartismo, Messori agregó: "muchos, se sabe, descubrieron el comunismo y buscaron transformar el Evangelio en el manual del perfecto guerrillero" (La Nación, 19/4).
La pregunta inevitable es qué harán esos cristianos de a pie, que tienen su religiosidad a flor de piel pero no se sienten interpretados por el cambio de guardia en la basílica de San Pedro. Este papado demonizará el divorcio, los preservativos y el aborto, pero no la pobreza, el Fondo Monetario Internacional y la administración Bush.
Hasta ahora esos fieles descontentos se han mantenido dentro de la Iglesia, aguardando se produzca el milagro de acercamiento de aquélla a los problemas cotidianos de la cristiandad. Pero al votarlo a Ratzinger y su programa extremista, los cardenales redoblaron la apuesta. Han puesto a hervir una olla a presión sin dejar salir siquiera algo de vapor. Eso puede terminar en un reventón. No es un delirio místico pensar en una rebelión de quienes sientan que su fe y convicciones religiosas van a crecer en forma más sana fuera de la capilla y birretes de esta Iglesia.
Hasta ahora esos razonamientos de delimitación de campos se habían escuchado en mensajes de sacerdotes como Guillermo Mariani, de La Cripta de Córdoba: "la verdadera revolución del cristianismo vendrá de la gente, afuera de la Iglesia oficial, porque las autoridades de ésta la han vaciado de cristianismo". Quizás el curso sectario que puede tomar el círculo de poder de Roma, empuje a muchos creyentes a conclusiones parecidas a las del autor de "Sin tapujos", un partidario del celibato voluntario que por ese libro fue sometido a un tribunal canónico.
En ese sentido, de un espectro que despabila a las personas de bien y las hace adoptar una postura más crítica, es que utilizamos la expresión de "cuanto peor, mejor". Es que Ratzinger puede no ser la continuidad del muerto el 2 de abril sino un agravamiento de sus aspectos negativos. Por lo menos el nacido en Wadovice sufrió la invasión hitleriana en Polonia, aunque sin alistarse entre los resistentes activos. El de Baviera, en cambio, fue miembro de las juventudes nazis, un hecho admitido por sus biógrafos con la aclaración de que al ser incorporado al ejército del Tercer Reich, a los 18 años, estuvo un tiempo como artillero y luego desertó.
El autodenominado Benedicto XVI tuvo muchas vueltas. Es que a esos antecedentes juveniles hitlerianos los "compensó" con su rol de progresista en el Concilio Vaticano II, en 1963-1965. En esa oportunidad Ratzinger era parte del grupo de obispos europeos fundador de la revista Concilium, que apostaba al debate, el disenso y los cambios. ¿Habrá quedado algún resto de progresismo en las neuronas y el corazón del nuevo Papa? Lo dudamos, a la luz de su actuación desde 1981 a la fecha, como moderno Torquemada.
Millones de personas temen que el flamante Papa les impute pecados. Sin embargo los que esta noche hagan el amor y usen preservativos, serán tan felices como se lo merezcan. Y mañana despertarán vivos, humanos, sin más defectos que los de antes de apagar la luz.