"MIREN COMO NOS HABLAN DEL PARAÍSO" |
Los dilemas de la Iglesia Católica tras la muerte de Juan Pablo II
Olmedo Beluche
Argenpress
La masiva asistencia de personas, contadas por millones, a los funerales de
Juan Pablo II, así como la extraordinaria cobertura de los medios de
comunicación, sobre todo los televisivos, que no cesaron de transmitir durante
una semana, representaron un final adecuado de su papado. Porque una de las
características más notables de la administración eclesiástica de Juan Pablo II
fue su ofensiva propagandística en todo el mundo para contrarrestar la pérdida
de influencia de la Iglesia católica.
'El Papa viajero', le llamaban, porque nunca antes en la historia hubo un
regente del catolicismo que acudiera personalmente a tantos países, realizando
actos litúrgicos masivos, que hubiera sido visto directamente por tanta gente en
todos los continentes, que se hubiera reunido con tantos jefes de estado y
hubiera explotado tan eficazmente los medios de comunicación de masas. Esta
puesta en escena de la Iglesia calzaba bien con la personalidad de Karol Wojtyla,
quien en su juventud fue actor teatral, políglota con algo de asceta y de
místico, devoto mariano y admirador de San Agustín, además de primer Papa no
italiano en cuatro siglos.
Crisis y continuidad en la Iglesia católica
El carácter y la actuación de Juan Pablo II no constituyeron una mera
casualidad, ellos fueron la respuesta de un sector del catolicismo a la crisis y
decadencia de la Iglesia en el mundo occidental, atenazada entre la expansión de
otras iglesias cristianas, un laicismo generalizado y una creciente ruptura de
sus propios fieles con algunos valores que postula.
Crisis que se inicia con el fin del feudalismo, hacia el siglo XV, con el
surgimiento de la modernidad y el sistema capitalista; que tuvo su primer gran
cisma con la Reforma protestante, encabezada por Lutero; y que se profundizó,
pese a la Contrarreforma, con el éxito de las ideas de la Ilustración,
expresadas en las revoluciones democrático burguesas (como la francesa de 1789)
y el creciente laicismo del estado y la vida pública; con la industrialización
del siglo XIX, el nacimiento de una Italia unida y la reducción del poder
político del Vaticano a un mini estado en el centro de Roma; con los grandes
cambios sociales, políticos y tecnológicos del siglo XX, de los que la
Revolución Rusa y la expansión de las ideas socialistas y comunistas por el
mundo fueron los más radicales.
Claro que la tremenda capacidad de adaptación de la Iglesia a los cambios
sociales y políticos es una de las razones de su supervivencia: desde que
naciera como una ideología subversiva y perseguida por el Imperio romano, porque
en sus inicios fue una religión de los oprimidos ('todos somos iguales ante
Dios'); saltando luego a religión oficial de ese mismo imperio; pasando por la
Edad Media, en la que reinó junto a las castas feudales; hasta el presente
capitalista.
Un complemento de la adaptabilidad política, para explicar la pervivencia de la
Iglesia a través de los siglos, es la necesidad humana de creer, de encontrar
consuelo a las presiones materiales y espirituales de un mundo cargado de
opresión, injusticia, miseria, desigualdad e incertidumbres. El anhelo humano de
encontrar alguna compensanción, así sea espiritual, a las brutalidades de la
sociedad de clases; la aspiración a la justicia, y el anhelo de poner fin al
sufrimiento, así sea en 'el otro mundo', es un poderoso instrumento en manos de
las religiones, en especial de la Católica.
En el fondo, las ideas cristianas representan una aspiración a la Utopía, es
decir a una sociedad sin injusticias, tanto como las ideas socialistas. Este
paralelismo ha sido destacado por algunos autores, como Mariátegui (El hombre y
el mito, 1925), Rosa Luxemburgo (Iglesia y socialismo, 1905) y Michal Lowy
(Marxismo y religión, 2004). La diferencia está en si la sociedad utópica que
debemos construir pertenece al Cielo o a la Tierra. Lenin (Socialismo y
religión, 1905), que se opuso a hacer del ateísmo parte del programa del Partido
Bolchevique, dice: 'la unidad en la real lucha revolucionaria de las clases
oprimidas por un paraíso en la tierra es más importante que la unidad en la
opinión proletaria sobre el paraíso en el cielo'.
La lucha de clases entra a la Iglesia
Sin embargo, para el catolicismo el paso del tiempo no ha sido en vano y es
innegable la decadencia de su influencia. En el seno de la Iglesia la crisis se
expresa con un creciente vaciamiento, abandonada por millones que ven como
obsoletas muchas de las ideas que predica; con una 'crisis de las vocaciones'
sacerdotales, profesión a la que aspiran cada vez menos jóvenes; con un choque
creciente entre las normas dictadas desde el Vaticano y el real comportamiento
de la mayoría de los católicos practicantes, en temas como: la anticoncepción,
el aborto, el divorcio, el papel de la mujer en la familia y la sociedad, la
eutanasia, la clonación, etc.
La respuesta de la Iglesia a estos cambios no ha sido homogénea, y no puede
serlo en una institución tan compleja que es, a la vez, un Estado presidido por
un régimen monárquico, y una Iglesia compuesta por 1.000 millones de personas
procedentes de todos los estratos sociales y culturas. La Iglesia católica no
es, y nunca lo ha sido, homogénea. Como 'estado espiritual' diversos partidos
(así no se reconozcan bajo esa denominación) disputan el poder y la conducción,
aunque prevalezca uno desde la silla de San Pedro. En diversos momentos de su
historia, la lucha de clases que escinde la sociedad ha llegado a su seno,
provocando realinamientos, conflictos y confrontaciones internas. La actualidad
no escapa a esta situación.
Recordemos que, a lo largo de la Edad Media europea, cuando la Iglesia era el
principal poder espiritual y político, solían confrontarse constantemente el
bajo clero y las jerarquías en los conflictos sociales que surgían entre
campesinos de la gleba y la nobleza, los cuales se expresaron en múltiples
'herejías' condenadas y perseguidas en aquella época.
La Reforma fue una de aquellas herejías que expresó el conflicto entre el
sistema feudal decadente, defendido por el alto clero, y una revolucionaria
clase capitalista, al frente de los oprimidos, que pugnaba por una nueva
sociedad, defendida por el bajo clero. Lutero y Tomas Munzer, en Alemania,
representaron dos alas políticas, sociales y religiosas del frente confrontado
con el feudalismo, como bien analiza Federico Engels en Las guerras campesinas
en Alemania.
En Hispanoamérica vimos repetido este fenómeno durante la conquista, cuando
curas como De Las Casas defendieron los derechos humanos de los pueblos
indígenas diezmados por los españoles, mientras que jerarcas de la Iglesia
dudaban si los indios tenían alma, legitimando con ello los crímenes de los
conquistadores.
Las guerras de la Independencia hispanoamericana fueron apoyadas por curas
progresistas, como Morelos en México, confrontados con las altas jerarquías que
defendieron la monarquía hasta el último momento. Más recientemente, asistimos
al sacrificio personal de sacerdotes como Camilo Torres, en Colombia, o los
obispos Arnulfo Romero en El Salvador y Gerardi en Guatemala, asesinados por
militares genocidas por defender los derechos de sus pueblos; mientras otros
obispos ligados a las clases gobernantes bendicen a los opresores.
Concilio Vaticano II, inicio de una reforma progresiva
La Iglesia católica del siglo XX se vio forzada a considerar la necesidad de
cambiar para no ver mermado su poder e influencia, tras salir muy desprestigiada
de los papados de Pío XI y Pío XII, aliados de los regímenes fascistas de
Mussolini y Hitler.
Esos primeros y moderados cambios, fueron iniciados por Juan XXIII y Pablo VI,
fructificando en el llamado Concilio Vaticano II (1962-1965). A decir de
Leonardo Boff, la renovación de la Iglesia propuesta en aquel Concilio asumió
como lema: 'no más el anatema sino la comprensión, no más la condena sino el
diálogo'.
Este objetivo del Concilio Vaticano II se expresó en los años sesenta y setenta
en un gran abanico de cambios internos: desde los formales, como dar las misas
en las lenguas comunes y no en latín; una democratización interna de la
institución, dando mayor peso a la colegialidad episcopal y a los consejos
presbiteriales; la apertura a un diálogo ecuménico con otras iglesias; y, lo más
importante, una actitud crítica frente a las miserias que producidas por el
capitalismo en el mundo subdesarrollado, lo que dio pie a la doctrina de la
'Opción Preferencial por los Pobres' y al nacimiento del gran movimiento
latinoamericano denominado la Teología de la Liberación.
Los reaccionarios conspiran
Los cambios a los que dio origen el Concilio eran una especie de Reforma sin
cisma y, como era de esperarse, fueron mal recibidos por el sector más
conservador de la Iglesia en todo el mundo, muy vinculada con las élites
gobernantes, en especial por la burocracia curial asentada en el Vaticano.
Diversos sectores de la derecha de la Iglesia empezaron a converger en torno a
un proyecto que les permitiera desplazar a los renovadores y retrotraer muchos
de los pasos a la modernización adoptados en los sesenta. Para ellos, la Iglesia
y su doctrina se estaban contaminando de ideas marxistas.
El cardenal norteamericano Paul Marcinkus, quien se haría célebre con la quiebra
fraudulenta del Banco Ambrosiano, jugó un papel decisivo en este sentido.
Marcinkus, según demostró la fiscalía italiana, en su condición de director del
Banco del Vaticano, había tejido fuertes lazos con sectores empresariales y de
la mafia italiana y norteamericana, como la lógia masónica 'P-2', a los que le
había permitido lavar dinero durante diez años. Una alegoría de estos hechos
puede apreciarse en la afamada película El Padrino III.
Estos nexos saldrían a la luz en los años 80 con una investigación judicial que
puso al desnudo el financiamiento de la mafia de los más connotados políticos
italianos, en especial de la Democracia Cristiana. Posteriormente Marcinkus
sería condenado a prisión preventiva por su papel en los manejos ilegales del
Banco Ambrosiano.
También cobró fuerza en el ala anticomunista de la Iglesia católica una secta
pseudo secreta y muy poderosa de origen español: el Opus Dei (la Obra de Dios).
El Opus fue creado por el sacerdote español José María Escrivá de Balaguer en
1928. Escrivá y su 'obra' tuvieron un papel relevante en el apoyo del régimen
semifascista del dictador Francisco Franco. Escrivá influyó sobre el dictador
para el restablecimiento de la monarquía en España y la Obra asesora
directamente al rey Juan Carlos I. Su objetivo proclamado es acabar con el
estado laico y construir un estado confesional ('Cujus regio, ejus religio').
Para alcanzar este objetivo, el Opus recluta adeptos entre las élites
empresariales y políticas, funcionando como una especie de logia secreta que
prohíbe estatutariamente a sus miembros reconocer su filiación públicamente. La
Obra ha visto crecer su influencia dentro de la Iglesia, en especial bajo el
papado de Juan Pablo II, en cuya elección tuvo un papel decisivo. Se estima que
está compuesta en la actualidad por unas 80.000 personas.
Cónclave de 1978, renovadores versus reaccionarios
El choque entre renovadores y reaccionarios se dio en el Cónclave que siguió a
la muerte de Pablo VI en 1978. Las figuras que encarnaron ambas alas políticas
fueron: por los renovadores, el cardenal italiano Albino Luciani, y Karol
Wojtyla por la derecha reaccionaria. Mientras que Luciani era un renovador
moderado, que se proponía mantener el curso de las reformas del Concilio
Vaticano II, y fue apoyado por Giovanni Bennelli, hombre de confianza de Pablo
VI; Karol Wojtyla, con fuertes relaciones con el Opus Dei, estaba vinculado a
los círculos de poder de Washington, que le habían apoyado durante su obispado
en Cracovia, Polonia, como parte de la Guerra Fría contra la influencia
soviética en dicho país.
El cardenal Wojtyla se relacionó con los altos mandos de la política
norteamericana a través del cardenal Krol de Filadelfia, amigo íntimo de
Zbigniew Brzezinski, ambos de origen polaco, éste último Consejero de Seguridad
del presidente Jimmy Carter. Brzezinski, admirador de Henry Kissinger, postulaba
la idea de debilitar a la URSS fortaleciendo la ofensiva ideológica y política
en su área de influencia. En Polonia el catolicismo era clave, y un Papa polaco
ayudaría grandemente a Estados Unidos en ese objetivo, como más tarde se
demostró.
Pero, en un primer momento, los renovadores ganaron y fue electo Papa el
cardenal Luciani, quien asumió bajo el nombre de Juan Pablo I, como homenaje a
sus antecesores, Juan XXIII y Pablo VI, lo que indicaba una intención de
continuidad con la política reformista que ellos impulsaron. Si bien los
objetivos del papado de Juan Pablo I eran bastante moderados, y claramente no
pertenecía al ala izquierda de la Iglesia, la Teología de la Liberación,
aparentemente se propuso la destitución del poderoso cardenal Marcinkus de la
dirección de las finanzas del Vaticano. Ya en 1972, el cardenal Luciani se había
confrontado con Marcinkus por la privatización de la Banca Católica del Véneto
en favor del banco Ambrosiano.
Se especula que este intento de destitución pudo ser el 'error' de Juan Pablo I,
ya que su gestión duró apenas 33 días, muriendo en circunstancias extrañas. Las
suposiciones de un envenenamiento del Papa cobraron fuerza cuando el secretario
de estado del Vaticano, Jean Villot, se negara a realizar la autopsia de Juan
Pablo I. 'Debo reconocer con cierta tristeza que la versión oficial entregada
por el Vaticano despierta muchas dudas', señaló el cardenal brasileño Aloisio
Lorscheider en 1998, refiriéndose a estos hechos.
Muerto Juan Pablo I, el camino quedó abierto para que Karol Wojtyla, de la mano
de Marcinkus, el Opus y la iglesia norteamericana, llegara al papado bajo el
nombre de Juan Pablo II. El sector reaccionario a los cambios introducidos por
el Concilio Vaticano II finalmente se había hecho con el poder y empezó un
trabajo de zapa para debilitar y neutralizar a los reformistas.
Juan Pablo II acalla a la Teología de la Liberación
A decir del teólogo Rubén Dri (Juan Pablo II, el retroceso) el primer objetivo
que se fijó Juan Pablo II fue la liquidación del diálogo y la apertura
democrática dentro de la Iglesia introducidos por el Concilio. La 'recuperación
de la obediencia', al Papa y a la burocracia curial, fue la insignia
fundamental, debilitando la autonomía de los obispados y acallando a los
sectores más renovadores.
Las primera víctima de esta política fue el ala de la Teología de la Liberación:
se recortó la diócesis del cardenal brasileño Arms, que fue el primero en acoger
a las Madres de Plaza de Mayo que denunciaban la desaparición de sus familiares
a manos de la dictadura, a quienes la iglesia argentina, comprometida con los
militares, se negaba a reconocer; se controló al obispo Méndez Arceo de
Cuernavaca, comprometido con los movimientos populares, y se le forzó a una
jubilación acelerada, cosa que no se hizo nunca con los obispos derechistas.
Cuando el obispo de San Salvador, Oscar A. Romero, fue al Vaticano a denunciar
la persecución que sufría fue prácticamente echado por Juan Pablo II y conminado
a entenderse con la dictadura salvadoreña; se cortaron los financiamientos y
forzó al cierre del Instituto teológico de Estudios Superiores (ITES), de
México, por estar comprometido con la Teología de la Liberación.
Otras víctimas notables de la política verticalista de Juan Pablo II fueron: el
afamado teólogo brasileño Leonardo Boff, a quien el cardenal Ratzinger ordenó
'votos de silencio', forzándolo a abandonar el sacerdocio; el obispo Gustavo
Gutiérrez del Perú, a quien se cataloga de 'padre de la Teología de la
Liberación'; el cura-poeta nicaragüense, Ernesto Cardenal, regañado
personalmente por el Papa; y el erudito teólogo alemán Hans Kung, uno de los
inspiradores de las reformas del Concilio Vaticano II.
Todos ellos fueron silenciados, vituperados y aislados de la Iglesia. Los más
eminentes dirigentes de la Teología de la Liberación y defensores de las
reformas, no supieron o no quisieron responder a la persecución montada por el
propio Papa, prefiriendo temerosamente reducirse a la obediencia, conscientes de
que cualquier resistencia conduciría indefectiblemente a un nuevo cisma.
Rubén Dri, cita la Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo, redactada
por Joseph Ratzinger en 1990, para acallar a todos los disidentes dentro del
clero. Allí se dice: 'No se puede apelar a los derechos humanos para oponerse a
las intervenciones del Magisterio', es decir de la Jerarquía. También: 'La
libertad del acto de fe no justifica el disenso..., de ningún modo significa
libertad en relación a la verdad', la cual es monopolio del Papa y sus asesores,
a quienes Dios ha transmitido su 'infalibilidad'.
El Papa del Opus Dei
Juan Pablo II, como era de esperarse, tuvo una actitud diametralmente opuesta
con la ultraderechista logia del Opus Dei. Sus más importantes miembro fueron
promovidos a los puestos destacados en el Vaticano: Joaquín Navarro-Valls,
portavoz oficial del Papa; Angelo Sodano, secretario de Estado; Ratzinger,
electo ahora Papa bajo el nombre de Benedicto XVI, jefe de la Congregación para
la Doctrina de la Fe (o Santo Oficio, antes la Inquisición); el cardenal Julián
Herranz, fiscal del Vaticano; el cardenal López Trujillo, jefe del Consejo
Pontificio para la interpretación de los Textos Legislativos; Dionigi Tettamanzi,
otro papable, obispo de Milán, etc.
Juan Pablo II dio tal preeminencia al Opus Dei, que le concedió la categoría de
'Prelatura Apostólica', con lo cual todas sus actuaciones escapaban al control
de los obispos locales, pues sus miembros sólo tendrían que rendir cuentas ante
el propio Papa. Además, de manera inusual concedió la 'santidad' expedita al
fundador del Opus, José M. Escrivá de Balaguer, desoyendo la oposición de miles
de personas que cuestionaron la trayectoria de este 'asesor' del dictador
Francisco Franco. Pese a las miles de solicitudes, Juan Pablo II no tuvo la
misma actitud con el mártirizado obispo salvadoreño, Oscar Arnulfo Romero.
En su largo papado, Wojtyla concedió cientos de beatificaciones, pero todas
ellas con un claro sesgo político a la derecha, mientras los curas católicos
víctimas de los militares en Latinoamérica fueron ignorados.
Juan Pablo II, el mejor aliado de Estados Unidos
La influencia del Opus fue muy clara en la política exterior que siguió el
Vaticano. Existió un reconocido pacto con Washington y la CIA, hacia Europa del
Este, y en especial en Polonia. En la encíclica Centesimus annus, Juan Pablo II
hizo una exaltación del capitalismo y el libre mercado, declarando la guerra al
comunismo. Se bendijo 'el carácter natural del derecho a la propiedad privada';
se habló de la supuesta existencia de un 'capitalismo bueno'; contrariando el
principio cristiano de 'perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a
nuestros deudores' se pasó al criterio de que 'es ciertamente justo el principio
de que las deudas deben ser pagadas'.
Pese a alguna que otra obligada frase en favor de los pobres y oprimidos, Juan
Pablo II se pronunció claramente por el sistema capitalista: 'Después del
fracaso del comunismo', se pregunta si el capitalismo es la alternativa para el
'Tercer Mundo'. Y responde: 'Si por capitalismo se entiende un sistema económico
que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la
propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de
producción, de la libre creatividad en el sector de la economía, la respuesta es
ciertamente positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de Economía de
empresa, economía de mercado o simplemente economía libre'.
También avaló el neoliberalismo cuando más estragos causaba en el mundo: 'Da la
impresión de que, tanto a nivel de las naciones, como de las relaciones
internacionales, el libre mercado sea el instrumento más eficaz para colocar los
recursos y responder eficazmente a las necesidades'.
¿Qué hacer frente a los males e injusticias del sistema capitalista? Al igual
que la Iglesia de la Edad Media, Juan Pablo II predica la sumisión a los poderes
terrenales y la espera de la redención en la 'otra vida'. Porque, según él, 'el
hombre creado para la libertad lleva dentro de sí la herida del pecado original
que lo empuja continuamente hacia el mal y hace que necesite la redención', por
lo tanto hay que apartarse de quien 'cree ilusoriamente que puede construir el
paraíso en este mundo'.
Por todo ello, constituye un absurdo, casi un chiste, que Fidel Castro haya
dicho ante las exequias de Juan Pablo II que: 'Mientras leía los documentos del
Papa Juan Pablo II, descubrí una COINCIDENCIA TOTAL entre sus planteamientos
teóricos y los míos', calificándolo como un 'hombre excepcional', que 'tanto se
opuso a la guerra y el imperialismo', que condenó el 'capitalismo salvaje' y
pregonó la 'globalización de la solidaridad'.
Pese a una condena tímida y obligada de la invasión norteamericana contra Irak,
Juan Pablo II mantuvo su aval sobre la política norteamericana para Oriente
Medio, lo cual se ratificó con la asistencia personal de la familia Bush a sus
funerales. También hizo escándalo su defensa del general Pinochet cuando estuvo
detenido en Inglaterra, apelando por su liberación; su apoyo al arzobispo de
Boston, condenado por la opinión pública y los tribunales por encubrir miles de
casos de pederastia de curas norteamericanos contra menores de edad.
En sus últimos días, Juan Pablo II defendió a un oscuro capellán del ejército
argentino, que manifestó que el ministro de salud debía ser arrojado al mar con
una piedra amarrada al cuello por repartir condones a los jóvenes, en clara
alusión al método usado por la dictadura argentina para exterminar a sus
opositores.
Progresista en la forma, reaccionario en el dogma
Se puede apreciar que, mientras que por la forma Juan Pablo II adoptó un estilo
aparentemente moderno (viajes, actos de masas, uso de los medios); por el
contenido, la doctrina católica dio un retroceso a criterios ultraconservadores.
Este retroceso no se limitó al plano político y social, liquidando 'la opción
preferencial por los pobres' que heredara de Pablo VI, sino que se concentró
sobre los valores más íntimos y familiares, siendo las mujeres y los jóvenes sus
principales víctimas (Encíclica Evangelium Vitae, 1995).
En el plano familiar, la doctrina ultraconservadora de Juan Pablo II está en
creciente conflicto con la realidad practicada por la mayoría de los católicos.
Se mantuvo en el rechazo absoluto del derecho al divorcio, pese a que ya es
usual entre millones de fieles; condena de toda forma de anticoncepción, que no
sea el método del ritmo, aunque la mayoría de las católicas no hagan caso. Ni
hablar de la condena al aborto, ni siquiera en casos terapéuticos o por motivo
de abusos sexuales.
A la juventud católica, cada vez más desinhibida frente a las costumbres
sexuales, predicó la abstinencia, incluso de la masturbación. Se califica las
relaciones homosexuales como anatema, ni hablar del 'matrimonio gay'. Así mismo
se condena el uso del condón, pese a la pandemia del SIDA que cobra millones de
víctimas, sobre todo en Africa. Se rechazan por completo los estudios genéticos
y la clonación, pese a que en ellos está el futuro de la medicina.
Para las mujeres: sumisión, virginidad y maternidad
La Iglesia dirigida por Juan Pablo II desarrolló una lucha titánica y fructífera
en muchos lados contra las reformas en favor de la educación sexual de los
adolescentes, así como un ataque despiadado contra los servicios de salud a la
mujer y sus derechos sexuales y reproductivos, tanto a nivel de gobiernos como
en organismos internacionales. Su combate contra el protocolo de Naciones Unidas
sobre los derechos de la mujer (CEDAW) es generalizado y recibe el apoyo activo
tanto de gobiernos como el de George W. Bush, como de las iglesias musulmanas,
que en esto se dan la mano.
En este sentido, una de las últimas acciones de Juan Pablo II fue la
ratificación de la 'Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la
colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y en el mundo', redactada por
Ratzinger (ahora Papa Benedicto XVI) y publicada en julio de 2004. Esta carta
constituye una condena del feminismo, un cuestionamiento sobre el concepto de
género y una apelación a la mujer tradicional, sumisa y sometida, encasillada
entre la virginidad y la maternidad, cuyo modelo mítico es la Virgen María.
'Entre los valores fundamentales que están vinculados a la vida concreta de la
mujer se halla lo que se ha dado en llamar la . No obstante el hecho de que
cierto discurso feminista reivindique las exigencias , la mujer conserva la
profunda intuición de que lo mejor de su vida está hecho de actividades
orientadas al despertar del otro, a su crecimiento y a su protección', se lee en
la carta.
'Esta intuición está unida a su capacidad física de dar la vida. Sea o no puesta
en acto, esta capacidad es una realidad que estructura profundamente la
personalidad femenina. Le permite adquirir muy pronto madurez, sentido de
gravedad de la vida y de las responsabilidades que esto implica. Desarrolla en
ella el sentido y el respeto por lo concreto, que se opone a abstracciones a
manudo letales para la existencia de los individuos y la sociedad' (!!).
La carta de Juan Pablo II y Ratzinger caricaturiza las reivindicaciones
feministas, reduciéndolas a una supuesta 'lucha de sexos', 'que considera a los
hombres como enemigos que hay que vencer'. Hablando de 'valores femeninos', se
exalta el mito de María La Virgen, y se propone a la mujer de hoy un modelo
pasivo basado en: 'escucha, acogida, fidelidad, alabanza y espera'. Por que esta
es en realidad el camino del amor, es poder real que derrota la violencia, es
que salva al mundo del pecado y de la muerte y recrea a la humanidad'.
Y, por si quedaran dudas, se recalca en la conclusión: 'También la mujer, por su
parte, tiene que dejarse convertir, y reconocer los valores singulares y de gran
eficacia de amor por el otro del que su femineidad es portadora'.
Si bien la carta reconoce el derecho de la mujer a acceder al mundo del trabajo,
en una igualdad mediatizada por el modelo antes descrito, no reconoce este
derecho a lo interno de la propia Iglesia, donde siguen jugando un papel de
segundonas: 'En esta perspectiva también se entiende que el hecho de que la
ordenación sacerdotal sea exclusivamente reservada a los hombres no impide en
absoluto a las mujeres el acceso al corazón de la vida cristiana. Ellas están
llamadas a ser modelos y testigos insustituibles para todos los cristianos de
cómo la Esposa debe corresponder con amor al amor del Esposo'.
Elección de Ratzinger confirma continuidad de los reaccionarios
En resumen, los 27 años de papado de Juan Pablo II significaron un retroceso con
respecto a los intentos de modernización del Concilio Vaticano II; un control de
la Iglesia por sus sectores más reaccionarios y derechistas, encarnados en el
Opus Dei; la neutralización de los sectores renovadores y los más comprometidos
con los movimiento sociales, encabezados por la Teología de la Liberación; un
retroceso en la democracia interna y a nivel doctrinal en todos los ámbitos; y
un alineamiento permanente de la cúpula de la Iglesia con el imperialismo
norteamericano y el neoliberalismo.
La elección del cardenal alemán Ratzinger como nuevo Papa, bajo el nombre de
Benedicto XVI, confirma el control y la continuidad de los sectores
reaccionarios, en especial del Opus Dei, sobre el Vaticano y el conjunto de la
Iglesia. Su elección es una mala noticia para quienes aspiran a modernizar
algunos de los dogmas y para quienes quieren una Iglesia comprometida con los
pobres.
Si bien Ratzinger-Benedicto fue un cura progresista en su juventud, incluso de
los inspiradores del Concilio Vaticano II, cambió mucho sus opiniones cuando se
hizo cargo del Santo Oficio, pasándose al otro extremo, es decir, a los más
conservadores. Fue uno de los principales asesores de Juan Pablo II, y
seguramente éste le preparó el camino al papado antes de morir. Para ello,
Wojtyla había reformado el Derecho Canónigo, incluido el procedimiento para la
elección de los Papas, y elevó a cardenales a decenas de obispos del ala
conservadora.
Leonardo Boff, quien lo conoce bien, dice que es un hombre con una 'mentalidad
casi medieval', lo cual se ve reflejado incluso en la elección del nombre de
Benedicto para ocupar trono, pues este nombre está asociado con papados de corte
monacal y alejados de las realidades sociales. Frei Beto pone en duda que tenga
alguna sensibilidad hacia los pobres y los problemas del 'Tercer Mundo'.
Las mujeres católicas no tienen nada bueno que esperar, pues ya vimos en la
Carta a los Obispos, citada arriba, que tiene una visión sobre ellas que raya en
la misoginia. Ni hablar de la juventud, para la que sólo se propone un modelo
moral cada vez más alejado de la realidad. Mucho menos habrá apoyo para los
campesinos sin tierra, o los obreros que luchan por una vida mejor, pues
Ratzinger es aliado de las clases dominantes y apoya a los curas que sirven a
las clases dominantes.
Muchos católicos no han escondido su decepción, y esto se ha reflejado en
entrevistas y encuestas realizadas por los medios de comunicación. Lo cierto es
que, siendo Ratzinger un continuador de Juan Pablo II, posee el agravante de que
carece del carisma que tenía éste. Ante las cámaras de televisión parece más un
pícaro que un santo. Sin duda será un papado que profundizará la brecha ya
existente entre el dogma tradicional y la vida real de los católicos.
Los renovadores obligados a luchar o morir
Es evidente que la elección de Benedicto XVI (Ratzinger), pone en una situación
precaria a los sectores renovadores y progresistas dentro de la Iglesia. Ahora
bien, que sea difícil, no significa que los católicos conscientes y
comprometidos con las causas de los oprimidos y los pobres no deban asumir la
responsabilidad de luchar por el cambio dentro de la Iglesia, derrotando a los
reaccionarios aliados de los explotadores.
No hacerlo sería renunciar a su deber cristiano, al verdadero cristianismo de
los que sufren, no el cristianismo de la pompa y el lujo. Renunciar a dar esa
lucha, aunque lleve al cisma, es una necesidad de vida o muerte para los
católicos progresistas. Y nuestro deber, como socialistas y revolucionarios no
católicos, será acompañarles y apoyarles.
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