País Vasco
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País Vasco: diálogo y provocación
Luis Hernández Navarro
Madrid. Los procesos de paz tienen dos momentos críticos
fundamentales: inicio y conclusión. Durante estas dos fases los actores que
los objetan se empeñan en descarrilarlos. Primero, buscando que aborte; en su
última etapa, procurando que no se firmen.
No todas las fuerzas que dentro de una sociedad sacudida por un conflicto
armado dicen querer la paz están comprometidas con ella. El fin de la
violencia trae necesariamente ganadores y perdedores. Y no es extraño que los
perdedores se empeñen en reventar la negociación por cualquier vía.
El comienzo del diálogo de paz entre el gobierno español y ETA no ha sido la
excepción a esta sencilla regla. En un acto que pareció ser una provocación
para reventar el arranque del proceso, Arnaldo Otegi, dirigente de la
proscrita organización política Batasuna, fue encarcelado por un juez.
Liberado bajo fianza, fue detenido luego de ser citado para explicar su
presunta participación en el financiamiento de la organización independentista
a través de las herrico tabernas.
El diálogo de paz siempre y cuando ETA deje las armas fue aprobado en el
parlamento español por todos los partidos excepto el derechista Partido
Popular (PP). Desde entonces esta agrupación política, que no se ha repuesto
de la derrota electoral que sufrió el año pasado, ha procurado por todas las
vías frenar el proceso.
Los disparos contra el diálogo no provienen, sin embargo, sólo de la oposición
de derecha. José Bono, actual ministro de Defensa, españolista y miembro
distinguido de la generación de militantes del Partido Socialista Obrero
Español (PSOE) desplazada por la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero,
declaró a El País que tiene "más confianza en la Guardia Civil que en
la negociación".
Las encuestas muestran que más de 60 por ciento de los ciudadanos del Estado
español están de acuerdo con la iniciativa. Hecho notable si se considera que
en los últimos años se puso en marcha desde el gobierno de José María Aznar
una campaña de crispación política y criminalización del nacionalismo vasco
que asfixió y envenenó la atmósfera pública, al tiempo que estimuló la
formación de un clima favorable para el crecimiento de un nacionalismo
excluyente y autoritario.
La apuesta por capitalizar este ambiente, acusando a ETA de ser la responsable
de los atentados terroristas del 11 de marzo de 2004 en Madrid, al margen de
cualquier evidencia, provocó en parte la derrota electoral del PP. La sociedad
española rechazó la burda manipulación, como antes se había opuesto a la
participación de su país en la guerra. A pesar de ello, la derecha española
sigue insistiendo en su estrategia de polarización y encono alrededor del
contencioso vasco. De acordarse la paz sufriría un irreparable descalabro
político.
La vía de la negociación para solucionar conflictos armados internos puede
avanzar cuando las partes enfrentadas comparten la convicción de que las
condiciones para solucionar sus demandas por el camino de la violencia no son
viables. Puede ser también una maniobra de una de las partes para ganar
tiempo, reorganizarse y acumular fuerzas, antes de intentar un nuevo ataque.
ETA ha sufrido importantes golpes policiaco-militares en los últimos años.
Centenares de sus militantes están encarcelados. Su desprestigio es enorme.
Conserva, sí, cierta capacidad operativa, como pudo verse en el más reciente
de sus atentados realizado en Madrid, probablemente para demostrar que no está
derrotada. Además, su base social -una parte muy importante del nacionalismo
vasco de izquierdas- tiene un enorme peso, incluso electoral. Lo que hoy está
en disputa es, precisamente, el futuro político de esa parte de la sociedad
vasca a la que no se ha podido vencer política y, mucho menos, culturalmente.
Rodríguez Zapatero fue un candidato al que muy pocos consideraban con
posibilidades reales de ganar el gobierno español. Sin embargo ganó. Su
triunfo, empero, lo ha colocado a dos aguas. Por un lado ha debido hacer
importantes concesiones a la generación del PSOE manchada con la corrupción,
los crímenes políticos y la derechización. Por otro, ha respondido a las
demandas de quienes votaron por él y a la generación más joven de dirigentes
de su partido influidos por las movilizaciones contra la guerra.
El primer ministro español necesita construirse una base social propia y lo
está haciendo. Sacó al ejército español de Irak (aunque reforzó su
participación en Afganistán), regularizó temporalmente la estancia de más de
700 mil migrantes indocumentados, legalizó las uniones de parejas
homosexuales, modificó la política española hacia América Latina en lo general
y hacia Venezuela en particular y emprendió una reforma educativa que frenó y
revirtió parte de la contrarreforma de la derecha. Aunque desde la izquierda
se han hecho críticas a estas medidas, han marcado una diferencia con los
gobiernos de derecha.
El inicio del diálogo de paz sobre el conflicto vasco tiene que ser visto como
parte de este impulso por poner a tono la política gubernamental con las
demandas de la sociedad española. Si es evidente que la estrategia terrorista
de ETA ha fracasado, también lo es que la vía policiaca para acabar con ella
no ha tenido éxito. Si el proceso de paz avanza, Zapatero desmantelará un
espacio de intervención privilegiado de la derecha y el nacionalismo de
izquierda político radical podrá consolidar y expandir su influencia en el
movimiento social.
Lo que suceda en este diálogo en el Estado español no es ajeno a México. La
estrategia de crispación fue exportada a nuestro país por la derecha y hecha
suya por el gobierno federal e importantes intelectuales. El derecho de asilo
sufrió importantes ataques. El diálogo podría ayudar a que los atropellos que
se han cometido contra nacionales y extranjeros dentro de nuestro territorio
sean reparados.