¿SE PUEDE "CAMBIAR EL MUNDO SIN TOMAR EL PODER"?.
Por José Ernesto Schulman (Argentino. Director de la Escuela Nacional
de Cuadros del Partido Comunista. Autor de "Los laberintos de la Memoria" y
"Tito Martín, el villazo y la verdadera historia de Acindar")
En los años ´80, John Holloway, alcanzó cierta popularidad con
sus análisis del impacto del neoliberalismo sobre el movimiento obrero
británico. El texto "La rosa roja de Nissan" circuló ampliamente
y la tesis de que toda crisis capitalista es, en última instancia, una
crisis de dominación que tratarán de superarla instalando nuevos
modos de control laboral y social, mantiene dramática vigencia como la
masacre de Avellaneda lo confirma.
En su último libro, "Cómo cambiar el mundo sin tomar el poder",
presenta una nueva propuesta y para defenderla, realiza el siguiente recorrido:
1) todas las revoluciones del siglo XX fracasaron; 2) el fracaso se debió
a la estrategia de tomar el poder para, desde allí, producir los cambios
necesarios; 3) el Estado no se puede tomar porque está absolutamente
integrado al capitalismo y, más allá de nuestras intenciones,
su función es contribuir a optimizar las ganancias capitalistas; 4) la
decisión de luchar por tomar el poder impregna a las organizaciones políticas
de una lógica que las burocratiza y traslada al movimiento social una
línea de acción de actuar al interior del Estado; esta adaptación
de los partidos de izquierda los inhabilita para la acción revolucionaria;
5) hay una práctica de resistencia al capitalismo, fuera y lejos de los
partidos de izquierda, que se debe estimular para cambiar la vida. Y sintetiza:"Entonces,
no es cuestión de crear un nuevo pensamiento, sino de, como dicen los
zapatistas, escuchar. Es decir, escuchar la resistencia que existe en todos
los ámbitos de la vida cotidiana y de las luchas organizadas. Insisto:
el énfasis no tiene que estar en la meta, sino en el cómo de la
política".
Estas propuestas, más allá de que la paternidad sea o no reconocida,
circulan ampliamente en el movimiento popular. Por ello, porque son ideas con
encarnadura social a las que Holloway les da voz y formato teórico, nos
detendremos en ellas, tanto por lo que nos merezcan de crítica como por
lo que nos movilice a examinar nuestra propia práctica, para cambiarla.
En la primera relación que establece: fracaso de las revoluciones con
estatalismo, hay, creemos, un error de simplificación: las revoluciones
no solo fracasaron (y hay que discutir más las causas múltiples
y complejas del fracaso) también fueron derrotadas. Es decir, cosa que
no aparece claro en Holloway, las clases y la lucha de clases existen, el imperialismo
existe, la guerra fría existió, también el bloqueo a la
Rusia Soviética, la Intervención extranjera, el sabotaje, la agresión
cultural y el fascismo. Y no solo existió y existe, seguirá existiendo
y nadie puede proponer una revolución verdadera sin pensar como enfrentará
la lucha de clases, el imperialismo y su acción en todos los terrenos:
económico, cultural, diplomático, militar.
Pero no nos queremos quedar en la orilla de los que se sienten derrotados por
el imperialismo (y con ganas de revancha) también nos sentimos fracasados
porque los movimientos revolucionarios triunfantes cometieron, en relación
al Estado, al menos, tres tipos de errores.
Uno teórico, porque los revolucionarios, en tanto tales, debemos luchar
por la abolición del capitalismo y por ende del Estado, imprescindible
para la reproducción de las relaciones sociales capitalistas de explotación.
No se avanza hacia el comunismo con más y más Estado y menos protagonismo
popular, sino con menos Estado y más protagonismo popular. Como ocurre
hoy en Cuba.
Un error político, porque mantener e incrementar el aparato burocrático
estatal, en las condiciones en que el proletariado y el Partido ruso estaban,
agotados por la guerra civil(1918/21), devolvió poder a los mismos burócratas
de antes, que se atrincheraron en el Estado para sabotear la Revolución.
Y una tragedia ética, porque la lógica de más Estado =
más represión, terminó en la sustitución del sujeto
social de la revolución por el partido, y del partido por un aparato
cada vez más parecido al estatal, que exterminó la militancia
y agotó la revolución..
Dicho todo esto, igual queda la pregunta inicial: ¿por qué se pudo abrir
paso esta tendencia estatalista? ¿por qué se frustraron las revoluciones?.
Y entonces hay que volver al Che y aquello de que el Socialismo no puede ser
solo un mejor modo de distribución de la riqueza, que el comunismo requiere,
junto con las tareas económicas y políticas, de la construcción
del hombre nuevo, del despliegue de una cultura revolucionaria de rebeldía
que motorice el rol de las masas. La batalla se perdió en el terreno
de la subjetividad y el deterioro de la cultura revolucionaria fue erosionando
el socialismo hasta facilitar el desenlace gorbachoviano, provocado por la ofensiva
ideológica política imperialista de los '80. Y otra vez Cuba nos
sirve de ejemplo por lo antagónico. ¿O no fue la fortaleza de la cultura
revolucionaria, y no la economía, y no el poder estatal, y no la diplomacia
bipolar, la que salvó el Socialismo en Cuba? .
Holloway acierta en definir al Estado actual como capitalista imposible de "reformarlo"
pero erra de un modo contundente al descartar toda la teoría leninista
de la transición desde al capitalismo hacia el comunismo, especialmente
aquella idea de que el poder revolucionario deberá ser desde el primer
día un Estado que vaya dejando de serlo. Cierto es que el proceso no
fue hacia donde él imaginaba, una democracia de nuevo tipo, revolucionaria,
sino hacia un sitio exactamente opuesto; pero ello no descalifica, sino que
hace más exigente, el diseño de un período transicional
donde superviva un cierto tipo de Estado, al cual se le deberán arrebatar
una a una las funciones de administración de la cosa pública asumiéndolas
un movimiento popular más y más organizado; más autónomo
del Estado, justamente. Y esa autonomía del Estado se puede ir conquistando,
con organización y alternativa política, desde ahora, construyendo
poder popular.
La tendencia del movimiento popular a relacionarse con el Estado de un modo
subordinado, tiene en la Argentina una historia concreta. Es la historia del
capitalismo argentino. Del modelo de capitalismo distributivo que se intentó
entre el '45 y el '55, y que dejó sus huellas por largo tiempo, sobre
todo en el movimiento obrero y popular adquiriendo modos de intervención
política marcados por la práctica del pacto social y los apetecibles
supuestos "equilibrios" de la sociedad argentina. En la base de la tremenda
crisis del sindicalismo y los partidos políticos tradicionales de la
Argentina está, justamente, la desaparición de dicho escenario
de concertación e integración al sistema. Se ha creado una gran
oportunidad para renovar, de raíz, el movimiento popular y de gestar
nuevas formas de intervención política, opuestas a las que inspiraron
radicales y peronistas durante un siglo.
Pero ello requiere una estrategia de poder basada en la construcción
de autonomía para el movimiento popular y en una enérgica lucha
ideológica cultural contra los defensores del continuismo.. Y para esto
hace falta un proyecto político, de partidos políticos que asuman
de un modo nuevo su rol en los procesos revolucionarios. No como vanguardias
autoproclamadas que "conduzcan" masas incultas y temerosas hacia la "toma" del
poder concebido instrumentalmente, sino como promotores de esta autonomía
que viene creciendo en los combates de calle hacia un proceso de construcción
de poder popular que acumule fuerzas para la batalla, no última pero
sí decisiva, por desalojar al bloque de fuerzas que dominan desde siempre
el Estado burgués e instalar al poder popular en su lugar, no para reproducir
las mismas lógicas de dominación sino para luchar por su reemplazo
con nuevas formas de gestión y conducción de la cosa pública.
Convenciendo, arrastrando, defendiendo con la movilización popular la
revolución naciente. En lenguaje de Antonio Gramsci, construyendo una
nueva "hegemonía", ahora de la mayoría sobre la minoría,
de la nación sobre el imperialismo, de la revolución sobre la
contrarrevolución..
Aciertan Holloway y sus seguidores locales, al afirmar que la solución
de este problema no es una cuestión teórica sino de efectiva incidencia
política. De acuerdo a la estrategia de poder será la política
de acumulación de fuerzas, o viceversa, en la política real se
puede adivinar la estrategia de poder (o de no poder) que cada uno tenga.
Uno de los pocos dirigentes sindicales que habla de la cuestión del poder,
Víctor De Gennaro, ha elaborado una particular visión sobre el
tema del poder popular. Lo concibe como una acumulación de fuerzas para
el movimiento social, pero no para orientarse a la destrucción del poder
burgués, sino para "recuperar los equilibrios perdidos[1]". De allí
su eterna recaída en ilusiones políticas centristas (su compromiso
con la Alianza fue más que explícito) y su política de
buscar "socios" en el poder mismo, para causas justas y humanistas como el subsidio
para los desocupados, que terminan dividiendo al movimiento popular y debilitando
la imprescindible identificación del enemigo. No es un problema de maldad
o cobardía la ausencia de la CTA de los hechos del 19 y 20 de diciembre
de 2001 o del 26 de junio de 2002, es una consecuencia lógica de una
política de "construcción de poder popular" sin confrontación
con el enemigo, que por buscar "socios" en el poder, agrede una y otra vez a
la izquierda realmente existente.
Por su parte Luis Zamora se ha concentrado en la crítica a los partidos
de izquierda. El dirigente de Autodeterminación y Libertad desarrolla
un agresivo discurso contra los "aparatos" de la izquierda, so pretexto de las
deformaciones y límites conocidos, y como justificación de la
practica consecuente de desaliento a toda iniciativa de unidad política.
La cuestión requiere dos miradas: una sobre las críticas y otra
sobre las propuestas.
Uno puede coincidir en muchas de las críticas que se hacen a los partidos
de izquierda: tendencia al dogmatismo, al electoralismo, poco espacio para el
debate, etc. Treinta años de militancia en la izquierda proporcionan
material para suscribir lo de Zamora y aún más, para escribir
un tratado de errores y deformaciones de varios tomos. Pero eso es una parte
de la verdad, la otra parte, oculta por Zamora, es que estos mismos partidos
son los que resistieron el "posibilismo" de Alfonsín, la oleada neoliberal
de Menem y el aluvión "progresista" de De la Rúa; que son los
que más aportaron a la resistencia, y no solo a la lucha sindical, piquetera
y popular, también a la resistencia cultural/ideológica.
Y volvamos a Holloway: aquí también vale eso de que más
"derrotados" que "fracasados", aunque la oportunidad interpela a la izquierda
a mantener sus virtudes y superar sus límites y defectos: la autoproclamación
de vanguardias, el seguidismo a variantes progresistas, el sectarismo autista,
la manipulación de los movimientos sociales y el utilitarismo de la militancia.
Y podríamos seguir.
Pero, ¿es por el camino que propone Zamora que se resolverán nuestros
problemas?.
El culto a aquello de "vox populis, vox dei" ya se lo escuchamos a Chacho Alvarez;
la exaltación de lo "micro" en la construcción de poder era comprensible
en los periodos iniciales de la Resistencia al neoliberalismo, pero la construcción
de alternativa verdadera requiere de la visualización de la integralidad
de las políticas de dominación para así oponer un vasto
bloque popular que confronte con todas las políticas, y en todos los
terrenos; el respeto a la militancia y los debates democráticos son imprescindibles
pero ello requiere de organización, métodos nítidos de
toma de decisiones y responsabilidades compartidas y balanceadas con la militancia.
Creemos que así no se renueva el pensamiento y la práctica de
quienes, como Zamora, vienen del campo de un troskismo que en la Argentina ha
transitado largamente los senderos de la auto proclamación de vanguardia
autista. El aislamiento de cada fuerza tras la ilusión de convertirse
en vanguardia por autoproclamación, la ambición de acceder a posiciones
institucionales por la mera vía electoral sin ningún compromiso
con la construcción de base, la tentación de aprovechar fisuras
en el campo enemigo para instalar algún referente por vías mediáticas,
etc.; son todas prácticas que la izquierda ha practicado en algún
momento del pasado.
Poco después de la Revolución Nicaraguense , en un encuentro con
la militancia en Rosario, un comandante Sandinista contestó de un modo
contundente la pregunta acerca los caminos de su unidad. El dijo simplemente:
porque queríamos tomar el poder, porque queríamos vencer, porque
nos lo pedían nuestros mártires. ¿No será que tras estas
sinuosas reflexiones sobre no luchar por el poder y no unir a la izquierda se
esconde justamente el deterioro de la voluntad de poder, aquella condición
que Guevara consideraba la primera de todo revolucionario, y de todo humanista?.
Porque luchando por tomar el poder se cambia la vida y se auto transforman los
hombres; porque solo cambiando la vida y autotransformándose, los hombres
construyen su poder hacer o poder popular, que es un modo efectivo de luchar
por el poder, y de cambiar la vida.
28 de julio de 2002 .