Opiniones
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4 de octubre del 2003
Reimaginar la izquierda
Carlos Ruiz
Rebelión
Esta invitación a reimaginar la izquierda implica el supuesto -compartido- de que la izquierda actual está agotada. Reimaginar la izquierda implica el desafio de pensar más allá de los convencidos. Implica pensar una alternativa para amplios sectores que no se definen de izquierda. Implica pensar el país -no sólo una parte de éste- y forjar una vocación de disputa de conciencias con una derecha que avanza.
La izquierda concertacionista dejó de hacerlo porque se redujo a administrar un modelo económico y político heredado (esto último, olvidado a menudo). La izquierda extraparlamentaria no lo hace porque está consumida en un afán de resistencia, de sobrevivencia (reducida a afirmar un existimos, arrastra una prolongada crisis de incidencia).
La reiterada caracterización -que se da con más fuerza en el resto de América Latina que en Chile- entre una izquierda política y una izquierda social, revela el eterno problema de articulación entre la izquierda histórica y las nuevas izquierdas. La izquierda política -o politizada- es aquella que se ha centrado en la lucha por el control del Estado, ya sea por las urnas o por las armas. La izquierda social aun no tiene programa, fisonomía orgánica ni estrategia definida. Aunque no lo ignora, se plantea más allá del Estado; es anticapitalista en una forma más amplia. Pero no se articula, se dispersa, y a menudo se va a los extremos (como el apoliticismo o el basismo).
En este contexto, me atrevo a aventurar algunos elementos y requerimientos para construir una nueva izquierda para un nuevo ciclo de luchas populares. Ante todo, asumir la crisis del socialismo, las limitaciones de los socialismos reales, de cursos que no socializan el poder, que generan nuevas clases dominantes. En tal línea, asumir además las derrotas y los fracasos de la izquierda; no evadirlas para buscar una tramposa fuerza moral, ni responsabilizar completamente de ellas al enemigo, victimizándose. Es el fracaso de las estrategias pasadas para derrocar y superar el capitalismo. Asumirlo, es un paso básico para repensar la izquierda.
Esto remite a la necesidad de una nueva estrategia. Más que la toma del poder, nuestro objetivo es la transformación de la sociedad. A estas alturas del desarrollo capitalista está claro que el problema del poder no se reduce a la conquista del Estado. La capacidad de los poderosos de organizar la sociedad va mucho más allá del Estado y sus aparatos coercitivos. Hoy se le exige a Pinochet que pida perdón por la masacre que arrojó una decisión política, pero a nadie en la clase política se le ocurre exigirle lo mismo a Agustín Edwards, cabeza de un clan y un medio -El Mercurio- decisivo en la adopción de esa decisión política. A nadie espanta que figuras concertacionistas como Brunner se unan a Edwards en espacios como Paz Ciudadana; pero de seguro crearía gran revuelo que el mismo Brunner coincidiera en esos términos con Pinochet. Se nos dice así que perdón ha de pedir el capataz, mas no el patrón del fundo. La lucha transformadora de la izquierda ha de apuntar en contra de la esencia del poder, y no sólo de sus excesos. Al no hacerlo, permite que de la transición a la democracia resulte no sólo la consabida injusticia política sino -a menudo obviada- una reconstrucción de la fronda aristocrática. Si el orden del capitalismo es tan fuerte, no es sólo porque es capaz de evitar lo que no quiere, sino porque es capaz de producir el orden que requiere.
Por tanto, el esfuerzo transformador no puede reducir toda su lucha a la disputa por el control del Estado. Duramente, el siglo XX ha enseñado que la nueva sociedad no se inventa después de la toma del poder. Que la nueva sociedad no es un problema meramente teórico para el presente, sólo abordable a partir de la conquista del Estado. La posibilidad de una nueva sociedad se define desde el presente. Esta determinada por los rasgos de los actores políticos y sociales que impulsan la lucha transformadora (si no son democráticos hoy, difícilmente lo serán después de la toma del poder).
Esto significa asumir que desde hoy se prefigura, en nuestras luchas y nuestras conductas, el futuro buscado. Por tanto, lo que hay que poner en el centro del debate es la construcción de una fuerza política y social transformadora, constructora de nuevas dinámicas y espacios, lo que implica superar el esfuerzo centrado desmesuradamente en el fortalecimiento del partido.
Pero resulta que tenemos más claro lo que queremos destruir, que aquello que queremos construir. Somos más anti-neoliberales, anti-capitalistas, anti-sistémicos, que pro-libertad, democracia, felicidad. Superarlo implica enfatizar nuestra capacidad constructiva, transformadora, como principal arma de superación del orden actual.
En tanto la liberación remite a la refundación de la sociedad, implica forjar en la lucha actual instituciones de democracia, de poder y soberanía popular. Y fundar también la capacidad de defenderlas. Un futuro todopoderoso Estado socialista no realiza esa tarea, no socializa el poder; no lo ha hecho en la historia. Hay que asumir, de una vez por todas, que un verdadero socialismo democrático sólo triunfará a partir de un máximo de expansión -y no de constricción- de la democracia popular organizada.
Por tanto, nuestra principal característica e identidad tiene que cifrarse no en la opción por la fuerza ni en definirnos antisistémicos, sino en el hecho que nuestra lucha y nuestra prácticas inmediatas apunten a la democracia, a la libertad, a la felicidad, a terminar con la explotación y las miserias materiales y espirituales que impone el capitalismo a la especie humana.
Esto remite a superar las viejas concepciones de construcción de la organización política. Hay un agotamiento y una necesidad de superar la lógica representativa y suplantadora de la lucha social y de los actores sociales. Las fuerzas sociales ya no pueden seguir siendo consideradas como base de apoyo del partido político, como correas de transmisión de sus decisiones. Los movimientos y las fuerzas sociales son el actor insoslayable de un proceso de transformación social. Son determinantes. Sus procesos de construcción, maduración y proyección son insustituibles.
No se puede aspirar a ser brazo armado o brazo político de estos movimientos sociales. La organización política tiene que centrarse en una función de conducción, también insoslayable, de síntesis como intelectual colectivo inmerso en esas dinámicas, pero de ningún modo aspirar a un rol sustitutivo, suplantador de los movimientos sociales, del proceso de transformación generalizado que sólo pueden sostener inmensas mayorías concientes y determinadas a hacerlo. En esto no hay atajos, ni armados ni electorales. La creencia ilusoria en esos atajos sólo alarga esta marcha. Eso es lo que ha acontecido hasta ahora.
Esto significa repensar la organización política. No negarla. ¿Partido o movimiento? El problema es flexibilizar y ampliarse, pero sin diluir la posibilidad de la unidad de acción política y la capacidad transformadora. Ese es el reto, en una sociedad heterogenizada y desarticulada por la transformación capitalista de las últimas décadas. Sobre todo en un contexto en que la mantención de la desarticulación social heredada de la dictadura ha sido una de las condiciones basamentales de la exitosa transición chilena, de la celebrada gobernabilidad democrática.
¿De qué otra forma superar la llamada crisis de incidencia de la izquierda en todos estos años? Especialmente hoy, en que quien avanza con más celeridad es la derecha. El desafío, hoy, es pensar una fuerza más allá de la subcultura de izquierda. Más allá de los convencidos.
La SurDA no cree en un camino propio, sino en una articulación amplia. Posible de pensarse como un polo de oposición resuelta a un muy probable gobierno de derecha. Una articulación -eso sí- que no sea más de lo mismo. No somos sangre nueva para viejos fracasos.
Se trata de concentrarnos, sin distracciones, en enfrentar principalmente a esa Generación de Chacarillas. No sólo electoralmente, sino a lo largo y ancho de sus condiciones de acumulación de fuerzas. Esta ya está siendo nuestra experiencia en mundos universitarios, gremiales y poblacionales. Por cierto, queda mucho por avanzar en ello, y aun faltan muchas manos y cabezas. Pero la decisión de concentrarnos todos en esto, de golpearlos directamente, desnudándolos, mostrando su vulneravilidad, esa decisión no puede seguir esperando.
4 septiembre 2003
Intervención en foro ARCIS