En el país de los ciegos
por Guli
La ruptura de la sociedad civil con la dirigencia política, que tras casi veinte años de democracia formal se manifestó con virulencia en el 2001, parece haber impreso ciertos rasgos a la actual gestión del presidente Kirchner. Si bien no resultaría apropiado efectuar caracterizaciones minuciosas ni grandes predicciones acerca del proceso en marcha, es indiscutible la oleada de esperanza que despertaron en la sociedad civil las primeras medidas políticas del gobierno, aun cuando ella no pueda demorar mucho tiempo en apaciguarse si la situación económica no experimenta cambios positivos y más o menos rápidos.
Los ingresos populares siguen por el piso, el desempleo no cede y el consumo de los sectores medios se mantiene deprimido. Los inhumanos niveles de pobreza e indigencia permanecen intactos por efecto de la salvaje devaluación duhaldista. Semejante situación objetiva parecería autorizarnos a reclamar transformaciones revolucionarias y a emprender nuestro análisis sobre el eje capitalismo/socialismo, independientemente de la coyuntura más inmediata. Pero al margen de la validez moral de un enfoque tal, no podemos perder de vista sus condiciones de (im)pertinencia política, en un contexto de incapacidad manifiesta del movimiento popular para generarse alternativas de corte radical capaces de disputarle el poder a la burguesía. En este sentido, aun cuando "lo deseable" sea un componente esencial para una perspectiva revolucionaria como la que pretendo sostener, también lo es "lo posible", entendiendo el término no en clave reformista sino en tanto que evaluación de las posibilidades efectivas de incidencia que las fuerzas revolucionarias puedan adquirir en el marco del proceso social de enfrentamiento entre las clases (y otros actores sociales), y las dinámicas políticas que lo enmarcan en una coyuntura dada.
Las simpatías generadas por las decisiones que adoptó el gobierno en relación con la cúpula militar, la Corte Suprema y el Pami, tal vez sean algo más que meros golpes de efecto. La caducidad objetiva del modelo rentístico financiado por el endeudamiento externo y la consecuente obsolescencia del régimen político y la partidocracia tradicional al que estuvo asociado aquel modelo, no son datos menores ni tampoco procesos reversibles. En este marco, cierta parábola de la historia reciente parece haberse invertido: mientras los sucesivos gobiernos elegidos desde 1983 asumieron la gestión con altos niveles de expectativa popular, promesas grandilocuentes e inmediatos actos de traición política hacia el electorado, la actual situación se ha invertido punto por punto. El gobierno fue elegido con un escaso caudal de votos, muchos de los cuales se decidieron por oposición a Menem, con mínimos niveles de expectativa y luego de una campaña electoral en la que como mucho se prometía la continuidad de la deslucida gestión duhaldista. Unas primeras medidas políticas que insinuaron gestos de ruptura transformaron la legitimidad del gobierno y generaron expectativas que habrá que ver si podrán ser satisfechas, continuando los gestos iniciales, o si se volverá a la parábola previa (en ambos casos, con consecuencias impredecibles).
Si, envalentonado por los altos niveles de popularidad, el gobierno se decidiera a abordar algunas transformaciones económicas tendientes a mejorar el consumo interno, el empleo y el ingreso, aun cuando tales medidas fueran de corte populista, se abrirían indefectiblemente frentes de conflicto con el poder económico concentrado e internacionalizado que no hemos conocido en los últimos treinta años. Si, por el contrario, la intención gubernamental no pretende ir más allá del frente político, o da marcha atrás en algún tibio intento de transformación económica, la conflictividad social que se halla latente no tardaría en hacerse presente, y el imaginario colectivo de diciembre de 2001 con su confusa radicalidad podría formalizarse de algún modo que no podemos prever ni en sus instrumentos ni en sus consecuencias.
En este sentido, el posicionamiento del movimiento popular presenta grandes y nuevas dificultades. Más allá de las profecías y microclimas de algunas organizaciones, existe cierto consenso acerca de que lo más apropiado sería montarse sobre las expectativas y demandas populares e intentar radicalizar los procesos de conflicto que podrían abrirse con el poder económico o con el gobierno si éste decidiera deshacer en los hechos lo que proclama en sus discursos.
La magnitud de la crisis socioeconómica será central, sin dudas y por acción u omisión del gobierno, en la agenda de los próximos meses. Otros ejes de análisis, distintos del eje capitalismo/socialismo aunque vinculados a él en una perspectiva de más largo plazo, pueden resultar mejores instrumentos para enfrentar esta etapa. Pienso en términos como ascenso social, distribución del ingreso, inclusión, justicia social, disminución de los niveles de explotación capitalista. Sin dudas, no son éstos conceptos en los que pueda dirimirse una revolución social. Pero acaso puedan convertirse en herramientas aptas para obtener conquistas sociales, económicas, culturales y políticas que podrían desencadenar en ella si somos capaces de incidir efectivamente en cada uno de esos frentes.