2 de junio del 2003
Hay un camino a la izquierda
José Mª Pedreño Gómez
La caída de la URSS supuso, para toda la izquierda, uno de los
mayores golpes que hemos tenido que soportar. La URSS era un modelo real -con
todos sus defectos y virtudes- que había nacido de una gran victoria
de los trabajadores en la lucha de clases; se había transformado en un
referente para todos los que luchábamos en países cuyos estados
estaban dominados por la burguesía; todos los desheredados de la Tierra,
conscientes de su dominación, veían en el Ejército Rojo
un muro de contención al imperialismo; la clase trabajadora en el resto
del planeta, se veía fortalecida en sus luchas al sentirse apoyada por
una fuerte retaguardia; el capitalismo cedía ante nuestros empujes por
miedo a la posibilidad real de una extensión de la revolución,
aceptando el estado del bienestar como un mal menor... Desde entonces, hemos
ido viendo como la derrota nos ha llevado a una situación desesperada
y angustiosa. Hemos perdido un modelo real que nos servia de referente, los
desheredados de la tierra buscan una salida en el nacionalismo, el fundamentalismo
religioso o el fascismo, la clase trabajadora se ha visto tremendamente debilitada
al perder su retaguardia y los capitalistas han retirado las concesiones que
nuestra posición de fuerza les había obligado a realizar. Durante
estos años hemos tenido que escuchar que habíamos llegado al "final
de la Historia", que ya no existían las ideologías, que todas
las opciones políticas eran similares, etc.
La realidad ha desvelado que no es así. La Historia no ha llegado a su
fin por que sigue habiendo lucha de clases, las ideologías, como consecuencia
de ello, siguen existiendo y por tanto, las opciones políticas también
son diferentes. En unos pocos años la Declaración Universal de
los Derechos Humanos, se ha transformado en un inmenso papel mojado, pisoteado
por las ansias de dominio económico del capitalismo que, bajo las premisas
de un neoliberalismo doctrinario, aplicado a rajatabla y sin ninguna concesión,
ha transformado a todas las personas del planeta en esclavos de una mercado
que, lejos de ser libre, está dominado por los grandes poderes económicos
y financieros, sustentados, política y militarmente, por el gobierno
de los EEUU y sus satélites. El vergonzante papel que la socialdemocracia
ha tenido en todo esto, con su abandono del marxismo y su aceptación
del neoliberalismo como ideología, ha relegado a la clase trabajadora
occidental a un papel de comparsa y cómplice de la dominación
de todo el mundo y de su propia esclavitud. La vieja izquierda europea se ha
transformado en fiel guardiana del estado burgués, apostando por la claudicación,
al no reconocer que el pacto social existente era consecuencia de la presión
que el bloque soviético y los partidos comunistas occidentales, capitaneando
a la clase trabajadora, ejercían sobre el poder capitalista.
Las grandes derrotas del siglo XX no deben servir para rechazar lo realizado
hasta ahora, si no para afianzarnos en los aciertos. No debemos "rasgarnos las
vestiduras" cuando hablamos de la URSS, si no que debemos reivindicar los elementos
positivos que la existencia del bloque socialista tuvo para toda la humanidad.
Hay que pensar que mientras en la Unión Soviética se realizaban
purgas y se perseguía a los disidentes, en el mundo capitalista también
se hacía otro tanto. ¿O ya se nos ha olvidado la era MacCarty en EEUU
y la existencia de numerosas dictaduras como la de Franco y Pinochet? No podemos
seguir negando que la URSS fue un producto surgido de nuestras propias filas
para combatir al capital y que su existencia provocó cambios tendenciales
muy favorables a los desposeídos del mundo. El objetivo sería
recuperar modelos conociendo los errores del pasado para no repetirlos, pero
también recordando los aciertos para, reafirmándonos en ellos,
reproducirlos. Todo el mundo quiere "hacer leña del árbol caído"
sin pensar que ese árbol tenía unas raíces asentadas sobre
la victoria de los oprimidos frente a los opresores aunque, en algunas ocasiones
-menos de las que se nos quiere hacer ver- sus frutos no fueran lo suficientemente
frescos. Desde que ese "árbol" fue talado, como consecuencia de la victoria
del capitalismo en la lucha de clases desarrollada durante el siglo XX, todos
nos hemos puesto a admirar el árbol del vencedor, cuyas raíces
se asientan en la dominación del capital sobre el trabajo, del poder
del estado burgués sobre los pueblos y que, aunque durante un tiempo
dio algún fruto sano, como el estado del bienestar, desde la caída
del muro no da siquiera frutos. Si bien, el árbol revolucionario fue
cortado, sus raíces siguen estando bajo la tierra, esperando ver surgir
un nuevo retoño. Las mismas causas que lo hicieron nacer, siguen existiendo
y, conforme transcurre el tiempo se abre, cada vez más, el espacio existente
entre las clases dominantes y las clases dominadas.
Debemos cuidar y regar esas raíces para que nuevamente resurja la esperanza.
La Recuperación de la Memoria Histórica, tratada desde el punto
de vista del Materialismo Histórico, tiene como misión la búsqueda
de esas raíces, que son la base para construir la nueva alternativa a
la barbarie.
Si el marxismo revolucionario, la existencia del Partido y la lucha de clases
han servido para mejorar la vida de millones de personas ¿Por qué renunciar
a ello? Haber sido derrotados, no significa que la lucha de clases haya dejado
de existir, ni que el Partido ya no sea necesario, ni que el marxismo haya fracasado.
El Capitalismo sí que es el fracaso porque no es capaz de solucionar
los problemas de las personas, ya que ese no es su objetivo. El capitalismo
sólo quiere beneficios y las personas le dan igual. Haber sido vencedor
momentáneo, en la actual etapa de la lucha de clases, no significa que
las sociedades que produce sean modelos a seguir.
Entender positivamente la pluralidad de la izquierda, asumiendo que las diferencias
ideológicas no deben volver a zanjarse nunca mediante la eliminación
física, debe tomarse como base para la construcción de la izquierda
del siglo XXI. El reencuentro y la refundación deben tener como hilo
conductor el respeto y la acción política concreta. Escudarse
en la existencia del estalinismo, para borrar de "un plumazo" todos los elementos
positivos y los logros conseguidos, es un grave error que cometemos en la actualidad,
transformando el ejército anticapitalista en un sinfín de grupos
heterogéneos, aislados y enfrentados entre sí, viendo al resto
como enemigos, incapaces de mostrar un amplio frente de combate capaz de ser
eficaz en la lucha. La aspiración debe ser construir una gran trinchera,
dividida en frentes y sectores de lucha, basados en una unidad de acción
concreta y cotidiana, ligados entre sí por el Partido.
No podemos seguir tratando de construir pequeños grupos sectarios alrededor
de las viejas diferencias ideológicas del siglo XIX y XX para defender
espacios de poder que sigan fraccionando el movimiento. La reivindicación
del marxismo y de las aportaciones positivas realizadas por todos los teóricos
que lo han ido enriqueciendo, a lo largo de décadas, debe ser el germen
para romper la actual "sopa de siglas" que fracciona todo el movimiento. Hemos
asumido todos los elementos negativos del pasado mezclados con la asunción
de muchas actitudes del enemigo. El sectarismo se ha dado la mano con las ansias
de protagonismo individualista que propugna el neoliberalismo, transformando
todo el movimiento anticapitalista en una especie de "Operación Triunfo",
donde todos quieren ser estrellas, aupadas a la fama, sobre teoricismos estériles
o posibilismos absurdos que nada tienen que ver con la filosofía de la
praxis.
Pero yendo más allá, tampoco podemos pasarnos la vida usando las
"medias tintas". La lucha de clases, no es una lucha entre partidos, sino entre
grupos sociales. Unos grupos son más poderosos y dominan a los demás,
otros, son más débiles y son dominados. El enfrentamiento entre
dominantes y dominados es lo que llamamos "lucha de clases". Esta lucha se da
en todos los órdenes de la vida y de la Historia. La dialéctica
de los enfrentamientos, produce que unos grupos sean derrotados por otros y
esto, a su vez, provoca cambios de tendencias sociales, políticas, económicas
y culturales. Como en toda lucha, en ésta, hay enfrentamientos, alianzas,
etc. Normalmente, aunque siempre hay diferencias internas, los grupos sociales
tienden a polarizarse y agruparse en dos grandes grupos: dominantes y dominados.
Lo que nos diferencia a los comunistas de otras fuerzas políticas de
izquierda es que no hemos renunciado al marxismo y, analizando la realidad,
buscamos la contradicción principal para saber, en cada momento que estrategias
vamos a utilizar, quienes son nuestros aliados y quienes nuestros enemigos.
Nuestro deber es aliarnos con el "Diablo" y los "Cuatro Jinetes del Apocalipsis",
si fuera necesario, cuando estos atacan lo que sustenta toda el sistema de dominación:
EL IMPERIALISMO. El enemigo nos domina, nos asesina cuando considera que somos
un estorbo y destruye cualquier intento emancipador mediante el fuego y la mentira.
Tenemos un profundo desconocimiento de la Historia. Cuando hablamos de lucha
de clases, hablamos de esclavos y amos. No estamos hablando de algo inexistente,
si no de una dominación real que se da en todos los ordenes de la vida.
No es lo mismo Espartaco matando patricios para liberar a los esclavos, que
Crasso crucificando rebeldes, en la Vía Apia, por haber buscado la libertad.
Todos admiramos y reivindicamos la figura del gladiador rebelde, pero cuando
aparece un nuevo Espartaco matando a los patricios modernos y a sus lacayos
, nos llevamos las manos a la cabeza y, asumiendo el lenguaje del enem i go,
lo llamamos atentado terrorista. ¿A que estamos jugando? ¿Qué pretendemos?
¿Ser los "Pepito Grillo" de todo el sistema de dominación para mantenerlo?
Cuando el enemigo nos ataca dentro del marco legal de estado de derecho, debemos
defendernos de la misma forma, pero si el enemigo ataca a sangre y fuego, nosotros
no debemos llevarnos las manos a la cabeza cuando la resistencia se lleva a
cabo a sangre y fuego. Estamos paseamos por la Historia, en la actualidad, tratando
de "quedar bien" con todas las partes, cuando lo que se trata es de liberar
a una de ellas: las clases dominadas y explotadas por el capital. El enemigo
ya no negocia con una pistola puesta sobre la mesa, si no con un ejercito imperial
dotado de millones de armas de destrucción masiva. Sin embargo, nosotros
nos empeñamos en obviarlo y nos sentamos a negociar sin darnos cuenta
que, desde hace varios años, no estamos negociando nada, si no sentándonos
a la mesa del amo para recibir, de forma sumisa, la notic! ia sobre la retirada
de un derecho o la aplicación de un nuevo deber. El pacto social que
favoreció la existencia del estado del bienestar quedó enterrado
bajo las ruinas del muro de Berlín. ¿O es que aún no nos hemos
enterado? Por que el enemigo si se ha enterado, los sabe y se da perfecta cuenta
de ello, cada día nos lo demuestra. Basta repasar la pérdida de
derechos sociales y políticos de los últimos años. La propiedad
privada se ha transformado en el derecho por excelencia y todos los demás
derechos quedan conculcados, supeditados y limitados por ella. Todo derecho
se está viendo como un servicio, es decir como un producto y, por lo
tanto, los medios para satisfacer necesidades humanas, reconocidas como derechos,
son vistos como un medio de producción susceptible de ser privatizado
y usado para la obtención de plusvalías.
La complejidad de la sociedad en que vivimos nos deja poco tiempo para pensar
y mucho menos para actuar. Sin embargo, esa dinámica vital en la que
nos vemos inmersos debe inducirnos a reflexionar, aunque todos sabemos que los
miembros de un ejercito derrotado, en muchos casos, tan sólo buscan,
desesperadamente, una tabla de salvación, incluso entregándose
al enemigo y traicionando a sus antiguos compañeros. Por eso, reflexionar
no debe transformase en un mero ejercicio mental, si no en la planificación
de acción política, para construir nuevas alternativas al modelo
alienante e injusto en el que vivimos. A medida que evoluciona la situación
histórica, la teoría debe ser continua y adecuadamente desarrollada
y debe existir una relación dialéctica entre teoría y práctica.
Es decir, debemos analizar la realidad que vivimos, pensar como actuamos para
cambiarla y, bajo la experiencia de la acción diaria, volver a teorizar
para seguir avanzando, corregir errores y reproducir aciertos. Esto es lo que
Gramsci llamaba "filosofía de la praxis" y define como debemos actuar,
desde la izquierda, para que seamos capaces de vencer, en la lucha de clases
que va a desarrollarse en el nuevo ciclo histórico que hemos iniciado.
En primer lugar, debemos asumir que la Historia la hacemos las personas y que,
por lo tanto, no es algo que sucede al margen de nosotros. Son nuestras acciones
u omisiones las que la determinan. Por lo tanto, no vale ponerse mil excusas
para quedarse quietos ante la barbarie y tampoco sirve la teorización
vana sobre lo que ha de realizarse. La elaboración teórica debe
implicar acción sobre la realidad existente. Teniendo en cuenta que la
Historia es el resultado de la lucha entre fuerzas contrapuestas, tenemos que
intentar ser la fuerza determinante y, para ello, nuestra voluntad debe encarnarse
en la sociedad civil, en conquistar la hegemonía cultural entre las masas.
Esta dialéctica entre teoría y práctica es necesaria para
no caer en planteamientos teóricos ajenos a la acción política,
ni en pragmatismos exentos de análisis teórico que nos acerquen
a ver la victoria de las clases dominantes como algo natural e irreversible.
Hemos llegado a un momento histórico en que las fuerzas conservadoras,
como consecuencia de su victoria en la lucha de clases desarrollada en el siglo
XX, se han adueñado de muchos de nuestros conceptos y principios, desnaturalizándolos
y usándolos de forma reaccionaria. Para encubrir sus acciones utilizan,
de forma torticera, palabras tales como solidaridad, justicia, democracia, etc.
Incluso, han acuñado conceptos nuevos que, mezclando significados y adjetivando
sus propios conceptos, encubren sus viejos objetivos, por ejemplo: economía
social de mercado, guerra humanitaria, democracia representativa, etc. De esta
forma, no sólo usan la coacción cuando la necesitan, si no que
también dan dirección política y cultural a toda la sociedad
usando el engaño y la mentira o, para llamarlo mejor, las medias verdades.
Esta dominación ideológica está sirviendo a la actual clase
hegemónica para crear una falsa conciencia en las clases dominadas y
evitar que aparezcan, de forma evidente, los conflictos sociales existentes
en una sociedad dividida en clases.
La lucha cultural pone en evidencia las contradicciones y confrontaciones sociales.
Esto pone sobre el tapete la importancia que el papel del mundo de la cultura
tiene en la sociedad. La posibilidad de desenmascarar la gran mentira que se
esconde bajo el manto de la guerra se vio tremendamente fortalecida por la adhesión
a la lucha de millares de intelectuales. Sin embargo, no es la guerra la única
contradicción o conflicto que existe. La guerra es la manifestación
más virulenta de la lucha de clases, su consecuencia más dramática
y constante, pero no su origen.
En los últimos meses hemos visto millones de personas ocupando las calles,
mostrando su inconformidad con las agresiones que los gobiernos imperialistas
ejercen contra los pueblos para dar satisfacción a las ansias de beneficios
económicos de las multinacionales, ganar ventajas en la competitividad
y cubrir objetivos geoestratégicos. Una vez terminada esta gran riada
popular se plantean una serie de cuestiones: ¿Cómo conseguir mantener
la tensión en la calle? ¿Cómo seguir dotándonos de los
elementos de análisis necesarios para seguir razonando y seguir movilizándonos
ante cualquier injusticia?¿Sobre que frentes de lucha vamos a construir el nuevo
bloque histórico? ¿Cuál es el objetivo de todo revolucionario
consciente? Los frentes de lucha y el enemigo están suficiente y claramente
definidos. El neoliberalismo, la globalización capitalista y la guerra
son las tres grandes injusticias que combatir. El poder imperial de los EEUU
y sus satélites son el enemigo principal. Los ejércitos imperiales,
incontestables en estos momentos dada su capacidad de destrucción, son
la base sobre la que se sustenta todo lo demás. Cualquiera que cuestione
ese poder, aunque sea de forma coyuntural, se transforma, en ese preciso momento,
y mientras dure el enfrentamiento, en nuestro aliado. Esto define toda una política
de alianzas complejas, temporales y, en algunas ocasiones, contradictorias.
El problema principal es como, de forma cotidiana, somos capaces de romper la
dominación cultural del enemigo, que trabajo político debemos
desarrollar para introducir cuñas en sus circuitos de dominación
ideológica para romperlos.
En primer lugar, tenemos que diferenciar gobierno y poder. Quien controla el
poder controla el gobierno, sea éste del signo que sea. Luego nuestro
objetivo no es conquistar el gobierno, sino el poder del Estado. Ganar las elecciones
sin la complicidad de una fuerte base social no es conquistar el poder, si no
gobernar. Y gobernar, mientras que sigue controlando el poder el capital, sólo
tiene dos salidas: mantenerse firme y morir o claudicar traicionando nuestros
principios. Si desde la izquierda seguimos tratando de ver las elecciones como
la forma de llegar al poder, sin prestar atención a la construcción
y vertebración de nuestra base social, estamos abocados a la muerte o
a la claudicación. En una democracia burguesa representativa, las elecciones
deben ser, para la izquierda, no el medio para gobernar, si no una auténtica
vara de medir la situación social y una forma de poner en las instituciones
a hombres y mujeres capaces de expresar y apoyar las luchas populares. No podemos
seguir asentando las diferencias con la derecha en nuestra supuesta mayor capacidad
de gestión de lo posible. Si no somos capaces de elaborar propuestas
que, en lo cotidiano, nos acerquen a nuestro objetivo principal, no solamente
no estamos construyendo hegemonía, si no que estamos colaborando en la
desarticulación de nuestra base social. No es muy complicado realizar
una análisis de cualquier conflicto y ponerlo en relación con
la contradicción principal para que las propuestas de la izquierda provoquen
cambios tendenciales en lo cotidiano; sin embargo, seguimos asistiendo al espectáculo
bochornoso de muchos de nuestros candidatos jugando "a ver quien la tiene más
grande" con el enemigo. Sin una base social fuertemente articulada no hay posibilidad
de hegemonía ni contrapoder y, por lo tanto, los cargos públicos
de la izquierda se transforman en prisioneros de las instituciones burguesas.
Para ser capaces de conquistar verdaderamente el poder, debemos ser hegemónicos
y, ganar hegemonía en la sociedad supone sumar personas al proyecto emancipatorio.
El factor humano es fundamental en la construcción de una sociedad civil
fuertemente organizada capaz de conquistar y controlar el poder del Estado.
El dilema está en que tenemos que hacer, en lo cotidiano, para que, cada
día, un mayor número de personas tome consciencia y se involucre
en actividades ajenas a la cadena de consumo del sistema.
Fueron muchos los factores que determinaron la voluntad de las oligarquías
españolas, aliadas con los poderes económicos occidentales, el
imperialismo, una parte del ejército y la Iglesia Católica para
que decidieran terminar con la II República Española, pero hubo
uno, en especial, que ponía en peligro todos sus privilegios: la capacidad
de construcción de sociedad civil que tuvo la izquierda española
durante todo el periodo republicano. Durante aquellos años, raro era
el barrio o la localidad que no contaba con una casa del pueblo, un ateneo republicano
o libertario, clubes y sociedades deportivas de todo tipo, tertulias y cientos
de elementos que producían una sociedad altamente articulada.
Varios veteranos y veteranas de aquella época nos han apuntado, en entrevistas,
libros y testimonios, este elemento como fundamental para la transformación
social. Es más, tal como apunta Miguel Núñez en su libro
de Memorias "La revolución y el deseo", esa estructura social estuvo
en el punto de mira de la represión que los fascistas llevaron a cabo
en este País. El juez que le interrogó al acabar la guerra le
dijo, refiriéndose a esta cuestión: "...habéis ido demasiado
lejos y vamos a enterrarlo todo..." La represión tuvo como objetivo destruir
a las personas que fueron capaces de construir esa sociedad civil tan fuertemente
estructurada y combativa por que eso es lo que ponía en peligro los privilegios
de clase del imperialismo, la burguesía y sus aliados.
La articulación y vertebración social, es decir, la construcción
de sociedad civil organizada, es la base esencial para la transformación
y, esto sólo se puede conseguir defendiendo espacios de encuentro y trabajo
social en los que las personas se comuniquen y se informen, dónde se
pongan en marcha iniciativas sociales, culturales y solidarias. Espacios de
libertad que rompan, en lo cotidiano, el sistema de vida que tratan de imponernos
provocando cortocircuitos en toda su cadena de dominación. Y, cuando
hablamos de espacios de encuentro, no hablamos de entidades aisladas, si no
de centros capaces de coordinarse y extenderse como una gran red. No se puede
seguir defendiendo, desde la izquierda, la política del gran centro comercial
como elemento de progreso social. Nuestro objetivo principal es sacar a las
personas de esos siniestros y alienantes lugares, levantarlas del sillón
y mostrar que el ocio no es pasear mirando escaparates, ni permanecer sentados
largas horas ante el aparato de televisión. El sistema tiene como objetivo
aislar a los hombres unos de otros y incentivar la competitividad entre ellos
para explotarlos más.
En la medida en que nos comuniquemos unos con otros, estaremos rompiendo sus
objetivos.
El establecimiento de proyectos de trabajo concretos, la planificación
marcándose objetivos a corto, medio y largo plazo, y la búsqueda
de cauces de financiación propios, buscando medios alternativos de autogestión,
garantizarán la posibilidad de construir una sociedad civil paralela
e independiente del poder del Estado. El compromiso con el proyecto es la garantía
de consecución de los objetivos. Los resultados no son siempre visibles
de forma inmediata y existe la posibilidad real de tener fracasos puntuales,
pero todo esto no debe arredrarnos si somos capaces de trabajar con el pensamiento
y la tenacidad de los "corredores de fondo". La revolución no la hará
una sola persona, ni una sola organización, la revolución la realizará
el pueblo y será el resultado de la suma de millones de pequeñas
voluntades. Aprender a mirar los avances de forma global como la suma de millones
de pequeños exitos en la lucha es una buena forma de no desmoralizarse.
El viejo refrán castellano de "que los árboles no nos impidan
ver el bosque" es la representación más clara de lo que supone
el trabajo político.
En todo esto tiene mucha importancia el referente político y la existencia
de un "estado mayor" capaz de dotar de dirección política a todo
el movimiento. El Partido debe cumplir esa función. Y cuando hablamos
de dar dirección política no hablamos de que el Partido sustituya
a la sociedad civil, si no que aporte ideología y elabore propuestas
para que ésta conquiste el poder del Estado. Por eso, la labor de un
militante es trabajar la base de la sociedad y aportar propuestas que ilusionen
a la gente de la calle para que se sume a los proyectos. En eso se basa el concepto
de la hegemonía, en la capacidad de los militantes de izquierda para
sumar cada vez a más personas al proyecto emancipador, de ser dirigentes
en los barrios, en los pueblos, en los centros de trabajo, en definitiva, en
cualquier lugar donde haya personas.
Existe una receta para hacer que la humanidad progrese y esa receta no se llama
capitalismo, sino socialismo. Hay un camino a la izquierda y debe construirse
con todos los elementos positivos del pasado adaptados a las realidades del
presente.