6 de diciembre del 2002
El síndrome Havel
Octavio Rodríguez Araujo
La Jornada
De golpe, Václav Havel, presidente de la República Checa,
se volvió uno de los ideólogos de un sector de las nuevas izquierdas.
Dos planteamientos suyos son ahora importantes: 1) su defensa de la anti-política,
"política 'desde abajo'. Política de gente, no de aparatos. Política
que crezca desde los corazones, no de una tesis", complementada por otra de
sus afirmaciones: las elecciones son una farsa. 2) el principio de la autoliberación
del ser humano parte de la conciencia, es decir, de un cambio mental personal.
Quienes suelen citar a Havel pasan por alto dos circunstancias: 1) que ese personaje
defensor de la antipolítica, que piensa que las elecciones son una farsa,
fue candidato del Partido Socialdemócrata Checo (ESSD) en alianza con
la coalición (Koalice) de los demócratas cristianos (KDU) y los
liberales (de la derechista US), que ganó esas elecciones y que gobierna
actualmente a su país con los aparatos propios de todo gobierno. 2) que
a pesar del gobierno de Havel, en las pasadas elecciones legislativas de junio
de este año la abstención aumentó a 42 por ciento, principalmente
entre los jóvenes, y que la votación del Partido Comunista (KSCM)
también aumentó, aun siendo considerado un partido de viejos.
La autoliberación mediante un cambio de mentalidad no ha ocurrido en
la República Checa y menos entre los trabajadores que han resentido la
aplicación de políticas que no les permiten vivir mejor que antes.
El hecho que quiero destacar es que una cosa es el discurso ideológico
de un líder político que dice que no quiere serlo (pero es), y
otra la realidad en la que ese mismo líder político contradice
su discurso. Marcuse, mucho antes que Havel, planteaba más o menos lo
mismo: la humanización del hombre por la vía de la transformación
de la conciencia más que por su liberación en términos
económicos o de clase, como dando a entender que esta liberación
vendría por añadidura. Tampoco se han visto resultados en este
sentido, al contrario.
La metáfora de Havel en The Power of the Powerless (1985) es la de un
verdulero que, por razones no explicadas, de repente adquiere conciencia en
contra del sistema (en ese entonces del llamado socialismo) y busca identificación
con otros que quizá sufrieron también esa revuelta de la conciencia.
Lo que no nos dice Havel es cómo, por qué y bajo qué influencias
el verdulero adquirió esa conciencia de rebeldía ni hacia dónde
dirige ésta (más allá de oponerse a un sistema que se caracterizó,
ciertamente y entre otras cosas, por inhibir a la sociedad). Tampoco nos dice
si el cambio de mentalidad del verdulero se mantuvo o si fue coyuntural. ¿Qué
habrá pasado con el verdulero una vez que el llamado socialismo en la
República Checa terminó y se dio la vuelta al capitalismo? ¿No
será, por casualidad, un pequeño comerciante con ambiciones de
convertirse en capitalista? De esto no nos ha dicho nada. ¿Qué ocurrirá
con la rebeldía de muchos argentinos de clase media que hicieron largas
colas al abrirse parcialmente el corralito bancario? ¿Seguirán del brazo
con los piqueteros?
En América Latina tenemos también nuestros Havels, aunque un poco
retrasados (en el tiempo). Y nos hablan de que no se trata de formar un contrapoder
para combatir el poder existente, mucho menos para cambiar el mundo. Y curiosamente
suelen citar la experiencia zapatista de los municipios autónomos, pero
soslayan que en éstos hay elección de autoridades y reglamentos
internos que rigen las condiciones de convivencia de los pueblos. Que el gobierno
en los municipios autónomos, como por ejemplo Nicolás Ruiz (que
no es cualquier municipio autónomo), se rija por usos y costumbres, eso
no quiere decir que no sea gobierno, y si hay gobierno hay gobernados, por mucho
que el primero mande obedeciendo. Los municipios autónomos zapatistas
de Chiapas son, de alguna manera, un contrapoder y tan lo son que no aceptan
favores, prestaciones ni dádivas del gobierno, a diferencia de otras
comunidades donde sí se aceptan. No es casual lo dicho por el representante
de Chalchiuitán en el reciente Foro sobre Autonomía (octubre de
2002): "Hay algo común en todas las experiencias de construcción
de la autonomía: el miedo al divisionismo" (Citado en Informe de SIPAZ,
diciembre de 2002).
Si en el caso de Chiapas estamos refiriéndonos a comunidades indígenas
muy específicas, porque en otras hay dominio incluso de caciques (también
indígenas), ¿qué ocurre u ocurriría en donde no hay comunidades,
donde las desigualdades son la regla, donde los intereses suelen ser contradictorios,
donde la extrema riqueza convive con la extrema pobreza? ¿No podrían
ser los partidos de izquierda, por ejemplo, un principio de comunidad (teórica)
y de coadyuvancia para el cambio de mentalidad de las personas?