18 de diciembre 2002
Comentario a "Imperio" de Negri y Hardt
Miguel Manzanera Salavert
Acabo de leer un hermoso libro; Imperio, de Toni Negri y Michael Hardt, es hermoso
por la pasión utópica que lo recorre, por el amor a la humanidad
que manifiesta, por el ancho panorama histórico que describe con fuertes
rasgos precisos y densos. El sueño de la emancipación humana a
través de la historia está aquí situado en su actualidad
m s reciente, casi futura. Esa actualidad viene mostrada por el análisis
de una nueva etapa del desarrollo de la humanidad: el Imperio posmoderno, la
forma política que corresponde al capitalismo transnacional. De modo
que ese análisis continúa la línea de investigación
que abrió Frederik Jameson hace una década, al señalar
que el posmodernismo es la forma cultural correspondiente al capitalismo tardío
-tomando como base los estudios de Ernest Mandel sobre el desarrollo capitalista
en la d‚cada de los '70.
Jameson, profesor de la Universidad de Durham en Carolina del Norte, ha sabido
acertar con la descripción m s definida de esa nueva cultura, que se
expande por todo el mundo desde su centro en los EE.UU. a golpes de tecnología
informática, siguiendo la estela de las hamburgueserías y la Coca-Cola
y demás subproductos de consumo barato. La cultura de las empresas trasnacionales
capitalistas de finales del siglo XX y principio del XXI, las cuales han hecho
obsoleto el papel del Estado Nacional. Faltaba el estudio de la estructura política
de esa economía y esa cultura y esto es lo que Imperio nos ha traído.
Se trata de un desarrollo de la teoría materialista de la historia, que
pone al día algunas de las tesis tradicionales del marxismo.
Para mostrarnos ese panorama histórico, Negri y Hardt han realizado un
largo viaje por la literatura sociológica y política, que abarca
varios centenares de títulos. Por ejemplo, han recogido lo principal
de la filosofía radical francesa del siglo XX. De la Francia de la posguerra
podríamos decir, parafraseando a Marx, que estuvo a la altura de su tiempo
en el terreno de las ideas, aunque retrasada en lo político y lo económico.
Pensadores del siglo pasado francés son una fuente de inspiración
crucial en el libro; especialmente Michel Foucault, quien ha estudiado las formas
de control social posmodernas; y
Gilles Deleuze, quien con F‚lix Guattari expuso la creación de una nueva
humanidad en los procesos capitalistas: un sujeto híbrido, maquínico,
mutante. Pero también el activismo anticolonial de Sartre y su continuadores
en las luchas por la liberación nacional; y otros autores que supieron
pensar acertadamente y con visión de futuro, el advenimiento de una nueva
forma cultural que hoy ya recibe el nombre de 'posmoderna'.
Importante es el análisis de la forma política de ese último
capitalismo, que los autores del libro hacen a partir de la teoría marxista
clásica del imperialismo, mostrando sus diferencias y sus contrastes
con la situación actual. Es decir, investigaciones que abarcan, además
de El Capital de Marx, los estudios de Lenin, Luxemburgo, Hilferding, Kautski,
Gramsci, ..., y otros m s modernos, Balibar, Althusser, Wallerstein, Arrighi,
Anderson, Petras, etc. Esa forma política está basada en el derecho
imperial como una nueva forma de soberanía, fundada en un aparato de
consenso -la jurisprudencia de los organismos internacionales- y un aparato
de coacción –el éjército de la OTAN y su doctrina de guerra
preventiva. El poder imperial es una ciencia de policía, fundado sobre
la práctica de la guerra 'justa', para afrontar emergencias que aparecen
continuamente.
Todo ello está detalladamente analizado en Imperio. No voy a insistir
m s en la descripción insuperable del Nuevo Orden Mundial, que los autores
hacen en el libro, fundados en una bibliografía ampliamente comentada.
Tampoco faltan las
referencias a los clásicos de la filosofía, ni el estudio de la
evolución de las ideas políticas en la modernidad desde el Renacimiento,
con especial mención de Maquiavelo. De sus aparentes lagunas no hace
falta hablar; como por ejemplo, la
ausencia del marxismo inglés, que tan insignes autores dio en el siglo
XX, y de una reflexión m s incisiva sobre la experiencia del comunismo
italiano y su mentor Antonio Gramsci, porque uno debe suponer que forman el
suelo nutricio de las ideas de los autores.
1. Un libro progresista.
Pero Imperio choca con el punto de vista de la izquierda en nuestro ámbito
cultural latino. Por ejemplo, su ignorancia de la cultura y las luchas anti-imperialistas
latinoamericanas a lo largo de dos siglos. Nada se nos dice tampoco del exterminio
de las naciones indias en todo el norte americano. Pues el Imperio posmoderno
comenzó ocupando el hemisferio occidental, antes de extenderse por todo
el orbe. Se nos ofrece una explicación plausible de la estructura organizativa
y los mecanismos de expansión que han hecho posible el éxito de
ese nuevo orden político a partir de su núcleo norteamericano.
Pero nada o muy poco de las consecuencias catastróficas de ese nuevo
orden para miles de millones de personas. Éstas aparecen como resistencias
de una ‚poca ya superada de la historia: hay que adaptarse al nuevo orden o
perecer.
Aunque seguramente hay un salto cualitativo desde la ocupación del territorio
del norte del continente, hasta la intervención política en los
estados nacionales subalternos de América Latina, como también
lo hay desde el control del continente americano hasta la hegemonía mundial
al hilo de las dos guerras mundiales, es claro que la política internacional
estadounidense de las últimas décadas, continúa la función
que ese país asumió en el continente americano desde la doctrina
Monroe: guardián del orden capitalista, hegemonizado por los intereses
económicos de la gran burguesía americana. Los autores han explicado
la superioridad política de la democracia americana, que ha hecho posible
su dominación a escala mundial; pero falta por mostrar la historia de
las resistencias a esa expansión, de las luchas y las causas que se opusieron
a ese triunfo, de la tragedia viva que es la subordinación política
de los países periféricos.
En realidad ese olvido tiene una causa justificada: la tesis que se defiende
es abstracta en sus propuestas filosóficas, tal vez porque intenta captar
un objeto histórico que funciona con un alto grado de abstracción:
el desarrollo capitalista. Eso lleva a relativizar los espacios geográficos
concretos: el centro del Imperio es un no-lugar, está repartido por toda
la geografía del globo, como las transnacionales capitalistas o las tropas
de la OTAN. O como los flujos monetarios que chorrean por toda la corteza terrestre
abrazados a la tecnología computacional y telefónica. Del mismo
modo, las migraciones se desplazan por el universo humano traspasando fronteras
y límites, como una marea imparable para trastocar todo orden jerárquico,
toda división cultural, todo territorio delimitado y toda creencia establecida.
Imperio nos describe el nuevo orden mundial sin fronteras ni límites;
un orden para la eternidad que suspende la historia. Sin centro territorial
de poder, compuesto de identidades híbridas y flexibles, crea el mundo
que regula. Al hilo del análisis de su génesis y desarrollo, transitamos
el camino que lleva a la creación de un sujeto posmoderno, la multitud
liberada de cualquier atadura geográfica, cultural, política o
histórica, articulada en redes nómadas. A las nuevas formas de
opresión y destrucción corresponden nuevas formas de liberación:
se crea una subjetividad nueva sobre una nueva base ontológica, que debe
ser una alternativa absoluta al Imperio posmoderno - como lo fue el cristianismo
respecto del Imperio Romano. Siendo su producto, esa multitud posee la potencia
del orden social en el que se constituye; o mejor, la potencia del Imperio es
la de las multitudes que lo pueblan.
Sin embargo, hay que acotar este punto: ese proceso imperial es un proceso de
abstracción de la realidad concreta; es la abstracción que el
capitalista hace del trabajador como mero portador de la fuerza de trabajo,
al que le paga un salario que le permita reproducirla. La persona humana desaparece
en la producción y la enajenación de la propia vida es el corolario
de esa anulación. El desenraizamiento personal es la otra cara de la
desterritorialización de la producción capitalista. Pero el programa
‚tico y político que los autores de Imperio proponen, se funda en las
consecuencias positivas de ese proceso de desenraizamiento y desterritorialización:
nomadismo, deserción, éxodo. Por eso, prefieren hablar de singularidad,
que parece referir una realidad en la que desaparecen los lazos culturales y
biográficos que posee la persona. Y esa singularización, que se
produce en las relaciones únicas e irrepetibles que cada ser humano mantiene
con la realidad social y natural, sería la base de la emancipación
humana.
Pero la paradoja es que la clase obrera sufre un proceso de uniformización
en su adaptación al capitalismo. Cada individuo se iguala a los otros
en los procesos de producción y consumo regulados por el mercado. La
creación del proletariado es consecuencia de la destrucción de
las formas de vida tradicionales, de las culturas precapitalistas; y las transformaciones
de ese proletariado se producen al hilo de los desarrollos de sistema capitalista.
La tesis de Negri y Hardt es que el proletariado toma la delantera al comando
capitalista: el individuo se transforma en singularidad consciente y creativa,
gracias a la inmensa potencialidad que habita en la humanidad. Pero eso debe
ser matizado: es una posibilidad entre otras. Las transformaciones se dan en
medio de la lucha de clases y gracias a eso los trabajadores tienen cierto margen
para imponer sus objetivos; pero lo que se desprende de esa tesis es que la
clase obrera debe asumir ese proceso capitalista como un resultado de su propia
voluntad, la autocreación de la humanidad, y eso plantea un sinnúmero
de problemas.
Más bien habría que decir que en las últimas décadas
al menos alguna parte de los trabajadores han perdido una trinchera: la subordinación
de las culturas y los estados nacionales a las relaciones capitalistas transnacionales,
como consecuencia de la globalización económica, abole la línea
política del bloque histórico, diseñada por Gramsci y apoyada
en el Estado y la cultura nacionales. En esa situación se trata de reconstruir
una línea de resistencia: la migración y el nomadismo como nivel
espontáneo de lucha. Pero que la permanente desvertebración social,
provocada por el desarrollo capitalista de las fuerzas productivas, pueda ser
el fundamento del mundo nuevo, es algo que sólo con mucha suerte podría
suceder. En todo caso retrotrae la lucha proletaria a momentos muy anteriores
en cuanto a niveles de organización y conciencia. Gracias a ello, el
capitalismo ha conseguido reconstruir la tasa de ganancia mediante el incremento
de la plusvalía absoluta.
Por otro lado, la hibridación hombre/máquina que los autores consideran
como esencia del proceso histórico actual adolece de un profundo desequilibrio:
la valoración de la máquina corre pareja a la desvalorización
del trabajador, con lo que el mundo de la vida se ve sometido a una opresión
intolerable. Los problemas ecológicos del modo de producción derrochador
no son sino una prolongación de esa realidad alienada del capitalismo.
Pero en este libro se nos presenta la naturaleza como "un terreno artificial
abierto a mutaciones, mezclas e hibridaciones". O citando a Jameson: "el proceso
de modernización se ha completado y la naturaleza se ha ido, para bien".
Reconozcamos que la naturaleza es un mala madre: dura y difícil, debemos
conquistarla, reducirla. Hemos construido la máquina para que nos ayude
en esa lucha. Pero debemos saber poner un límite a nuestras aspiraciones:
no podemos crear plenamente nuestra propia naturaleza, por muy poderosos que
nos hagamos. El utopismo de Imperio es también una forma de idealismo.
Los aspectos negativos del desarrollo capitalista están apenas señalados
en las páginas de Imperio. Pues aquí los autores defienden una
idea progresista: ese proceso de destrucción de la persona socializada
en una cultura concreta, es el camino que conduce, al mismo tiempo, a la liberación;
gracias al progreso, los trabajadores se desprenden de los límites culturales
tradicionales. El proceso capitalista desata las enormes fuerzas productivas
que duermen en la humanidad y en la naturaleza. Una idea copiada de los clásicos
marxistas: la disciplina capitalista es el fundamento del hombre nuevo –quizás
la peor idea de Gramsci y Lenin es su admiración por el taylorismo y
el fordismo. ¿No estamos ante la enésima repetición de aquella
funesta idea de Hegel y otros ilustrados según la cual la historia avanza
por el lado malo, der List der Vernunft? Algunos marxistas han preferido, siguiendo
a Rousseau, prevenirse de una admiración demasiado ingenua por el progreso.
Sería mucho mejor la utopía de William Morris, News from Nowhere,
y las famosas observaciones de Marx a Vera Sassulich sobre la Comuna rural en
la antigua Rusia como una vía no capitalista al socialismo. Y no se trata
de lamentaciones por un pasado que no volver , sino de prever un futuro factible
para la humanidad, de apostar por una economía ecológicamente
sostenible, por una cultura equilibrada, por un sujeto sensato de la historia.
Alguien dijo alguna vez que el comunismo es el término medio alejado
de los excesos.
2. Análisis de clase.
Pero partamos de la realidad concreta. Negri y Hardt trabajan con la vista puesta
en el futuro. Ese sujeto posmoderno existe, al menos potencialmente, en la realidad
de nuestro tiempo y ya desde hace unos cuantos siglos, desarrollándose
al hilo de la expansión capitalista: es el proletariado. Lo que ahora
se nos muestra es una civilización mundial en la que "toda la naturaleza
se ha vuelto capitalista"; esa tesis parece sugerir una prioridad absoluta de
la clase obrera: en el sistema del capitalismo tardío, potencialmente
o de facto, todo ser humano forma parte del proletariado -exceptuando quizás
unos cuantos par sitos capitalistas-, incluidos los trabajadores intelectuales
y de los sectores de materias primas, agricultura, etc. Una de las tesis m s
sugerentes de Imperio es que la capa principal del proletariado actual es aquella
que realiza el trabajo 'inmaterial', esto es, el trabajo comunicacional, cooperativo
y afectivo. Lo que significa que una parte del proletariado actual realiza las
tareas de dirección social, tareas propias de la clase dominante tradicional:
organizar la producción, coordinar los esfuerzos de los distintos trabajadores
manuales de la sociedad y afianzar la cohesión social mediante procedimientos
afectivos. He ahí el fundamento teórico de otra tesis crucial
del libro: la que proclama la actualidad inmediata de la autoemancipación
de los trabajadores.
Sin embargo, en este sentido parece que los autores del libro han corrido demasiado.
No sólo porque todavía hay grandes masas de población campesina
y capas sociales de intelectuales apegados a culturas nacionales, a los que
no hay que oprimir a la manera de Stalin (o Bush) para que llegue más
pronto el socialismo. Sino también porque ese proletariado que se constituye
en la multitud, apenas tiene conciencia de sí mismo, apenas tiene un
para qué es esa libertad que tiene en sus manos, no sabe en qué
consiste la libertad. Por eso esa tesis principal del libro me parece discutible:
aunque la posición central en el proletariado pudiera estar ocupada por
los trabajadores de la comunicación, la coordinación y los afectos,
el 'trabajo nmaterial', la subcapa dominante, la m s influyente ideológica
y culturalmente, no son éstos, ¡ojalá lo fueran!, sino los trabajadores
altamente cualificados de la ciencia y la tecnología al servicio directo
de las empresas transnacionales. Forman éstos una aristocracia obrera
muy bien pagada, cuyos intereses materiales se ponen al servicio de la acumulación,
concentración y valorización del capital. Y alrededor de ellos,
auténtico sector productivo de las regiones desarrolladas del globo,
giran todas las capas de trabajadores de servicios que permiten realizar su
alto nivel de consumo. Incluidos los trabajadores que Negri y Hardt denominan
'trabajo inmaterial'.
Esa tesis que estoy discutiendo -la centralidad del trabajo inmaterial- es verdad
en sentido utópico, no en el sentido de las fuerzas presentes en el desarrollo
histórico. Esas fuerzas están todavía hegemonizadas por
el capital financiero. Pues vemos por doquier cómo los intereses de las
grandes plutocracias financieras -íntimamente relacionadas con la industria
bélica, con el consumo contaminante y la producción de espectáculos
de masas-, determinan la vida humana en el planeta; mientras las capas de trabajadores
de la comunicación, la coordinación y los afectos, tienen mil
obstáculos para realizar su tarea. Éstos portarían consigo
la esperanza de una emancipación humana, de ahí su carácter
principal y su posición central; y por eso, a pesar de su defecto de
óptica, el libro tiene el m‚rito de señalar el camino de la emancipación.
Pero para llegar a ese punto en el que pudiéramos visualizar la emancipación
de la humanidad, queda todavía mucho por hacer. En mi opinión
quedan siglos todavía para eso. Siglos de dictadura del proletariado.
Pues lo que Negri y Hardt están describiendo es eso, las tareas de una
dictadura del proletariado: "el telos de la multitud es vivir y organizar el
espacio político contra el Imperio".
Pero cómo se nos presenta aquí la situación histórica:
en el Imperio posmoderno pareciera que el poder político recayese ya
en la actualidad sobre los trabajadores configurados como la multitud. Y en
cierto sentido es verdad: la lucha de clases determina el devenir del proceso
histórico. Sólo que la situación histórica no está
para grandes alegrías: los Simpson están representados por el
poder imperial, y Bush, el jefe nominal del Imperio democrático, sabe
como halagar sus deseos vegetativos. Pues si el proletariado dirige en cierto
modo los movimientos del desarrollo social desde su posición subordinada,
pero fuerte y principal, -¿y no ha sido así siempre en realidad, desde
cierto punto de vista?-, ¿cómo es que todavía no se ha liberado?
¿Por qué no ha acabado de una vez con la guerra, la destrucción,
la injusticia, la opresión? Y sobre todo, ¿por qué no termina
de una vez con la explotación? ¿Es que acaso el proletariado no tiene
todavía que equivocarse mil veces antes de
saber qué es lo que de verdad quiere? ¿Qué estamos esperando?
Esta es la pregunta que se desprende del libro. El Imperio posmoderno es el
Imperio democrático, se nos dice aquí. Pero si los resultados
son tan nefastos, ¿debemos desprendernos de las ilusiones acerca de la democracia?.
¿O más bien hemos de reconocer con Aristóteles que la democracia
acaba convirtiéndose en demagogia? Lo que necesitamos es un nuevo concepto
de democracia, una renovación profunda de la vida política: el
combate político en la ‚poca final del capitalismo ser por la autoeducación
del proletariado en el dominio de los mecanismos de poder democrático.
La virtud de Imperio es mostrarnos algunos aspectos de esa renovación.
Para ello, el 'trabajador inmaterial' necesita poseer buena ciencia social que
le permita realizar adecuadamente su función. En el camino la multitud
debe realizar el aprendizaje de la buena vida. Pero el verdadero problema es
que los proletarios, como los autores del libro, como nuestra civilización
occidental, liberal y cristiana, no se han librado de la idea ingenua de progreso
y quizás no puedan todavía hacerlo, a pesar de toda la crítica
posmoderna.
3. Metafísica y ciencia social.
El optimismo de Imperio contempla la creatividad de la especie humana como el
fundamento de un mundo nuevo, o mejor, como el motor de un proceso interminable
de desarrollo histórico. Pero su idea del desarrollo se basa en un supuesto
que es típicamente ilustrado: el progreso viene garantizado por la racionalidad
de la historia. No sabemos cuándo, pero llegar el día de la liberación.
Y es que la ilustración es a su vez un desarrollo del cristianismo: Dios
proveer . Por tanto, esa confianza en la historia de la especie no contiene
ningún argumento fiable; es como la mano invisible de Adam Smith, no
sólo no lleva a ninguna racionalidad aceptable, sino que además
desemboca en la mística. No digo esto porque me moleste la cita de Francisco
de Asís, quien fue, es verdad, un revolucionario. Lo digo m s bien porque
lo que se nos muestra en la parte IV del libro es una metafísica neoplatónica,
donde el mal es ilusión, carencia de ser, una realidad evanescente resultado
de una subjetividad humana mal enfocada. ¿Se trata de una suprema broma intelectual,
para subrayar el carácter Imperial de nuestra ‚poca?; justamente el neoplatonismo
es la última filosofía del Imperio Romano antes del triunfo del
cristianismo.
Ese neoplatonismo es, sin duda, una forma de pensamiento superior al maniqueísmo
al que nos han tenido acostumbrados los medios de comunicación del último
siglo, de derechas y de izquierdas, y en ese sentido Imperio es un libro muy
recomendable. Nada que objetar en ese sentido. Pero, su idea de la racionalidad
me parece incompleta, pues la desvalorización ontológica del mal
niega una parte de la realidad. Desde el punto de vista de Spinoza, el mal simplemente
es relativo a la especie humana y sus causas profundas escapan a nuestra comprensión;
lo cual no quiere decir que no exista. Esa negación del mal tiene la
consecuencia de reforzar la visión utópica, pero tiene el inconveniente
de hacernos perder el equilibrio: el mal habita en la propia especie humana.
Independientemente del marco metafísico que uno considere, la racionalidad
de la historia y del mundo, si existe, hay que mostrarla y no darla por supuesta.
No se puede pretender de modo idealista que la existencia de una razón
humana, m s o menos utópica, sea la prueba de la racionalidad del desarrollo
histórico; en todo caso, la razón humana representar tan sólo
la posibilidad de que esa racionalidad llegue a existir, y esto como resultado
del proceso siempre inacabado de la historia. De tal modo que debemos actuar
como si la racionalidad fuera a realizarse, pero debemos pensar sin el supuesto
de que existe. Gramsci formuló esa idea del siguiente modo: 'pesimismo
del entendimiento, optimismo de la voluntad'. Esa actitud crítica respecto
de la razón es la adecuada para obtener una visión precavida,
empírica, materialista, pacientemente elaborada hasta el detalle, del
científico que pretende averiguar, explicar y describir, el mundo humano.
Sobre todo, porque además de pecar de ingenuidad, aquel optimismo ilustrado
de siglos pasados tiene consecuencias políticas.
El científico intentar explicar las condiciones que hacen posible la
racionalidad en la historia. Entonces, a la hora de mostrar algunas leyes de
desarrollo histórico a largo plazo, de modo que se nos permita entender
qué es lo que está pasando, hay dos modos distintos de establecer
la legalidad histórica. Marx en la parte cuarta de El Capital, especialmente
en su capítulo
XIII, muestra el desarrollo de la herramienta hasta la máquina, y de
ésta al automatismo y al conjunto de máquinas, etc.; es el análisis
gen‚tico-histórico de un fenómeno único e irrepetible en
la historia: el maquinismo. Es la idea de una teleología objetiva: un
proceso temporal de orden que se dirige por mecanismos de autorregulación
en interacción con un medio ambiente. Esta forma de enfocar los procesos
nos proporciona una historia lineal: cada acontecimiento del cosmos es único
e irrepetible, constituye una singularidad. Procesos de esa índole son
desarrollos cuyo origen puede estudiarse a partir de la teoría del caos,
la creación de orden a partir de fenómenos azarosos. Ejemplos:
el desarrollo de la máquina desde la herramienta hasta la moderna tecnología
automática e informatizada; la evolución de las especies vivas
desde las primeras células hasta el homo sapiens sapiens; la expansión
del Imperio postmoderno desde la democracia americana revolucionaria hasta el
Nuevo Orden Mundial, que nos describen Negri y Hardt.
Pero también podemos estudiar movimientos m s limitados, como el desarrollo
de una técnica determinada desde su origen hasta su desaparición;
o el de una especie desde la mutación que la origina hasta su extinción
o sobrevivencia en otra mutación; o la fase actual del capitalismo transnacional,
con sus formas
políticas imperiales, como una etapa de decadencia que se encamina a
su final. Marx, en su famoso Prólogo a la Contribución a la Economía
Política, expone el desarrollo histórico de los modos de producción,
una teoría que debe explicarnos el paralelismo entre el Imperio Romano
y el Imperio posmoderno. Ambos son, en efecto, la etapa de decadencia de dos
modos de producción que resultaron, como todos, revolucionarios en sus
inicios, la Ciudad-Estado y el capitalismo. Esa teoría de los ciclos
de expansión y decadencia se basa en las determinaciones que la realidad
material objetiva imprime a los procesos históricos, la idea de un medio
físico en el que se inscribe el proceso temporal, el cual condiciona
las circunstancias del desarrollo teleológico. El proceso es resultado
de las fuerzas contrapuestas presentes en la naturaleza; por ejemplo, la rotación
planetaria alrededor del sol; o también, refiriéndonos a los procesos
temporales de desarrollo social, son los modos de producción con sus
ciclos de asentamiento revolucionario, expansión y agotamiento del modelo.
Pues esos ciclos dependen de los límites que la realidad objetiva impone
a la expansión de una civilización o un modo de producción.
Podemos pensar que la humanidad superar todo límite natural a través
del desarrollo histórico, lo cual ya es mucho suponer: es la idea mesiánica
de los ilustrados -en cierto modo podemos considerar que ésa es la tradición
cultural de nuestra civilización que ha acabado por ser la cultura mundial;
y podemos conectar esa idea con la emancipación humana: la capacidad
de tomar decisiones a partir de una razón crítica. Pero no hay
por qué identificar ambos conceptos, como ha hecho la ideología
burguesa. El problema de ese comunismo contaminado de optimismo liberal, es
suponer que el desarrollo de las fuerzas productivas anular la legalidad cíclica
de la naturaleza, alcanzando así la autoproducción absoluta de
la humanidad, la divinización del ser humano. Mientras tanto la naturaleza
se encarga de desmentir las ilusiones ilustradas: el principio de entropía,
hoy por hoy, es un límite absoluto, -la mejor demostración de
que el mal existe, en sentido relativo, para el ser humano.
La emancipación depende de la madurez del proletariado, como clase subalterna
que tiene la misión histórica de abolir la explotación
y la alienación humanas. Se trata de una nueva personalidad humana, el
hombre nuevo, caracterizada por una conciencia renovada de los valores, una
capacidad nueva de crítica y autocrítica, de creatividad y productividad.
Con el proletariado se realiza una nueva personalidad humana que está
alcanzando su madurez en estos siglos. Pero la nueva dificultad estriba en un
mundo que ya no podemos considerar sin límites, un mundo que ya no existir
para la expansión, porque ser autocontenido. Lo que la burguesía
ha realizado en la expansión permanente de sus sistema social hasta tocar
con las fronteras del mundo, el proletariado tendrá que hacerlo dentro
de los límites reconocidos del universo físico. ¿Cómo podrá
detentar la hegemonía este nuevo sujeto histórico? ¿En qué
condiciones, con qué instituciones? En Imperio se nos muestra esa madurez
de la clase obrera. Pero lo que estamos necesitando, es que la creatividad del
proletariado se manifieste sobre todo como producción de nuevas formas
de organización social, una creatividad institucional que permita a la
humanidad seguir desarrollándose en un momento histórico de gran
dificultad.
Por tanto, en Marx tenemos tres modos de establecer el proceso histórico:
el gen‚tico que debe mostrarnos el desarrollo de cada fenómeno social,
apoyándose en la idea de singularidad histórica y de un tiempo
lineal único e irrepetible; además , una forma de legalidad de
la historia que suponga el reconocimiento de los límites naturales de
la humanidad y que nos viene proporcionada por la teoría de los ciclos:
los modos de producción son los grandes ciclos milenarios, con sus fases
de ascenso y decadencia; y una tercera, la racionalidad subjetiva, el desarrollo
de la conciencia humana capaz de dominar los factores básicos de su propia
autoproducción. Esos modos se corresponden con tres ideas de la racionalidad:
la racionalidad de los procesos teleológicos; la racionalidad objetiva
de un mundo ordenado por leyes naturales causales comprensibles; y la racionalidad
subjetiva de un sujeto humano que busca realizar sus propios fines.
Recientemente Ernest Mandel también nos ha hablado de ciclos, las ondas
largas del desarrollo capitalista, que son las diversas fases que atraviesa
el modo de producción. Esas ideas me parecen altamente explicativas del
devenir histórico; y la idea de las oscilaciones en el tiempo se corresponde
con una metafísica del equilibrio y la mesura que podemos encontrar en
los antiguos griegos. Esa idea equilibrada de la razón clásica,
la idea de mesura que podemos traducir por la historia cíclica, es lo
que falta en Imperio: de esas dos formas diferentes de racionalidad objetiva
de la historia, los autores sólo admiten la primera, gen‚tico-histórica:
su deseo utópico les lleva a eliminar la segunda, la natural consideración
de los límites que se manifiesta en los ciclos. Del mismo modo que se
eliminan las instituciones porque se considera que las estructuras coartan la
libertad humana, se rompe con la legalidad de la historia porque limita la creatividad
del sujeto humano.
Si los autores hubieran admitido la hipótesis marxista de los ciclos
tal vez hubieran podido profundizar en la relación entre ambas fases
de la historia de la humanidad: la decadencia de la Ciudad-Estado en el Imperio
Romano y la decadencia del capitalismo en el Imperio posmoderno. ¿Qué
debe entenderse por decadencia? Propongo la siguiente definición: decadencia
es el desarrollo de fuerzas destructivas en el proceso de la reproducción
social. Pues bien, la tesis de Max Weber afirma que la causa principal de la
desaparición de Imperio Romano fue un agotamiento generalizado de la
riqueza del suelo y de la productividad en el esclavismo. Un horizonte histórico
muy parecido al actual del capitalismo: la amenaza de una catástrofe
ecológica es la amenaza m s aguda del sistema imperial. Lo que tiene
una explicación muy evidente a partir de las tesis de Imperio, puesto
que éste se ha desarrollado expandiendo 'democráticamente' los
deseos de la multitud. El obstáculo que esa multitud levanta ante sí
son sus propios deseos sin límites y el primer paso para la superación
de esos límites consiste en reconocer su realidad material o moral.
Cegados por su descubrimiento del Imperio constructor del Nuevo Orden Mundial,
por la inmensa potencia productiva de la humanidad actual, Negri y Hardt han
obviado la realidad: esa productividad es destructiva. Su análisis excluye
la legalidad histórica de los ciclos y recurre a la genealogía.
Su método investiga las diferencias, pero no descubre las similitudes;
como sucede cuando estudian el análisis del imperialismo en el marxismo
de principios de siglo, con el objeto de mostrar las diferencias con el actual
Imperio. No hay continuidad; la hubo en Vietnam y fue un fracaso para la política
de EE.UU. El Imperio posmoderno es otra cosa, tan democrático, como aristocrático
y monárquico, en una poderosa combinación que resulta irresistible;
no ocupa territorios, absorbe a sus poblaciones, asimila las diferencias y destruye
lo que no se deja asimilar. En ese sentido, la tesis de Imperio corre el riesgo
de sucumbir a su modernidad: admira la potencia de la máquina y desconfía
de las instituciones humanas que buscan realizar la moderación y la prudencia
-racionales en sentido clásico.
El desarrollo del Imperio es inconsciente, objetivo, inescrutable. Es un desarrollo
autónomo del que se puede estudiar su genealogía, pero no su tipología.
Inclasificable, novedad absoluta, realidad creada de la nada. ¿Por el genio
humano? Quizás, pero un genio que no es dueño de sí mismo,
porque ignora sus raíces.
4. Los límites del progreso.
Pero la crítica de ese subjetivismo no debe hacernos perder las afinidades.
Comparto algunas tesis fundamentales del libro. Como la idea de que la libertad
es creatividad, autocreación de la humanidad; y el telos de la humanidad
el desarrollo omnilateral de todas las capacidades de cada uno de los seres
humanos. Es éste el desideratum que nos ha legado la Ilustración.
Pero viene ahora una cuestión de interpretación: ¿qué son
esas capacidades? ¿No hay límite? Si le preguntara a mis alumnos de Bachillerato,
estoy seguro de que hasta el menos interesado en cuestiones intelectuales sabría
cuál es la respuesta. Dicho con palabras de Bakunin: mi libertad termina
donde comienza la libertad de los demás. Dicho con otras palabras: las
capacidades que permitan a la singularidad humana reconciliarse con su sociedad.
Dicho con palabras de Marx: que el desarrollo del individuo sea la condición
para el desarrollo social. Nada de eso se produce con la expansión capitalista,
que no sólo traspasa todas las fronteras; también atraviesa ese
límite.
Además de los límites internos a la humanidad, están los
externos: la naturaleza y sus leyes. De modo que es precisamente el optimismo
ilustrado el que debe ponerse en revisión; pero no la esperanza ilustrada
de encontrar una legalidad objetiva de la historia que nos vaya acercando al
pleno desarrollo de la humanidad. Esa legalidad ya no ser el Progreso como resolución
de todos los conflictos humanos; pero quizás pueda ser una historia de
la redención del género humano. Esa idea, críticamente
expuesta por los autores, puede parecer un poco anticuada: es el marxismo de
los años '20 y '30 del siglo pasado, el marxismo de Walter Benjamin,
quien en sus tesis sobre filosofía de la historia señaló
la importancia fundamental de la memoria de las víctimas para una política
comunista. Precisamente el cristianismo, al que también apelan los autores
como pensamiento de liberación de los esclavos, la clase subalterna del
Imperio Romano, se construyó sobre la memoria de las víctimas
y sus nombres llenan nuestros calendarios.
Marx y Engels creyeron haber encontrado uno de los rasgos básicos de
la legalidad histórica, en la contradictoriedad del desarrollo social
por la explotación del trabajo humano; justamente eso es lo que subyace
a la idea de los ciclos: un desequilibrio, una neurosis que podemos ver como
religión o como ideología, intrínseco a la especie humana
cuya solución sólo podría estar en la propia especie. ¿Cuál
es el remedio? Negri y Hardt pretenden sostener el ideal ilustrado sobre la
capacidad de creatividad humana elevada al absoluto, que no necesita de ningún
límite, ninguna objetividad, sólo depende de sí misma.
Como si fuera la encarnación misma de la divinidad. Y no debemos dejar
de asombrarnos de nosotros mismos, la especie humana, que en el siglo XX ha
desarrollado las m s milagrosas proezas tecnológicas. Pero tampoco debemos
dejar de precavernos de nosotros mismos, de temernos casi por los mismos hechos
por los que nos asombramos.
Y es que la libertad, decía Spinoza, es consciencia de la necesidad.
Seguramente la libertad, en su sentido m s pleno y real, en un sentido divino,
es creatividad: pura subjetividad creadora; pero para nosotros la libertad es
antes que nada consciencia de la realidad objetiva en la que nos desenvolvemos.
Hay que hacer ciencia social, y ciencia social en acto decía Lenin, antes
de poder, o como condición para, emanciparnos como seres humanos. Pues
la emancipación es antes que nada liberación de las cadenas de
nuestra ignorancia. Con los ilustrados, con Marx y Engels, hemos de solicitar
un desarrollo de la ciencia social que haga posible la realización plena
de la humanidad. Imperio nos proporciona algunos conceptos importantes para
desarrollar esa ciencia social, pero desconociendo elementos esenciales del
punto de vista del proletariado.
Nuestra situación histórica es paradójica. Estamos desengañados
del progreso, pero debemos seguir el camino progresista que se nos ha trazado
con la esperanza de que llegue la liberación. En esas circunstancias
tenemos que reorientarnos. En primer lugar, explicar por qué nuestro
siglo ha dejado de ser ilustrado: la desembocadura del progreso en las guerras
mundiales y los campos de exterminio; la crítica del colonialismo y sus
desastrosas consecuencias; el incremento de la injusticia y la imposibilidad
de la democracia participativa. Por citar alguna de sus causas. Toda esa negatividad,
que es en verdad el fracaso de Europa conduce al Imperio posmoderno, que tiene
su semilla en el desarrollo de los EE.UU., sin que ese relevo haya disminuido
el costo histórico del desarrollo humano: la expansión más
allá de las fronteras y los límites por todo el planeta, arrasando
con culturas, territorios, naciones, sistemas ecológicos, etc., como
necesidad interna del equilibrio democrático y precio por el deseo liberado
de las masas. Pero esas masas han sido educadas por el mercado para desear egoístamente
lo que en verdad no necesitan. La gente vota en el mercado -y vota NIKE. Esa
situación puede parecer adecuada para las tareas históricas que
se avecinan; tales tareas son propias de una dictadura del proletariado. Pero
lo que tenemos es un proletariado que todavía no ha sido educado por
la historia.
Así pues, es sorprendente cómo tantas veces se desecha la mala
evidencia del último siglo para concluir, que el proceso puede seguir
desarrollándose por el lado malo, emancipando ahora a toda la humanidad.
Pero hoy m s que nunca debemos pedir que el proceso de emancipación cambie
cualitativamente, eliminando el presupuesto progresista; lo que en cierto modo,
parece ser el designio de Hardt y Negri, quienes apelan al humanismo renacentista
como fuente de inspiración: el deseo profético de Spinoza y la
transcendencia utópica de Maquiavelo. Por aquí hay una puerta
de salida respecto de la idea de progreso. En efecto, debemos entender esa transcendencia
utópica, no como el relato fantástico de un mundo perfecto y eterno,
sino como el momento revolucionario que constituye a la multitud en un Orden
Nuevo durante el instante glorioso de su emancipación. Lo que significa
que la redención se ha constituido ya en el pasado -¿podríamos
citar la Atenas de Pericles, la Comunidad de Jerusalén, la Florencia
de Savonarola, los Comuneros castellanos, la República Holandesa, las
Reducciones guaraníes, la Convención jacobina de 1793, la Comuna
de París, el 17 bolchevique en Petersburgo, la República del Rif
en 1921, la Comuna de Shanghai, la Barcelona del 36, etc.?; lo mismo que volverá
a producirse de nuevo en el futuro. Pero la inmanencia real del proceso revolucionario
son sus consecuencias históricas a largo plazo; y la realización
histórica del deseo profético es un largo trayecto doloroso para
alcanzar un momento de gloria.
5. La elaboración del programa político.
La ciencia social marxista se resuelve en la elaboración científica
del programa político para la emancipación humana, que se construye
aplicando los valores comunistas al análisis científico de la
sociedad. Imperio defiende un programa político que se debe examinar
teniendo en cuenta las críticas consideradas. La política comunista
actuar de modo complejo, atendiendo las demandas de las nuevas circunstancias
históricas, y esto, no sólo respecto de la clase obrera, sino
respecto de toda la humanidad; y además debe satisfacer antiguas demandas
de liberación pospuestas en nombre del Progreso. Es decir, además
de eliminar la explotación del trabajo, debe responder a los urgentes
desafíos ecológicos, a las exigencias feministas de igualdad,
a la satisfacción de las culturas oprimidas, etc. Una política
cuyo eje ser reducir la destructividad del desarrollo capitalista actual.
Pero Imperio define un programa político que sólo toma en cuenta
las necesidades y deseos del proletariado idealizado que se ha definido anteriormente.
El eje de ese programa es acelerar la globalización, luchando contra
las características capitalistas de la misma: "empujar a través
del Imperio para salir por el otro lado". Lo que supone abandonar completamente
las instituciones nacionales, que han perdido la soberanía política,
cediendo buena parte del poder de regulación social en manos del mercado
dominado por las empresas transnacionales. Supongo que el Estado Nación
debe ser considerado como una forma burguesa de organización social,
inútil para las tareas del proletariado. En Imperio esa idea se encuentra
bien argumentada. Pero entre las culturas nacionales y los estados nacionales,
existe un matiz que aparece cuando Negri y Hardt afirman que el nacionalismo
puede ser revolucionario mientras se mantiene fuera del poder político.
Merece la pena subrayar ese aspecto de la cuestión, porque en un nacionalismo
bien entendido pueden encontrarse algunas mediaciones hacia la emancipación
de la humanidad. En las culturas nacionales encontramos instrumentos de solidaridad
social que pueden servir muy bien a los fines del socialismo; claro que eso
bajo ciertas condiciones, la principal de las cuales es la hegemonía
de la clase obrera. Otros elementos de la cultura nacional son las formas artísticas
que se desarrollan en su interior, ya sea en el lenguaje, ya en las diferentes
artesanías populares. Y además el conocimiento íntimo de
la naturaleza que se expresa en las técnicas, las costumbres y las instituciones
campesinas de los pueblos del globo. La política comunista tendrá
que atender esas demandas, sobre todo porque, teniendo en cuenta los gravísimos
problemas ecológicos a los que nos enfrentamos, la descentralización
de la producción y la autosuficiencia económica parecen elementos
imprescindibles de una reorganización socialista de las fuerzas productivas.
La globalización alternativa que proponen Hardt y Negri consiste, primero,
en un derecho a la ciudadanía global: las migraciones masivas, necesarias
para la producción capitalista, eliminan las diferencias nacionales;
conceder la ciudadanía global es afirmar los derechos de los trabajadores.
En segundo lugar, hay que establecer el derecho a un salario social para toda
la multitud, sobre la base de que no es posible distinguir entre trabajo productivo,
reproductivo e improductivo. Por fin, se defiende el derecho a la reapropiación
de los medios de producción, condición para el autodominio del
proletariado, puesto que hemos de contemplar la sociedad como una máquina
compuesta por las mentes y los cuerpos híbridos de la multitud.
Este último punto exige la destrucción del enemigo de clase y
contiene las siguientes condiciones: 1) organizar el sentido y el significado
lingüísticos en aparatos comunicativos alternativos; 2) control
de la maquinaria y su uso, de modo que la hibridación hombre/máquina
favorezca la autonomía del proletariado; 3) construir un telos colectivo,
sitio de encuentros de sujetos y mecanismos, que permita la construcción
colectiva de la historia; 4) la conexión entre el poder de la vida y
su organización política; 5) la imaginación creativa de
la multitud como poder constituyente de la igualdad y la solidaridad. La realización
de ese programa consiste en "volverse sujeto la multitud" que ocupa "el vacío
que deja el Imperio".
Ahora bien, ese programa necesita institucionalizarse para ser viable. La gran
ventaja del trabajador desterritorializado es su disponibilidad para crear nuevas
instituciones; esa creatividad se libera al desprenderse de los lazos tradicionales
y permite augurar un mundo nuevo. La primera reivindicación del programa,
el derecho de libre circulación o ciudadanía global, tiene por
objeto permitir y potenciar esa realidad. Ese derecho puede construirse sobre
el vacío del Imperio, como un reconocimiento espontáneo de la
multitud por sí misma. Lo que significaría abolir las fronteras
y derribar los restos del
Estado Nación.
Como he intentado señalar la actitud de negar realidad al Imperio es
utópica: el sistema de control con sus fuerzas de represión violenta
es una gigantesca máquina de antiproducción, de producción
de fuerzas destructivas contra la naturaleza y la humanidad. ¿Debemos simplemente
ignorarlas, vivir de espaldas a la realidad que nos muestran cotidianamente
los medios de comunicación? La respuesta ser afirmativa siempre que consigamos
evitar la participación en ese proceso de destrucción global que
es el Imperio posmoderno, proceso en el que está embarcado el modo de
producción capitalista en su ‚poca de decadencia. Para ello habremos
de decidir cuidadosamente qué tipo de tareas son factibles de realizar,
qué consumo es legítimo mantener, cómo debemos emplear
nuestro tiempo y nuestras energías. Es decir, se hace necesario un notable
aumento de la conciencia social y política. Y se hace necesario también
la elaboración de una ciencia social, que nos muestre las necesidades
productivas en cada momento del desarrollo social.
En segundo lugar, la concesión de un derecho de consumo es siempre la
imposición de una serie de deberes: si queremos conceder un salario social
garantizado universalmente tendremos que poder garantizar los bienes básicos
para todos. Ese salario social universal nos llevaría a lo que Marx llamaba
la etapa comunista de la evolución social: en ella se desconectan la
producción laboral y el consumo legítimo, sobre la base de una
sobreabundancia de recursos. Además esa renta mínima garantizada
universalmente no podría establecerse sobre un aparato administrativo
de control de las singularidades; al contrario, tiene por condición que
se pueda desmontar el comando imperial mediante el derecho a la ciudadanía
global. Entonces más bien hay que entenderla como un derecho a los bienes
básicos que la sociedad está obligada a conceder a todo el que
lo solicite.
Marx consideró que antes de alcanzar el comunismo, habría de llegar
el socialismo, es decir, una etapa en la que cada productor recibe lo que produce.
Si como afirma Imperio no parece posible establecer diferencias entre trabajo
productivo, reproductivo e improductivo, entonces tendremos que saltarnos el
socialismo. Pero eso depende de lo que estemos hablando; en la situación
actual, al menos habría que distinguir entre trabajo productivo y destructivo,
teniendo además en cuenta que esto último, la destrucción,
está en manos del comando del desarrollo social.
Supuesto que se ha podido crear un vacío de poder a travás de
la realización de la primera parte del programa -la ciudadanía
global-; y también que se eliminara la producción destructiva
mediante la definición del salario social; ¿alcanzaríamos una
situación de sobreabundancia? Creo que no, por el agotamiento de la riqueza
natural del planeta Tierra. Entonces una renta mínima garantizada sobre
el producto social, supone una situación de escasez relativa y, por tanto,
todavía quedaría la tarea de distribuir la producción de
modo que alcanzase para todo el mundo. Habría que repartir la riqueza
y generar los medios de intercambio; harían falta las instituciones necesarias
que garanticen el funcionamiento del sistema; se tendría que poder determinar
cu les son los derechos exigibles por todo ser humano y éstos habrían
de poder ser satisfechos. ¿Cómo construir el aparato administrativo que
garantice la universalidad del salario social mínimo? Sólo un
Sindicato Mundial o un conjunto de Sindicatos confederado a nivel mundial podría
realizar las tareas de asignación de recursos que se requieren para alcanzar
tal objetivo. Y en todo caso nos hará falta una cultura que afirme los
valores de la austeridad y el autodominio etico de los miembros de la sociedad.
<PALIGN="JUSTIFY" Las tesis de Imperio están edificadas sobre la idea
de ausencia de escasez; mejor habría que decir que la escasez es relativa.
Pero lo que exige esa tesis es la construcción de una nueva ciencia económica
alternativa. La ausencia de medida en el valor del trabajo, en relación
con la desaparición del comando imperial, está implícita
en las tesis de Imperio y tiende a definir una etapa comunista del desarrollo
social, como etapa de plena libertad de los productores. Si se prescinde de
esa medida, sería en cuanto a los trabajadores individuales. Pues no
se podría prescindir de una definición del valor de lo producido.
Un Sindicato Mundial debería poder disponer de medidas políticamente
determinadas del valor de la producción y habría de garantizar
el uso correcto de los medios de producción, como asegurar la distribución
del consumo.
El tercer punto del programa exige la definición de las condiciones de
la reapropiación: ¿ser n los medios de producción simplemente
libres, al alcance de cualquiera que quiera emplearlos, o estar n bajo la custodia
de los trabajadores que han aprendido a emplearlos? Es decir, es necesario determinar
los derechos de producción. Y ¿se anular todo derecho individual de los
productores relacionado con el disfrute de los bienes producidos? Eso sería
efectivamente la etapa comunista de la humanidad: para todos todo -como dice
la consigna zapatista. Pero un programa alternativo a la organización
imperial de la humanidad no podrá prescindir del control de la producción
social y de los medios de producción, de la maquinaria y su uso.
Todo ello exige el desarrollo de una ciencia social alternativa no basada en
el control de los trabajadores, sino de la producción. Lo que supone
la existencia de instancias de investigación científica que señalen
los peligros inherentes a la producción, y socialicen la información
obtenida de sus investigaciones. El proceso de reapropiación exige un
desarrollo científico de la sociedad dirigido por instancias de conocimiento
social. Una ciencia social que debe ser realizada por el intelectual colectivo,
el partido obrero, cuya misión sea la de poner a disposición de
la sociedad los conocimientos necesarios para realizar la justicia; ésta
ser concebida no como el resultado del orden del Estado, sino como la virtud
social por excelencia. Para practicarla, los seres humanos necesitan desarrollar
su conciencia crítica, primero, y disponer e buena información,
sobre el valor económico, vital y/o espiritual de cada cosa. Desarrollar
ese sentido de la justicia es una cuestión moral, que exige la participación
colectiva en el desarrollo humano.
Ese orden social surgir , y al tiempo no surgirá, espontáneamente.
Los autores de Imperio han hecho una apuesta rotunda por la espontaneidad de
la multitud liberada; y cierto que de ahí nacer el orden natural, como
nació un orden de la mutación espontánea de los caracteres
genéticos en el mundo de la vida. Pero visto así las tesis de
Imperio eliminan el telos subjetivo de la humanidad, su carácter propositivo.
El orden social de la emancipación surgir por tanto planificadamente,
pero esa planificación puede oprimir la naturaleza misma de la humanidad.
Por tanto, el orden de la emancipación ser tanto natural como artificial,
tanto espontáneo como planificado.
Tendrá que ser la coincidencia de ambos aspectos a través de la
lucha dialéctica en la vida social y natural. El equilibrio y la ponderación
de ambos factores depende de instituciones humanas que se generan, se desarrollan
y sucumben en la historia.
6. Conclusión.
Para resumir y acabar. El defecto m s evidente de las tesis que Toni Negri y
Michael Hardt exponen en este libro, es su ignorancia completa de una parte
de los problemas presentes en el desarrollo histórico y de los mecanismos
que determinan la marcha de la historia humana. Los problemas a los que me refiero
son entre otros, primero, los ecológicos que ponen un límite al
desarrollo de las fuerzas productivas en la forma empresarial capitalista; además
, la potencia destructiva de la producción industrial, especialmente
en la rama bélica; finalmente, la peligrosidad de la tecnociencia contemporánea
en sus ramas biotecnológica, química, atómica, etc. Entre
los mecanismos de la historia que quiero subrayar está especialmente
el de la decadencia como liberación de la destructividad de la especie;
en Imperio se habla de corrupción, pero como un elemento pasivo de la
realidad, de modo que me parece una idea insuficiente para explicar la situación
actual. Se echa de menos una mayor atención a lo hechos, cuando leemos
a estos autores proclamar con vehemencia subjetiva y emotiva fe, la emancipación
de las clases productoras, sin tener en cuenta el mundo material que éstas
están produciendo bajo la hegemonía capitalista.
Esa deficiencia teórica de Imperio se manifiesta también cuando
se analiza la llegada del Imperio como una innovación completa en los
aspectos jurídico-políticos y culturales, sin apenas tener en
cuenta la clara continuidad de los procesos económicos de acumulación,
concentración y expansión del capital y la enorme coherencia de
esos procesos en sentido capitalista. También se desconocen los ciclos
económicos del desarrollo del capital, provocados por las oscilaciones
cíclicas de la tasa de ganancia. Por eso no se entienden los ciclos de
luchas obreras y se vaticina su desaparición; esos ciclo políticos
se apoyan en los ciclos económicos, estudiados por Ernest Mandel como
las ondas largas del desarrollo capitalista. Pero justamente ahora estamos entrando
en un ciclo de luchas obreras, como puede observarse por los sucesos en América
Latina durante los últimos años.
El proletariado como sujeto aparece dibujado de forma abstracta e idealizada.
Las tesis de Impero no profundizan suficientemente en la división mundial
del trabajo dentro del capitalismo tardío. Parece ignorar que la potencia
imperial planifica sus intervenciones en el mundo para mantener su hegemonía;
y entre esas intervenciones se encuentra la organización de la división
mundial del trabajo: países productores de tecnología con gran
productividad; países productores de mercancías industriales;
países suministradores de materias primas. Ese planteamiento está
vigente en la organización de la producción económica a
nivel mundial; como lo está la tesis del choque de culturas cuando se
bombardea Afganistán, aunque en realidad se busque el petróleo.
En muchos de sus pasajes, se desarrolla el punto de vista de una fracción
de clase obrera muy especial: la aristocracia obrera instruida, culta y bien
pagada, que constituye la fuerza de trabajo cualificada, -científicos,
escritores, técnicos, gerentes, artistas, expertos en las distintas ramas
de la producción, etc.-, que hacen posible el capitalismo altamente tecnificado
y productivo de este tercer milenio que comienza. Pero que vive en una paradoja
terminal: cuanto más tecnificado ese capitalismo, tanto m s productor
de destrucción, tanto más destructivo es. Paradoja final de la
Ilustración que define nuestro postmodernismo y que pone un punto final
al Progreso.
Cuando Negri y Hardt afirman que el lugar central en la producción dentro
del sistema imperial está ocupado por la fuerza de trabajo inmaterial
(comunicación, cooperación, producción y reproducción
de afectos), expresan un desideratum que comparto, pero que está muy
lejos de representar la realidad objetiva del mundo en que vivimos. Aquí
se nos muestra el aspecto m s claro del idealismo de los autores. Desde el punto
de vista de la acumulación del capital, en Europa, en EE.UU., en Japón
y otros países desarrollados, la fracción de clase que ocupa el
lugar central podría ser muy bien una aristocracia obrera subordinada
al desarrollo capitalista de las fuerzas productivas.
Seguramente la conciencia de clase proletaria está llamada a ser el producto
m s importante y decisivo de la civilización; y se forma en el proceso
de desterritorialización de las poblaciones bajo el comando capitalista.
De ahí la importancia del concepto fundamental de las tesis de Negri
y Hardt, la multitud. La multitud es el resultado de las grandes muchedumbres
desarraigadas por los procesos de proletarización a escala mundial, que
ha creado las sociedades multiculturales. Esto no es m s que la reedición
a escala planetaria de los procesos de desarrollo capitalista, que se expanden
desde el final de la Edad Media. En ese proceso se funda la posibilidad de una
política de la diferencia, que supere la dialéctica de oposiciones
binarias que establece el poder político en la modernidad. Pero la política
posmoderna del Imperio se ha fundado sobre esas diferencias, propias de un país
multicultural desde su nacimiento, como es EE.UU. En ese sentido el Imperio
es un paso adelante de la humanidad, sin que eso no elimina su enorme destructividad.
La política de la diferencia es un presupuesto de la actividad de la
multitud, pero no aclara la orientación política que es necesario
adoptar en nuestros días. En mi opinión no me parece posible que
las sociedades humanas puedan prescindir completamente de alguna forma de estructura
organizativa, como parecen sugerir los conceptos de Imperio.
Si la teoría marxista de la historia es plausible, no lo es por su filosofía
de la historia, su previsión del futuro de la humanidad, que afirma la
emancipación final del género humano a través de sus luchas
de clases y el dominio de la historia por un sujeto humano al fin dueño
de los mecanismos de su autoproducción. Esa filosofía necesita
ser creída y practicada, pero no es demostrable científicamente;
ningún futuro lo es. La teoría marxista de la historia, su explicación
del pasado humano, en cambio, puede ser contrastada empíricamente con
los sucesos conocidos del pasado y muestra la racionalidad de un proceso causalmente
determinado por el desarrollo de las fuerzas productivas. Tener en cuenta esos
factores objetivos de la historia es esencial para poder determinar conscientemente
el proceso histórico en su devenir futuro; ésa fue la intuición
de Marx cuando se puso a trabajar como científico social, después
del fracaso de la revolución del 48.
Claro que es necesario obtener una ontología que enlace cada uno de los
conceptos que nos sirven para entender e interpretar los sucesos históricos.
Ese papel está jugado en el texto que comentamos por la idea de 'inmanencia',
que se corresponde con el concepto sociológico de 'multitud'. Esa inmanencia
está identificada con la potencia de la humanidad, pero no toma en cuenta
los aspectos negativos de esa potencia -como hace Spinoza cuando intenta explicar
por qué lucha el ser humano por su esclavitud y no por su liberación.
La actitud racional ante las cosas del mundo, defendida por los clásicos
marxistas, es un cierto escepticismo ante los acontecimientos humanos -pesimismo
del entendimiento-, reconociendo los hechos calamitosos de los últimos
siglos; un escepticismo que no nos impida participar de la gloria humana de
transformar el mundo buscando su perfección -optimismo de la voluntad.