La Izquierda debate
|
Francisco Morote Costa
Rebelión
Tras el fin de la Guerra Fría vivimos en un universo capitalista unipolar.
Es evidente que en el capitalismo sigue habiendo un Centro tripolar en lo económico
- formado por Estados Unidos, la Unión Europea y Japón -, y una extensa Periferia,
constituida por la mayoría de los estados de Asia, África y América Latina,
pero ese mundo está dominado por la certeza de que existe un poder, el poder
militar de los Estados Unidos, que hace de ese país el árbitro de la política
internacional. Por consiguiente, guste o no, lo que suceda en Estados Unidos,
lo que haga Estados Unidos, resulta de singular importancia para el conjunto
del planeta.
Partiendo, por tanto, de esa evaluación de un mundo unipolar, ¿qué ha ocurrido
en la aldea global durante el nuevo ciclo que inauguró el fin de la bipolaridad?
Ante todo conviene subrayar, de nuevo, que en 1991, tras la desintegración de
la Unión Soviética, Estados Unidos se convertía en la única superpotencia política
y militar. En esa ventajosa coyuntura, ¿qué camino emprendió el coloso norteamericano?
En mi opinión el más inesperado. Las elecciones presidenciales de noviembre
de 1992 apartaron del poder al candidato republicano y todavía presidente George
Bush ( padre ), y con él a un grupo de políticos sumamente agresivos y carentes
de escrúpulos, dispuestos a sacar todo el partido posible a una situación de
auténtico monopolio militar mundial. Lo que habría podido suceder entonces lo
estamos viendo ahora, cuando bajo el mandato de George Bush ( hijo ) han vuelto
a dirigir los destinos políticos y militares de los Estados Unidos. Sin embargo,
la elección, en 1992, del candidato demócrata Robert Clinton y luego su reelección
en 1996, conllevó el despliegue de una opción más amable del poder americano.
Con Clinton en la presidencia, el mundo seguía siendo un mundo unipolar, bajo
el liderazgo de los Estados Unidos, pero la superpotencia no actuaba, generalmente,
de un modo unilateral, sin contar para nada con sus aliados europeos y Japón,
o sin tener en cuenta a las instituciones internacionales, como la ONU, sino
precisamente guardando las formas, cubriendo las apariencias de la multilateralidad,
comportándose, para satisfacción de sus aliados de la OTAN ( caso, por ejemplo,
de Yugoslavia ), más como un primus inter pares ( primero entre iguales ), que
como un imperator ( emperador ). En los años de Clinton hubo una razonable armonía
en el Centro económico tripolar del sistema. Si algo caracterizó el período
fue el triunfo de la idea de una globalización neoliberal, proyecto capitalista
que ponía el mercado mundial al servicio del capital y de las grandes compañías
del Centro, pero que agravaba aún más las diferencias con la Periferia. En cualquier
caso los ocho años del mandato de Clinton fueron una verdadera luna de miel
en las relaciones de Estados Unidos con Europa y en esta última se llegó a soñar
con un Directorio ? en cierta manera eso era el G 7 -, que gobernase el mundo
por encima de la ONU.
Pero está visto que en un universo unipolar lo que ocurra en Estados Unidos
le afecta al conjunto de la comunidad internacional. De nuevo unas elecciones
presidenciales, las de noviembre de 2000, pusieron en el primer plano una opción
dormida durante algunos años, la de un poder americano unipolar y unilateral.
Con George Bush ( hijo ) volvió al poder un sector del partido republicano,
decidido a imponer la presencia de los Estados Unidos en cualquier rincón del
planeta que, por su valor económico y/o estratégico, conviniera al sueño expresado
en el ? Proyecto para un Nuevo Siglo Americano? ( PNSA ). Con la oportunidad
que en otras ocasiones había llegado el motivo de la intervención ? explosión
del Maine, ataque japonés a Pearl Harbour, por ejemplo -, acudió la razón de
la guerra contra el terrorismo, el ataque del 11 de septiembre de 2001 contra
las Torres Gemelas, el Pentágono y, al parecer, la Casa Blanca. La ocasión no
podía desaprovecharse y así empezó una cruzada contra el terrorismo y, de paso,
por el gas natural ( importancia estratégica de Afganistán) y el petróleo (
trascendencia económica y estratégica de Irak ).
En suma, en los años que han transcurrido desde el final de la bipolaridad hasta
hoy, hemos podido experimentar los resultados de vivir en un mundo unipolar.
Comparando la multilateralidad demócrata, con la unilateralidad republicana,
casi hay que sentir nostalgia de la primera, y la perspectiva de que en las
elecciones presidenciales de 2004 vuelva a ganar el belicista y neoimperialista
equipo de George Bush ( hijo ), es como para echarse a temblar. La opción que
representan, al reemplazar el imperio de la ley por la ley del imperio, es la
peor de las posibles. Ahondando en una vieja tendencia del partido republicano
que, al contrario que el demócrata, nada tuvo que ver con la creación de la
Sociedad de Naciones y las Naciones Unidas, el actual equipo ultraconservador
de George Bush ( hijo ), puede seguir actuando al margen de las instituciones
internacionales. La opción de estos halcones, aliados, además, del sionismo
más extremista, no podrá sino exacerbar aún más las tensiones internacionales
y romper, definitivamente, el bloque que Estados Unidos dirigió durante los
años de la Guerra Fría.
La opción republicana en su actual expresión es, no obstante, la que menores
consensos y apoyos mundiales puede recoger, tal y como ha demostrado la Guerra
contra Irak. Conviene, si se puede decir así, a una parte muy pequeña de la
población y de la opinión pública mundial, aunque expresa los intereses de importantes
grupos monopolísticos ? petróleo, gas natural, industria militar -, de Estados
Unidos y algunos satélites, afectados de miopía política ( gobiernos de Reino
Unido, España, etcétera ).
¿ Es deseable, entonces, que gane las elecciones norteamericanas de 2004 el
partido demócrata?
Hoy por hoy, sí. Representa el mal menor, la vuelta a una unipolaridad multilateral,
con menos riesgos para la paz y la legalidad internacional. Por eso creo que
la mayor parte de los gobiernos del mundo y la opinión pública internacional
preferirían una victoria de los demócratas antes que de los republicanos. Sin
embargo, lo que suceda en Estados Unidos sólo lo decidirán sus propios ciudadanos,
y no hay ninguna garantía de que la poderosa maquinaria propagandística del
partido republicano, generosamente engrasada con el dinero del petróleo, el
gas natural y la industria militar no logre, si la situación no se torna demasiado
adversa, la reelección de quién el escritor mejicano Carlos Fuentes calificara
en su día como ? peor presidente?.
¿ Sólo hay, pues, dos opciones posibles para la aldea global en estos albores
del siglo XXI?
Presumo que mientras exista el poder militar, apoyado en la fortaleza económica
de los Estados Unidos, sí. Es más, el simple hecho de que ese poder exista y
se expanda ? presupuesto militar creciente, proyecto de Escudo antimisiles,
etcétera -, entraña el riesgo de provocar un rearme y una carrera armamentística
de todos los estados y grupos de estados que, por temor a las ventajas que le
otorga su posición dominante, quieran situarse en un plano de igualdad con los
Estados Unidos.
En realidad, la situación más deseable, y así lo han expresado tanto los gobiernos
réprobos de algunos países del Centro ? Francia, Alemania -, como los de importantes
estados periféricos o de difícil clasificación ? India, Brasil, China, Rusia
-, es la de la multipolaridad. Ahora bien, del rumbo que emprendan los gobiernos
estadounidenses dependerá el camino que sigan todos o algunos de esos estados.
Se puede ir hacia una multipolaridad armada, bastante probable si gana la opción
republicana, o hacia una multipolaridad menos armada, posibilidad asociada al
triunfo de la alternativa demócrata. Por supuesto, la opción de un mundo multipolar
sino desarmado, sí menos militarizado, es más deseable que las anteriores. No
comportaría el fin de los conflictos y tensiones internacionales, pero le daría
oportunidad a instituciones como la ONU de asumir el papel director que ahora
pretende ejercer el gobierno republicano de los Estados Unidos.
En el escenario de un mundo multipolar así, podrían ganar peso las demandas
y las propuestas periféricas, pacifistas, ecologistas y altermundistas que,
al fin y al cabo, son las más convenientes para los intereses y el futuro de
la gran mayoría de la humanidad