La Izquierda debate
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La construcción de alternativas populares
Roberto Regalado Álvarez
La construcción de "alternativas populares" al capitalismo depredador de nuestros días no solo surgirá de enumeraciones negativas y positivas. No es suficiente saber todo lo negativo de la sociedad que queremos erradicar, ni todo lo positivo de la que aspiramos a construir. Tampoco es suficiente comprometernos a no repetir los errores cometidos en nombre del socialismo. Sin duda, las alternativas siguen siendo "socialismo o barbarie"; sin duda, es preciso delinear los contornos generales de la formación económico social que aspiramos a edificar; sin duda, debemos aprender la lección de que no hay socialismo sin democracia socialista, entendida como sistema político que no copie o trasplante del liberalismo burgués, sino basado en mecanismos de participación y representación popular capaces de conformar consensos que garanticen la unidad de pensamiento y acción en los puntos cardinales de la edificación socialista y de retroalimentar esa unidad mediante la interacción libre y constructiva de todas las ideas y propuestas que reflejen la diversidad de intereses de las clases y los grupos sociales en cuyo beneficio se desarrolla ese proceso. Sin embargo, la construcción de "alternativas populares", frase acuñada durante los últimos años cuya amplitud e imprecisión revela la incertidumbre y las divergencias existentes respecto a la problemática que plantea, estará condicionada por las situaciones histórico"concreta en que se les emprenda, de las cuales surgirán nuevos problemas que demandarán nuevas soluciones.
No basta con afirmar el compromiso de construir un proyecto socialista que, además de erradicar la dominación y la explotación clasista, se caracterice por la sustentabilidad ecológica, el enfoque de género, el respeto a la preferencia sexual de cada ser humano, el aprovechamiento de la diversidad cultural de todos los pueblos y otros problemas teóricos y prácticos incorporados al marxismo contemporáneo. No basta porque el cumplimiento de los objetivos de la construcción socialista, tanto los objetivos "clásicos" como los más recientemente asumidos, está determinado por dónde, cuándo, cómo y en qué condiciones se produzca la conquista del poder político, factor que constituyó, constituye y constituirá su premisa indispensable. El problema consiste en que esas son interrogantes aún no resueltas en las condiciones del mundo unipolar.
LAS "ALTERNATIVAS POPULARES" SIGUEN SIENDO LA REFORMA O LA REVOLUCIÓN
A partir de la implosión del paradigma de Estado socialista erigido de la experiencia de la Unión Soviética y del recrudecimiento del intervencionismo imperialista a escala universal, hoy prevalece el criterio de que se cerró para siempre "o que nunca existió en realidad" el camino de la revolución. Esa noción se refuerza por el hecho de que en regiones del mundo subdesarrollado como América Latina, el imperialismo adopta una actitud en apariencia tolerante "aunque no neutral, indiferente o pasiva" con relación a los espacios conquistados por partidos de izquierda en gobiernos locales y estaduales, en las legislaturas y hasta en los gobiernos nacionales de algunos países, hecho que, para no llamarnos a engaño, es preciso contrastar con sus agresiones a Afganistán e Irak, sus amenazas contra Corea, Irán, Siria, el recrudecimiento del bloqueo contra Cuba, su participación en la campaña desestabilizadora contra el gobierno del presidente Hugo Chávez en Venezuela y su intromisión en las campañas electorales de Nicaragua y El Salvador. De manera que hoy nos encontramos en una situación aparentemente sin salida: por una parte, no existen condiciones a para el triunfo de nuevas revoluciones corto o mediano plazo; por otra, el esquema vigente de acumulación capitalista solo permite el ejercicio del gobierno a las fuerzas "reformistas" en la medida en que estén dispuestas a emprender o a respetar el acumulado de la contrarreforma neoliberal. Sin embargo, esto es sólo una apariencia.
Las "alternativas populares" son las mismas que están planteadas desde hace noventa años. A raíz del estallido de la Primera Guerra Mundial (1914) y, más aún, del triunfo de la Revolución Bolchevique en Rusia (1917), quedaron delimitados los campos antagónicos del movimiento obrero y socialista mundial: la socialdemocracia "con un programa de reforma evolutiva pacífica del sistema capitalista"[1] y el comunismo "con una estrategia de revolución social sustentada en la organización de un partido de vanguardia de la clase obrera, concebido para la conquista del poder político, la destrucción del Estado burgués y su sustitución por un Estado socialista basado en el concepto leninista de dictadura del proletariado. La estructuración de estas corrientes en pugna se había iniciado más de treinta años antes, con el surgimiento del posibilismo (1881)[2] y el fabianismo (1884),[3] había cobrado auge a principios de la década de mil ochocientos noventa con la aparición del reformismo dentro del Partido Socialdemócrata Alemán[4] y alcanzado su máxima expresión en el tránsito entre siglos con la polémica desatada dentro de esa misma organización por el revisionismo.[5] No obstante, la polarización de posiciones en torno a si apoyar o combatir las respectivas tendencias belicistas "nacionales" prevalecientes dentro de las burguesías de cada potencia imperialista y, más adelante, la actitud asumida con relación al triunfo de la Revolución Bolchevique, fueron los factores que terminaron de delimitar los campos. En tales circunstancias, Edward Bernstein y Karl Kautsky, el principal promotor del "revisionismo" y el ideólogo oficial del Partido Socialdemócrata Alemán, respectivamente, convergieron en la oposición (minoritaria) a la Primera Guerra Mundial y también en el rechazo (mayoritario) al naciente Estado soviético. De esta manera se revelaba que la "revolución" defendida por Kautsky durante toda su vida pasada había sido un proceso pacífico, resultado de la universalización del sufragio, que permitiera la elección al parlamento de representantes de la inmensa mayoría de la sociedad (conformada por obreros y otras clases explotadas), a partir de lo cual el Partido Socialdemócrata Alemán procedería a la transformación "revolucionaria" del Estado y la sociedad.[6]
REFORMA Y CONTRARREFORMA
El automóvil y la guerra abrieron los espacios económicos para la reforma del capitalismo "restringida a un puñado de potencias imperialistas" que la socialdemocracia abrazó como propia al precio de abandonar, de manera definitiva, el objetivo estratégico que una parte de sus corrientes originales enarbolaba: la transformación evolutiva de ese sistema social en su contrario, es decir, el tránsito pacífico del capitalismo al socialismo. Para Keynes, el automóvil simbolizaba una nueva generación de mercancías, cuyo consumo podía ser masificado y que, al mismo tiempo, requerían renovación periódica, sobre la cual asentar el esquema de valorización del capital basado en el estímulo a la producción mediante el incremento de la demanda. En auxilio del keynesianismo vino la Segunda Guerra Mundial, al ocasionar en Europa una destrucción de fuerzas productivas de tal magnitud que abrió el espacio para dos décadas de crecimiento ininterrumpido de la economía mundial. En tales condiciones, el incremento del empleo, la elevación de los salarios, el mejoramiento de las condiciones laborales y la redistribución social riqueza mediante políticas públicas de amplia cobertura y extensión, más que "concesiones" a las demandas reformistas de la socialdemocracia, eran respuestas a las necesidades del propio sistema capitalista de producción. En un sentido análogo operó la extensión del sistema socialista a los países de Europa Oriental liberados por el Ejército Rojo de la ocupación nazi que dio inicio al período de enfrentamiento entre los dos sistemas sociales bautizado con el nombre de "Guerra Fría", una de cuyas bases de sustentación fue el llamado "Estado de Bienestar", en cuya gestión la socialdemocracia europea vio coronadas todas sus metas políticas, económicas y sociales.[7]
Resulta innegable que durante las primeras siete décadas del siglo XX y, en especial, durante la segunda posguerra mundial hubo una interacción entre el capitalismo desarrollado y la socialdemocracia, pero, a juzgar por su desenlace histórico, no fue la socialdemocracia la que reformó al capitalismo, sino el capitalismo el que reformó a la socialdemocracia.
En los años setenta se evidencia el agotamiento de las condiciones económicas y de una parte de las condiciones políticas que sustentaban al "Estado de Bienestar". La reconstrucción de Europa Occidental, la reorientación de la industria japonesa hacia la producción civil y la carrera armamentista contra la URSS habían estimulado un desarrollo científico, técnico y productivo sin precedentes que a partir de ese momento rebasaría la capacidad solvente del mercado. Si durante la posguerra el empleo, los salarios y los programas sociales habían sido motores del desarrollo económico, en lo adelante se convertían en víctimas de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Sin embargo, no es hasta los años noventa cuando, a raíz de la desaparición de la Unión Soviética, el sistema capitalista puede, finalmente, prescindir del "Estado de Bienestar" como instrumento de la "Guerra Fría". Es en medio de este período cuando, con los triunfos electorales de Margaret Tatcher en Gran Bretaña (1979) y Ronald Reagan en los Estados Unidos (1980) se inicia la contrarreforma neoliberal.
Tras haber "anclado" su horizonte histórico dentro del sistema capitalista de producción, con el cambio en el esquema de reproducción del capital, a la socialdemocracia no le quedó otro remedio que asumir como propia la contrarreforma neoliberal. Eso hicieron los gobiernos de Felipe González en España y Francois Miterrand en Francia; eso hacen los gobiernos de Tony Blair en Gran Bretama y Gert Schroder en Alemania. En todo caso, en la medida que las condiciones en que se realiza la valorización capitalista agrava la crisis política, económica, social y medioambiental, la socialdemocracia vuelve a ofrecer sus servicios al capital, en este caso ya no para reemprender la reforma progresista a la cual tuvo que abjurar, sino apenas para reencauzar la contrarreforma por una senda menos desestabilizadora para el propio capital, que algunos denominan "Tercera Vía".
REVOLUCIÓN Y CONTRARREVOLUCIÓN
A partir del análisis de la situación del mundo de mediados del siglo XIX, Marx y Engels estimaron que la revolución comunista sería protagonizada por el proletariado de los países más industrializados de Europa.[8] No obstante, en sus estudios sobre Inglaterra también identificaron a la aristocracia obrera, "contenta con forjar ella misma las cadenas de oro con las que le arrastra a remolque la burguesía",[9] como un producto social del desarrollo capitalista sustentado en la explotación del mundo colonial y neocolonial que conspiraba contra la unidad y combatividad de la clase obrera. Años más tarde, en la "Introducción a la edición de 1895" de "Las luchas de clase en Francia de 1848 a 1850", Engels hace un análisis más completo de cómo el desarrollo económico, político y social experimentado por los países más adelantados de Europa durante el siglo XIX había operado contra las formas de lucha violentas y a favor de la acción parlamentaria de la clase obrera,[10] entendida como un medio de acumulación de fuerzas para la transformación revolucionaria de la sociedad. Aún más, en el Prefacio a la Segunda Edición Rusa de 1882 del Manifiesto del Partido Comunista, Engels se había referido a la posibilidad ya entonces concebida de que la "propiedad común de la tierra en Rusia" pudiera "servir de punto de partida para el desarrollo comunista", en caso de que "si la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en Occidente, de modo que ambas se completen".[11] Sobre esta base, Lenin y el Partido Bolchevique rompieron "el eslabón más débil de la cadena" en 1917 convencidos de que la Revolución Rusa sería un anticipo de la revolución mundial, que tendría su epicentro en Alemania.
El análisis de los factores que conspiraron contra la revolución alemana escapa a los propósitos de este ensayo. Tampoco es posible sintetizar aquí las contribuciones realizadas por Gramsci a la teoría sobre la construcción de la hegemonía como base para la revolución social en las condiciones del capitalismo desarrollado. Lo cierto es que la naciente Unión Soviética debió aferrarse durante sus primeros años al "socialismo en un solo país" y que el desarrollo de las fuerzas productivas, basado en la explotación de las colonias y neocolonias, sentó la base económica para la extensión por toda Europa Occidental de una "aristocracia obrera" que encontraba su expresión política en la afirmación del reformismo burgués como horizonte estratégico.
Como desenlace de la Segunda Guerra Mundial, los países de Europa Oriental liberados de la Alemania nazi por el Ejército Rojo pasaron, junto a la URSS, a integrar el naciente campo socialista. Huelga decir que la edificación de las llamadas democracias populares europeas no fue el resultado de las luchas nacionales a favor del socialismo, con la excepción de Yugoslavia. No obstante, dadas las circunstancias, también huelga cuestionar que la potencia militar triunfante en el oriente de Europa impusiera allí su sistema social, de la misma manera que las potencias militares triunfantes en el occidente del Viejo Continente reafirmaron el suyo, incluso en aquellos países en los que los partidos comunistas tenían fuerzas considerables y habían desarrollado un papel fundamental en la resistencia antifascista.
En las condiciones de la posguerra era lógico que el "eslabón más débil de la cadena" se desplazara hacia el mundo subdesarrollado y no hacia Europa Occidental y América del Norte. Pero, en esos países no se daban las condiciones "clásicas" para el triunfo del socialismo, entre otras razones, por su subdesarrollo y el reducido peso específico del proletariado industrial. A pesar de ello, las luchas de liberación China, Corea, Vietnam y Cuba condujeron a la creación de nuevos Estados socialistas. Aunque no todos los "eslabones más débiles de la cadena" se quebraron a favor del socialismo, en general, las luchas anticolonialistas y de liberación nacional contribuyeron a la erosión del poder imperialista. Tanto la lucha no violenta que condujo a la independencia de la India como la lucha armada librada en las colonias portuguesas fueron rupturas revolucionarias del orden colonial imperialista.
En el preciso momento en que al imperialismo le urgía ampliar sus fuentes de acumulación externa, el nacimiento del Movimiento de Países No Alineados reflejaba la conformación de un nuevo escenario internacional al que se habían sumado, como actores independientes, las repúblicas surgidas de la descolonización de Asia, África y Medio Oriente. El clamor por el establecimiento de un Nuevo Orden Económico Internacional encarnaba la demanda de los países subdesarrollados de obtener una mayor cuota de beneficios en el mercado mundial. Hito de esta "rebelión tercermundista" fue la creación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), que estremeció al "Primer Mundo" y repercutió en el surgimiento de otras "menos afortunadas- asociaciones de exportadores de productos primarios.
La crisis de los años setenta coloca a los círculos de poder de los Estados Unidos ante la disyuntiva de aceptar la erosión de la supremacía imperialista conquistada en la Segunda Guerra Mundial o reafirmarla mediante la amenaza y el uso de la fuerza. La elección de Ronald Reagan en noviembre de 1980 representó el triunfo de las corrientes que propugnaban la utilización de la fuerza para compensar la erosión del poder imperialista. Los resultados de esta política son harto conocidos: la agudización de las contradicciones internas en la Unión Soviética y el resto de los Estados socialistas de Europa que condujeron a la implosión de la Comunidad Socialista, la implantación del llamado Nuevo Orden Mundial, la lucha de China, Corea, Vietnam y Cuba por llevar adelante la construcción del socialismo en las difíciles condiciones del mundo unipolar y la búsqueda de alternativas populares dentro de un sistema de dominación imperialista en el cual, lejos de haber condiciones para la reforma o la revolución, imperan la contrarreforma y la contrarrevolución.
AMÉRICA LATINA: CUATRO PROCESOS QUE CONDUCEN HACIA LA CONSTRUCCIÓN DE LAS "ALTERNATIVAS POPULARES"
No cabe duda de que el imperialismo hace todo cuanto está a su alcance para crear un sistema de dominación concebido para evitar, no solo la revolución, sino incluso la reforma en cualquier punto del planeta. La cuestión es durante cuánto tiempo eso le dará resultado. A diferencia de la imagen que pretende inculcarnos de si mismo, el sistema capitalista de producción no ha encontrado "ni podrá encontrar jamás" un "conjuro" para la agudización de sus contradicciones antagónicas. De ello se deriva que el fortalecimiento de ciertos eslabones de la cadena de dominación y subordinación, de los cuales se ufana, provoca el estallido de nuevas y más graves contradicciones en otros eslabones de la misma cadena. En particular, la elaboración teórica y práctica sobre la construcción de "las alternativas populares" en América Latina debe tener en cuenta la existencia de cuatro procesos, indisolublemente ligados entre si, que operan en la región:
· el primero es la concentración transnacional del poder político y económico, que se manifiesta, precisamente, en la creación de los mecanismos supranacionales de dominación que acotan las posibilidades tanto de reforma como de revolución;
· el segundo es la agudización de la crisis política, económica y social ocasionada por la incapacidad del Estado nación subdesarrollado y dependiente de cumplir con las funciones básicas de la propia dominación capitalista, a saber, la redistribución permanente de cuotas de poder político y económico dentro de las elites locales y la cooptación de una parte de los grupos socio clasistas subordinados para facilitar la neutralización y represión de las grandes masas populares;
· el tercero es el auge alcanzado los movimientos sociales de protesta, resistencia y lucha contra la reestructuración neoliberal y sus consecuencias sociales "que ya en determinadas circunstancias acumulan la fuerza suficiente para quebrar la institucionalidad pero carecen de la unidad y el liderazgo político necesarios para construir gobiernos propios" y,
· el cuarto es la metamorfosis por la que atraviesan los partidos y movimientos políticos de izquierda, que tratan de adaptarse a estas circunstancias cambiantes.
Al ponderar la interrelación entre los cuatro procesos analizados, resalta el sincronismo y la simetría existente entre los tres primeros (acumulación, crisis y lucha social). No obstante, cuando se incorpora el cuarto elemento (lucha política de izquierda) podemos apreciar su desfase con relación a los anteriores.
El camino electoral de la izquierda no ha sido fácil. De 23 elecciones celebradas entre 1988 y 2003 en las que se estimó que un candidato presidencial de izquierda podía triunfar, se produjeron 19 derrotas y 4 victorias. Las derrotas fueron: México 1988, 1994 y 2002; Brasil 1989, 1993 y 1997; Uruguay 1990, 1994 y 1998; Nicaragua 1990, 1994 y 1998; Perú 1990, Bolivia 2002; El Salvador 1994 y 1998, Panamá 1999; Colombia 1994 y, Venezuela 1994. Los triunfos fueron: Panamá 1995 (Ernesto Pérez Balladares, PRD); Venezuela 1998 (Hugo Chávez, MVR); Chile 2000 (Ricardo Lagos, Concertación/PSCh) y, Brasil 2002 (Lula, PT). Si dejamos de considerar como de izquierda a las elecciones de Ricardo Lagos (por la composición de centroderecha – centro – centroizquierda de la Concertación y por su política neoliberal) y la de Ernesto Pérez Balladares (por haber conformado su gabinete con figuras de la derecha anti torrijista y también por su política neoliberal) tendríamos un total de 21 elecciones en las que comparecieron candidatos presidenciales de izquierda, en las que se registraron 19 derrotas y solo 2 victorias (Chávez y Lula).
Solo en la elección presidencial de Hugo Chávez en Venezuela (1998) existe un vínculo directo entre ruptura institucional, auge del movimiento social y ascenso al gobierno de una fuerza política popular en circunstancias en las que pudo romper al menos una parte de las ataduras impuestas por el esquema de acumulación y dominación. Ciertamente los elementos crisis estructural y auge del movimiento social son ingredientes de la victoria de Lula, pero no existía allí un agravamiento de la crisis ni un desborde social que llegaran a poner en peligro el equilibrio institucional. Aún más que en Brasil, la crisis y la lucha social son ingredientes básicos de la llegada al gobierno de Lucio Gutiérrez en Ecuador y Néstor Kirchner en Argentina. Sin embargo, en estos casos no se trata de dirigentes o procesos populares sino, en el primero, de un militar retirado beneficiado por las circunstancias (Gutiérrez) y, en el segundo, de un político tradicional (Kirchner) que intenta establecer y mantener un difícil equilibrio político, económico y social.
No existe solo un "desfase" cuantitativo entre el auge del movimiento popular y la cantidad de elecciones nacionales ganadas por la izquierda, sino también de un "desfase" cualitativo porque esos triunfos se producen en condiciones en las que resulta muy difícil ejercer los resortes del gobierno para detener "y mucho menos revertir- la contrarreforma. No se trata de negar o subestimar la importancia de los espacios institucionales conquistados por la izquierda, sino de comprender que esos triunfos no son en si mismos "la alternativa popular", sino solo la apertura de un nuevo espacio dentro del cual tratar de construir esa alternativa. De ello se desprende que la prioridad de la izquierda no puede ser el ejercicio del gobierno y la búsqueda de un espacio permanente dentro de la alternabilidad (neo)liberal burguesa, sino acumular políticamente con vistas a la transformación revolucionaria de la sociedad, mediante las formas de lucha que la situación histórico"concreta determine.
En esencia, aún no están a nuestra disposición todos los datos de la realidad histórico"concreta que nos permitirían saldar el debate sobre "la construcción de las alternativas populares", pero sí podemos estar seguros de que: 1) más temprano que tarde la agudización de la crisis estructural del capitalismo nos proporcionará esos datos; 2) esas alternativas tendrán que inscribirse en las páginas de la revolución, aunque hoy la izquierda tenga que luchar en el terreno de la reforma frente a la contrarreforma y, 3) será inevitable ejercer algún tipo de violencia revolucionaria porque las trescientas personas que, según los organismos internacionales, poseen patrimonios cuya suma supera al de más de la mitad de las naciones del planeta, ni siquiera están dispuestos a pagar la "tasa Tobin" y, aún si ella resolviera el problema, dentro del capitalismo no habría forma de obligarlos.
El "viejo topo de la historia" le vuelve a dar la razón a Marx: la "alternativa popular" estratégica es expropiarlos.