15 de febrero del 2004
Argentina: Eppur se muove!
Las asambleas barriales en tiempos de reflujo
Hernán Ouviña
Argenpress
Publicamos un documento de trabajo y debate que circula entre los integrantes de «Herramienta» [Argentina, http://www.herramienta.com.ar/], revista de debate y crítica marxista. Reflexionar sobre el tema es importante para los días que vendrán.
'Habrá aún asambleas en las plazas públicas y movimientos
en los que no teníais pensado intervenir'
André Breton, 'Primer Manifiesto Surrealista'
¿Qué ha quedado de aquel movimiento asambleario, tan insurgente como masivo, surgido en el contexto del 19 y 20 de diciembre de 2001?. 'Poco y nada', se apresuran a respondernos desde las usinas comunicacionales del poder. Sin embargo, las asambleas barriales que desplegaron durante febriles meses una enorme potencia, en especial en Capital Federal y el conurbano bonaerense, no han visto subyugadas totalmente sus prácticas emancipatorias de insubordinación. Podríamos entonces desde los labios de un joven poeta español, retrucarle a los trituradores de sueños: no digas que aquí hay silencio, si no oyes.
Aún así, sería igualmente erróneo ignorar el momento de reflujo general que se vive en estos días en Argentina. Las más de ciento cincuenta asambleas vecinales no son, por supuesto, ajenas a este impasse. Frente a este contexto tan delicado, la izquierda tradicional, fiel a su discurso arqueológico, pasó de verlas como reencarnación criolla de los soviets, a denigrarlas en tanto ámbitos reformistas integrados por unos pocos desorientados y anti-partidarios 'pequebus'. Otros grupos políticos, por su parte, cayeron en la trampa de considerar que después del 20 de diciembre se estaba frente a una situación de revolución permanente, llegando a caracterizar a Duhalde como 'kerenskista', sin percatar que el cambio social será resultado de un proceso multifacético y prolongado en términos históricos, que incluirá seguramente numerosos momentos de reflujos, quiebres, confluencias y discontinuidades, además de grandes eventos orgásmicos como los del 19 y 20. Algo similar se vivió con respecto a la ensordecedora consigna ¡que se vayan todos!, creyendo que podía materializarse en unas pocas semanas. Pensar la política como ascenso irrefrenable resultó sin duda tan erróneo como descartar de cuajo a las asambleas en tanto instancias innovadoras de auto-organización, que tuvieron un rol de enorme relevancia en cristalizar una serie de exigencias -tales como la remoción de los miembros de la Corte Suprema de Justicia- presentadas ahora como iniciativas gubernamentales ajenas al campo popular.
Por ello, transcurridos más de veinte meses desde aquella insubordinación de masas, vale la pena realizar un balance, por demás provisorio, de esa multiplicidad en acción que son las asambleas barriales. Entre los avances o rasgos positivos podemos destacar los siguientes:
El ejercicio de una democracia in-mediata que no reconoce liderazgos ni escisión entre dirigentes y dirigidos. La apelación al carácter de 'auto-convocados' es permanente entre los asambleístas, pudiéndose generar -a través de una política de experimentación continua- una radical horizontalidad casi sin precedentes en las últimas décadas. Cientos de hombres, mujeres, desocupados, profesionales, militantes, estudiantes, obreros, jóvenes, ancianos y hasta niños, recuperaron para sí una parte sustancial de la fuerza depositada en las diferentes instancias enajenantes de la sociedad, que podemos resumir con el nombre de poder constituido. Durante este aprendizaje transversal y des-jerarquizador, se debatió de todo: desde lo más insignificante y capilar, hasta las formas disímiles que deberían asumir las nuevas comunidades mundiales por fundar. La frase repetida de manera insistente por una integrante de la asamblea de Scalabrini Ortiz y Córdoba sintetiza esta hipótesis: 'Entre todos hacemos todo. Acá no hay encargado'.
Casi la totalidad de ellas, además, ya no vota para la toma de decisiones, sino que llegan a un acuerdo basado en el consenso. Esto no anula la diversidad ontológica que cada espacio asambleario cobija, sino que evidencia una notable madurez social ligada a una nueva forma de construcción política basada en la confianza, el respeto y la escucha de esa pluralidad habitada por el hacer-pensar. Se ha pasado, en palabras de un vecino de la asamblea Gastón Riva de Flores, 'de la declamación a la pregunta'. La práctica militante, lejos de ser obturada por lo afectivo, se nutre de él, dando origen así a una amalgama de acciones cooperantes, en donde el deseo no se contrapone sino que confirma la validez de la creación política por parte de esta congregación de voluntades críticas, que reniega de aplazar para 'después de la revolución' la consolidación de vínculos fraternales.
Los espacios de coordinación que se ensayan -no solo entre asambleas sino también con respecto a otras organizaciones- tienden a sepultar los vicios y mezquindades vanguardistas que en un comienzo atravesaban instancias como la de Parque Centenario. Hoy en día los mejores ejemplos de ello son los Encuentros de Asambleas Autónomas y las Rondas de Pensamiento Autónomo los cuales (si bien no están exentos de tensiones) buscan generar un diálogo entre prácticas y saberes sociales, multiplicando los ámbitos informales y deliberativos ajenos a la representación delegativa. Estas y otras instancias de composición no implican, sin embargo, una apuesta en pos de que la desobediencia disruptiva se concentre en un solo punto que opere como antesala de una futura mayoría gubernamental. Lo más fructífero no parecen ser los 'plenarios' fogoneados por los pocos integrantes de partidos de izquierda que aún pululan por las asambleas, sino los bordes que se tejen de manera subterránea en estas redes, socializando experiencias e iniciativas varias, distanciadas tanto de la acción espectacular como del autismo político insular.
La lucha por la defensa y expansión de 'espacios públicos no estatales' se fue convirtiendo en motor activador de la dinámica vecinal. Esto ha estado vinculado a la gestación de una nueva subjetividad, constituyente de relaciones que reestablecen un sentido comunitario y desprivatizador en la propia vida cotidiana en ese territorio en disputa que es el barrio. En este sentido, se han logrado generar proyectos materiales que intentan afianzar la autonomía del colectivo barrial con respecto a la lógica capitalista, potenciando la capacidad humana del hacer. Las revitalizadas comisiones de trabajo y economía solidaria apuestan a desoir -no sin dificultades y tentaciones- las 'loas' mercantiles y estatalistas que pugnan por desarticular o domesticar los embriones de autogestión asamblearia, plasmados en emprendimientos productivos, de distribución y consumo de diferente envergadura.
La política en sentido estricto es destituida, siendo la disciplina y el sacrificio reemplazados por el trabajo alegre y voluntario que apuesta a una creciente expansión del campo de lo posible, en base a la utilización de fuentes y recursos no convencionales. Como expresó sin ruborizarse una vecina: 'no hacemos lo que podemos, y menos aún lo que debemos, sino lo que más nos gusta'. Esto ha permitido conquistar una legitimidad social considerable en la población, que ya no ancla en la práctica mediática que al inicio reificaban muchas asambleas a través de desgastantes movilizaciones hacia la Casa Rosada, supuesto emblema del 'poder'. Numerosos vecinos que quizás no participan más, físicamente, de la asamblea de su barrio, mantienen todavía una vinculación permanente con ella a través de variadas redes de intercambio y apoyo que exceden en demasía a la propia reunión semanal. A tal punto esto es así que en varias ocasiones, ocurre que el arraigo territorial de la asamblea es inversamente proporcional a la cantidad de miembros que la componen. De ser cientos de vecinos vociferando de manera caótica, hoy han quedado -luego de sucesivos tamices- comprometidos activistas que pueden ser vistos como sedimentos del 19 y 20, materializados en prácticas cooperantes, periódicos alternativos, bibliotecas y ollas populares, comisiones de trabajadores desocupados, talleres de serigrafía, de salud reproductiva y de autoempleo, merenderos, grupos de arte callejero, y un conjunto más de actividades colectivas, allí donde antes existían bancos quebrados, predios abandonados, terrenos baldíos, espacios privatizados o lazos de solidaridad rotos. En esta edificación, medios y fines instituyen una reciprocidad inmanente.
En la actualidad, varios son los interrogantes que atraviesan a las asambleas: cómo articular lo estrictamente barrial con las luchas nacionales, regionales y hasta mundiales que se desenvuelvan a diario de forma dramática, o cuáles deben ser los criterios que fomenten la construcción de nuevas relaciones sociales duraderas sin perder la creatividad exploratoria que constituye la columna vertebral del movimiento. Las respuestas, por supuesto, no son meramente teóricas, sino un producto de la praxis que se va delineando en el propio andar.
Cierto es que algunas asambleas han desaparecido, otras sufrieron divisiones, y muchas sobreviven al calor de la intemperie y la fragmentación, con unos pocos vecinos que a fuerza de pulmón y alegría batallan contra la soberbia del poder. No obstante, luego de sucesivas marchas, represiones, rupturas, abandonos y frustraciones, siguen apostando a construir una nueva manera de hacer política, anclada en una temporalidad opuesta a la electoral. La cuestión es saber si estamos dispuestos a ejercer prácticas de in(ter)vención desde su núcleo vivencial, para que -tal como añoraban los surrealistas del siglo pasado- nuestros sueños conmuevan la realidad.