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Tony Negri


Entrevista a Toni Negri, filosofo y coautor de 'Imperio'
«El G-8 es una caricatura; la globalización exige la participación de todos»


Junto con el profesor de la Universidad de Duke Michael Hardt, Negri se ha lanzado a la tarea de reiniciar el pensamiento comunista desde cero. El resultado es Empire, un libro calificado ya como el más importante del último decenio. Negri aboga, durante esta entrevista, por salir de la vieja concepción marxista-leninista del imperialismo.
ROMA.- Empire (Imperio) es probablemente el éxito editorial más extraño de las dos últimas décadas en Estados Unidos. Que el New York Times califique como el más importante del último decenio este libro revolucionario, redactado por un joven profesor de la Universidad de Duke (Michael Hardt) y un pensador marxista, criminalizado y casi borrado del horizonte italiano (Antonio Negri), es ya notable.
Que la edición se haya agotado de inmediato y que traducciones a más de 10 lenguas estén disponibles, da cuenta de hasta qué punto Imperio apunta en la diana exacta de las preocupaciones de un mundo estupefacto ante sus propias mutaciones.
¿Qué es Imperio? Un trabajo académico espectacular, sí. Pero, ante todo, un envite: reiniciar el marxismo desde cero. Y refundamentar una política comunista ajena al socialismo (tanto el soviético como el socialdemócrata). Con todos los riesgos de la hipérbole: Empire es el intento de escribir El Capital del siglo XXI.
Las últimas veces que charlé con mi viejo amigo Toni Negri en la ciudad de Roma, la conversación había de ser interrumpida por su retorno nocturno a la cárcel de Rebibbia. Hace menos de dos meses que ese brutal recordatorio de los años de plomo se ha roto. Aun cuando su situación penal sigue siendo la de «libertad vigilada».
- Imperio. No imperialismo. Toda la reinvención del marxismo, que 'Empire' trata de acometer, gira en torno a este matiz.
Es un envite esencial. Hay que salir de lo que ha sido la vieja concepción marxista-leninista, conforme a la cual el imperialismo es la expansión del capitalismo nacional hacia espacios mundiales, que crea una jerarquía a través de la centralidad de las grandes potencias. Todo eso es un marco periclitado. El Estado nación no es ya el sujeto del desarrollo mundial capitalista. El mercado global es una realidad, en la cual las naciones van a diluirse. No estamos diciendo que el Estado nación ya no exista, pero sí que se da una transferencia esencial de su soberanía.
- Esta tesis de la desmaterialización del sujeto del dominio prolonga lo que escribía usted en los 80 acerca del primado de la mercancía inmaterial.
Insistimos mucho, en este libro, acerca de esta relación entre la reorganización de la producción a nivel mundial y la forma del mando que se ejerce sobre ella. Cada vez más, los elementos que están ligados a la circulación de mercancías y servicios inmateriales, a los problemas de la reproducción de la vida, pasan a ser centrales. Un poder que intente seguir ese contexto vital debe adecuarse a ello. Todo ello concierne más a la forma del mando que al lugar desde el cual se ejerce. Pensamos que no hay un lugar de centralización del imperio, que es preciso hablar de un no lugar. No decimos que Washington no sea importante: Washington posee la bomba. Nueva York posee el dólar. Los Angeles posee el lenguaje y la forma de la comunicación. Pero los lugares del mando lo atraviesan todo, allá donde hay nuevas jerarquías y nuevas formas de explotación.
- Escribe usted que «el imperio no está en América, ni en Wall Street, ni en Washington, ni en Nueva York, está por todas partes, en red, se reproduce en el orden global». Eso lo diferencia del antiamericanismo de los antiglobalizadores.
Estamos de acuerdo en lo que concierne a las grandes potencias. El G-8 es una caricatura. Que no haya lugar no significa que no haya una genealogía del poder. ¿Cuál? Nosotros pensamos que ese poder está construido como una aristocracia -productiva y mercantil-, que domina el planeta. Estoy convencido de que la globalización exige una participación de todos los patronos en función del capital colectivo; si no se plantea así, se cae en una simple defensa del país- nación. No creo que suceda con la mayor parte de los movimientos antiglobalización, pero sí con algunos.
- En 'Empire', plantean ustedes el problema al revés, al afirmar que «contra todos los moralismos y las posturas del resentimiento y la nostalgia, debemos decir que estos nuevos terrenos imperiales proveen mayores posibilidades de creación y liberación».
Sí, no tiene sentido soñar una marcha atrás. El imperio configura la nueva realidad a partir de la cual es preciso plantearse las formas de lucha contra el capital y el capitalismo global. Esto es extraordinariamente importante. Para comprender bien las cosas, tal vez sea necesario dar un paso atrás y un paso adelante. El paso atrás es la situación en la cual nos hallamos hoy: una situación determinada por las luchas a nivel central y a nivel del Tercer Mundo. Las luchas obreras en el centro y las luchas anticoloniales en la periferia horadaron, en los años sesenta, el poder del Estado nación y fueron una gran fuerza de ruptura. La determinación capitalista, llegados a ese punto, produjo un salto, una reorganización de los espacios de mando y de las técnicas generales a aplicar. El paso atrás es éste: la creación del mundo global, del mundo de la globalización, es el resultado de un proceso de lucha; la derrota de las luchas obreras, al igual que las del Tercer Mundo, es una derrota que, sin embargo, dejó una enorme precariedad en el mando del capital. Ahí se planteó la gran dificultad: salir del modelo nacional del mando capitalista; salir del modelo moderno.
- ¿No tiene usted la impresión de ver reaparecer en ese movimiento antiglobalización elementos de «utopía negativa», de esa mitológica añoranza de un pasado imaginario, un poco a la manera de los obreros que, en el siglo XIX, llamaban a destruir las «diabólicas» máquinas, para volver al bello tiempo del artesanado premaquínico?
No sé. Yo tengo una visión más abierta. Sin negar que, desde luego, esos son elementos absolutamente negativos. Pero hay que comprender que salimos de una veintena de años de desierto. Y esta reconstrucción de un movimiento de tal intensidad nos hace pensar en los preludios de las otras épocas de grandes cambios. Estamos en un momento en el cual se atisba la apertura de un ciclo de luchas. Las llamamos proletarias, no en el significado original de la palabra, sino refiriéndolas a gentes que viven, en mayor o menor medida, en situación de pobreza. Pero que, también, por otro lado, incluyen la emergencia de potencias intelectuales: la fuerza de trabajo, hoy, se ha convertido en una fuerza intelectual, inmaterial confrontada a una pobreza real.
- La hipótesis de lucha que atraviesa 'Empire' está marcada por lo que ustedes definen como la presencia del Tercer Mundo en el corazón mismo del Primero. La geografía del poder se habría disuelto.
Hemos insistido mucho sobre eso y creo que hemos llegado a un cierto nivel de demostración. Las elites del Tercer Mundo poscolonial son elites cada vez más integradas al mercado mundial. Dicho en tono de broma: si tienes el dinero para enviar a tus hijos a estudiar a Harvard e invertir en Wall Street, aunque vivas en Africa Central o en China o en Rusia, eres parte del Primer Mundo. Como contrapartida, el Tercer Mundo nos lo encontramos en las periferias de todas las grandes ciudades del planeta y, sobre todo, en los movimientos de población. Hemos insistido mucho sobre esta catástrofe demográfica, sobre estos éxodos bíblicos que se dan hoy en la reorganización del mundo. Y esta reorganización abole, cada vez más, la distinción entre Primer y Tercer Mundo. El Segundo se ha suicidado.
- ¿No hay un cierto milenarismo en la suposición de que esta masa migratoria vehicule la potencia revolucionaria o, en todo caso, renovadora? ¿No podría, al menos en teoría, producirse la hipótesis contraria: una regresión ideológica, política, religiosa incluso, extremadamente arcaizante?
Bueno, nosotros no decimos que esos movimientos migratorios sean una fuerza revolucionaria.
- Pero sí, que son una potencia de destrucción de lo establecido.
Eso sí. Porque son portadores de contradicciones extremadamente fuertes y, por tanto, portadores de potencia nueva. El segundo volumen de Empire, que estamos preparando, se centrará precisamente sobre los problemas de organización a través de las metamorfosis, la definición de las nuevas potencias. Hay que subrayar algo importante. A medida que la producción se transforma en producción intelectual, inmaterial, las relaciones entre el trabajo y sus expresiones se hacen inmediatas: no se precisa ya de nadie que proporcione instrumentos de trabajo, cada cual lleva consigo, en esa migración, su cerebro, que es el instrumento. El poder capitalista estaba casi siempre basado sobre el anticipo de los medios; hoy, ese proceso se hace cada vez menos importante. A partir de ahí, incluso la espontaneidad debe ser replanteada en términos nuevos. Jamás he estado de acuerdo con un espontaneísmo que mitificase la conciencia de clase, pero hoy las cosas han cambiado por completo. La relación entre saber hacer, fuerza de trabajo, conciencia e imaginación es inmediata. Otro argumento: la política se convierte, cada vez más, en biopolítica. Lo investido por el imperio y el proceso de globalización son las formas mismas de la vida, los estilos de vida. Y esas formas de vida pasan a ser fundamentales, incluso para valorizar la producción. Cuando decimos que los instrumentos de trabajo se forman más bien a través la cooperación que a través del anticipo de medios o de dinero por parte del capital, estamos diciendo cosas de una extraordinaria trascendencia. Decir, por ejemplo, que la cohesión social, las relaciones sociales son lo más importante -y no desde un punto de vista político, sino productivo-, que la cooperación lingüística pasa a ser esencial en la creación de valor. En suma: la vida, sus lenguajes, sus formas pasan al primer plano. Eso es la inmediatez de lo político, el renacimiento de lo político.
- Frente a esa irrupción difusa de lo político en la vida, la política institucional se degrada. «La corrupción» -tal y como escribe usted- «ha tomado el lugar de la democracia».
A medida que las viejas formas del Estado van desapareciendo y una gobernación continua, sin límites, va desarrollándose, la legalidad estatal del Estado nación deja de existir, el comercio internacional es dominado por la lex mercatoria, es decir, por los acuerdos entre las empresas.
En resumen, nos hallamos en una situación en la cual, el contrato entre grandes empresas es fundamento de Derecho, fuente de Derecho. La corrupción pasa a ser la forma en la cual la vida se desarrolla. No se puede denunciar la existencia de contaminaciones o interferencias mafiosas. En realidad, las formas más elegantes del ejercicio del poder tienen escasísimas diferencias con eso. El verdadero problema es el de comprender cuáles son las dificultades de construcción de un nuevo Derecho consensual real.
- Desde final de la década de los 80, el pensamiento de matriz revolucionaria se extinguía en un callejón sin salida. El primer atractivo de su libro ha sido replantear conceptos vetados durante una década y media: revolución, comunismo... Y reivindicarlos. ¿Qué quiere decir hoy, para ustedes, «ser comunista»?
Dos o tres cosas importantes. Por un lado, el fin de la explotación, de esta explotación que, cada vez en mayor medida, ha pasado a ser algo que atraviesa los intercambios más abstractos. El final del socialismo real y de las prácticas burocráticas del socialismo no ha venido acompañado por el fin de la explotación. Sin embargo, la potencialidad del trabajo ha sufrido una transformación extraordinaria. Somos comunistas, hoy, desde nuestra consideración de que se puede liberar el trabajo. Estamos convencidos de que el trabajo sigue siendo todavía el elemento fundamental, a través de esas transformaciones que hemos sido los primeros en analizar desde hace dos o tres décadas. Nuestra apuesta comunista es hoy: a favor del trabajo, contra la explotación. Mi comunismo es la vida contra la
explotación.
Gabriel Albiac
El Mundo