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Compañeras

20 de octubre del 2003

Charla en el Centro Cultural Rosa Luxemburgo, sábado 18 de octubre de 2003
Un análisis del rol destacado de las mujeres socialistas en la lucha contra la opresión y de las mujeres obreras en el inicio de la Revolución Rusa
Andrea D'Atri

Cuando me pidieron que, en el aniversario de la revolución rusa planteara su relación con la situación de las mujeres, pensé que podía hablar de cómo las obreras textiles fueron la avanzada de la revolución. O de cuáles fueron las enormes conquistas de la revolución para la situación de las mujeres.

Pero cuando estaba escribiendo sobre eso recapacité que era necesario plantear cuál es la relación que existe entre el marxismo revolucionario y la lucha por la emancipación de las mujeres.

Después de tantos años en que el stalinismo ha desfigurado al marxismo frente a los ojos de las masas; más aún, después de esta última década en que, caído el stalinismo, el imperialismo se ha solazado con la superchería de un triunfo internacional de la democracia capitalista, me parecía que no podía dejar de lado esa explicación.

El feminismo reapareció en la escena mundial en la década del '70, en lo que se ha denominado "la segunda ola", demostrando, fundamentalmente, la brutalidad, la ignorancia y el desprecio del stalinismo hacia las mujeres. Pero lo hicieron bajo la bandera de combatir el esquematismo, el dogmatismo y el sectarismo del marxismo. Nadie señaló que marxismo revolucionario no era equiparable al stalinismo, sino más bien su negación. Nadie se encargó de aclarar que el stalinismo es tan realmente la negación del marxismo revolucionario, que la mayoría de las mujeres y hombres que tomaron parte activa y dirigente en la Revolución Rusa fueron deportados, torturados y fusilados en los campos de concentración de la Unión Soviética bajo el régimen de Stalin.

Pero la idea que predomina es que stalinismo y marxismo fueron y son lo mismo. Por el contrario, el marxismo revolucionario -lejos de ser una teoría difícil con cuyo análisis vanagloriarse en las academias- es la expresión concentrada de las experiencias históricas de la clase obrera y, especialmente, de sus sectores más explotados. Por eso, el marxismo revolucionario no puede ser ajeno a la opresión de las mujeres, las más pobres de entre los pobres, las más oprimidas de entre los oprimidos, las más explotadas de entre los explotados.

Siempre que el marxismo se mantuvo unido a la lucha revolucionaria, estuvo unido a las mujeres. Cuando hubo marxistas que dejaron de serlo, pasándose al campo de la reacción, abandonaron esta relación con la cuestión de la mujer e incluso cumplieron un rol abiertamente contrarrevolucionario.

Mi propósito es mostrar, entonces, cuál ha sido la relación entre el marxismo revolucionario y la lucha de las mujeres por su emancipación, para entender el papel de las mujeres en la Revolución Rusa y el papel del marxismo revolucionario en la lucha por la emancipación de las mujeres.

***

En primer lugar, podemos decir que la revolución rusa encuentra un antecedente gigantescamente heroico en las barricadas proletarias de la Comuna de París de 1871.

Cuando las fuerzas enemigas del ejército prusiano rodearon París, el hambre obligó a la ciudad a rendirse, el 28 de enero de 1871. Dos semanas más tarde el gobierno francés votó a favor de la paz. El pueblo de París denunció al gobierno nacional que había concertado una paz humillante y la Guardia Nacional Parisina se negó a entregar las armas; entonces, el gobierno se tuvo que trasladar a Versalles y desde allí preparó el ataque sobre París para someter a los rebeldes.

La rebelión del pueblo de París instaló entonces, el 18 de mayo de 1871, un poder revolucionario comunal y exhortó a los municipios franceses a imitar su ejemplo y a unirse en una federación. Este primer gobierno obrero y popular de la historia, en poco tiempo, decretó la separación de la Iglesia del Estado, la revocabilidad de todos los cargos de gobierno, la obligación de que los parlamentarios no cobraran más que el salario de un trabajador y la igualdad de derechos para las mujeres.

El jefe del poder ejecutivo aceleró el ataque contra los rebeldes bajo la mirada de aceptación de los prusianos. La resistencia de la gloriosa comuna de París sólo pudo quebrarse después de semanas de sangrientas luchas que concluyeron con atroces represalias y costaron entre 10.000 y 20.000 vidas, una de las represiones más crueles que registra la historia.

Valerosas mujeres participaron ardientemente de la Comuna, empuñando las armas, resistiendo contra las tropas del gobierno francés y los prusianos, hasta que la derrota les impuso la muerte en combate, las deportaciones y los fusilamientos.

Los diarios de la época describen a las comuneras con palabras como éstas: "una de ellas, de diecinueve años, portando un fusil se batió como un demonio" o, por ejemplo, "Vi a una joven hija vestida de guardia nacional marchar con la cabeza en alto entre los prisioneros cabizbajos. Esta mujer, grande, sus largos cabellos rubios flotando sobre su espalda, desafió a todo el mundo con la mirada." El corresponsal en París del diario Times de EE.UU., telegrafiaba a sus oficinas: "Si la nación francesa no se compusiera más que de mujeres, qué nación terrible sería."

Esas mujeres terribles eran trabajadoras, mujeres de los barrios populares, pequeñas comerciantes, maestras, prostitutas y "arrabaleras". Se habían organizado en clubes revolucionarios, como el Comité de Vigilancia de las Ciudadanas o la Unión de Mujeres para la Defensa de París, entre otros.

Algunos historiadores sostienen que, durante los últimos día de la Comuna, las mujeres resistieron más tiempo que los hombres tras las barricadas. Finalmente, se sometió a 1.051 mujeres a consejos de guerra, y fueron encarceladas, deportadas y fusiladas.

Una de las activistas más destacadas de la Comuna fue una extranjera: Elizabeth Dimitrieff. Ella había sido enviada especialmente en representación de la Asociación Internacional de los Trabajadores, la Iº Internacional, a solidarizarse con la Comuna, donde finalmente cumplió un gran papel organizando a las mujeres en la Unión de Mujeres para la Defensa de París.

Amiga personal de Marx, Elizabeth había organizado la sección femenina de la Iº Internacional, donde también tenía un rol destacado la organizadora sindical inglesa Henriette Law, quien fue miembra del Consejo General.

La incorporación de estas mujeres a la Internacional, junto con el propósito de organizar una sección de mujeres trabajadoras, fue el resultado de una batalla política que dieron Marx y Engels contra algunas corrientes que integraban la Iº Internacional como la corriente anarco-sindicalista que encabezaba el francés Proudhon.

Los anarco-sindicalistas querían conservar la propiedad privada. Su planteo central consistía en reformar la sociedad burguesa formando sociedades cooperativas. Proudhon se oponía a los métodos obreros: estaba en contra de los sindicatos, deploraba las huelgas y repudiaba la participación directa en política.

En relación con las mujeres, esta corriente sostenía que no debían participar de la producción y menos aún de la política, ya que las mujeres debían permanecer en el hogar. La mujer tenía sólo dos destinos posibles, que el mismo Proudhon simplificaba con estas palabras: "ama de casa o prostituta".

Marx, por el contrario, en su monumental análisis de la sociedad capitalista, denunciaba la incorporación masiva de mujeres y niños a la producción, denunciaba las condiciones de trabajo a las que se veía sometido este "nuevo proletariado" pero bregaba, justamente, porque las mujeres pudieran organizarse, sindicalizarse, participar igual que los hombres de la clase obrera en la lucha contra la explotación.

***

Las diferencias al interior de la Iº Internacional se hicieron insostenibles. Finalmente en 1889 se funda la IIº Internacional que puso de pie a amplias masas de trabajadores en numerosos países, los organizó en sindicatos y partidos políticos obreros y preparó el terreno para el movimiento obrero masivo independiente.

En 1891, cuando en los países más adelantados las mujeres salían a las calles reclamando el derecho al voto en lo que se denominó la "primera ola" del feminismo, el Partido Socialista Alemán, uno de los más importantes de la IIº Internacional, inscribía en su programa la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer.

Clara Zetkin fue la organizadora de la sección femenina de este partido y publicó el periódico "La Igualdad", que fue el canal de expresión más importante de las mujeres socialistas de esta época.

Ella cumplió un gran papel en el momento crucial de la Iº Guerra Mundial, cuando la mayoría de su propio partido aprobó la participación en la guerra, donde miles de obreros se enfrentaron en las trincheras a otros miles de obreros, yendo en contra de todos los principios proletarios revolucionarios, rompiendo la unidad internacional de la clase en una guerra donde las burguesías nacionales se enfrentaban unas a otras por sus propios intereses.

En este período de la Iº Guerra Mundial, a principios del siglo XX, las mujeres ingresaron masivamente a la producción en todos los países que participaron de la guerra.

En toda Europa las mujeres ingresaron masivamente a las fábricas, las empresas y las oficinas del Estado. Y esto no es un dato menor para poder entender, también, el papel de las mujeres en la Revolución Rusa, como veremos más adelante.

Pero la situación de las mujeres durante la guerra fue verdaderamente insoportable. Las extenuantes jornadas de trabajo -incluso en la industria pesada- que se prolongaban en los hogares agravaron la salud de las mujeres y aumentaron los índices de mortalidad. Las condiciones de vida empeoraron por la inflación, la escasez y la miseria. La neurosis y las enfermedades mentales se propagaron como consecuencia de estas privaciones, del agotamiento y la angustia por esposos, hijos y hermanos que se encontraban en el frente de batalla.

El resultado fue que, en la mayor parte de los países intervinientes, estallaron violentos motines de mujeres contra la guerra y la inflación. En 1915, las trabajadoras de Berlín organizaron una manifestación masiva en dirección al parlamento, contra la guerra. En París, en 1916, las mujeres atacaron los almacenes y desvalijaron los depósitos de carbón. En junio de 1916, en Austria hubo una insurrección de tres días cuando las mujeres empezaron a manifestarse también contra la guerra y la inflación. Después de la declaración de guerra y durante la movilización de las tropas, las mujeres se tendieron en las vías de ferrocarril para retrasar la salida de los soldados. En Rusia, en 1915, las mujeres fueron las instigadoras de los disturbios que se propagaron a partir de San Petersburgo y Moscú hacia todo el país.

Intentando explicar este levantamiento de las trabajadoras contra la guerra en los principales países y buscando cómo sacar conclusiones de estas luchas para enfrentar la guerra mundial, Clara Zetkin convoca a un Congreso Internacional de Mujeres Socialistas, en la ciudad de Berna, en marzo de 1915. Participaron 70 delegadas alemanas, francesas, inglesas, holandesas, rusas, italianas y suizas.

La resolución adoptada por esta conferencia condenó la guerra capitalista, bajo la consigna de "guerra a la guerra". Pero encarcelada desde el 23 de julio al 12 de octubre y enferma del corazón, Clara Zetkin ya no pudo intervenir activamente en esta lucha. Tras prohibírsele el uso de la palabra en público en 1916, se la excluye del Partido Socialdemócrata Alemán y junto con 20.000 militantes más formó un grupo que se opuso a la línea mayoritaria de la socialdemocracia alemana.

Ya había habido otros dos Congresos Internacionales de Mujeres Socialistas, el de Stuttgart en 1907 y el de Copenhague en 1910, donde las mujeres socialistas se habían pronunciado por el sufragio femenino, la lucha por el mantenimiento de la paz, contra el acaparamiento y la carestía de vida, el problema de Finlandia sometida a la represión del zarismo y los seguros sociales para la mujer y el niño. También en este último congreso de 1910, a propuesta de Clara Zetkin, se instituyó el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer. Pero el tercer congreso, el de Berna, se transformó en la primera conferencia socialista internacional en contra de la guerra.

Mientras tanto, las mujeres feministas que habían dirigido movilizaciones de miles de mujeres por el derecho al voto, se alinearon con sus respectivos gobiernos nacionales, colaborando en la economía de guerra. Hubo algunas que dijeron que a partir de ese momento "la mujer de mi enemigo, es mi enemigo". Otras como las conocidas inglesas de la familia Pankhurst, que habían encabezado motines de mujeres por el sufragio, quemando buzones, rompiendo vidrieras plantearon que las mujeres debían servir a la patria durante la guerra y dejar a un lado sus intereses momentáneamente.

El internacionalismo y la lucha contra la guerra quedó, exclusivamente, en manos de los socialistas revolucionarios, y como vemos, quienes se adelantaron en esta lucha contra la guerra fueron las mujeres revolucionarias como Clara Zetkin, Rosa Luxemburgo, Inés Armand, Nadezna Krupskaia y otras.

Unos meses más tarde que la reunión de las mujeres socialistas en Berna, se realizó otra reunión de todos los partidos socialistas revolucionarios que integraban la IIº Internacional pero se oponían a la guerra; una conferencia que es más conocida por los marxistas revolucionarios que la de las mujeres en Berna, la conferencia de Zimmerwald.

Allí, los bolcheviques plantearon que, debido a la traición de la socialdemocracia alemana que votaba a favor de participar en la guerra, era necesaria la inmediata creación de una nueva organización internacional de los trabajadores.

Lenin fue el vocero de esta posición, pero su propuesta fue rechazada por 19 votos contra 12. Clara Zetkin no pudo estar presente. La conferencia de Zimmerwald se abrió con el saludo a Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin que, justamente, se encontraban encarceladas en Alemania por su oposición a la guerra.

Más tarde, en abril de 1916, en Kienthal, cerca de Berna, los internacionalistas volvieron a reunirse como en Zimmerwald. Lenin volvió a insistir con la decadencia de la IIº Internacional y su irremediable hundimiento y se avanzó en la constitución de lo que luego fuera la IIIº Internacional, la Internacional Comunista, fundada en 1919.

Rosa Luxemburgo, frente a la guerra y la posición traidora de la socialdemocracia señaló: "Esta guerra mundial significa un retroceso hacia la barbarie. El triunfo del imperialismo conduce a la destrucción de la civilización, esporádicamente durante una guerra moderna y hasta el final si el período de guerras mundiales que ha comenzado ahora es llevado hasta sus últimas consecuencias. Nos vemos enfrentados hoy con la elección, tal como predijera Engels cuarenta años atrás: o bien el triunfo del imperialismo y con él la degeneración, disminución de la población, un vasto cementerio; o la victoria del socialismo, resultado de la lucha consciente de la clase obrera internacional trabajando contra el imperialismo y su método, la guerra." La bancarrota de la IIº Internacional estaba a la luz. Su colaboración con la burguesía nacional de los estados beligerantes condujo a la masacre de millones de obreros, enfrentados en las trincheras por la defensa de los intereses de sus patrones. Clara Zetkin dijo en 1919: "La vieja Internacional ha muerto en la vergüenza: jamás podrá ser resucitada." *** Mientras tanto ya se había vivido la experiencia de la Revolución Rusa, abierta en febrero y culminada en octubre de 1917. La revolución de febrero se inició el día 23, que en el calendario occidental corresponde al 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer que ya se conmemoraba en todo el mundo a instancias de la socialista Clara Zetkin.

En su "Historia de la Revolución Rusa", León Trotsky relata los acontecimientos de febrero de 1917 con estas palabras:

"El 23 de febrero era el Día Internacional de la Mujer. Los elementos socialdemócratas se proponían festejarlo en la forma tradicional: con asambleas, discursos, manifiestos, etc. A nadie se le pasó por las mentes que el Día de la Mujer pudiera convertirse en el primer día de la revolución. Ninguna organización hizo un llamamiento a la huelga para ese día. La organización bolchevique más combativa de todas, el Comité de la barriada obrera de Viborg, aconsejó que no se fuese a la huelga. Las masas -como atestigua Kajurov, uno de los militantes obreros de la barriada- estaban excitadísimas: cada movimiento de huelga amenazaba convertirse en choque abierto.

(...). Al día siguiente, haciendo caso omiso de sus instrucciones, se declararon en huelga las obreras de algunas fábricas textiles y enviaron delegadas a los metalúrgicos pidiéndoles que secundaran el movimiento.

(...). Dábase por sentado, desde luego, que, en caso de manifestaciones obreras, los soldados serían sacados de los cuarteles contra los trabajadores.

(...). Es evidente, pues, que la Revolución de Febrero empezó desde abajo, venciendo la resistencia de las propias organizaciones revolucionarias; con la particularidad de que esta espontánea iniciativa corrió a cargo de la parte más oprimida y cohibida del proletariado: las obreras del ramo textil, entre las cuales hay que suponer que habría no pocas mujeres casadas con soldados. Las colas estacionadas a la puerta de las panaderías, cada vez mayores, se encargaron de dar el último empujón. El día 23 se declararon en huelga cerca de 90.000 obreras y obreros. Su espíritu combativo se exteriorizaba en manifestaciones, mítines y encuentros con la policía. El movimiento se inició en la barriada fabril de Viborg, desde donde se propagó a los barrios de Petersburgo.

(...). Manifestaciones de mujeres en que figuraban solamente obreras se dirigían en masa a la Duma municipal pidiendo pan. Era como pedir peras al olmo. Salieron a relucir en distintas partes de la ciudad banderas rojas, cuyas leyendas testimoniaban que los trabajadores querían pan, pero no querían, en cambio, la autocracia ni la guerra. El Día de la Mujer transcurrió con éxito, con entusiasmo y sin víctimas.

(...). Al día siguiente, el movimiento huelguístico, lejos de decaer, cobra mayor incremento: el 24 de febrero huelgan cerca de la mitad de los obreros industriales de Petrogrado. Los trabajadores se presentan por la mañana en las fábricas, pero se niegan a entrar al trabajo, organizan mítines y a la salida se dirigen en manifestación al centro de la ciudad. Nuevas barriadas y nuevos grupos de la población adhieren al movimiento. El grito de "¡Pan!" desaparece o es arrollado por los de "¡Abajo la autocracia!" y "¡Abajo la guerra!".

(...). El 25 la huelga cobró aún más incremento. Según los datos del gobierno, este día tomaron parte en ella 240.000 obreros. Los elementos más atrasados forman detrás de la vanguardia; ya secundan la huelga un número considerable de pequeñas empresas; se paran los tranvías, cierran los establecimientos comerciales. En el transcurso de este día se adhieren a la huelga los estudiantes universitarios. A mediodía afluyen a la catedral de Kazan y a las calles adyacentes millares de personas. Intentan organizarse mítines en las calles, se producen choques armados con la policía. La policía montada abre el fuego. Un orador cae herido.

(...). El soldado de caballería se eleva por encima de la multitud, y su espíritu se halla separado del huelguista por las cuatro patas de la bestia. Una figura a la que hay que mirar de abajo arriba se representa siempre más amenazadora y terrible. La infantería está allí mismo, al lado, en el arroyo, más cercana y accesible. La masa se esfuerza en aproximarse a ella, en mirarle a los ojos, en envolverla con su aliento inflamado. La mujer obrera representa un gran papel en el acercamiento entre los obreros y los soldados. Más audazmente que el hombre, penetra en las filas de los soldados, coge con sus manos los fusiles, implora, casi ordena: "Desviad las bayonetas y venid con nosotros". Los soldados se conmueven, se avergüenzan, se miran inquietos, vacilan; uno de ellos se decide: las bayonetas desaparecen, las filas se abren, estremece el aire un hurra entusiasta y agradecido; los soldados se ven rodeados de gente que discute, increpa e incita: la revolución ha dado otro paso hacia adelante.

(...). Los obreros no se rinden, no retroceden, quieren conseguir los que les pertenece, aunque sea bajo una lluvia de plomo, y con ellos están las obreras, la esposas, las madres, las hermanas, las novias.

(...). Así amaneció sobre Rusia el día del derrumbamiento de la monarquía de los Romanov.

(...). La revolución les parece indefensa a los coroneles, verbalmente decididos, porque es aún terriblemente caótica: por dondequiera, movimientos sin objetivos, torrentes confluentes, torbellinos humanos, figuras asombradas, capotes desabrochados, estudiantes que gesticulan, soldados sin fusiles, fusiles sin soldados, muchachos que disparan al aire, clamor de millares de voces, torbellino de rumores desenfrenados, falsas alarmas, alegrías infundadas; parece que bastaría entrar sable en mano en ese caos para destruirlo todo sin dejar rastro. Pero es un torpe error de visión. El caos no es más que aparente. Bajo este caos se está operando una irresistible cristalización de las masas en un nuevo sentido. Estas muchedumbres innumerables no han determinado aún para sí, con suficiente claridad, lo que quieren; pero están impregnadas de un odio ardiente por lo que ya no quieren. A sus espaldas se ha producido un derrumbamiento histórico irreparable ya. No hay modo de volver atrás."

Antes había señalado que las mujeres, durante la Iº Guerra Mundial ingresaron masivamente a la producción, por la falta de fuerza de trabajo masculina.

En Rusia, durante la guerra, cuando fueron movilizados al frente casi 10 millones de hombres -en su mayoría campesinos-, las mujeres se convirtieron en obreras agrícolas alcanzando a representar al 72% de los trabajadores rurales. En las fábricas, pasaron de ser el 33% de la fuerza de trabajo en 1914, al 50% en 1917. Fueron estas mujeres trabajadoras las que el 23 de febrero de 1917 manifestaron reclamando paz, pan y tierra.

Bajo el gobierno provisional de Kerensky, que se constituyó como resultado de esta revolución de febrero que derrocó al zar, las mujeres rusas accedieron al derecho al voto y a ser votadas. Este derecho se promulgó el 20 de julio de 1917. Un derecho que en los países más adelantados del mundo en ese entonces, como Inglaterra y EE.UU., se consigue en 1918 y 1920, respectivamente.

Con la revolución proletaria de octubre de 1917, encabezada por el Partido Bolchevique, las mujeres soviéticas alcanzaron, antes que las mujeres de los países capitalistas más avanzados del mundo, algunos derechos insoslayables.

El nuevo estado obrero concedió amplios derechos jurídicos y políticos como el derecho al divorcio, al aborto, la eliminación de la potestad marital, la igualdad entre el matrimonio legal y el concubinato, etc. En la elaboración de esta nueva legislación tuvo un papel preponderante la figura de Alexandra Kollontai. Fue la primera mujer elegida por el Comité Central del Partido Bolchevique en 1917 y la primera en ocupar un puesto de gobierno en el nuevo estado: Comisaria del Pueblo para la Salud, un cargo equivalente a Ministro. Mas tarde fue la primera mujer embajadora de la historia.

Pero el logro más importante de la revolución fue haber sentado las bases para un pleno y verdadero acceso de la mujer a los dominios culturales y económicos. De poco hubiera servido el derecho al voto si las mujeres -esclavas domésticas, según la definición de Lenin- hubieran seguido siendo las únicas que cargaran con las obligaciones del hogar familiar, las más limitadas en su acceso a la educación, las que no tenían ningún acceso a la producción.

El IIIº Congreso de la Internacional Comunista se pronunció con la siguiente resolución sobre la cuestión de la mujer: "El derecho electoral no suprime la causa primordial de la servidumbre de la mujer en la familia y en la sociedad y no soluciona el problema de las relaciones entre ambos sexos. La igualdad no formal sino real de la mujer sólo es posible bajo un régimen donde la mujer de la clase obrera sea la poseedora de sus instrumentos de producción y distribución, participe en su administración y tenga la obligación de trabajar en las mismas condiciones que todos los miembros de la sociedad trabajadora."

Las tareas domésticas llevadas a cabo por las mujeres, de manera individual y aislada en sus hogares debían ser sustituidas, según los revolucionarios, por un sistema de servicios sociales garantizados por el Estado: guarderías, jardines de infantes, lavanderías y comedores colectivos, hospitales, cines, teatros.

Según palabras de León Trotsky en su libro "La Revolución Traicionada", en el análisis de los revolucionarios las funciones económicas de la familia debían ser absorbidas por la sociedad socialista, permitiendo la unión de toda una generación por la solidaridad y la asistencia mutua, y proporcionando a la mujer una verdadera emancipación del yugo de las tareas domésticas.

Sin embargo, tal como señala Trotsky en ese mismo libro, no fue posible tomar por asalto la antigua familia. La sociedad fue demasiado pobre y demasiado poco civilizada. La emancipación verdadera de la mujer fue imposible en el terreno de la miseria socializada. Además de la imperiosa necesidad económica, que limitó el desarrollo de la socialización de los servicios tales como guarderías, lavaderos, comedores, etc, lo cierto es que la afirmación de la burocracia stalinista en el poder del Estado desenterró el viejo culto a la familia ya que tenía la necesidad "de una jerarquía estable de las relaciones sociales, y de una juventud disciplinada por cuarenta millones de hogares que sirven de apoyo a la autoridad y el poder."

Como no podía ser de otro modo, la desigualdad creciente entre una capa de administradores y miembros del partido y el conjunto de la clase obrera soviética se expresaba también entre las mujeres. En la Revolución Traicionada, Trotsky señala: "La condición de la madre de familia, comunista respetada que tiene una sirvienta, un teléfono para hacer sus pedidos a los almacenes, un auto para transportarse, etc, es poco similar a las de la obrera que recorre las tiendas, hace las comidas, lleva a sus hijos al jardín de infancia. Ninguna etiqueta socialista puede ocultar este contraste social, no menos grande que el que distingue en todo país de Occidente a la dama burguesa de la mujer proletaria."

A partir de 1926, bajo el régimen de Stalin, se instituye nuevamente el matrimonio civil como única unión legal. Más tarde se abolirá el derecho al aborto, junto con la supresión de la sección femenina del Comité Central y sus equivalentes en los diversos niveles de organización partidaria. En 1934 se prohíbe la homosexualidad, y la prostitución se convierte en delito. No respetar a la familia se convierte en una conducta "burguesa" o "izquierdista" a los ojos de la burocracia.

Stalin declara en 1936: "El aborto que destruye la vida es inadmisible en nuestro país. La mujer soviética tiene los mismos derechos que el hombre, pero eso no la exime del grande y noble deber que la naturaleza le ha asignado: es madre, da la vida."

Cuán lejos están estas palabras de las pronunciadas por Trotsky que, por el contrario, señalaba: "el poder revolucionario ha dado a la mujer el derecho al aborto, uno de sus derechos cívicos, políticos y culturales esenciales mientras duren la miseria y la opresión familiar, digan lo que digan los eunucos y las solteronas de uno y otro sexo." Y criticando los argumentos reaccionarios que esgrime la burocracia para reinstalar la prohibición del aborto dice que se trata de "Filosofía de cura que dispone, además, del puño del gendarme."

Esta aniquilación de las conquistas revolucionarias es acompañado por la instauración de la pena de muerte a partir de los 12 años, la autorización de la tortura y los masivos y arbitrarios fusilamientos que acabaron con la generación de viejos bolcheviques y con todos los que se atrevieron a plantear su oposición al régimen stalinista, fusilamientos que pasaron a la historia como los Juicios de Moscú.

Años más tarde, en 1943, Stalin disolvió la IIIº Internacional. Un año después, en 1944, se aumentan las asignaciones familiares, se crea la orden de la "Gloria Maternal" para la mujer que tuviera entre siete y nueve hijos y el título de "Madre Heroica" para la que tuviera más de diez. Los hijos ilegítimos vuelven a esta condición, que había sido abolida en 1917, y el divorcio se convierte en un trámite costoso y pleno de dificultades.

***

El marxismo revolucionario, sin embargo, a pesar de las atrocidades de Stalin, permaneció vivo en esas miles de mujeres y hombres que habían derrocado al zar y habían instaurado el poder de la clase obrera y el campesinado, pero que hoy eran deportados, desterrados y presos por el régimen.

En los fraudulentos juicios de Moscú, que comienzan en 1936, las mujeres constituyen entre el 12% y el 14% de los comunistas detenidos en campos de concentración, bajo los cargos de sabotaje, espionaje y "trotskismo". De entre esas miles de oposicionistas deportadas, desterradas, presas y fusiladas quiero destacar los nombres y las historias de dos mujeres: Eugenia Bosch y Tatiana Miagkova entre tantas otras mujeres que, valientemente, sostuvieron su lucha contra el stalinismo en las peores condiciones.

Eugenia Bosch nació en 1879 y en el 1900 se afilia al partido, alineándose con los bolcheviques desde 1903. En 1913 es deportada por sus actividades revolucionarias y dos años más tarde logra escapar y refugiarse en los EE.UU. A su regreso en Rusia, tras la revolución de febrero de 1917, desempeña un papel dirigente en el alzamiento de la ciudad de Kiev y en la guerra civil. Luego figura entre los firmantes de la Declaración de los 46, del 15 de octubre de 1923, en la que 46 miembros del partido bolchevique criticaban la posición de la dirección stalinista. Eugenia se suicidó, finalmente, en 1924, con tan sólo 45 años de edad, como acción de protesta contra el régimen.

La historia de Tatiana Miagkova es otro ejemplo de lo que sucedía con quienes se oponían a la burocracia stalinista. Es una de los 6.000 trotskistas que fueron asesinados en 1937, en uno de los campos de concentración más grandes de la zona de Siberia.

Cuando era estudiante, participó en la acción revolucionaria, y fue arrestada. La revolución de febrero de 1917 la liberó y adhirió al partido bolchevique. Después del fin de la guerra civil, recomienza sus estudios en Moscú y, en 1924, se instala en Ucrania. En 1926, se adhiere a la oposición encabezada por Trotsky y es excluida del partido comunista ruso, en 1927, por "trotskista". En 1928, es enviada al exilio en el mar Caspio. Continúa su actividad de oposicionista: organiza con los otros miembros exiliados de la oposición un grupo que se reúne en su departamento; recluta jóvenes de la localidad para la oposición; reproduce y difunde los documentos de la oposición entre los miembros del partido comunista y los jóvenes comunistas exiliados; propone a sus diversos contactos constituir un fondo de ayuda a los exiliados.

Es condenada al exilio por tres años, acusada de haber reeditado y difundido un folleto de la oposición. Cuando está exiliada, su marido que era un alto miembro del régimen en Ucrania, la viene a ver para intentar convencerla de renunciar a sus opiniones y a su actividad de oposicionista.

Tatiana Miagkova, a lo largo de largas y difíciles discusiones con su marido, terminó por rendirse a sus presiones y renunció públicamente a sus actividades políticas. Vuelve a Moscú con su marido, que se encuentra integrado al aparato del comité ejecutivo central del partido. Pero aunque Tatiana Miagkova cesó su actividad política, continuó expresando sus opiniones, que no habían variado. Y, el 12 de enero de 1933, es arrestada y condenada, nuevamente, pero esta vez a tres años de prisión y aislamiento.

El 28 de mayo de 1936, una conferencia especial de la KGB, la policía secreta del régimen, condena a Tatiana Miagkova a cinco años en un campo de concentración que los deportados llamaban "el crematorio blanco". De allí la enviaron a otro campo más al norte, cada vez más cerca del polo.

Un día de otoño de 1937, un contingente se detiene cerca del campamento donde ella vivía y reconoce a un trotskista amigo suyo. Quiso hablarle a través de las rejas y un guardia trató de empujarla. Ella protestó. Según el testimonio de una de sus vecinas, insultó a los guardias a los gritos: "¡Fascistas, mercenarios fascistas, yo sé que su poder no se escatima ni a las mujeres ni a los niños, pero pronto llegará el fin de vuestra arbitrariedad!" El veredicto le reprocha ser "una trotskista desarmada", de "establecer sistemáticamente lazos con los trotskistas", de haber hecho huelga de hambre por seis meses y, el 17 de noviembre de 1937, la conferencia especial de la KGB, la condena a ser fusilada. La sentencia es ejecutada inmediatamente.

Esta historia horrorosa sin embargo, no podía durar eternamente. La burocracia que usurpó la bandera de la revolución de octubre, sucumbió finalmente en el basurero de la historia hace más de una década. Sin embargo, con la restauración capitalista, nuevas miserias se sumaron a las existentes, para los trabajadores de la ex Unión Soviética, especialmente para las mujeres. La democracia capitalista trajo consigo la desocupación, el hambre, la inflación que provocaron el mayor índice de miseria, alcoholismo, violencia, mafias y otras calamidades como jamás se hayan registrado en Rusia. Junto con ello, millones de mujeres en la calle con sus hijos, viviendo bajo el nivel de pobreza y un considerable aumento de la prostitución y el tráfico de mujeres.

En 1938, sin embargo, Trotsky ya había planteado que era necesario retomar las banderas revolucionarias bajo otra Internacional. La IIIº Internacional, estrangulada por la política de Stalin, cumplía un rol cínicamente contrarrevolucionario traicionando abiertamente a la clase obrera mundial. De la misma manera que Marx y Engels combatieran dentro de la Iº Internacional por mantener el espíritu revolucionario y Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin, Lenin y Trotsky intentaran mantener el hilo de continuidad con estas experiencias abandonando la IIº Internacional cuando la mayoría traicionó abiertamente los principios aceptando participar en la guerra imperialista, uno de los máximos dirigentes de la revolución de octubre abandonaba la IIIº Internacional, que había defeccionado irremediablemente ante las pruebas de la historia.

La IVº Internacional surge declarando en su programa que "una política correcta se compone de dos elementos: una actitud inflexible ante el imperialismo y sus guerras, y la aptitud de basar el propio programa en la experiencia de las masas mismas."

No creemos casual, entonces, que sea la IVº Internacional la que inscribe en sus banderas la consigna de ¡Paso a la mujer trabajadora! ¡Paso a la juventud! En su programa leemos: "Las organizaciones oportunistas, por su naturaleza misma, centran principalmente su atención en las capas superiores de la clase obrera, y por consiguiente, ignoran tanto a la juventud como a la mujer trabajadora. Ahora bien, la declinación del capitalismo asesta sus golpes más fuertes a la mujer, como asalariada y como ama de casa."

Nada se ha demostrado más certero con el correr del tiempo. Las mujeres constituimos el 70% de los 1.500 millones de personas que viven en la pobreza absoluta en todo el mundo. Las campesinas son jefas de una quinta parte de los hogares rurales, y en algunas regiones hasta de más de un tercio de los mismos, pero sólo son propietarias de alrededor del 1% de las tierras, mientras el 80% de los alimentos básicos para consumo los producen las mujeres. En Latinoamérica, son 154 millones de mujeres las más pobres de entre los pobres.

En el último año, 13 millones de niños murieron por hambre en el mundo: es un número seis veces mayor al total de víctimas que provocó la Primera Guerra Mundial entre 1914 y 1918. La mayoría de esos niños, son niñas.

El valor y volumen del trabajo doméstico no remunerado equivale entre el 35 y el 55% del producto bruto interno de la mayoría de los países. La producción doméstica representa hasta un 60% del consumo privado. Este trabajo no remunerado recae casi absolutamente en las mujeres y las niñas.

Según un informe de la OIT, la tasa de desempleo urbano en el continente latinoamericano alcanzó hacia fines del 2002 a 17 millones de personas, afectando de manera especial a las mujeres. Por otra parte, las mujeres que trabajan lo hacen en situación cada vez más precarizada: no sólo cobran un salario entre 30 y 40% menor al de los varones por el mismo trabajo, sino que en su mayoría, no tienen obra social ni derechos jubilatorios.

En nuestro sufrido continente, el aborto clandestino sigue siendo la primera causa de muerte materna; son 6.000 las mujeres que mueren anualmente por complicaciones relacionadas con abortos inseguros. Contrariamente a lo que se podría imaginar, a comienzos del siglo XXI vivimos una actitud cada vez más beligerante del fundamentalismo católico en alianza con los Estados y el poder político contra los derechos sexuales, reproductivos y el derecho al aborto, mientras salen a la luz cada vez más casos de abuso sexual contra niños, niñas y jóvenes perpetrados por los miembros de la Iglesia.

América Latina y el Caribe, por otra parte, registran los índices más altos de violencia contra las mujeres: el homicidio representa la quinta causa de muerte, el 70% de las mujeres padece violencia doméstica y el 30% reportó que su primera relación sexual fue forzada. Se calcula que el 80% de las agresiones permanecen en el silencio ya que no son denunciadas por temor o por la certeza de que la denuncia no será tomada en cuenta. Más de 300 mujeres fueron asesinadas durante los últimos años en Ciudad Juárez (México), constituyéndose esa ciudad fronteriza en un lamentable ejemplo de femicidio, impunidad, misoginia y barbarie. En el otro extremo del continente, aquí en la provincia de Buenos Aires, se calcula que en 120.000 hogares hay mujeres que sufren maltrato, y en el lapso de un año se cometen más de 50 homicidios de mujeres en manos de sus parejas. En nuestro país, se calcula que se producen entre 5.000 y 8.000 violaciones por año. Según las especialistas en violencia, en todo el mundo, uno de cada cinco días de ausencia femenina en el ámbito laboral es consecuencia de una violación o de la violencia doméstica.

Si bien con la lucha del feminismo se consiguió introducir modificaciones enormemente favorables en las legislaciones de nuestros países en relación con el divorcio, la patria potestad compartida, el cupo en los cargos públicos electivos, etc, la realidad indica que aún estamos muy por detrás de haber solucionado con las leyes las situaciones más acuciantes que vivimos las mujeres del continente.

Pero así como las espeluznantes cifras del horror y los relatos de la barbarie que aún siguen sufriendo millones de mujeres son siniestras realidades, no es menos cierto que las mujeres estamos de pie y seguimos siendo, en muchos casos, protagonistas indiscutibles de la resistencia y el enfrentamiento contra esta misma barbarie, como lo demostraron en estos días, las mujeres campesinas, las mujeres aymaras y las trabajadoras mineras de Bolivia.

Quien quiera acabar con tanta barbarie, antes de correr a manos de los parlamentarios, de los demagogos, de los financiamientos de ayuda del Banco Mundial para implementar programas "con perspectivas de género", debe depositar confianza únicamente en estas fuerzas, en la fuerza de las obreras de Brukman, en la de las campesinas bolivianas, en la de las mujeres del pueblo que salieron a la calle y lo seguirán haciendo aún cuando no estén enteradas de qué significa el socialismo, ni qué significa el feminismo.

Los traidores de la clase obrera, los dogmáticos o los que sólo se regodean en discursos académicos, los que pactan con los gobiernos asesinos del pueblo, los que sojuzgan a los más débiles, podrán seguir diciéndose marxistas muy a nuestro pesar. Pero nosotros creemos que el marxismo revolucionario vive únicamente en estas experiencias de los sectores más oprimidos y explotados de las masas, las mujeres y la juventud.

Patriarcado y capitalismo han constituido una unión indisoluble donde el hambre y el abuso, la desocupación y la violencia, la explotación y la opresión se ciernen sobre las mujeres del mundo de un modo siniestro.

Pero la experiencia de las mujeres de la Revolución Rusa está viva en los levantamientos de las mujeres bolivianas y en todas las mujeres del mundo que se levantan contra el orden establecido.

Por eso, creemos que hoy sigue siendo cierto aquello que dijera la socialista norteamericana Louise Kneeland en 1914: "El socialista que no es feminista carece de amplitud. Quien es feminista y no es socialista carece de estrategia."