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Compañeras

DIEZ MIL MUJERES MARCHARON EN
RECLAMO DE LA DESPENALIZACION DEL ABORTO

El "derecho a decidir" copó las calles


Por Marta Dillon

El eco de un carnavalito viajaba nítido a través de dos cuadras desiertas empujado por el silencio reverencial de la gente que, asomada a los balcones, esperaba en la esquina de la peatonal Córdoba y Corrientes que se acercara la fuente de esas voces. "Si el Papa fuera mujer, el aborto sería ley. ¡Basta de patriarcado y que nos digan lo que hay que hacer", era el estribillo que, con la música de la puna, hacía callar hasta a los perros en pleno centro de la ciudad de Rosario. Los valet parking del Hotel Presidente no sabían de qué se trataba, pero se apuraron a mover los autos, asustados por ese murmullo que parecía anunciar un alud. No era una catástrofe, sin embargo, lo que iba llegando. Era una columna de más de diez mil mujeres piqueteras, viejas, feministas, provincianas, indias, jóvenes, lesbianas, cabecitas, madres, solteras o casadas que hicieron visible, con el sencillo recurso de usar pañuelos verdes con inscripciones, un reclamo común que atravesó todas las identidades: el derecho a decidir sobre sus propios cuerpos. Un acuerdo espontáneo que en este XVIII Encuentro Nacional de Mujeres se hizo evidente como nunca antes.
Fueron por lo menos dos horas de una caminata que a veces se convertía en saltos, que provocaba aplausos de los balcones y una sorpresa muda de quienes vieron convertirse al elegante boulevar Oroño en un río de mujeres dispuestas a hacerse ver y escuchar. Eran tantas que la misma bandera que reclamaba el derecho al aborto libre y gratuito, que parecía inmensa en el salón de actos de la Facultad de Ciencias Económicas, de pronto se había empequeñecido. Qué podía importar. El reclamo atravesaba las ocho cuadras de la columna, iba de boca en boca y se anotaba en los pañuelos que reclamaban la despenalización del aborto, el derecho a la anticoncepción y a decidir cuándo y cuántos hijos tener, o no. Los triángulos de tela que siendo blancos se convirtieron en un símbolo de la resistencia contra el terrorismo de Estado y la impunidad, ahora sirvieron, teñidos de verde, para simbolizar una misma demanda sobre las pecheras de las organizaciones populares, las banderas de los lugares de origen o cualquier otro distintivo que servía para agrupar a los colectivos de mujeres. Fueron la señal más visible de que, más allá de los reclamos sectoriales de cada grupo de mujeres, el derecho a decidir sobre el propio cuerpo se transformó en una demanda transversal.
Hubo algo de reivindicación en esta marcha. No en vano cada tanto la masiva columna se jactaba de que "a pesar de todo, les hicimos el Encuentro". Y es que en muchos talleres la discusión se hizo tan engorrosa que cuando comenzaba la tarde parecía que la dinámica del consenso se iba a romper por primera vez en 18 años consecutivos. Y de hecho así fue en algunos talleres, sobre todo en aquellos en los que se trataba, justamente, anticoncepción o anticoncepción de emergencia y aborto. Con un discurso unificado y bien aprendido (ver aparte), decenas de mujeres católicas se lamentaron "porque acá se habla de que las mujeres pueden morir en los abortos clandestinos, pero los que mueren seguro son los niños inocentes que no tienen voz para defenderse", dándoles a los embriones entidad de infantes. Sin embargo, las discusiones terminaron con el derecho al aborto como posición de mayoría y la prohibición como disenso de minoría.
"Lo que yo digo es que esto tiene que servir más allá de la experiencia. Lo que discutimos acá y lo que acordamos tenemos que llevarlo a algún lado, al Poder Ejecutivo o a quien sea", dijo la dirigente piquetera del MIJP, Nina Peloso, "porque si no nosotras nos juntamos y ellos se hacen los boludos". Nina no es de las que usan eufemismos, menos esta vez en que se la veía orgullosa de haber aportado 500 compañeras de su movimiento a este Encuentro. Y lo cierto es que la presencia masiva de mujeres de movimientos populares y piqueteros, comprometidas con temas de género comola necesidad de mayor protagonismo en sus organizaciones, y preocupadas por los planes de salud que cada tanto interrumpen la entrega de anticonceptivos, deja en claro que a pesar de lo ecléctico del movimiento de mujeres y de la dificultad de retomar las conclusiones pasadas en cada nuevo encuentro, el crecimiento de esta convocatoria es evidente.
No hubo más de una decena de varones que se animaron a mezclarse entre la columna de mujeres. Ellos prefirieron saludar desde los márgenes, la mayoría aplaudiendo, unos pocos amparados en chistes clásicos que facilitaban los sombreros de bruja que anoche se habían multiplicado. Uno que otro atinó a atarse un pañuelo verde en el cuello y otros más prefirieron usarlo de collar para sus perros. En un solo momento alguien tiró un balde de agua de un balcón. Sólo sirvió para reforzar el fervor de un aquelarre dispuesto a disfrutar de la oportunidad de reconocerse y de caminar juntas.
Al final, una cuadra de la extensa columna se separó del resto para caminar hacia el Arzobispado de Rosario para acusarlos de intentar romper el Encuentro. La barrera de policías no alcanzó a evitar que sobre la pared quedara un pedido expreso escrito en aerosol: "Saquen sus rosarios de nuestros ovarios". Además de unas afichetas pegadas con engrudo en las que una muñeca Barbie vestida de monja y con portaligas decía "que no cunda el hábito".
La libertad de Romina Tejerina, la joven jujeña presa por matar al hijo que tuvo después de haber sido violada por su vecino, y la de Claudia Sosa, la mujer que decidió poner fin a los golpes de su marido policía matándolo con su arma reglamentaria, fueron reclamos que se corearon con fuerza inaugurando también una problemática invisible en otros encuentros.
Queda una noche más de peña y baile para las mujeres que se reunieron en Rosario, que durmieron en escuelas y clubes, que colmaron la capacidad hotelera de una ciudad que hizo silencio para escuchar una voz que eran muchas pero cada vez más consigue unificar sus demandas.