Mujeres subsaharianas: la reinvención de África
Verónica Pereyra
Revista Pueblos
En un continente sacudido en menos de un siglo por transformaciones tan radicales
como el proceso colonizador, el acceso a las independencias políticas,
el neocolonialismo y la implantación de los Programas de Ajuste Estructural
promovidos por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, el africano,
en general, y la mujer africana, en particular, se han visto enfrentados a la
necesidad de reinventar estrategias de adaptación y supervivencia
El impacto de estos procesos de cambio ha afectado de manera diferencial
a hombres y mujeres y contribuye a profundizar, o en ocasiones a disminuir,
las brechas que separan a unos y a otras en el acceso a los recursos vinculados
a los ámbitos político, económico, social y cultural. En
este contexto, las mujeres subsaharianas se han visto confrontadas a una redefinición
de sus roles de género y, en consecuencia, a mutaciones en sus sistemas
de relaciones familiares, sociales y económicas. Esta situación
obliga a una reformulación de la imagen de las mujeres africanas como
soporte doméstico y fuente de trabajo no remunerado, enfoque que ha prevalecido
hasta la fecha y que se caracteriza por una perspectiva reduccionista, enfatizadora
de la marginalización y subordinación femeninas -cuestión
innegable, no obstante-, para ofrecer una visión incluyente de los múltiples
aportes de las mujeres al desarrollo del subcontinente y a sus procesos constantes
de adaptación.
Es importante evidenciar que la reformulación del papel de la mujer ha
supuesto, en ocasiones, una reafirmación de su carácter de subordinada
dentro de la cultura patriarcal, como es el caso del fenómeno de islamización
que experimentan algunos países de la región. Sin embargo, también
es cierto que el nuevo orden social ha abierto nuevas posibilidades. Así,
paradójicamente, la marginación femenina exacerbada por el sistema
colonial y post-colonial les ha facilitado, dentro del nuevo contexto, el acceso
a espacios de poder prácticamente inéditos hasta la fecha. En
este sentido, la creciente movilidad geográfica, social, económica
y cultural de que gozan las africanas en estos momentos estaría favoreciendo
un aumento de su autonomía que debilita las limitaciones tradicionalmente
impuestas a su desarrollo personal, comercial o social. El éxodo rural
y el exilio económico han sido factores determinantes en este proceso.
Éxodo rural y comercio informal
Las transformaciones familiares, sociales y culturales causadas por las migraciones
han permitido que las mujeres comiencen a desligarse de sus ámbitos geográficos
tradicionales y de esta manera, de las jerarquías basadas en la autoridad
y poder masculinos, para ampliar sus opciones y oportunidades.
Un rasgo particularmente interesante del fenómeno del éxodo rural
es que, aunque sean cada vez más las mujeres abandonadas en el campo
o las que emigran, las actividades urbanas femeninas no se hallan desvinculadas
de las de sus equivalentes rurales. A diferencia de los hombres, las mujeres
no han abandonado totalmente las áreas rurales, sino que han implantado
el concepto, la realidad y la economía de lo que podríamos llamar
lo peri-urbano. De hecho, muchas africanas participan de manera simultánea
en colectivos femeninos rurales y urbanos. Ello tiene dos consecuencias positivas:
la mujer en la ciudad puede aprovechar la feminización del campo, asegurarse
ventajas en los mercados de alimentos urbanos (de predominio femenino) y disminuir
a la vez la dependencia de intermediarios y minoristas. Por otro lado, el intercambio
campo-ciudad también permite a las mujeres movilizarse y escapar así
de los resortes del control social establecido. De esta manera, en muchas regiones
del Sahel, aunque las niñas no asistan a la escuela, viajan sin cesar
en autobuses que unen el campo con los centros urbanos, constituyéndose
en transmisoras de este intercambio.
La migración definitiva hacia los centros urbanos también produce
situaciones diferenciadas para hombres y mujeres. Por un lado, los hombres jóvenes
se ven forzados a veces a hipotecarse con parientes o patrones para acceder
a la posibilidad del éxodo rural; las jóvenes mujeres, en tanto,
conscientes de que no contarán con esos apoyos, recurren a las redes
de solidaridad entre mujeres. Una vez en la ciudad, el joven africano procura
insertarse en el aparato estatal o en el sector formal de la economía;
las mujeres, por su lado, se integran al comercio informal y al trabajo sexual.
Por una parte, la expansión del trabajo sexual conlleva un creciente
parasitismo y explotación de la prostituta, pero por otra, asegura la
generación de ingresos, cuyas ganancias, una vez satisfechas las necesidades
domésticas, se reinvierten en los grupos femeninos de solidaridad.
Una constante verificable en la actividad femenina urbana es la búsqueda
de lo informal, de lo que posibilite escapar al control patriarcal. Por ejemplo,
la clandestinidad de las actividades comerciales femeninas también reduce
la capacidad del aparato burocrático para controlar la generación
y gestión de ingresos de las mujeres. En este sentido, las mujeres son
acosadas continuamente por las autoridades locales que destruyen los mercados
paralelos, rehúsan concederles los permisos correspondientes o incluso
les niegan las ventajas y los descuentos fiscales que se otorgan sin inconvenientes
a los hombres; la movilidad misma de las mujeres es considerada problemática
por las autoridades locales aunque se reduzca a movimientos intra o interurbanos
dentro de una subregión.
Estrategias de cooperación femenina
Frente a estos obstáculos, las africanas estructuran redes de solidaridad
urbanas inéditas, trascendiendo las relaciones de parentesco estipuladas
por la tradición y, en cambio, aglutinando a las mujeres por barrios
o por actividades. Las estrategias de adaptación y supervivencia que
estos grupos ponen en marcha abarcan un amplio espectro pero una de las claves
pareciera ser, como se ha dicho, el evitar el aparato administrativo y financiero
formal. Citemos el sistema alternativo de ahorro colectivo entre amigas o conocidas
(las tontines del África occidental), que asegura la satisfacción
de necesidades económicas o financieras de todas las participantes; desde
el pago de la matrícula escolar de los hijos hasta préstamos para
inversiones inmobiliarias. En el otro extremo, encontramos, en las zonas más
deprimidas de Addis Abeba, redes de mujeres que proporcionan refugio temporal
a ladrones a cambio de dinero que les permita mantener a sus familias.
Tampoco el ámbito rural ha sido ajeno a esta evolución de las
respuestas cooperativistas femeninas; así, han surgido experiencias como
la de la reserva Popenguine (Dakar, Senegal), donde en 1987 un grupo reducido
de mujeres campesinas se dedicó a la reforestación de la zona
de forma gratuita, para llegar a contar con 1.172 voluntarias en 1997; años
más tarde, con ayuda externa, lograron también rehabilitar la
laguna de Somone para luego establecer allí un restaurante y un sistema
de alojamiento turístico.
La lucha contra la desertización también fue llevada a cabo por
un agrupamiento de mujeres en Gandiolais (noroeste de Senegal) con asistencia
externa (1), pudiendo efectuarse una reforestación con plantas
medicinales. De igual modo, el Proyecto Whotie (al sur de Mauritania) agrupa
a 160 mujeres, cada una de ellas encargada de 200 m2 de tierra de cultivo para
luego comercializar el producto colectivo a través de la cooperativa.
Nótese que estas mujeres whoties se han organizado en grupos de siete,
que se turnan para trabajar respectivamente un día a la semana en los
huertos y poder dedicar así más tiempo a sus familias y a su formación,
al tiempo que coordinan las labores agrícolas con la actividad artesanal,
como costura, tintura, cerámica y fabricación de jabón.
Las africanas han logrado ampliar sus estructuras de solidaridad, reuniéndose
tanto en torno a las agrupaciones semiclandestinas como en el seno de instituciones
oficiales. En este sentido, son cada vez más numerosas las organizaciones
femeninas del África sub- sahariana de diversa naturaleza, alcance y
eficiencia. Podría mencionarse desde la agrupaciones senegalesas "Yewwu
Yewwi" (del wolof: "despiértate, luego despierta a otro") y la Red de
Comunicación y Desarrollo de Mujeres Africanas (FEMMET), a las asociaciones
profesionales de protección a la mujer en Benin que reúnen, entre
otras, a mujeres juristas, pasando por la agrupación regional Mujeres
para la Ley y el Desarrollo en África (WILDAF) cuyos miembros son africanas
universitarias o, en el ámbito continental, la Federación de Mujeres
Africanas de Medios de Comunicación (FAMW).
Otra faceta de la capacidad asociativa de ayuda recíproca de las mujeres
negro-africanas son los movimientos para la promoción de la paz liderados
por mujeres en diversos países como Mozambique, Liberia, Etiopía
o Sierra Leona, asolados por conflictos de todo tipo. En el caso de Mozambique,
cabe mencionar ONGs como la Organi-zación de la Mujer Mozambicana (OMM),
movimiento que perteneció al FRELIMO y que luego se separó del
mismo para establecerse como organización no gubernamental encargada,
entre otros, de la educación de adultos, planificación familiar
o de la mujer y la ley. La estructura institucional femenina comienza a afianzarse
y abrir nuevas alternativas como la estructura del Forum Mulher también
en Mozambique, que agrupa a ONGs, ramas femeninas de partidos políticos,
agencias estatales relacionadas con el tema de mujeres y organizaciones internacionales.
En Sierra Leona, por su parte, el Movimiento de Mujeres para la Paz (WMP) tenía
por objetivo asegurar la participación de las sierraleonesas en las negociaciones
de pacificación del país a la vez que planificó una estrategia
de prevención de conflictos que incluye áreas tan diversas como
la educación, rehabilitación, asesoría legal e investigación.
De igual manera, Eritrea, la Asociación de Mujeres Eritreas, participó
intensamente en la lucha de liberación nacional, actuando sus miembros
tanto como combatientes como desde puestos de educadoras. Fueron también
mayoritariamente mujeres, sea como individuos sea dentro de ONGs (2),
o de los partidos políticos más radicales, las que mejor asumieron
las relaciones interraciales durante el régimen surafricano del apartheid
y las que, en su momento, en el seno del ACCORD (Centro Africano para la Resolución
Constructiva de Disputas) mediaron entre el grupo nacionalista zulu Inkhata
y el Congreso Nacional Africano. No debe olvidarse que la colaboración
de africanas desde el exilio también ha aportado mucho a la promoción
de estos grupos femeninos; citemos sólo al WUFTROL para la restauración
de Liberia (con sede en Canadá), la SWO (Organización de Mujeres
Sudanesas) con base en el norte de Londres o la más amplia AWW (Mujeres
Africanas y la Guerra), con base en el Reino Unido. El listado es verdaderamente
extenso pero no quisiéramos omitir la agrupación Akina Mama wa
Afrika (Hermandad de Mujeres Africanas), con sede central en Londres, que ofrece
asistencia a africanas dentro y fuera del continente a la vez que publica la
revista African Woman. En el plano internacional, se ha visto el dinamismo,
fuerza y capacidad organizativa de los movimientos femeninos africanos en diversas
ocasiones; una muestra de ello fue la amplia participación de mujeres
subsaharianas en la Conferencia Regional de Dakar Preparatoria de la IV Conferencia
de la Mujer, a la que asistieron unas 5.000 mujeres.
Las redes de solidaridad oficiales y no oficiales de las africanas del sur del
Sahara abarcan un amplio espectro de ámbitos, actividades, estrategias
y objetivos cuya descripción excede las posibilidades de las presentes
líneas. Sin embargo, al margen de esta diversidad, subyace en todas estas
formas de cooperativismo una vocación integral e integradora. Las mujeres
africanas procuran mantener abiertos los modelos de adaptación a las
nuevas circunstancias y de solución de problemas, replanteando su marginalización
para convertirla en nuevos horizontes, en respuestas en las que solidaridad
y supervivencia se entrelazan. Estas mujeres africanas no debieran ser percibidas,
entonces, sólo como supervivientes por excelencia sino, como se ha dicho
anteriormente (3), "estas mujeres, magníficas, sólidas
y valientes, son protagonistas de una anónima y cotidiana revolución"
de solidaridad, fuerza y esperanza }
* Verónica Pereyra es africanista. Autora de numerosos artículos sobre el tema y co-autora de libros sobre literaturas africanas y situación de la mujer subsahariana.
Notas documentales anexas:
(1) ACDI (Agencia Canadiense para el Desarrollo Internacional).
(2) Como la organización Back Sash, movimiento de mujeres en contra del apartheid desde 1955.
(3) PEREYRA, V. y MORA, L.: Las Voces del Arco Iris, Textos femeninos y feministas al Sur del Sahara (2002), Tanya, México D.F., p. 24
Bibliografía:
-BOMANYAKI, F. (1996): New Roles for Women, Windows on Africa, ANB-BIA, nš 310, pp. 1-2.
- GOISLARD, C. (1996): Les femmes en quête de droits sur la terre: l'exemple de la zone sahélienne, Genre et Développement, CEPED, Cahier nš 5, pp. 45-56.
-HLUPEKILE LONGWE, S. (1995): Men and War, Women and Peace, African Woman, nš 10, pp.6-12.
-INTERNATIONAL RESEARCH ON WOMEN (2000): Plenary address, 12th Internacional AIDS Conference, Durban, South Africa.
-KHASIALA MUTESHI, J. (1995): Collaborative Alliances: the Environment, Women and the Africa , 2000 Network, Environment and Urbanization, Vol. 7, nš 1, pp. 205-218.
-KIREMIRE, M. (1995): Women & Children in Conflict Situations in Africa, African Woman, nš 10, pp.13-18.
-MOLARA OGUNDIPE, L. (1994): Re-creating Ourselves: African Women and Critical Transformations, Africa World Press, Trenton.
-MORA L. y PEREYRA, V. (2000): Mujeres y solidaridad. Estrategias de supervivencia en el África subsahariana, La Catarata/IUDC/CIDOB, Madrid.
-SNYDER, M. y M. TADESSE (1995): African Women and Development. A History, Zed Books, New Jersey/Londres.