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Cumbre de Monterrey 2002

21 de marzo del 2002

Monterrey y el imperio global

Carlos Fazio
La Jornada

La cumbre de jefes de Estado y de gobierno que se realiza en Monterrey, denominada por algunos especialistas "el posconsenso de Washington" -ya que es continuación edulcorada del dogma neoliberal y la dictadura del pensamiento único en clave tercera vía-, será la vistosa vitrina en la que la Presidencia de México ratificará con creces su nuevo papel de régimen vasallo de Estados Unidos.
La operación simulacro, orquestada por el dúo Fox-Castañeda según los designios del nuevo "imperio global" (Estados Unidos), con su consenso intocable de corte tecnocrático ultraliberal, está destinada a ser otro evento millonario de turismo político y diplomático, el regiotour, sin mayores consecuencias prácticas, en particular en lo que tiene que ver con la disminución de la pobreza en el mundo.
Siempre apologético, y con un simplismo a prueba de balas, Vicente Fox, mandatario anfitrión, adelantó las "novedades" del nuevo consenso que habrá de cumplir "los sueños de ricos y pobres". Todo estará rigurosamente controlado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). Es decir, por los organismos que edificaron el mejor de los mundos posibles de toda la historia de la humanidad: el actual.
Ilusionismo aparte, la cereza en el pastel de la subordinación del gobierno foxista a la administración Bush, acelerada tras los sucesos del 11 de septiembre, será la llamada Alianza para la Prosperidad, pretendido acuerdo "antipobreza" cuya retórica encubre la renovada intención de las autoridades de Washington de crear una "burbuja de seguridad", sellando su territorio al ingreso de trabajadores migratorios, mediante la construcción de una "frontera inteligente" que criminalizará las aspiraciones de quienes busquen llegar a la meca del capitalismo, y cuya puesta en práctica involucrará agencias judiciales, de inteligencia, así como a militares de los dos países.
En el terreno formal, discursivo, el plan de acción que forjará una eventual "sociedad para la prosperidad" entre el tiburón y la sardina se asienta en la inversión directa de empresas privadas estadunidenses y fondos disponibles de bancos de "fomento" y agencias de "desarrollo" multilaterales. En rigor se trata de organismos controlados por el Tesoro de Estados Unidos, ya que se utilizarán recursos del BM y del Banco Interamericano de Desarrollo -eficaces herramientas de dominio imperial junto con el FMI-, a los que se le adicionarán fondos de Eximbank, el North American Developement Bank (Nadbank, institución surgida como parte del Tratado de Libre Comercio de América del Norte) y la Small Business Administration (Oficina para Fomento de la Pequeña Empresa).
Según declaró el subsecretario del Tesoro estadunidense, John Taylor, se trata de usar "los fondos internacionales multilaterales en los que (México y Estados Unidos) compartimos interés mutuo, para garantizar los proyectos privados". Pero, como dice Taylor, para que los proyectos "prosperen" será necesario "mejorar el ambiente institucional" bajo el cual opera el sector empresarial. En palabras llanas, para poder acceder al financiamiento y a los programas con "rostro humano" (Fox dixit) del BM, el FMI y el BID, y atraer la "salvadora" inversión extranjera directa, México deberá emitir nuevas leyes, cumplimientos, regulaciones y estándares contables al gusto de los inversionistas trasnacionales privados, amén de seguir con la desregulación de la economía y la privatización de todos los bienes públicos.
Pero no serán ésos los únicos condicionamientos para alcanzar la prosperidad. Según declaró el hindú Amar Bhattacharya, consejero en jefe del BM, para que México se transforme en el próximo "tigre" de la economía planetaria e ingrese al selecto grupo de los Países de Reciente Industrialización (NIC, por sus siglas en inglés) -junto con Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Malasia-, la administración foxista deberá hacer "ajustes estructurales" y garantizar "reformas de tercera generación" en diversas áreas, incluidos los mercados de capital, regímenes de insolvencia, pensiones, red de seguridad social, sector energético y laboral.
En ese marco de entendimiento, el proyecto impulsado por los "socios" Bush-Fox -que servirá de modelo en la "cumbre de las migajas" de Monterrey- oculta la vieja y socorrida fórmula de subsidiar al capital trasnacional con fondos públicos y de las agencias internacionales con la zanahoria de un "desarrollo" futuro del país agraciado; en este caso, de los bolsones de pobreza de México. Dinero por soberanía.
Aquí es donde entra el Plan Puebla-Panamá (PPP), al que la propaganda oficial describe como un "proyecto de integración" de Mesoamérica. El 5 de marzo pasado, durante una reunión de reflexión sobre avances, perspectivas y retos del PPP -encabezada por Florencio Salazar, y a la que asistieron representantes del BID y del PNUD en México-, se informó que a partir de 2003 el PPP tiene apalabrados "entre 400 y 500 millones de dólares" del BID.
Se dijo también que el proyecto de "gran visión" -según lo definió el representante del BID- se ha echado a andar con la integración vial y energética. Héctor Ferreira, quien presentó los proyectos emblemáticos del plan, al referirse a "lo que hay" -lo que ya está operando- fue explícito: "corredores carreteros, la parte más articulada hacia el mercado de Estados Unidos". En función de los proyectos prioritarios descritos, los recursos de la IED y de los organismos multilaterales se destinarán a corredores agroindustriales, sector petróleo, turismo, infraestructura carretera, hidráulica e hidroagrícola y biodiversidad. Por vía paralela, se adelantan los mecanismos a fin de garantizar "seguridad jurídica" para la inversión.
Fox y el FMI
Vicente Fox parece ignorar la historia o no sabe qué país gobierna. Hace ya mucho tiempo que es claramente sabido que el FMI establece condiciones draconianas a los países que solicitan su asistencia. La deuda externa de México, detonadora de la crisis cíclica mundial, que calladamente cumplió 20 años, es el ejemplo más nítido.
En general, esas condiciones no significan otra cosa que la imposición de una determinada línea en materia de política económica, a cambio de la cual la institución otorga un determinado apoyo financiero y, lo que suele ser más importante, se constituye en un aval para que los países prestatarios puedan solicitar nuevos créditos ante la banca privada internacional. De manera consecuente, los banqueros de Wall Street también exigen la presencia de ese aval para prestar, con lo que de hecho someten su asistencia financiera a la adopción de la misma política económica que promueve el fondo.
En buen romance, el FMI es el banquero internacional por excelencia del sistema capitalista mundial y de quienes mueven sus hilos, los amos del universo. Con matices, así ha sido desde su nacimiento oficial en 1947 -en el marco de la Conferencia Monetaria Internacional de Bretton Woods- a nuestros días, pasando por la quiebra del sistema monetario capitalista, que culminó con la inconvertibilidad del dólar en oro decretada por el presidente estadunidense Richard Nixon en agosto de 1971, lo que dio paso a la trasnacionalización financiera.
El FMI perdió muy pronto su capacidad de control sobre el comportamiento financiero de los países dominantes, y en lugar de organismo regulador (su razón de ser) se convirtió -y así ha venido operando en los últimos 40 años- en un vehículo de promoción de la expansión financiera en el orbe. En sus relaciones con la periferia, cuando impone sus "recetas" lo que hace es exigir la puesta en práctica de políticas económicas neoliberales, con el objetivo de que dentro de nuestros países se genere una situación propicia para las actividades de las corporaciones oligopólicas y la banca privada trasnacional. La ortodoxia de la ideología fridmaniana ha venido descansando de modo primordial en la actividad privada, el desmantelamiento del Estado benefactor, la pulverización de todas las conquistas sociales y en el libre juego de las "leyes o fuerzas" del mercado. El "dios mercado" y "lo privado" elevados a rango de dogma social.
A ese papel de "representante" de los grandes consorcios financieros, el FMI suma la función de actuar como poderoso instrumento de los países capitalistas industrializados sobre las áreas periféricas, en los sectores financiero, productivo, comercial y tecnológico. Otra característica del fondo es que actúa con una política inmediatista, de corto plazo. Sus preocupaciones no pasan por el destino a largo plazo de las sociedades nacionales con las que se vincula, como ejemplifica la bancarrota de la Argentina actual.
Al Fondo Monetario Internacional le interesa que "las cuentas cierren", no la situación de la gente. Tampoco le interesa cómo cierren. Lo fundamental es cerrarlas, cueste lo que cueste. Por lo general, los trabajadores y las clases medias financian la salida del pozo. La economía es cuestión aritmética, no un problema social, dice la falsa lógica del organismo. No importa si los salarios son ya demasiado bajos; siempre es posible apretar un poco más el cinturón. Precisamente el abaratamiento de la mano de obra y la eliminación de las legislaciones social y laboral son parte de las condiciones políticas para los créditos y las inversiones.
El modelo no es exclusivo del FMI; su lógica la aplican también el BM y el BID. Es la misma lógica profunda que sigue dominando al disenso de Monterrey en beneficio del imperio mercantilista estadunidense y sus asustados socios europeos. Se trata de un "imperio global" - según la definición de los intelectuales civilizados del diario El País, de Madrid- que se comenzó a construir con la política guerrerista de la administración Clinton en Europa central y que hoy consolida la administración Bush con su expansión militar en Asia central y América Latina. Un nuevo sistema mercantilista imperial, basado en el saqueo y el terrorismo de Estado, que marca un retorno a las relaciones bilaterales asimétricas y que reserva a México un papel de peón en la recolonización de América Latina.
Porque junto con la tarea de extender el sistema de maquiladoras de Puebla hasta Panamá, los roles de Fox y México, como Estado cliente, son servir de caballo de Troya a una estrategia anexionista imperial. Una estrategia complementaria sobre dos flancos: el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y la tríada PPP-Plan Colombia, Iniciativa Andina, proyectados para aumentar el control regional de Washington y las trasnacionales con casa matriz en Estados Unidos, proyecto que de consumarse marcará el retorno de nuestros países a la fase prenacional. No a una integración artiguista, bolivariana, entre países iguales, sino a un consenso de repúblicas bananeras que sólo responderán a la voz del amo.

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