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Matanza de estudiantes universitarios en 1968, en Tlatelolco, México

3 de octubre del 2003

Aniversario de la matanza de estudiantes en México, el 2 de octubre de 1968
El 2 de octubre no se olvida

Obrero Revolucionario
La rebelión de los jóvenes

Al atardecer del 2 de octubre de 1968, en ciudad de México miles de estudiantes y residentes llenan la plaza de las Tres Culturas de la unidad habitacional Tlatelolco. Desafían al ejército y condenan la salvaje represión. Esto ocurre unos pocos días antes de la inauguración de las olimpiadas en una ciudad repleta de periodistas extranjeros.

Al amparo de la oscuridad, el ejército y la policía rodean a la multitud en un movimiento de tenazas. A una señal convenida, helicópteros, tiras, dos columnas de soldados y tanquetas abren fuego. Esa noche infernal, conocida hoy como la masacre de Tlatelolco, deja más de 300 muertos y miles de heridos y presos.

Con este despliegue de salvajismo, el gobierno del PRI (que recibe órdenes de Estados Unidos) quería aislar y amedrentar al movimiento estudiantil. Pero en vez, mostró su verdadera naturaleza y llevó a muchos a preguntarse en serio cómo lograr un cambio.

Los hechos del 2 de octubre de 1968 siguen siendo un tema muy importante en México. En los últimos meses han salido libros, artículos y fotos con nueva información sobre la masacre. La versión 'oficial' todavía es que la multitud 'provocó' a los soldados, pero el gobierno no quiere divulgar pruebas, como las películas de sus propios equipos de camarógrafos.

La polémica demuestra que las cuestiones que planteó la masacre de Tlatelolco, como la necesidad de una revolución, siguen siendo urgentes. Los imperialistas yanquis, confabulándose con la burguesía burócrata mexicana y los terratenientes, le han apretado el yugo al país y hundido a millones más en la pobreza. De Chiapas al D.F., hay lucha y el gobierno contesta con más represión.

En el 35 aniversario de la masacre de Tlatelolco, el legado de la juventud rebelde de 1968 perdura.

El 2 de octubre no se olvida

'¡No queremos olimpiadas! ¡Queremos revolución!'

El Comité Olímpico Internacional, encabezado por el estadounidense Avery Brundage, escogió a México como primera sede del tercer mundo para las olimpiadas. El objetivo de esa selección fue doble: jalar a los países oprimidos al mundo deportivo imperialista; y poner a México en vitrina, como modelo de crecimiento y relativa estabilidad, gracias al patrocinio de Estados Unidos. Querían presentar a México como contraste a la mayoría de los países de Latinoamérica, Asia y Africa, sacudidos por luchas de liberación nacional... de donde saltaban chispas de rebelión a ciudades imperialistas como París y Detroit.

Pero dos meses antes de los Juegos, México alargó la lista mundial de 'problemas': estalló una rebelión estudiantil con una velocidad que estremeció al gobierno y a varias organizaciones políticas, y prendió otros sectores sociales.

El gobierno mexicano y sus patrocinadores occidentales soñaban mandar por todo el mundo impresionantes tomas del nuevo complejo deportivo (que se construyó a un costo de 175 millones de dólares), de los nuevos hoteles y de calles recién barridas. En cambio, lo que el mundo vio fueron escenas de camiones volcados en el centro y de pintas contra los yanquis y el PRI en los muros de la embajada yanqui. Una de las consignas populares era '¡No queremos olimpiadas! ¡Queremos revolución!'. El Comité Nacional de Huelga sacó un 'Manifiesto a los estudiantes del mundo' proclamando que el mito de 'que nuestro país es modelo a seguir por otros países subdesarrollados, ha sido destruido por [la represión de] las mismas fuerzas gobiernistas'.

El movimiento estudiantil comenzó con un incidente del 24 de julio. Ese día se armó una bronca entre dos pandillas frente a una preparatoria; una pandilla tenía vínculos con esa prepa y otra con una escuela vocacional. (Muchas preparatorias están incorporadas a la Universidad Nacional Autónoma de México, o UNAM; las escuelas vocacionales están incorporadas al Instituto Politécnico Nacional, o Poli, y los dos tienen una vieja rivalidad.) Los granaderos (policía de motín) intervinieron con todo salvajismo para parar la pelea. Luego, cuando los estudiantes de una escuela vocacional protestaron, los granaderos volvieron a atacar y mataron a varios.

En respuesta, los estudiantes se tomaron camiones y armaron barricadas para defender sus escuelas. Las huelgas de prepas y vocacionales se regaron por toda la capital. Los estudiantes de la UNAM y el Poli las apoyaron y formaron un Comité Nacional de Huelga (CNH) que presentó seis demandas: desbandar el cuerpo de granaderos; destituir a los comandantes de la policía; investigar y castigar a los oficiales de alto nivel causantes de la represión; indemnizar a las familias de los muertos y heridos; derogar el artículo del Código Penal que crea el delito de 'disolución social' (muchos sindicalistas independientes y comunistas estaban presos por esa ley); poner en libertad a los presos políticos, tanto los estudiantes detenidos en los disturbios recientes como otros presos acusados de disolución social.

En tres días el gobierno tuvo que despachar el ejército a desocupar varias prepas. En los enfrentamientos cayeron muertos 32 estudiantes y hubo centenares de heridos y presos. Pero eso redobló la resistencia. La huelga se extendió a la UNAM, el Poli, otras escuelas y universidades de provincia, con el apoyo de la mayoría de profesores. Hacia finales de agosto, los estudiantes hacían manifestaciones de 300.000 a 600.000 personas en el D.F., con la presencia de importantes contingentes de obreros y campesinos.

Los techos de los camiones: Tribuna popular

La actividad y cuestionamientos de los jóvenes y la patente debilidad del gobierno ante el movimiento abrieron un camino bloqueado desde hacía mucho tiempo a la vida política, por donde entraron cientos de miles de obreros, pobres urbanos y los sectores bajos de la clase media; de una u otra forma, participaron en la lucha.

Los estudiantes formaron brigadas que dieron muestra de gran creatividad para burlar a la policía y comunicarse con la ciudadanía. Los estudiantes de ingeniería se inventaron unos globos que estallaban al llegar a cierta altura y desparramaban volantes. Los estudiantes de teatro hacían obras realistas en la calle; por ejemplo, un estudiante y una 'señora' conservadora de zapatos de tacón alto y collar de perlas se ponían a debatir en voz alta en mercados concurridos. A su alrededor se hacían coros de centenares de observadores, la mayoría del lado del estudiante; otros estudiantes recorrían con disimulo la multitud y hablaban con los avanzados.

Pronto algunos estudiantes se dieron cuenta de que sus aliados de las colonias populares hablaban de una forma muy distinta y tuvieron que dejar a un lado su 'cultura' y aprender el caló de la calle. Después de trabajar en brigadas todo el día, pasaban la noche en salones de clase hablando de las afrentas y abusos que sufre el pueblo--cosas que aprendieron ese día--y pensando cómo denunciarlos en sus volantes al día siguiente.

Los camiones rojiblancos del Poli, con un grupo de estudiantes sentados en el techo con un magnavoz, se veían por muchas partes. Obreros, locatarios de puestos de mercado y hasta mariachis se encaramaban al techo de los camiones a apoyar o criticar las demandas y tácticas de los estudiantes, y a expresar sus propias demandas. En muchas partes, cuando llegaba un camión del Poli, se hacía bolita a su alrededor.

Campesinos y petroleros

Entre los estudiantes y los campesinos de Topilejo, un pueblito que queda en las montañas no muy lejos de la capital, se formó una relación especialmente fraternal. Cuando en agosto un accidente de camión en la carretera dejó varios muertos y heridos en Topilejo, sus habitantes se tomaron unos camiones y fueron a pedir apoyo de los estudiantes de la UNAM a sus demandas: reparar el camino, nuevos camiones e indemnización justa para los familiares de las víctimas. Los estudiantes pusieron al servicio de los campesinos los camiones de la universidad y abrieron en el pueblo un campamento de información y ayuda, 'el Soviet', atendido por estudiantes de enfermería, agricultura, trabajo social y medicina. Centenares de brigadas viajaron a todos los pueblos de la región para exponer ideas políticas a los campesinos y aprender de su situación y de su extensa tradición de rebelión. Después de eso, los contingentes campesinos de Topilejo siempre estuvieron presentes en las reuniones estudiantiles de la capital.

Grandes contingentes de electricistas, ferrocarrileros y petroleros desafiaron las amenazas de los sindicatos charros y se unieron al movimiento. En muchas fábricas, unos cuantos obreros siempre distribuían volantes a sus compañeros de trabajo.

Por ejemplo, unos trabajadores jóvenes de la refinería de Atzcapotzalco, al norte de la capital, formaron un 'comité de lucha' y se pusieron en contacto con los estudiantes del Casco de Santo Tomás, del Poli. Juntos celebraron mítines diarios frente a los portones de la refinería y en las colonias vecinas, donde vivían muchas familias de trabajadores.

El estado tomó muy en serio la posibilidad de que el levantamiento estudiantil infectara más sectores de la clase obrera, incluso los relativamente privilegiados de la estratégica industria paraestatal petrolera. Según una queja de un grupo de trabajadores del petróleo el 30 de agosto, unos tiras infiltraron la planta y luego entró el ejército. Afuera, soldados en fila amartillaban sus ametralladoras o pinchaban con las bayonetas a los trabajadores que salían para que no se agruparan; adentro, las tropas supervisaban la producción para impedir una huelga o sabotaje.

La situación también causó mucha preocupación en 'El Norte'. El 21 de septiembre el New York Times advirtió: '[Las brigadas] podrían tener serias consecuencias si llegan a extenderse más allá de cierto punto. Son un ataque a la estructura política y social existente y en ese sentido, aparte de la presencia de grupos comunistas en el movimiento estudiantil, las actividades son subversivas'.

Brigadas de mujeres y los acelerados

En medio de toda esta actividad, el movimiento debatió muchas cuestiones de suma importancia: qué tácticas usar, qué clase de revolución para México, cuál era su blanco principal, el papel de la clase obrera y de los campesinos, y la opresión de la mujer. El Partido Comunista (pro soviético), los guevaristas, los trotskistas y los maoístas rivalizaban por la dirección.

El movimiento se ganó mucho apoyo de las mujeres, especialmente de las clases medias. El libro La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska cita a varias mujeres de la clase media a quienes les gustó ver a la juventud rechazar las reglas de una sociedad que las sofocaba y encerraba.

Las estudiantes desbancaron las viejas ideas reformistas de que la mujer debe limitarse a 'apoyar al hombre' en la lucha y batallaron por participar--a menudo contra la corriente--en todos sus aspectos, ya fueran debates o la defensa física de las escuelas. En La noche de Tlatelolco, un dirigente recuerda arrepentido que para animar a los estudiantes a no ceder terreno ante la policía y los perros derechistas, dijo: 'No lloremos como mujeres lo que no supimos defender como hombres'. Al día siguiente lo esperaban en su escuela dos brigadas de mujeres que lo escarmentaron durante varias horas por usar semejante estereotipo tan degradante.

Un ala del movimiento recibió el apodo de los 'acelerados' porque siempre querían responder golpe por golpe a las fuerzas del estado. En su mayoría, los 'acelerados' eran estudiantes del Poli y sus vocacionales; también los había en las prepas. La mayoría eran adolescentes de familias de la clase obrera. El apodo de 'acelerados' se los dieron despectivamente los 'sensatos' que siempre querían limitar el alcance y furia del movimiento. Pero los 'acelerados' tomaron el apodo a mucho honor, y su desafío fue lo que caracterizó al movimiento y marcó el ritmo del levantamiento.

¡Beee... somos borregos!

La rebelión estudiantil se extendió incluso a sectores muy respetables de la clase media en ciudad de México. El 28 de agosto, después de una enorme y agitada manifestación en el Zócalo--que hasta entonces era territorio sagrado para las movilizaciones del PRI--el gobierno dijo que se había 'insultado' a los símbolos nacionales, y metió en camiones a miles de burócratas y empleados oficiales y los llevó al Zócalo para una ceremonia de 'desagravio' a la bandera. El gobierno no esperaba que centenares de empleados públicos (supuestamente seguidores más leales) se pusieran a balar: '¡Beee... no vamos, somos borregos... beee!'.

Los estudiantes se infiltraron en la multitud y armaron mítines espontáneos aquí y allá. En cada grupito de burócratas se prendieron discusiones políticas. El gobierno tuvo que llamar tanques y soldados para dispersar su propio mitin, que terminó con batallas campales por el centro y una lluvia de botellas de los techos.

El 18 de septiembre, 10.000 soldados invadieron la UNAM para cerrar la base de operaciones de los estudiantes y para capturar a los miembros del CNH reunidos ahí. Pero el CNH recibió centenares de llamadas de advertencia y cuando llegaron las tropas no encontraron a nadie. La invasión reveló la farsa de que la universidad es autónoma del gobierno y enfureció a intelectuales y estudiantes de todo el país y del mundo. En el Caribe apedrearon las embajadas mexicanas; en Latinoamérica muchos directores de universidades criticaron la invasión; en Latinoamérica y Estados Unidos muchos estudiantes protestaron. El presidente de la UNAM anunció su renuncia. Un grupo de 150 periodistas y directores de periódicos de la capital publicó una protesta contra la invasión de la UNAM y contra el ataque de propaganda del gobierno a la universidad y su presidente.

El movimiento puso en marcha a muchos profesionalistas y amplios sectores de la clase media. Por ejemplo, a fines de septiembre, médicos y enfermeros de los dos principales hospitales de la capital fueron arrestados por atender estudiantes heridos por la policía. Los médicos residentes entraron en huelga en apoyo al CNH. También entraron en la refriega contingentes del movimiento Revolucionario del Magisterio (disidentes del sindicato de maestros dirigido por el gobierno).

Los yanquis y la CIA

El poderío del movimiento popular daba pavor a los amos yanquis, pues el levantamiento estudiantil, basado en las dos principales universidades de la capital, la UNAM y el Poli, crecía; participaban sectores muy amplios de la sociedad y ganaba cada vez más apoyo. Todo eso significaba un peligro muy real para el proyecto imperialista de poner a México en vitrina, como un modelo de estabilidad en el tercer mundo (además de los mayores peligros que implicaba).

El Estadio Olímpico estaba en la UNAM, en medio de la tormenta. Philip Agee, un agente de la CIA que fue a México como espía en 1968 con la fachada de organizar intercambios culturales durante las olimpiadas, tuvo que desmantelar una exposición del misil Júpiter en la UNAM porque temían que los estudiantes la destrozaran; postergaron la inauguración de una exposición de energía atómica en el Poli y buscaron otro sitio. En vísperas de las olimpiadas, los estudiantes desmentían las 'maravillas' del desarrollo económico 'Made in USA', la supuesta prosperidad y paz social. Estaban resueltos a que el mundo entero conociera la verdad de su país.

Ante una situación que se salía de las manos de las autoridades, Estados Unidos se puso a dar órdenes entre bastidores. México es el único país fuera del mismo Estados Unidos donde el FBI opera abiertamente y la estación de la CIA en el D.F. es la mayor del hemisferio. Winston Scott, el jefe de la estación, tenía una relación muy estrecha con la élite mexicana, tan era así que el presidente fue el testigo oficial en su boda. Díaz Ordaz (el presidente en 68) recibía un informe diario de la CIA sobre las actividades y planes de la izquierda; según Agee (actualmente un famoso contrincante de la CIA), la estación proporcionó 'mucha ayuda para planear redadas, arrestos y otras acciones represivas'.

El 27 y 28 de septiembre, Allen Dulles y Richard Helms, altos funcionarios de la CIA, viajaron al D.F. para reunirse con Winston Scott. Unos días después, el 2 de octubre, ocurrió la masacre de Tlatelolco.

Cuando las mujeres de Tlatelolco hirvieron agua... pero no para cocinar

A medida que las batallas entre los estudiantes y las fuerzas de seguridad cobraban furia--y el apoyo era más arriesgado--más sectores del pueblo tomaron partido con los estudiantes. Eso ocurrió muy especialmente en la unidad habitacional Tlatelolco, un enorme conjunto de torres de edificios para familias de la clase media, donde también viven muchas familias de la clase trabajadora y familias pobres. Un análisis de prensa calculó que 12.000 habitantes de Tlatelolco entraron al movimiento del lado de los estudiantes.

El 21 de septiembre mil policías atacaron la Vocacional 7, que queda en Tlatelolco, y tropezaron con la encarnizada resistencia de los estudiantes. La policía prendió incendios en dos edificios, balaceó la escuela e inundó de gas lacrimógeno los apartamentos vecinos.

Esa noche, muchas amas de casa de Tlatelolco la pasaron hirviendo agua para aventársela desde las ventanas a los soldados o buscando trapos, botellas y combustible para hacer cocteles molotov para los estudiantes. Los niños les echaban piedras desde los tejados a los uniformados de abajo. Cientos de estudiantes de escuelas vocacionales de las colonias pobres cercanas rompieron el cerco policial quemando los carros de la policía. La prensa informó que muchachos 'pandilleros' de Tepito también se unieron al combate. Llegaron refuerzos del ejército, pero así y todo las fuerzas de seguridad se tuvieron que retirar muchas veces. Por fin, a las 2 de la madrugada, abandonaron la lucha.

En esa batalla mataron a una bebita y por lo menos a tres estudiantes; se llevaron presos a centenares. Veinte granaderos salieron heridos; cuatro recibieron disparos: a uno lo mató un teniente del ejército porque le estaba pegando a su mamá.

Dos días después, en una nutrida balacera, la policía se tomó la Vocacional 7. En respuesta, una representante de los inquilinos de Tlatelolco pidió una huelga de alquiler por la misma duración que el conflicto estudiantil.

El 24 y el 25 de septiembre tuvo lugar una batalla similar, pero más intensa, de 1500 policías y soldados contra 2000 estudiantes en el Casco de Santo Tomás del Instituto Politécnico Nacional, cerca de las refinerías. Los estudiantes, algunos armados, montaron barricadas, cavaron trincheras, organizaron un puesto de guardia, crearon un sistema de mensajeros y se atrincheraron en los techos. El Washington Post escribió que unos estudiantes se apropiaron de un carrotanque para dispararle a la policía y que esta mató por lo menos a 15.

El gobierno no escogió por pura casualidad a Tlatelolco como escenario de la masacre ni fue accidental que las fuerzas armadas dispararan contra todos por parejo... hasta niños. La participación de los habitantes de Tlatelolco mostró el potencial que tenía el movimiento estudiantil de desencadenar una ola mucho más poderosa de rebelión popular contra la clase dominante.

A las 6:10 p.m.

Al anochecer de ese fatídico 2 de octubre, 10.000 estudiantes y vecinos llenaban la plaza de las Tres Culturas. En las últimas dos semanas la policía había disuelto casi todos los mítines y hecho hasta 1000 arrestos diarios. Muchos vecinos estaban asomados por los balcones para presenciar la reunión. Un orador anunció que no se iba a llevar a cabo la marcha programada al Casco de Santo Tomás para no 'provocar' una pelea y que ya pronto terminaba el mitin. Pero el gobierno no necesitaba excusa para el implacable despliegue de fuerza que tenía planeado. Ya la plaza estaba rodeada por unos 300 tanques, vehículos blindados y jeeps, 5000 soldados y centenares de policías.

A las 6:10 aparecieron en el cielo unas luces de bengala verdes. Los helicópteros de la policía abrieron fuego. Inmediatamente, elementos de civil del batallón Olimpia (un batallón especial de la policía encargado de seguridad en las olimpiadas) atacaron a los oradores del Consejo Nacional de Huelga (CNH) que estaban en un balcón del tercer piso del edificio Chihuahua: los golpearon y empujaron a algunos a la línea de fuego.

Otros elementos de civil del batallón Olimpia comenzaron a disparar contra los manifestantes desde el balcón y desde el interior de la multitud. Tenían guantes blancos para que las fuerzas de seguridad los distinguieran. (Su papel fue doble: fuera de contribuir al pánico, al día siguiente el gobierno dijo que unos 'estudiantes francotiradores' dispararon contra el ejército y comenzaron la masacre.) Desde ambos lados de la plaza comenzaron a avanzar soldados con la bayoneta calada mientras las ametralladoras batían los bordes de la muchedumbre. Oleadas humanas corrían de un lado de la plaza al otro, detenidas y devueltas por el tableteo de las ametralladoras.

Muchos de los muertos recibieron disparos por la espalda a quemarropa o bayonetazos, demostraron las autopsias. La multitud golpeó a las puertas de la iglesia de Santiago Tlatelolco, pero estas no se abrieron: el arzobispo había dado la orden de no dejar entrar a ningún manifestante.

Los tanques abrieron fuego contra el edificio Chihuahua y en sus primeros tres pisos prendieron incendios: el edificio recibió tanta bala que las tuberías y el calentador estallaron. Miles pasaron horas acurrucados mientras a su alrededor volaban balas y vidrio. El fuego parejo de armas automáticas duró entre hora y hora y media; después siguieron disparos más distantes hasta la madrugada.

La balacera fue tan general que los soldados se hirieron entre sí; quedaron 12 heridos y dos muertos. Mataron al auxiliar de una ambulancia e hirieron a una enfermera cuando fueron por los heridos. La policía acordonó el hospital de la Cruz Roja para arrestar a los heridos y para que no entraran más ambulancias. Pero en medio de ese infierno, muchos luchaban contra el pánico y se resguardaban unos a otros. Poniendo en peligro la vida, los dueños de muchos apartamentos abrieron las puertas y dejaron entrar a los que huían.

Hasta ahora no se sabe exactamente cuánta gente fue asesinada en Tlatelolco el 2 de octubre: solo 32 según la policía; 325 según una cuidadosa investigación del periódico inglés Manchester Guardian. Corrió el rumor de que los camiones del ejército se llevaron montones de cadáveres y los quemaron o los aventaron al mar.

Esa noche hicieron 1500 arrestos. A muchos los desnudaron y los dejaron parados horas bajo la lluvia con las manos arriba mientras los chuzaban y golpeaban con bayonetas. Alrededor de la plaza de Tlatelolco, un cerco de policía disparaba gas lacrimógeno contra multitudes enfurecidas y arrestaba a los que trataban de entrar a ayudar. Los soldados se desbocaron por todo Tlatelolco esa noche y catearon apartamentos en busca de armas y estudiantes. Cazaron y encarcelaron a los dirigentes estudiantiles. Algunos desaparecieron.

Made in USA

Muchos arrestados sufrieron torturas. En el libro Masacre en México, un preso relata que un agente estadounidense estuvo presente en las cámaras de tortura mientras los agentes mexicanos 'lo trabajaban'. Un policía amenazó: 'Si no sueltas la lengua, tenemos gringos que te harán cantar'. Pero la presencia física de los expertos en interrogación de Estados Unidos no era necesaria para ver la marca 'Made in USA' de toda la ola de represión.

Para los imperialistas estadounidenses la seguridad de su frontera sur es un motivo de preocupación. Imponiendo su sangriento orden público, el gobierno mexicano protege la opresión económica y política de Estados Unidos sobre México. Pero las dependencias del gobierno estadounidense a menudo coordinan y supervisan directamente esa represión. México es el único país del extranjero donde el FBI opera abiertamente y la estación de la CIA en ciudad de México es la mayor del hemisferio. Muchos oficiales del ejército y de la policía estudian en los institutos de la CIA o de la policía estadounidense.

Philip Agee, ex agente de la CIA que ahora es su crítico, fue a México como espía en 1968 con la fachada de organizar intercambios culturales durante las olimpiadas. En su libro Dentro de la compañía, Diario de la CIA, escribió: 'En México el gobierno mantiene a nuestro enemigo común [la izquierda y los soviéticos] bastante bien controlados con nuestra ayuda--y cuando el gobierno no da abasto, la estación [de la CIA] por lo general puede hacerlo por su cuenta'.

Probablemente Agee no trabajó en las operaciones más delicadas de México, por ejemplo las que vinculan directamente al gobierno estadounidense con la masacre de Tlatelolco. Pero relata que la CIA intercambiaba a diario informes de espionaje con sus enlaces más importantes. Uno de esos contactos era el presidente Díaz Ordaz, cuya relación con la CIA era 'supremamente cercana' y de la cual recibía costosos regalos, dice Agee.

Otro contacto importante era Luis Echeverría, quien como secretario de Gobernación tuvo a su cargo directo la masacre. Echeverría fue el siguiente presidente del país. Los archivos de la CIA sobre las organizaciones y actividades estudiantiles y de izquierda eran muy superiores a las del gobierno, dice Agee. Con la información de la CIA la policía hizo numerosas redadas y arrestos.

Después de la masacre ni el presidente Johnson ni su secretario de Estado hicieron declaraciones de protesta: un silencio que es complicidad, si no aprobación. El 3 de octubre, la junta ejecutiva del Comité Olímpico Internacional celebró una reunión de emergencia para decidir si seguir adelante con las olimpiadas a pesar de la masacre. Con Avery Brundage (el presidente estadounidense del comité) a la cabeza, la junta decidió que sí, por escasos votos. Brundage explicó que las autoridades mexicanas le habían asegurado que 'nada interferiría con la entrada pacífica de la antorcha olímpica al estadio el 12 de octubre ni con las competencias'.

Así que diez días después de la masacre se inauguraron las olimpiadas en una atmósfera de brutal hipocresía. Las calles temblablan al paso de los tanques, pero los murales proclamaban en una docena de idiomas y colores: 'Todo se puede con paz'. El gobierno vistió de minifalda a miles de jovencitas para que fueran 'embajadoras olímpicas'. Una de ellas, con el uniforme olímpico apelmazado de sangre y perforado por las balas, yacía en la morgue donde desfilaban miles de padres en busca de sus hijos.

Los millares que creían que el gobierno nunca haría algo tan inhumano o que lo refrenaría la opinión pública nacional e internacional, se despertaron horrorizados. Como dijo Mao Tsetung, 'el Poder nace del fusil'... y los imperialistas y sus secuaces lo recontraprobaron una vez más en Tlatelolco. En un país oprimido como México, la fachada de medio-democracia que les parece conveniente en 'tiempos normales' se va al diablo cuando ven su dominio en peligro.

Apertura democrática: Fachada de mayor represión

La huelga estudiantil continuó con mucho apoyo dos meses más, a pesar de la fuerte represión después de la masacre. Inmediatamente estallaron protestas estudiantiles contra las embajadas de México en más de una docena de ciudades de Europa, Latinoamérica y Estados Unidos: en las confrontaciones de París hubo 400 arrestos. Muchos protestaron contra la sangrienta mano del titiritero; por ejemplo, en Santiago de Chile, la embajada estadounidense fue apedreada. Los estudiantes de muchos países exigieron el retiro de sus delegaciones nacionales a las olimpiadas.

Pero el arresto de la mayoría de los dirigentes de la huelga y la táctica dual del gobierno--de ofrecer negociaciones o más muerte, según las circunstancias--tuvieron efecto. La huelga cayó más y más bajo la batuta de 'sensatos' que querían llegar a un acuerdo con el gobierno. Para fines de noviembre el CNH levantó la huelga. La mayoría de los estudiantes se salieron furiosos de la enorme y tumultuosa reunión, gritando consignas de huelga. Se tomaron varias escuelas por corto tiempo para impedir el regreso a clases. Pero ante el aumento de amenazas del gobierno y ante una dirección que se había rendido, el movimiento no pudo continuar mucho tiempo.

Sin embargo, muchos sectores de la sociedad sentían una profunda aversión y un franco odio al gobierno. El brutal estado neocolonial había mostrado su verdadera naturaleza sin disimulos y había hecho añicos muchas falsas ilusiones de que puede haber progreso sin derrocarlo. Claramente alarmados por esa situación, los gobiernos de Estados Unidos y México se inventaron varias iniciativas para mitigar los daños del 68.

El secretario de Gobernación Luis Echeverría, que subió a la presidencia en 1970, era el tipo perfecto para poner en práctica esas iniciativas. El hombre identificado por Philip Agee como enlace de alto nivel de la CIA, ahora montó el show de plantárseles a los yanquis. Pero su gobierno solicitó y recibió más préstamos de Estados Unidos que ningún otro gobierno de la historia de México y usó la asistencia militar estadounidense para eliminar los movimientos armados de oposición. El hombre que estuvo a cargo de la masacre de Tlatelolco ahora declaró amnistía para muchos presos políticos. Aumentó los salarios y prestaciones para algunos sectores de la clase trabajadora y aumentó los cupos universitarios.

Bajo esta 'apertura democrática', a los partidos que renunciaran a la violencia y cortaran lazos con el extranjero les prometieron fondos y escaños en el impotente Congreso. Esa 'apertura' fue para los oportunistas un chance de pisotear la lucha de las masas y pedirle favores a la burguesía compradora. Hoy, la izquierda electoral considera que esa 'apertura democrática' fue un importante, o quizá el mayor, fruto de la lucha del 68.

Pero en realidad esas iniciativas del gobierno de Echeverría fueron una continuación de la vieja represión y una fachada para una nueva represión. Por una parte, la clase dominante necesitaba urgentemente renovar la confianza de sectores de la clase media urbana en la legitimidad del gobierno. Esperaba que la cooperación de miembros de la izquierda, entre ellos algunos dirigentes del movimiento estudiantil, contribuyera a eso. Por otra parte, el gobierno aisló y atacó canallamente a otros sectores de la población y del movimiento que consideraba más peligrosos. Durante la 'apertura democrática', Echeverría lanzó una encarnizada represión contra los campesinos de Guerrero y 'desapareció' a centenares, sindicados de ser miembros de guerrillas urbanas y rurales.

Una nueva masacre cortó de raíz un nuevo brote del movimiento estudiantil el 10 de junio de 1971. Esa vez, el gobierno llevó camionados de 'halcones' (pandillas paramilitares derechistas) a una manifestación y les dio rienda suelta. Mataron a 42 estudiantes e hirieron a más de 100.

Pero los estudiantes no olvidaron la masacre de 1968. Cuando Echeverría trató de hablar en la Universidad Nacional Autónoma de México, tuvo que batirse en retirada con la cara sangrando por pedreas de los estudiantes.