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Operación Masacre en Avellaneda

Editorial de ¡Ni un paso atras! Programa del 4-7-02
La vida otra vez

Se sabe: la policía del Estado terrorista mató por la espalda a dos piqueteros, mientras escapaban de la cacería de la represión. La reconstrucción cuadro por cuadro de los fusilamientos comprueba la intencionalidad política de las muertes, el mensaje amenazante y perverso que rodeó el asesinato de los compañeros.
"Váyanse, ustedes rajen y cuiden a las mujeres y los niños", cuentan sus compañeros que les dijo Darío Santillán, momentos antes de morir, al tiempo que la policía se acercaba a la estación. Todos querían quedarse frente al cuerpo herido de Maximiliano Kosteki, baleado unas cuadras antes, haciendo fuerza para que sobreviva. "Dale, viví", le decían en silencio, con palabras, los demás piqueteros como él. Uno, temblando, le medía el pulso, otro a medias asfixiado compartía con Maximiliano su poco aire, hasta que llegó Darío y les ordenó que se vayan, asumiendo para sí todos los riesgos de heridas, de muerte o de prisión, que finalmente se concretaron a los pocos minutos con un tiro cobarde y mortal que le entró por debajo de la espalda, a la altura del coxis. Las fotos y videos aparecidos después, a contragolpe de la canalla versión del gobierno, revelaron la secuencia completa del fusilamiento: Darío que mira al comisario y le pide que no dispare, pero enseguida corre hacia el andén porque al policía no le importa nada; un oficial que sonríe burlonamente ante su presa muerta, a la que acaba de acomodar con las piernas hacia arriba, como quien cuelga en la pared del living el último ejemplar de un cuervo cazado por ahí; el comisario Franchotti que recorre la estación mientras Darío se retuerce de dolor en el suelo, a quien luego mira de cerca, como queriendo averiguar qué sale del agujero que acaba de abrirle en el cuerpo con su itaka. Terrible es esa imagen, dan ganas de detener el tiempo y estar allí, junto a Darío, defenderlo. ¿Por qué lo toca el comisario, ensuciándolo así? ¿Qué quiere encontrar cuando le corre la bufanda y le descubre la cara? ¿El rostro último de la rebeldía? ¿El tramo final de oro y de barro de una vida vivida en la ventura de los demás? ¿El viento que hace o sube del dolor cuando se mezcla a la rabia y los sueños populares? ¿El misterio y la dicha, la ternura y el deseo, que alimentan a los revolucionarios y les dan razón y coraje, justamente lo que las fuerzas represivas, cualquiera sea el color azul, verde o marrón de su uniforme, no tendrán nunca jamás por los siglos de los siglos? La policía asesinó impunemente, delante de fotógrafos y periodistas, para matar no el cuerpo de los dos compañeros, sino la solidaridad y la valentía de este pueblo sufrido pero bello, que ha decidido no quedarse en su casa a esperar que pase la muerte a caballo del hambre, el cólera, la diarrea estival, la fiebre sin aspirinas, y se lleve a sus hijos a pasear por la eternidad y el olvido de los siglos. Como surgió la Coordinadora Aníbal Verón, a la que Darío y Maximiliano pertenecían, seguramente nacerán otras organizaciones, nuevos rejuntes de piqueteros, con el nombre de los compañeros caídos en las calles de este país lleno de sur. La mucha vida de los revolucionarios no entra en la muerte, por más que la muerte tenga cientos de siglos, pero la vida unos pocos años nomás. Cuando el poder lo tenga el pueblo, la fábrica comunitaria donde trabajaba Darío hará ladrillos con la caca de los dictadores derrotados tras la revolución. En otras manos dibujará Maximiliano sus murales con motivos de la gesta popular.
Donde un joven hombre o mujer se rebele contra cualquier injusticia, allí estarán Maximiliano y Darío reencontrándose, abrazados, gritando "piqueteros, carajo", volviendo juntos a la vida y la lucha, como en el mediodía ese del Puente Pueyrredón. De su ejemplo, el pueblo saca para tuercas, piedras, sueños, que más pronto que nunca ha de tirarle en la cara al enemigo.


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