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OPINION
¿Quién dio la orden?
Por Martín Granovsky
Gracias a fotógrafos y periodistas, la Justicia ya dispone de material
suficiente para probar quién mató a los dos piqueteros. La velocidad
con que fueron apareciendo las imágenes y los testimonios sirvió,
de paso, para interrumpir una maniobra de Eduardo Duhalde: los discursos de
ayer del jefe de Gabinete, Alfredo Atanasoff, y del ministro del Interior, Jorge
Matzkin, apuntaban a crear la sensación de que el principal problema
de la Argentina es la inminencia de una insurrección armada contra la
democracia.
Nunca se puede negar la existencia del delirio político. Esto es la República
Argentina. Pero Página/12 señaló muy claramente ayer, con
su edición y con la información, que el problema no era el enfrentamiento
de grupos piqueteros, y que incluso el problema mayor no era ni siquiera la
violencia piquetera, por más cuestionable que fuese, sino los asesinatos
cometidos por funcionarios estatales. No fue la crisis la que mató a
los dos piqueteros. La crisis provoca esta situación violenta. Lo que
mató a los piqueteros fueron balas disparadas por la Bonaerense. No fue
una gresca desordenada la que provocó dos víctimas: fue, como
reveló este diario ayer en exclusiva, una cacería policial.
Los hechos desmintieron el discurso del Gobierno. La violencia radicalizada
puede ser un problema, un gravísimo problema, pero en Avellaneda nada
resultó más grave que dos homicidios perpetrados justamente por
funcionarios públicos encargados de proteger la seguridad y la vida de
los ciudadanos.
Atanasoff y Matzkin parecieron mostrar la intención de fabricar un corralito
de izquierda. El mensaje era que cualquier opositor es un violento potencial,
y quedará sujeto a la represión de la violencia. Una forma, de
paso, de disuadir a asambleístas o nuevos actores de la política
de seguir participando activamente. De ir a una asamblea sin temor de ser marcado
como un delincuente peligroso o involucrarse en una marcha sin miedo a morir.
Atanasoff y Matzkin cumplieron un papel peligroso que la rápida aparición
de indicios serios transformó, además, en ridículo. Pero
en un país donde el ridículo a menudo terminó siendo peligroso
(recordar solo a José López Rega y Leopoldo Galtieri) conviene
tomar nota de la estrategia de la Administración Duhalde: atacar mientras
emprende la retirada.
Queda, ahora, una gran pregunta. Si la policía mató, ¿quién
dio la orden? Atanasoff y Matzkin tienen una buena oportunidad de hacer, otra
vez, el ridículo: podrán decir que los policías se vieron
desbordados por la emoción violenta. Sería el primer caso histórico
de fusilamiento por calentura