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Operación Masacre en Avellaneda

OPINION
UNA MOVILIZACION MEMORABLE Y DOS INICIATIVAS DEL GOBIERNO

Lo mejor está en la calle Un día tan inhóspito como inolvidable. El garantismo renace en Capital y provincia, tras la masacre.
Los que resisten a Juampi, astillas del mismo palo que Duhalde. Enroque en gabinete.
Alguien que desatornille bulones ahí, por favor.

Por Mario Wainfeld

Quienquiera que haya estado en Plaza de Mayo a las siete de la tarde de un miércoles hostilmente frío y lluvioso tardará en olvidar o no olvidará nunca el momento cúlmine en que más de 30.000 gargantas cantaron a voz en cuello el Himno. Los había pobres y de clase media, ancianos y jóvenes. Los había trabajadores dependientes, trabajadores desocupados y estudiantes. Los había encolumnados y "sueltos". Los pobres, los jóvenes y los encuadrados formaban amplia mayoría, pero de todo había. Había mujeres de pueblo, incluso haciendo de seguridad de las columnas, con mansa firmeza y mirando de frente. Los había mirones que aplaudían a los manifestantes y los había manifestantes que aplaudían a los mirones que los aplaudían. Todos se celebraban y se reconocían en un acto que se convocó contra el asesinato, pero que fue por la dignidad y acaso, como quien hace prosa sin saberlo, por la supervivencia de la Argentina como nación.
Hace un tocazo de tiempo, el 17 de octubre del ‘45, Raúl Scalabrini contó la marcha de los trabajadores a la misma plaza y los definió como "el subsuelo de la patria sublevado". Los llamaba subsuelo porque antes de la jornada cívica nadie los veía y les decía sublevados no porque blandieran armas sino porque cuestionaban un orden establecido injusto y desigual.
La evocación viene a cuento aunque no es posible hacer livianas las comparaciones. Quienes marchaban en el ‘45 eran trabajadores, migrantes internos los más, vivían casi todos en el sur del conurbano, laburaban en fábricas. Eran incluidos, sí que maltratados y mal pagos. Juan Perón mirándolos desde arriba (el hombre solía mirar desde arriba) podía concluir que pertenecían a una misma clase social, incluso con una franja salarial no muy vasta, culturas similares, ambiciones muy semejantes. Generar las condiciones para que mejoraran su paga, su autoestima, su poder relativo y su porción en la torta del PBI no era tarea sencilla, pero tenía una lógica evidente. Incluso, estratégicamente, hasta había algún interés común entre esos trabajadores que reclamaban antes que nada dignidad y sus patrones que –miopes hasta la idiotez– maquinaban cómo no pagarles el aguinaldo.
Ahora las cosas son mucho más complejas. Todos los que quieren salir del subsuelo y se sublevan marchando a la plaza reclaman dignidad y que se vayan todos. Pero los incluidos no tienen la misma cartilla que los excluidos, aunque se reconozcan integrando un colectivo común. Ni siquiera es fácil coaligar a los trabajadores con empleo público con sus hermanos de clase de la actividad privada cuando se quiere pasar de los rechazos a las propuestas.
La oposición es, todavía, el Frente del rechazo y adeuda a sus adherentes actuales y virtuales un proyecto de país con inclusión y crecimiento. Un proyecto nada sencillo y que muy poco tiene que ver con lo que hay. Le dificultan la tarea la terrible carestía y la fragmentación que dejan casi 20 años de gobiernos radicales y peronistas. Tiene a favor la disponibilidad, el crecimiento de la conciencia de los agredidos por el rumbo histórico que eligió la clase dirigente nativa, el hecho notable de que cada vez hay más perjudicados por el statu quo. Y que, saliendo de la infantilización cultural, política y hasta volitiva que obró la convertibilidad, cada día más damnificados se dan cuenta. Sereconocen, se ponen en marcha, se aplauden y quieren –con sobradas razones y opinable fundamento constitucional– que se vayan todos.
Beneficios colaterales
Dos semanas atrás los gobiernos nacional y bonaerense agitaban el fantasma de la insurrección piquetera armada. El 26 y 27 de junio defendieron un relato mendaz y perverso que culpabilizaba a las víctimas y canonizaba a la Bonaerense, incluido el comisario Franchiotti que pasó esas horas a la derecha de Felipe Solá. Una conducta cuyas consecuencias no se disipan con los cambios de política: les dio a los asesinos 36 horas para manipular pruebas, disolver huellas, etc., sin control público y que dificulta desde ya la labor de fiscales y jueces.
Una vez que la sociedad civil y los medios desenmascararon el verso oficial en nación y provincia, los respectivos ejecutivos resolvieron sendos giros de timón en sus políticas de seguridad. Mejor tarde que nunca, cabe reconocer. Solá emprendió la enésima renovación de la Bonaerense, optando por un garantista en Seguridad. Una decisión adecuada, que se redondeó con la sorprendente –aun para el interesado– designación de Juan Pablo Cafiero. Tan azorado estaba Juampi que pidió consejo a dos dirigentes que dan cuenta de su variada agenda de amistades: el socialista Alfredo Bravo y un duhaldista que integra el gabinete. Con ambos compartió un café, o dos en La Biela y, tras oírlos, decidió aceptar, si Eduardo Duhalde no vetaba su decisión. El Presidente, por teléfono, lo instó a "darle para adelante" y así se hizo.
El nombramiento de Cafiero revela, otra vez, cuán zigzagueante es la política del peronismo (que gobierna Buenos Aires desde 1987) respecto de la "mejor policía del mundo". "Nos quejamos de los policías, pero nadie en su sano juicio puede decodificar nuestras señales. Pasamos de León Arslanian a Aldo Rico sin escalas y de éste, con un interregno breve, a Juampi. Eso le hace puré las neuronas a cualquiera, imagínese cómo repercute una fuerza verticalizada que se supone debe recibir consignas precisas," decía un hombre del Presidente que se asoma a la autocrítica.
El perfil garantista elegido por el nuevo ministro abrió un compás de espera en organizaciones sociales y dirigentes opositores que lo criticaron un poquito, como para cumplir, ma non troppo. Y puso de punta a las tropas del gatillo fácil que lo definieron en cuestión de segundos como enemigo, como una suerte de comandante piquetero dotado de credencial de funcionario, sello seco y auto oficial.
También hicieron oír sus quejas varios intendentes provinciales. Las tramas de intereses entre el poder político y la Bonaerense son intrincadas y ricas, anidan mucha corrupción y mucho dinero. El aparato duhaldista no es exactamente un jardín de infantes ni se sostiene con los fondos de la cooperadora. Caudillos locales mal acostumbrados viven como una agresión a las veinte verdades que alguien quiera hurgonear en esas cajas. Y pronto hicieron oír sus resquemores, algo maquillados, en los oídos del Presidente.
Duhalde se quejó amargamente de estas presiones que le vienen, empero, de su propio gajo y de que la Bonaerense se cruce trágicamente en su camino cada dos o tres años, AMIA,Cabezas, Ramallo, los dos militantes piqueteros asesinados. Las recidivas revelan una enfermedad que no le cayó del cielo al paciente aunque las quejas presidenciales parecen aludir a una maldición divina y no a la, lógica, cosecha de lo que se siembra.
Juanjo conducción
La dilucidación de la masacre de Avellaneda desempató, por ahora, la interna del gabinete. Los partidarios de la mano dura quedaron desautorizados al par que Juan José Alvarez ganó puntos y espacio en el gabinete. Se supone que, por un tiempo, el Gobierno tratará de aplicar su prédica de evitar la represión de las protestas públicas, uno de sus pocos logros que se desbarató perversamente en Avellaneda.
El primer cambio en el gabinete fue la eyección de Jorge Vanossi. Su renuncia le fue anunciada por teléfono sin mayores ceremonias. Será un vacío muy sencillo de llenar. Queda abierto un debate sobre Vanossi, hay quien piensa que más que un ministro fue un objeto decorativo. Y hay quien piensa que ni siquiera para eso sirve. Duhalde se equivocó al derivar Defensa y Justicia a los radicales pensando que les pagaba con poco. Le detonó la más grave crisis institucional de la historia con la Corte Suprema y Vanossi no pintó para resolverla, encarrilarla o tan luego entenderla.
Carlos Soria, el sastre de Panamá, dejará su lugar a Miguel Angel Toma (ver página 5). Le vendió pescado podrido a todo el gabinete antes de la violencia estatal y va a pagar el módico precio de una salida elegante. Para no decir que enhebró papelón tras papelón, Soria saldrá a explicar que aspira a ser candidato a gobernador de Río Negro (provincia que parece haber recibido una maldición bíblica, por lo que se ve) y que se va porque Duhalde no quiere funcionarios en campaña. Si el argumento se generaliza también se irá yendo Daniel Scioli que aspira a la Jefatura de Gobierno porteña.
A votar, que chocan
los planetas
"A vos te queda poco/ Duhalde botón," coreaba la multitud en Plaza de Mayo. Con imaginables diferencias de lenguajes en Olivos y en Balcarce 50, muchos pensaban lo mismo (no todos, Alberto Fernández y Eduardo Amadeo opinaban en contra) y venían aconsejando al Presidente acortar el calvario de su mandato. Duhalde decidió recuperar la iniciativa fijando un cronograma electoral que termina el 25 de mayo de 2003, justo cuando se cumplan treinta años de la fecha en que Héctor Cámpora llegó a la Rosada prometiendo una revolución socialista a la criolla a una militancia activa y radicalizada y a un pueblo enfervorizado.
No hay peligro de que la escena se repita. El objetivo del PJ es arduo pero rumbeado para otro lado. El comandante lacónico, Carlos Reutemann conteniendo al voto del PJ, coaligado con los partidos reaccionarios de provincia y la rancia derecha que supimos conseguir.
Duhalde apuró los tiempos advirtiendo que le sería imposible llegar incólume hasta diciembre de 2003 y orejeando encuestas de Hugo Haime que profetizan un inquietante crecimiento de Carlos Menem en la interna justicialista. Pisando fuerte en el padrón propio, enclenque en los independientes, en las provincias chicas y en los dos extremos de la escala social,Menem ganó la iniciativa y azuzó la modorra duhaldista.
Cerca de Duhalde piensan que en una interna la coalición Lole-Solá-José Manuel de la Sota tiene las de ganar. "En Buenos Aires podemos aplastar a Menem y son 800.000 votos a un millón, ¿cómo se remonta esa diferencia?" pregunta, retórico, un hombre del Presidente. Para facilitar el armado se piensa, como ya se dijo en esta columna, en un cordobés como vice (José Manuel de la Sota o Juan Schiaretti), Solá sería candidato a gobernador. En la Rosada maquinan qué ha de hacerse para saciar las apetencias de los pocos dirigentes de provincia de cierto piné y con alguna proyección que quedan afuera. Puede contárselos con los dedos de una mano: Juan José Alvarez, Julio Alak, José María Díaz Bancalari. Esa carencia también patentiza la chatura política del duhaldismo tras una década de primacía en la provincia.
Astucia táctica
"Marcamos la cancha," autoelogian en Balcarce 50 y algo de eso hay. El Gobierno recuperó iniciativa con una movida que es astuta en lo táctico y perversa respecto de la lógica institucional. Así suelen ser las jugadas de la actual corporación política, gambetas cortas que erosionan la gobernabilidad futura. La fijación de comicios sin el mínimo soporte legal o escrito es algo que no se haría en un club de Primera C. Así la propone el oficialismo, haciéndose el oso respecto de la integración del Parlamento y de la caducidad de los mandatos.
Es claro que todos los representantes del pueblo están desacreditados y algo hay que hacer para preservar al sistema político. La respuesta de legisladores del peronismo y del radicalismo es de un corporativismo que avergüenza. Prefieren quedarse como sea donde están, trabajar en Congresos o Concejos deliberantes vallados, sesionar en la clandestinidad, comer como refugiados en sus casas o sitios privados, antes que intentar revalidar los títulos. Cierto es que el "que se vayan todos" no tiene traducción constitucional inmediata, pero la Argentina es tierra de milagros donde las leyes se reinterpretan cada diez minutos, siempre a favor de los poderosos o los foráneos. Es flagrantemente inconstitucional confiscar los ahorros o recortar las jubilaciones y "todos los que se quedan" bancan eso. Es decir, se puede ser amplio y proponer una reinterpretación de emergencia de la Carta Magna para robarles 70 pesos por mes a los viejos, pero guay de tocar a Humberto Roggero y Leopoldo Moreau. Algún gesto de dignidad vendría bien aunque sólo la fuerza, ojalá que política y democrática, desajustará los bulones que los atornillan a sus bancas.
Elisa Carrió amenaza con la abstención intransigente. Sin micrófono, muchos argentinos siguen pensando en el voto bronca. Sería nefasto que el Gobierno los impulsara a no participar plenamente. Vaciar desde el vamos de legitimidad al Gobierno que viene suena a revancha berreta o a suicidio colectivo.
Reutemann, mientras cavila, hizo un gesto en pro de la renovación en su distrito. De la Sota la tiene más fácil, en Córdoba –reforma constitucional nueva mediante– los legisladores renuevan todos en 2003, pero igual dejó en claro que propone un Congreso nacional a nuevo el año que viene.Solá acompañará cualquier decisión en el mismo sentido, si el Gobierno la propone. Le queda al Gobierno empezar a empujar de veras a una corporación (que se comporta como si fuera una casta vitalicia) a dar un paso al costado. Habrá que ver si hay huevos para hacer esa tortilla imprescindible.
Los palacios y las calles
Casi todo lo que se trama en los palacios es tortuoso, sibilino, pleno de astucias vizcachescas y de operaciones propias de Maxwell Smart.
Las calles que entornan a la Rosada los otros días mostraron imágenes más dignas de honrar. Pobres de toda pobreza, prolijos, pulcros, educados y gallardos, tratando de no caerse del mapa sin ofender ni agredir a nadie. Se supone que los partidos mayoritarios de ellos nacieron y por ellos lucharon. Eso fue hace mucho. Hoy y aquí miles de vallas –materiales y simbólicas– separan a la Rosada y el Congreso de los que, con su presencia y sus cánticos, embellecieron las calles del microcentro y la plaza histórica


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