Libros sí, Alpargatas también
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Silvio Rodríguez
Rebelión
Las mayoría de las letras compuestas por Silvio
Rodríguez constituyen, a mi modo de ver, una prueba clara de la posibilidad de
abordar hoy la política poéticamente.
Con motivo de la preparación de un curso llamado Literatura y Conspiración
en donde trabajaremos con algunas de esas letras, me tomé la libertad de
formular a su autor una pregunta sobre su forma de escribir.
La respuesta de Silvio Rodríguez resultó ser un texto de especial
relevancia para entender las claves de la creación artística y también su
inserción en un entorno revolucionario, un texto, en fin, cuyo interés rebasa
con mucho los modestos objetivos del curso. Por ello le pedí permiso para
publicarlo. Reproduzco también la pregunta por cuanto puede orientar la
lectura posterior.
Belén Gopegui. Madrid
Pregunta de Belén Gopegui:
Quisiera que me contaras en dónde te colocas, por así decir, cuando haces una
canción política –a su modo todas lo son, pero las que lo son más-.
Un solo ejemplo: me interesaría conocer qué te lleva a empezar tu parte de la
Canción de la Columna Juvenil del Centenario con esa descripción del final de
la fiesta, la ciudad aún encendida y a usar el tú: "no digas no, que estás..".
¿En ese momento hay una voluntad deliberada de no incurrir en un lenguaje
político que pueda parecer gastado, o es solamente el tema el que te lleva a
enfocarlo así? Sin duda, al pensar con rigor en cualquier cosa a veces se
logra que no aparezcan las imágenes obvias, pero aún así hay qué pensar desde
algún sitio: ¿desde qué sitio te pusiste a pensar?
Creo que hay una cierta actitud en muchísimas de tus letras y no me refiero
sólo a cómo hablar de política de forma algo indirecta, sino también a cómo
hablar de las cosas como interponiendo una visión entre la visión que ya
existe y ellas.
Sé qué te estoy preguntando lo imposible, que me cuentes cómo has construido
lo que los narradores llamamos el tono, en el caso de los poetas no sé cómo lo
llamáis. Pero quizá haya una parte que sí sea contable, y en todo caso me
gustaría que me hablaras de lo que significa para ti abordar la política
poéticamente.
Respuesta de Silvio Rodríguez:
La verdad es que nadie pregunta esas cosas y me gustaría ver si consigo poner
en palabras lo que suele ser espontáneo.
Antes que nada debo decirte que la parte compuesta por mí de la Canción Para
la Columna Juvenil del Centenario es hasta "¿Qué puede valer más?". El autor
de los versos que siguen es Pablo Milanés, así como la música y la voz que los
interpretan. Por entonces éramos integrantes del Grupo de Experimentación
Sonora (GES) del ICAIC. Era habitual que los directores nos pidieran que
trabajáramos juntos las bandas sonoras y de ahí salieron algunas canciones a
cuatro y en ocasiones a seis manos. No creo que la autoría compartida cambie
lo esencial que nos ocupa, ya que Pablo y yo estábamos plenamente
identificados e igualmente conmovidos por el sacrificio de aquellos jóvenes
trabajadores que intentaban (y sin duda conseguían) "virar esta tierra de una
vez". Éramos tan compatibles que a veces para hacer las canciones sólo
acordábamos una tonalidad. Con ese norte cada uno se iba a su casa y componía
su parte. Luego nos encontrábamos y analizábamos qué segmento serviría mejor
para empezar y cuál para concluir. Entonces empalmábamos los pedazos y listo.
Jamás hicimos retoques.
Canción de la Columna Juvenil del Centenario
Mientras la ciudad
aún a la cuatro esté encendida
y haya un lugar que te distraiga por ahí
—un humilde lugar
un pequeño lugar—
no digas no,
que estás negando el paraíso:
sé donde por años la luz es un farol
y el sueño diversión
—única diversión—.
Sé que ahora mismo,
mientras se entona cualquier canto,
mientras partimos a disipar el calor,
se está luchando allá.
¿Qué va a pagar la sangre que la tierra absorbe?
¿Qué oro que no es oro de sueños pesa así?
¿Qué puede valer más?
¿Qué paga este sudor, el tiempo que se va?
¿Qué tiempo están pagando?: el de sus vidas.
¡Qué vida están sangrando por la herida
de virar esta tierra de una vez!
Cuando a las once el sol
parte el centro del honor,
cuando consignas y metas
piden su paredón,
cuando de oscuro a oscuro
conversan por la acción
la palabra es de ustedes:
me callo por pudor.
¿Qué paga este sudor, el tiempo que se va?
¿Qué tiempo están pagando?: el de sus vidas.
¡Qué vida están sangrando por la herida
de virar esta tierra de una vez!
Luego de la necesaria aclaración de autoría regreso a lo particular que me
pides, a la forma en que he abordado con intenciones poéticas la temática
política. Y ahora, si me permites, quisiera ampliar un poco la perspectiva,
para ayudarte a que lo veas desde algunos de mis contextos.
Antes que hacer canciones me fui haciendo hombre en la primera década de la
revolución cubana, años 60. Pudiera afirmar que adquirí nociones de ética
simultáneas a las de estética, y es que tuve una adolescencia muy
participativa, a la vez que leía ferozmente sobre lo humano y lo divino. El
día que triunfó la revolución yo acababa de cumplir 12 años y a esa edad un
primo me reclutó para la Juventud Socialista. Unos meses más tarde estaba
inmerso en la lucha estudiantil preuniversitaria e iba de casa en casa
pidiendo conservas para los milicianos, atrincherados por los primeros ataques
y sabotajes. En 1961, con 14, fui uno de los 100, 000 jóvenes que integraron
el ejército de alfabetizadores que dejaron las ciudades por la vida a la
intemperie. Escogí para alfabetizar una zona cercana a la Sierra del Escambray,
donde la lucha de clases era muy violenta. El ejército de maestros al que
pertenecía puso su mártir: un brigadista de mi edad, llamado Manuel Ascunce,
fue torturado y muerto por los alzados. Poco después se produjo la invasión
contrarrevolucionaria por Playa Girón, atizada por las administraciones
norteamericanas. Me hice miliciano el mismo día de aquel desembarco y mi
generación, fundida a la anterior, siguió aportando sangre. Un día ya nos
dimos cuenta de que no éramos niños, que cualquiera de nosotros podía estar
entre los caídos de la aurora siguiente.
A los 15 dibujaba una página de historietas en el semanario Mella, órgano
oficial de la Unión de Jóvenes Comunistas. A los 17 fui llamado a las Fuerzas
Armadas Revolucionarias, a través del servicio militar, donde presté servicios
durante algo más de tres años. Producto de mi experiencia anterior como
dibujante y diseñador gráfico, la mitad de mi vida militar la pasé en
jefaturas especializadas en elaborar propaganda de defensa.
Puede que el trabajo político directo, en edades tan tempranas, me haya
inmunizado, al menos un poco, contra sus efectos. Puede que la saturación del
recurso me haya hecho replanteármelo desde un ángulo más humano, menos rígido.
Puede que tuviera tan claro lo que era la propaganda que a la hora de escoger
las palabras para una canción tratara de evitar a toda costa lo que se le
pareciera. Aún así no podía, ni quería, traicionar mis principios ni dejar de
estar de parte de lo que consideraba correcto. Entonces tuve que trabajar
contra las frases hechas, contra los caminos trillados, contra las fórmulas
obvias que sonaban a panfleto y no a literatura. Porque de eso se trataba: yo
quería que mi lenguaje se pareciera a los discursos poéticos, no a los
políticos, aunque el compromiso con mi país y con mi tiempo me arrastrara a
los contenidos más urgentes.
La labor que desarrollé para el cine, entre 1970 y 1975, es buen ejemplo de
cómo debí trabajar para la inmediatez, a la vez que buscar un lenguaje
literario (y musical) que otorgara "vida propia" a la obra. Entonces hice
muchas canciones por encargo, aunque nunca acepté un trabajo que no me
motivara, lo que ya implica una empatía cómplice. Canción de la CJC es de esa
época y fue escrita para un documental reportaje. En su caso hay, además,
algunos elementos extra artísticos —en este caso político-históricos— que
pueden ayudar a la comprensión de por qué abordé la letra sobre la Columna
como lo hice, e incluso hasta la música. Espero no estar extendiéndome
demasiado.
En 1970 el documental "Columna Juvenil del Centenario", del realizador Miguel
Torres, no representaba una imagen idílica de la Columna Juvenil, sino que
asumiendo un papel testimonial de nuestra realidad mostraba un ángulo nada
oficialista. Mientras la prensa cubana enfocaba con un triunfalismo
rimbombante (ingenuo) la campaña que los jóvenes libraban en la provincia de
Camagüey, aquel trabajo cinematográfico, cámara en mano y en blanco y negro,
mostraba adolescentes vistiendo ripios, durmiendo a la intemperie, demacrados
por la comida insuficiente y la labor excesiva, protagonistas que a la vez se
expresaban con una firmeza y voluntad impresionantes. Pero esta óptica más
completa de la realidad contradecía a cierta zona de la dirección ideológica
que prefería una visión simplemente épica, sin profundizaciones que sacaran a
la luz aspectos contradictorios de la dramática realidad que vivíamos. Aquel
modo predominante de ver las cosas en la superestructura cubana tenía su
núcleo de artistas, escritores y hasta de autores lisonjeros, a tono con las
justamente endurecidas canciones soviéticas de la segunda guerra mundial. Pero
tanto el mundo del cine cubano como la mayoría de los trovadores éramos más
distendidos que aquel otro país pretendido y ortodoxo, aburridamente solemne,
hierático.
Estas eran mis circunstancias y yo era un opositor de la visión oficial cuando
escribí esa canción. Pero lo contado no era todo. Por entonces había cierta
fobia ideológica por el rock, algo así como una enfermedad infantil
izquierdista, a decir de Vladimir Ilich. Esto llegaba a los extremos kafkianos
de buscar células de rock en la música de los compositores, y había listas con
calificativos y censuras para compases sospechosos. Después de algunas
adversidades yo y un grupo de jóvenes músicos tuvimos la suerte de encontrar
refugio para aquel tipo de excesos en el ICAIC (Instituto de Arte e Industria
Cinematográficos). Ahí yo me desquitaba haciendo rocanroles con letras
revolucionarias que los cuadrados de la cultura se tenían que zampar. Como el
noticiero semanal ICAIC y las películas ponían nuestra música, aquella fue
nuestra forma de contribuir a barrer con los prejuicios que existían con el
rock.
Por eso Canción de la CJC y otras de entonces son medio roqueras, lo que por
otra parte contribuía a engordar nuestra fama de muchachos conflictivos.
Cuando en aquellos tiempos me ponía a escribir, debía estar conciente de
varios frentes de confrontación a la vez: aquel del que formaba parte como
país martiano y socialista a 90 millas del imperio; estos otros combates
domésticos mencionados, que suponían una forma de disidencia revolucionaria;
y, para colmo, debía cargar con el implacable frente intimo, contra el que no
había excusa y me exigía ser cada vez mejor persona y artista.
Con la mayoría de las canciones que hice, las que no eran por encargo sino
solamente porque se me ocurrieron, el proceso ha sido muy parecido. Cuando
hice Te Doy Una Canción pasé de lo personal a lo colectivo con tanta
naturalidad como cuando alguien va con su pareja, dándose besos, hasta una
reunión de compañeros. Es que son el mismo hombre y la misma mujer; no tiene
porqué haber costuras; y si las relaciones que establecen tanto privadas como
públicas son honestas, la verdad es que debieran verse unas como la
continuación de las otras, ya que usamos la misma piel para amar que para
defender lo que creemos. Puede que la vestimenta, los utensilios, la
parafernalia acompañante pueda cambiar. Quizá por eso funcionen mejor una
marcha para el combate y un bolero para enamorarse.
Puede que a otros les sea más sencillo explicar cómo llegan "al tono" de lo
que escriben. A mi me resulta difícil porque muchos de mis procesos nunca han
tenido método. También porque ese "tono" suele ser un hallazgo fundamental, al
punto en que en ocasiones parece disputarle importancia al asunto. Estoy lejos
de ser un defensor de la forma a ultranza, pero si admitimos que una manera es
la llave de una puerta ¿cómo no vamos a reconocerle lo que le corresponde? Lo
que me mueve y deseo escribir suele estar ante mis narices, como ante las de
cualquiera, pero hasta que no encuentro la forma de abordarlo soy un inválido.
En ese proceso de búsqueda, a veces me he metido años. Ha sido como otra vía
para llegar a las canciones, que pudiera ser la de la sedimentación, como una
especie de aprendizaje largo y secreto que desemboca en las palabras justas o
en "el tono", como tú lo llamas. Eso me ha pasado, por ejemplo, con Rabo de
Nube, que también es una canción política, a su manera.
Nací en una zona rural donde los campesinos llaman rabo de nube (raboenube)
al tornado. Siempre me fascinó esa metáfora del pueblo y, vampiro
(chupa-ideas) como soy, intenté el tema varias veces. Una vez casi di por
terminado un texto, pero era tan conciente y manipulador que asesinaba la
transparencia del símbolo. Muchos años después, en la ciudad de México, en una
tarde sin prisas, se me apareció la canción tal como está, con relativamente
poco esfuerzo, como si ya estuviera hecha en algún rincón de mi cabeza. La
única explicación que le encuentro es que abordé aquella idea, descubierta en
la infancia, ni más ni menos que como un niño: no haciéndome el inocente sino
desde un estado de inocencia.
Así que supongo que me puse a tiro de aquella canción. Y por lo tanto debo
dejar a cada cual el camino que deberá recorrer para situarse al alcance de lo
que desea. La única técnica que en este caso pudiera articular es que el
proceso no debiera ser confundido con poner a nuestro alcance lo que queremos
poseer. Eso —al menos en mi caso— no resulta. Debe ser que hay estancias de la
sensibilidad y sendas para llegar a ellas que son estrictamente personales. No
sé por qué me da un poco de vergüenza revelar que soy de los que —de alguna
forma— creen en lo inasible, o puede que más bien en lo intransferible.
No quiero dejar de mencionar algunos maestros que no paran de enseñar buenas
maneras de poesía política: Brecht, Hikmet, Josef, Vallejo. Hasta el mismísimo
Rimbaud hizo un alegato antiguerrerista con aquel poema que una vez leí bajo
el título de "El durmiente del valle". Para qué hablar de Miguel Hernández o
Pablo Neruda. Ya sé que estos dos, junto a Brecht y Maiakovsky, resultan
explícitos o directos, que su mensaje no es tan sesgado como te interesa ver
ahora. Pero leyéndolos puede que haya aprendido lo que me estaba vedado. ¿Por
qué prohibido? Porque yo era un ciudadano de una revolución victoriosa y
fundaba una nueva sociedad en la que los contenidos contingentes empezaban a
formar parte de lo cotidiano, o sea que debía aligerarlos de herrajes
embarazosos para hacerlos más llevaderos, capaces de ser llevados en los
bolsillos de la gente. Porque de alguna forma mi realidad me pedía, más que
gritos, susurros acompañantes en el largo camino por recorrer.