Libros sí, Alpargatas también
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Muñoz Molina y el anticomunismo "políticamente correcto
"Evgenia Ginzburg no era inocente: era comunista
Pepe Gutiérrez
Los datos están ahí: la escritora Evgenia Ginzburg nació en 1906, en Moscú, y murió en 1977. Creció con los "buenos tiempos" de la revolución, se consagró con fervor a la militancia en el partido y defendió con vehemencia su línea política, Se casó con un miembro del partido, fue profesora de Historia y Literatura en la Universidad de Kazán, compañera de un líder comunista local, Pavel Aksenov, y ella misma miembro del PCUS, fue arrestada en .febrero de 1937 en el contexto del "gran terror": "Las acusaciones del fiscal, que llenaron largas columnas de los periódicos, después del asesinato de Kirov, producían escalofríos, pero no había duda. Nikolaev, Rumiantzev y Katalynov eran antiguos miembros del Komsomol. Parecía absurdo, increíble, pero lo afirmaba Pravda y, por tanto, no podíamos dudarlo. Pero el proceso comenzó a extenderse en círculos concéntricos, como las ondas de una charca de agua donde ha caído una piedra" (1). Coincidiendo con esta escalada de represión de la época en la que Yezhov fue responsable de la Seguridad del Estado, y cuando tenía 31 años, a Evgenia se le abre la tierra bajo los pies, cae literalmente en los infiernos.
Tal como señalan J. Arch Getty y Oleg V. Naumov (2), las principales víctimas fueron comunistas, militantes convencidos que en un momento dado de su trayectoria política habían coincidido con las plataformas de Trotsky, Zinóviev, Bujarin o la Oposición, algo que hasta finales de los años veinte, fue de lo más habitual; un "pecado original" del que quedaban al margen los que habían ingresado en pleno partido-Estado. Evgenia conocía a un de estos oposicionistas, al profesor Elvov., del que escribe: "Había ido a parar a Kazán, como profesor en los Institutos Superiores, después del conocido asunto de la historia del partido comunista bolchevique, en cuatro volúmenes, editada por Emeljan laroslavskij (3). En el ensayo sobre 1905, escrito por Elvov para esa publicación, habían aparecido errores a propósito de la teoría de la "revolución permanente". Toda la obra, y en particular el ensayo de Elvov, fueron criticados por Stalin en su conocida carta dirigida a la redacción de la revista Revolución proletaria. En consecuencia, los errores fueron calificados de "contrabando de ideas trotskistas (...) en el momento del asesinato de Kirov, y con este historial, Elvov, "el profesor de los cabellos rojos", desapareció, y Evgenia fue acusada de "trotskista" (4).
Acusada de terrorismo, condenada, en agosto del mismo año, a diez años de reclusión en celda de aislamiento. En 1939 se le conmutó la pena por diez años de trabajos forzados y fue enviada a los campos de trabajo de Kolima, al noreste de Siberia. Liberada en 1947, fue desterrada a perpetuidad en 1949. No obstante, en 1948, la misma noche en que su hijo Vasili, de, dieciséis años, tras once años de separación, pudo finalmente reunirse con ella, aunque fuese (temporalmente, como se demostró después en el destierro. En aquel encuentro, Evgenia le comunicó a su hijo, luego un escritor conocido como Vasili Aksenov, que había escrito en unas condiciones infrahumanas, una serie de capítulos un testimonio al que le dio como título de El vértigo. Evgenia era consciente de que, sin la verdad sobre el pasado, nada -ni siquiera la esperanza, es decir algo que ella no había perdido- sería factible en el futuro. En este sentido, de intrépida e irreductible esperanza, deben entenderse las palabras con las que cerrará un segundo volumen que tomó como titulo, El cielo de Siberia: "Y sin embargo quiero creer que, si ni yo ni mi hijo vivimos lo bastante para ello al menos mi nieto podrá ver algún día el texto íntegro de este libro publicado en nuestro país" (5). Aunque murió sin poderlo ver legalmente, pero si en diversas ediciones clandestinas, en aquellos papeles mecanografiados cosidos a mano Samisdat que corrían de mano en mano.
Una vez liberada, todavía pasó varios años más en Siberia para esperar al hombre del que se había enamorado, el médico alemán y no pudo regresar a Moscú hasta 1955. donde obtuvo su rehabilitación y no tardó en regresar a la Rusia europea con su segundo marido, un médico a quien había conocido en Kolima. A partir de 1959 comenzó a corregir y ampliar los textos escritos en los campos. Cuando se difundieron por el país a través de la vía clandestina, suscitaron una gran sensación, por su veracidad, equilibrio y talento narrativo. Como era propio, el manuscrito llegó a Occidente, concretamente al avispado editor italiano Mondadori que buscaba su propio Doctor Zhivago. Por los azares propios de la difusión clandestina fragmentaron en dos partes el relato, lo que obliga al segundo a efectuar una apretada síntesis (35 páginas) del primero. Sea como sea, el hecho es que la obra causó una enorme conmoción, y ofrecía una perspectiva revolucionaria ya que persistía en llamarse comunista, y exponía hechos vividos desde una profunda óptica antiestaliniana, claramente expresada en la cita del poema de Evtusenko Los herederos de Stalin, que precede El vértigo: Y yo dirijo/ a vuestro gobierno/ esta súplica:/ dóblese/ triplíquese/ la guardia de su tumba.
La escritora registró en su mente cada instante de su cautiverio, consciente de que una vez libre debía contar al mundo la odisea de hambre, frío, enfermedad y terror que padeció durante 18 años, y ofreció un testimonio vivo que se pone de manifiesto ya en las primeras páginas, en las que late el más amplio aliento de la realidad de los hechos; son el reflejo de una personalidad en extremo humana e íntegra, femeninamente instintiva y a la vez capaz de una severa coherencia. En su viaje al infierno durante dos décadas, Evgenia pasará por todos los recovecos del infierno estaliniano, y asimismo en sus vicisitudes interiores, desde el reconocimiento "experimental" de un providencial Bien Supremo a las nuevas perspectivas que le revela la amorosa amistad con el que habría de convertirse en su segundo marido, Anton Walter, un deportado germano-ruso de fe católica.
Inmersa en sus propias convicciones, sobrevive sin perder un ápice de su propio aliento, por más que externamente adopta una presencia sumisa y púdica, que se entrecruza el escarpado relieve de la vida, a un tiempo concreto y surreal, del universo concentrionario: las prisiones de torturas y de "cintas sin fin", que quebrantan la voluntad de los acusados; los campos de concentración del hambre y del trabajo extenuante; los ghettos desenfrenados de los delincuentes comunes; los asilos que albergan a las criaturas de los detenidos; los hospitales donde se extinguen los forzados de las minas, Ias aldeas de los confinados sobre los que pende, la amenaza de nuevas condenas a trabajos forzados. En cada uno de los capítulos que escribe la autora el lector puede encontrar momentos angustiosos y dramáticos. Habla de los barracones en los que viven los hijos de las presas y en los que hay colocados letreros dependiendo de la edad que tienen los pequeños: Grupo lactante, Destetados, Mayores..., y recuerda el momento en el que después de tres años recobró su capacidad de llorar. Fue al percibir el olor a papilla y ver a los niños correteando cuando recordó a su hijo Vasia, del que le despojaron cuando tenía 3 años. Empero, Evgenia que no ha olvidado ningún horror, y que en ningún momento trata de atenuar la responsabilidad del sistema, no puede dejar de subrayar que la situación de los niños de Yelgen no fue igual que la de los niños hebreos qué: murieron en el III Reich de Hitler. "Los niños de Yelgen no sólo no eran exterminados en las cámaras de gas: al contrario hasta eran curados. Y no tenían hambre". Recuerda con angustia las celdas de castigo en las que aprendió a sobrevivir después de pasar días de pie, intentando alejarse de la piedra cubierta de escarcha gris y resbaladiza. "Frecuentemente me despertaba el dolor y el prurito de los dedos de los pies helados. Era un dolor que me hacía ser consciente de que estaba viva".
El universo que describe se caracteriza porque todo puede suceder; en el que el hombre puede embrutecerse hasta la antropofagia hasta la cruel mutilación de sí mismo, hasta despiadada utilización de los demás; en el que el sadismo de los verdugos halla su plena expresión; en el que puede arrestarse de nuevo "Por orden alfabético", a los exangües veteranos del campo de concentración, pero donde continúa corriendo, en un hilo delgado, aunque constante, la linfa de la humanidad y del amor. Ginzburg no puede, a pesar de su sufrimiento, olvidar su pasado político y su responsabilidad por no haberse dado cuenta del sufrimiento que padecían millones de compatriotas, y en el capítulo 'Mea culpa' en el que da cuenta de las conversaciones con su nuevo compañero, y en el que refleja sus propias dudas: "En el insomnio, la conciencia no se consuela por no haber participado directamente en los asesinatos y las traiciones. Porque no solo. mata el que asesta el golpe, sino los que han avivado su odio. Repitiendo irreflexivamente peligrosas fórmulas teóricas- Levantando en silencio la mano derecha. Escribiendo cobardemente una verdad a medias. Mea culpa.... Y creo, cada :vez mas, que dieciocho años de infierno en la Tierra no bastan para una culpa como ésta" El acceso a esta conciencia era cualquier cosa menos fácil, todo había sucedido vertiginosamente, y nada de los abusos que hubiera podido percibir antes en su terreno, podía indicar en lo más mínimo todo lo que iba a suceder. El porqué fue un debate que atravesó toda la izquierda de su tiempo, y las respuestas no podían estar en el dictamen papista según el cual el "comunismo era intrínsecamente perverso".
En la edición de Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores (Madrid, 2005), los dos volúmenes se funden en uno solo tomo con 864 páginas con el título original de El vértigo, que cuenta con un prólogo de uno de los escritores del rey, Antonio Muñoz Molina, últimamente especializado en la difusión de testimonios sobre los campos estalinianos. Anteriormente lo había hecho con la obra de Margarete Buber-Neumann, prisionera de Stalin y Hitler, que presumía "inédita" en su afán de subrayar que este tipo de libros no fueron editados en su tiempo; no solamente fueron editados, también contaron con un importante apoyo mediático (6).
Es evidente que Muñoz Molina tiene un objetivo muy preciso en esta empresa editora. Se trata de actuar como fiscal inapelable contra el "comunismo". En Shefarad llega a equipar a Hitler con Lenin, al fascismo con el comunismo, una simetría que recuerda las efectuadas por salvador de Madariaga cuando Franco estaba todavía vivo, y al que sigue en su repudio de la algarabía antifranquista, cuando si le hacemos caso. Resultaba que los "sórdidos manuales de adiestramiento leninista o maoísta ocupaban el espacio preferente de los escaparates" de las librerías españolas en los años setenta, una auténtica vergüenza por lo visto, y también una exageración equiparable a aquélla que defendía la "libertad" pero no el "libertinaje". Al analizar la obra de Evgenia Ginzburg, el fiscal se encuentra con un problema, por un lado adopta el testimonio como uno de los mayores alegatos contra el "gulag", y por lo tanto, no puede sustraerle de su papel víctima. Pero, dado que Evgenia era y siguió siendo una militante comunista, ergo le otorga simultáneamente el de culpable. El suyo pues es "el relato de un viaje a los infiernos carcelarios del comunismo soviético, pero también, y de manera mucho más sigilosa, la confesión de alguien que ha aprendido algo sobre sí mismo y sobre su alma"; alguien que ha comprendió que "las ideas, las profesiones de fe, las acusaciones, la lealtad y la traición son del todo relativas, dependen del capricho de un interrogador... El aprendizaje de Evgenia Ginzburg es el valor de las vidas individuales"; sin embargo, al tiempo siguió creyendo en una revolución y en un sistema social en el que la economía estuviera al servicio de las personas (y no al revés).
Este ejercicio de asimilación le sirve a Muñoz Molina en su actuación de fiscal como un rasero para juzgar exclusivamente a los comunistas y al "comunismo", un concepto sobre el que le sobran todos los matices. De ahí que trate de introducir un retrato de la Natalia militante atisbos de posibles complicidades, pero lo cierto es que no puede. Pero que más da. Sabe que tiene un tribunal mediático sin problemas (7). Por otro lado, no hay el menor peligro que este sorprendente (aunque lejano) admirador de Max Aub (un "cómplice" del totalitarismo, entre cosas fue un admirador del "Che" Guevara), aplique el cuento en otra dirección. Que juzgue el cristianismo por su historia pasada y presente (¿no fueron los católicos "culpables" del franquismo, incluso cuando fueron perseguidos por rojos o separatistas?), esto por no hablar de su bendita monarquía a la que Muñoz Molina otorga todos sus preferencias, por lo que no hay peligro que por un momento asocie a los abuelos del monarca con su criatura, o sea el ejército "africanista". Quizás porque algo así a su Majestad no le gustaría nada.
Notas
1. El vértigo (Ed. Noguer, Barcelona, 1974, pg, 15). El libro fue ampliamente recepcionado, por ejemplo por el autor de estas líneas en la revista Camp del Arpa.
2. En su exhaustivo estudio de los archivos soviéticos, La lógica del terror (Ed. Crítica, Barcelona, 2001) que han añadido un subtítulo que no existía en el original: Stalin y la autodestrucción de los bolcheviques, que resulta cuanto menos dudoso ya que en esta historia la diferencia entre verdugos y víctimas fue neta, y así lo hacen constar sus autores que dictaminan que los segundos fueron en su inmensa mayoría viejos bolcheviques que habían tenido alguna actividad oposicionista.
3. Yarolovaski (1878-1943), fue seguramente el principal exponente de los "profesores rojos" que hicieron su carrera al servicio de la historia tal como la fue adaptando Stalin; es uno de los destinatario del la obra de León Trotsky, La revolución desfigurada.
4. Por cierto, en la crónica de El País se dice "leninista", una confusión bastante corriente, pero que, aparte de no ajustarse a los hechos (el "leninismo" estaba canonizado), pone en evidencia el menosprecio de los conceptos.
5. Ed. Argos-Vergara, Barcelona, 1980.
6. Esta conoció una edición de bolsillo (Plaza&Janés, Barcelona, 1967), incluso se publicó otra obra suya La revolución mundial (Ed. Picazo, Madrid, 1973), en las que narra su brutal desengaño con el estalinismo en el KOMINTERN; recordemos que Margarete perteneció al equipo dirigente del partido comunista alemán, y que fue la compañera del legendario Heinz Neuman, editor de La insurrección armada (editada a principios de la República, fue reeditada por Fontamara (Barcelona, 1978).
7. Tanto en la información ofrecida en El País por Aurora Intxausti, como en la reseña de Antonio Elorza en Babelia (4-05-05), insisten en sus titulares en esta doble condición. Considerando que Elorza también fue durante muchos años militante comunista, cabe plantearse si no sería igualmente "culpable", ya que víctima...A título de curiosidad, anotemos que el Babelia de este día ofrece una especie de "dossier" sobre la cuestión del gulag en el que no se encuentra una sola línea que puede siquiera sugerir la existencia de otros factores que no sea el carácter "intrínsicamente perverso" del comunismo. Nada sobre la herencia zarista, el descalabro de la Gran Guerra, la imposición de una cruenta guerra civil, el cerco internacional, la persistencia de las tradiciones bárbaras y burocráticas bajo otro ropaje...