23 de diciembre de 2002
¿Quién quema un libro?
Breogán R.C.
Rebelión
Observo por la televisión como una apisonadora circula por encima de
40.000 discos, asesinados bajo la acusación de ser copias piratas, ilegales,
delictivas.
Cada sistema tiene sus poderes, y cada poder sus enemigos, y hoy la economía
apisona discos como antes otros poderes quemaban libros. El negocio de la música
ha sido la gallina de los huevos de oro de la industria, enormes beneficios
con mínimo coste y riesgo.
Y ahora, tras más de treinta años de posturas monopolísticas,
la industria tiene miedo, una industria que cobra por un disco lo mismo que
por una película, que es cien veces más cara de realizar.
Una industria que solo ha defendido sus propios intereses, con un menosprecio
total y absoluto por los artistas, que ni reciben una cantidad justa de las
ventas, ni cuentan con un sistema de protección social, ni tienen defensa
legal ante los abusivos y alucinantes contratos que, graciosamente, les ofrece
la industria. Una industria que prima el pelotazo sobre el trabajo serio, y
en la que funcionas en tres meses o no volverás a sacar un disco en tu
vida.
Una industria que cierra los ojos ante la consideración de artículo
de lujo no ya de los discos, sino de los instrumentos musicales, herramienta
de trabajo de un buen número de gente.
Ahora, sin aplicar siquiera la primera de la leyes de la competencia y manteniendo
todas las compañías el mismo precio para todos sus discos, iguales
entre si, llega el momento de criminalizar a la técnica. Nosotros somos
los criminales, por preferir pagar 2 euros por algo que realmente sabemos que
vale menos de 1, y no los 19 que nos piden en las sufridas tiendas.
Criminalizar en base a "pobrecitos los artistas", sin decir lo que
de verdad cobra un artista por las ventas de sus discos, suponiendo que las
cifras de ventas sean reales y no las de dos o tres superficies comerciales.
Fueron más y mejores los artistas que firmaron a favor de Napster, en
el primer capítulo de una guerra que la industria consideraba ganada
y todos sabemos que tiene perdida.
Veo a la apisonadora sobre los discos y pienso, irremediablemente, en libros
quemados. Y me acuerdo de quién quemaba libros.