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CANTO DESHUESADO
Mario Meléndez* 
Chile
La guagua no paraba de llorar
aunque el verdugo repetía de rodillas
que su madre no había muerto
1
A los ríos que dejaron sus pechos en el mar, a la tierra de mejillas 
prolongadas como tripas, a la piedra madura que besa viento y camino, a las 
montañas maternales, a la flora y fauna decapitada por manos sangrientas, a 
los volcanes reprimidos, a la lluvia inconsecuente de los bosques y 
ciudades, a las aves, con sus maletas y sus alas, a los desiertos enemigos 
del agua pura, al vino que incendia la garganta del pueblo, a los hielos de 
entrañas frías y secretas, a los valles, a los cóndores, a todo lo que es 
parte de mí y de mi poesía, a ellos levanto mi lápiz, a ellos dedico la 
semilla de la noche, mi soledad de araña que cae sobre la patria y sobre 
cada palabra que sale a mi paso, mi voz enamorada de la primera y última 
gota de mis hermanos, mis labios color de fruta, mis venas acariciadas por 
el sueño salvaje, mi agonía incesante y profunda, mi religión de aullidos 
desatados, mi juventud sonora y definitiva. A ellos levanto mi puño como una 
bandera, a ellos dedico el calor de esta brasa, de esta lágrima de Dios 
llamada Chile.
2
Cuando llegó el invierno a Chile, miles de pájaros volaron con la 
primera lluvia, estaban asustados entre la sombra y la muerte, y prefirieron 
emigrar con sus vidas hacia otras vidas. Tomaron el primer avión 
desesperados, se arrojaron a los muelles persiguiendo barcos, cruzaron las 
montañas huyendo de las lanzas, y dejaron atrás la patria y a los herederos 
del hambre. Algunos no despegaron jamás, les arrancaron las alas en el 
intento y la lucha, desaparecieron con nombre y apellido bajo los árboles de 
hierro, los encerraron en jaulas por especies, y cuando años después los 
encontraron tenían la caricia del cuervo entre sus plumas. Los otros, los 
perseguidos, los pájaros del pueblo que lograron atravesar la muerte, 
debieron acostumbrarse a volar de otra manera, a sentir de otra manera, a 
respirar de otra manera. La tierra ajena los había recibido, la tierra amiga 
los invitaba a su mesa a compartir el pan y sus dolores. Muchos incluso en 
la agonía soñaron con ver la patria por última vez, pero la patria también 
agonizaba, había querido volar con sus alas rotas.
3
a Víctor Jara
Más allá de la guitarra están las manos separadas de la patria, un 
sonido de alas que arde y quema mis zapatos, una invitación a orinar sobre 
la tierra con la semilla pura del canto. Más allá de la guitarra la sangre 
dibuja una música violenta y la cabeza del cantor se llena de agujeros y de 
besos con olor a muerte. Más allá de la guitarra los caminos lloran, la 
lluvia llora y cae de rodillas porque el hijo de la tierra no completará sus 
pasos. Más allá de la guitarra, más allá del estallido que apagó los 
corazones, más allá de este poema y con la herida inolvidable de un tiempo 
inolvidable, los ojos buscan a Víctor, más allá de la guitarra y de la 
patria.
4
¿Quién escribirá este dolor? ¿Quién destapará los gritos enumerándolos? 
¿Quién se atreverá a hacerlo? Porque si nadie se ofrece yo estoy dispuesto a 
correr el riesgo. Pero qué puedo decir si hay tanto de qué hablar, son 
tantos los rostros que jamás amanecieron, tantos los ojos rotos. Esa mujer 
me pregunta si lo he visto, ese anciano me pregunta si lo he visto. Y yo, 
qué puedo decir, si me veo en una calle herido, si me veo en el fondo del 
mar o en una fosa o torturado o suplicando, qué puedo decir si estoy bajo la 
tierra y me desmigo. Que sea otro quien escriba este dolor, que sea otro el 
que se vista de negro, el que corte las flores, el que enloquezca; yo 
solamente enterraré a los muertos.
5
No levantes esa piedra porque verás muchos zapatos, no respires bajo el 
mar porque hallarás los cordones y las suelas, no te cuelgues de los árboles 
o de los techos o de la noche, apilarás ceniza y sangre entre tus dedos, no 
trajines la tierra, no escupas sobre la saliva descuartizada y seca, no 
sumerjas la cabeza en un desierto, no llores, no asesines. La patria es más 
profunda que el agua, más genital y profunda. Es una larga lanza atravesada 
por montañas, cauces y edificios, atravesada por vivos y por muertos. En 
cada parque crecerá una flor con cicatrices, en cada río nacerán peces que 
llegarán al mar con ecos y tambores, en cada casa escucharás murmullos, en 
cada calle un grito, en cada puerta que se abra una estocada que conoces. Y 
verás bajo esta tierra, bajo esta lanza desgarrada y rota, toda la sangre de 
un pueblo, toda la sangre encendida de un corazón que renace, toda la sangre 
enterrada hecha victoria y canto.
6
Mi pueblo tiene frío cada día del año, tiene hambre y sed y juventud. 
Mi pueblo es un pedazo de madera, de cama que no alcanza para cuatro o para 
ocho. Mi pueblo tiene lluvia y viento, tiene caras dibujadas con ceniza, 
tiene manos que aplauden para no morirse. Mi pueblo no tiene nombre, no 
tiene edad ni edades, no tiene calles ni sonrisas. Mi pueblo no tiene Dios, 
la levadura y la sal vencieron a los santos, el agua de los grifos fue más 
pura que una iglesia. Mi pueblo es un resumen del amor cansado, es una 
biografía sin orillas ni rincones, un cadáver reciente, una copa que jamás 
será llenada. Mi pueblo tiene niños que parecen ancianos y ancianos que se 
robaron los años, tiene mujeres con ojos apagados y hombres cortados por la 
mitad. Mi pueblo tiene árboles sin troncos y sin hojas, tiene rosas que 
cambiaron su color por un kilo de pan. Mi pueblo es una herida en el tiempo, 
una guitarra enferma y sorda y muda, una canción de nombres definitivamente 
tristes, definitivamente amargos, definitivamente olvidados en el gran sueño 
de la vida.
7
Por este Chile volarán un día unos ojos perdidos, una corriente de aire 
con pecho de paloma o un racimo de agujas mordiendo y clavando los números 
del alma, tomándole el pulso a la corteza diaria de andar y desandar el 
llanto, silbando más abajo de la piel y haciendo suyo el grito de las 
escaleras. Volarán una y mil veces para no volver, volarán en vuelo rasante 
de pájaro ausente, de luna machacada por el pan y por la sangre de un 
cordero degollado en noches de humo y cielo sin olvido. Volarán sacudiendo 
las letras de un corazón como el mío, saltando, durmiendo, desgarrando el 
aire, llenando la memoria de fantasmas y de abejas malheridas, juntando en 
mitad de la calle nuestras cenizas descalzas. Así, con largas cicatrices 
abrazaremos la patria, nos iremos por los mares, por los ríos, por los 
sueños, nos iremos cada uno con un muerto en la boca, y estaremos tan cerca 
de poder enterrarlos, de decir aquí yacen los que un día fueron, los que un 
día cantaron a la tierra y al viento, aquí yacen enteros, dignos, 
inmortales, sabedores del lugar de sus huesos, alegres y definitivos en la 
quietud de una fosa con alas.
8
Los batallones que decoraron el alma envejecen ahora sin más castigo 
que el luto de los ojos. La tierra aún respira ánimas marchitas, renace de 
vez en cuando el alarido múltiple, y las teñidas y desorientadas aguas 
retoman el curso normal de la existencia humana. Nosotros nos apuramos para 
no perdernos nada, traemos bebidas y tortas, y nos sentamos frente a la 
pantalla a disfrutar de la película. Al poco rato nos aburre la desgracia, 
nos da lo mismo el victimario que la víctima, perdimos la cuenta de los 
arrojados al mar o los que todavía respiran. Cambiamos de canal entonces y 
el rojo va apareciendo como por arte de magia, la imagen se congela con el 
brillo de los sables y alguien comienza a llorar presintiendo la masacre. 
Aquí nos interrumpen las transmisiones, nos dicen: "Buenas noches, mañana 
será otro día". Y así se nos van los siglos, entre algunas sonrisas que ya 
no veremos jamás y el sueño eterno de creer que estamos vivos.
9
Junto los muertos reales a los que llevo en mi cabeza, a los que nadie 
quiere los guardo como a esas cartas selladas con sangre. Cada recuerdo es 
un ánima negra y soñolienta, más negra que la noche de los campos, 
irremediablemente negra y carnal y dolorosa, irrepetible hueso por hueso 
porque es así como la muerte llega: única y duradera. Tiendan los ojos al 
sol, sacudan los años sobre el suspiro de las sombras, verifiquen el soplo 
de la angustia lenta, aquí se está para siempre, como nunca antes, como 
nunca nadie, solo como el aullido de un túnel vagando en sí mismo, solo en 
el trino mortal de los últimos milanos, de los últimos rasguños de un puma 
astral y convaleciente, porque es así como la muerte llega: única y 
duradera. Única y duradera desde los días, desde los sueños, desde los 
muertos que llevo en mi cabeza, desde las lágrimas gastadas sin pena ni 
gloria, hundida bajo el aura seca del vacío, a donde iremos a dormir alguna 
vez, en la inevitable siesta de los siglos.
10
Y así se escribe la historia, con sangre como es de suponer, con 
callos, con verrugas, con azotes, con todo lo que el hombre es desde su 
nacimiento, con todos los sueños gastados para nunca jamás. Pero el amor nos 
redime, nos salva de este rito macabro, de este vivir sencillamente a solas 
cuando nos besa de lejos la muerte, de este lenguaje frío y vaporoso que 
somos al encontrarnos con nosotros mismos. Porque de tanto andar 
imaginariamente remotos, imaginariamente dormidos bajo este sol furioso y 
necesario, algo nos lleva a levantarnos de entre los ojos humeantes, a 
descorrer el cerrojo del día, a sollozar de pie nuestra gran pena. Y es que 
no importa quien sea el elegido, el de las nubes amargas, el de las horas 
golpeadas, siempre estaremos allí, innumerablemente solos, definitivamente 
enormes, y libres, libres, para reír sobre la sangre.
11
a Dagoberto Pérez
Y juntaré tus muertos para cuando vuelvas, para cuando regreses de ese 
viaje de luz, de ese viaje de estrellas y luciérnagas, allí estarán tus 
muertos esperándote, vestidos con la paz de tu recuerdo, con el perfume de 
tus palabras, allí estarán tus muertos impacientes, preguntando por ti, con 
sus heridas al viento, con sus gestos deshojados, allí estarán tus muertos 
para cuando vuelvas, para cuando regreses y los veas, mientras se abrazan a 
ti, mientras te llevan en andas hasta el cielo de los vivos.
12
No lograron tapar los gritos ni con cal ni con cemento. Los que yacen 
en los hornos volarán como gorriones ciegos y sus cenizas alumbrarán la 
tierra poblada de osamentas y sus huesos caerán en racimos hacia los ríos 
subterráneos y saldrán a la tierra otra vez convertidos en flor o mariposa. 
Los que yacen en los hornos no serán abono del olvido y sus gestos se 
tomarán de las manos para decirle a los hombres que la muerte tiene los días 
contados, que la sangre está cansada de correr y correr humedeciendo la 
historia y la esperanza, que el odio y la metralla sólo asesinan la piel, 
pero el alma de los enterrados regresa a casa con sus hijos, besa en la 
frente a sus mujeres, seca las lágrimas de sus madres y se pasea por los 
jardines a mirar como estalla la primavera Los que yacen en los hornos de 
Lonquén no borrarán las cicatrices del recuerdo, pero sus sueños se 
levantarán durante la noche para marchar junto a los vivos por las praderas 
de la libertad.
13
Hoy te dijeron no, tú no regresas, no volverás a manchar los recuerdos 
de sangre, no volverás a regar de lágrimas la patria. Te quedarás allá, bien 
lejos, solo y terriblemente solo, solo hacia la noche que te espera, solo 
con tu llanto y tu dolor y tu miseria, allá afuera, bien lejos, muy lejos de 
los niños y las flores y los peces, muy lejos de la esperanza que saldrá con 
sus trompetas a celebrar por las calles, muy lejos de la alegría que untará 
tu foto en miel para que la coman los gusanos, y los gusanos dirán no, por 
qué nos hacen esto, y dejarán tu foto intacta, porque ellos también 
festejarán sobre el murmullo de este día, festejarán junto a nosotros que 
estaremos esperando, esperando a que regresen nuestros muertos, nuestros 
muertos que vendrán con sus heridas al viento, tomados de la mano, en una 
sola ronda, en una inmensa ronda que besará la tierra. Y nuestros muertos 
cantarán por nosotros, y bailarán y reirán por nosotros, y tomarán nuestras 
manos para levantarlas, para decirnos, no tengan miedo, tú ya no vuelves, y 
sonarán las guitarras, y sonarán los tambores, y sonarán nuestras manos en 
una gran orquesta, en una gran caravana de sonrisas y de lágrimas todos 
iremos juntos, vivos y muertos, terriblemente abrazados, terriblemente 
felices, porque hoy te dijeron no, tú no regresas, y un coro de huesos 
cantará en tu cumpleaños.
* Mario Meléndez (Linares, 1971). Estudió Periodismo en la Universidad La
República de Santiago. Entre sus libros figuran: "Autocultura y juicio" (con 
prólogo del Premio Nacional de Literatura, Roque Esteban Scarpa), "Apuntes 
para una leyenda" y "Vuelo subterráneo". En 1993 obtiene el Premio Municipal 
de Literatura en el Bicentenario de Linares. Sus poemas aparecen en diversas 
revistas de literatura hispanoamericana y en antologías nacionales y 
extranjeras. Ha sido invitado a numerosos encuentros literarios entre los 
que destacan el Primer y Segundo Encuentro de Escritores Latinoamericanos, 
organizado por la Sociedad de Escritores de Chile (Sech), Santiago, 2001 y 
2002, y el Primer Encuentro Internacional de Amnistía y Solidaridad con el 
Pueblo, Roma, Italia, 2003, donde es nombrado Miembro de Honor de la 
Academia de Artes y Letras de Roma. Además dirige, durante dos años, un 
taller literario en la Cárcel de Talca que dio origen al libro "Los Rostros 
del olvido" (dos volúmenes) donde se reúne el trabajo poético de los 
internos. Actualmente trabaja en el proyecto "Fiestas del Libro Itinerante", 
y preside la Sociedad de Escritores de Chile, región del Maule.