Andrés Boiero 
  Rebelión 
La revolución es un sueño eterno, 
  dice Andrés Rivera – escritor argentino altamente comprometido- 
  en una de sus mejores novelas. Magistralmente, Rivera revela la tormentosa enfermedad 
  de Castelli – prócer argentino y revolucionario- un cáncer 
  en la lengua lo estaba dejando sin palabras. Las pesadillas de Castelli corren 
  en la pluma de Rivera y cobran vida los ideales revolucionarios que se vivieron 
  en aquellos tiempos de lucha. Donde había un enemigo definido y donde 
  las colonias peleaban por su independencia. Después de desfogar toda 
  su ira revolucionaria, Rivera concluye- a través de su Castelli moribundo 
  y casi sin habla- que una revolución es un sueño eterno.
Pero los sueños se repiten y las repeticiones 
  son contrapuntos que generan pesadillas.
Las preguntas afloran ¿existe un compromiso 
  social? ¿quedan ideales verdaderos dentro del exilio del hambre? Cuál 
  es el papel de un intelectual en los Estados Unidos dentro de un lugar con aire 
  acondicionado, tecleando sobre una computadora de última generación, 
  dejando que la tecnología invisiblemente suplante al hombre en todas 
  sus formas, muchos seudo- pensadores o artífices de realidades ilusorias 
  creen en una revolución justa y necesaria. Hablan de discriminación 
  y trabajos pesados – todos con su seguro social y sus reacciones típicamente 
  proletarias- , luchan por la dignidad de la humanidad. Lo peligroso- o lamentable- 
  es que mienten o ilusionan a la gente que realmente necesita un cambio. Todo 
  cambio, tiene que estar de acuerdo a su tiempo y debe ajustarse a los hechos 
  históricos que lo atraviesan. Sino el compromiso se traduce en farsa 
  y la farsa en vulgaridad. No podemos negar la historia como formadora de una 
  conciencia plural de la cual se desprenden conclusiones o experiencias inalterables. 
  Pero la tarea de los seu- intelectuales es la de hablar de un mundo justo, un 
  mundo donde existe el bien supremo y el mal lo acosa con formulas injuriosas, 
  el seudo- intelectual no tiene una base sólida y argumental para justificar 
  su barbarie, solamente es una gárgara en la garganta de una pueblo sediento 
  de verdad. La verdad se construye y se templa. Después, se analiza entre 
  whiskys y habanos robustos. La palabra lleva en sí una carga social fuerte, 
  apela directamente a una grado de significación. Comprometerse con una 
  causa en el año 2003, en la era Bush, en la guerra de los virus ciberespaciales, 
  en la inmediatez de las comunicaciones satelitales, en el sexo virtual y en 
  los orgasmos sintéticos, es algo que va mucho más allá 
  de los delirios de café o de las lecturas contagiosas del existencialismo 
  francés, acompañadas de una admiración por esa Europa utópica 
  donde el hambre es sinónimo de arte. El compromiso exige el desnudo de 
  la superficialidad y debe tener un accionar inmediato. Jean Paul Sartre – 
  un aparente intelectual insatisfecho- iluminó los años sesenta 
  con su compromiso y análisis del Ser, pero su Náusea no supo como 
  enfrentar la realidad de un chico revolviendo los basurales de Paris para poder 
  sobrevivir de una hambruna inhumana. El intelectualismo se pierde entre sus 
  propias pomposidades, las noches se alargan entre licores y manjares filosóficos, 
  pero el hombre de carne y hueso - como decía Unamuno- sigue sufriendo 
  el peso de la maquinaria social. El obrero, el trabajador, el hombre de acción 
  mediata no ve ni reconoce ningún cambio. Dónde quedan las palabras. 
  En los bolsillos del egocentrismo intelectual y en la petulancia del saber.
El exilio del hambre, el hombre que cruzó 
  la frontera tanto por tierra o por mar, plantea un modo de pensar abierto y 
  definido. El tiempo en el exilio es anacrónico. Todo vuelve una y otra 
  vez sobre el recuerdo de lo perdido: la casa, la familia, la patria.
El exiliado, el hombre de carne y hueso que lucha 
  todos los días por algo mejor no solo para él sino para su familia, 
  necesita llorar, gritar sus miedos, necesita un lugar para colgar la armadura 
  y sosegar el alma. El compromiso intelectual, la verdadera causa que todo artista 
  debe perseguir es abrir el camino de la verdad y volcar la experiencia y la 
  genialidad en todas sus formas posibles sobre el alma del exiliado, del hacedor 
  de ilusiones, del hombre o de la mujer que se levanta con el alba y se acuesta 
  con una lágrima de ausencia. El seudo- intelectual habla de justicia 
  y de cambio. El pensador interroga y concreta. Abre un camino y trata de transformar 
  un pequeño rincón del mundo para que el mañana despierte 
  distinto. Para que una jornada de doce horas de trabajo tenga una opción 
  que vaya más allá de la supervivencia. 
No hay que negar los ejes que nos circuncidan: globalización, 
  estereotipos, ciberespacios. Hay que plantear nuevas formas sociales y crear 
  nuevos espacios. El pasado es historia. El hombre vive en un presente continuo 
  que muta y muchas veces los seudo- intelectuales confunden las metamorfosis 
  sociales con prisiones o cadenas fantasmales. Después brindan y hablan 
  de Marx desde sus teléfonos celulares. Y el hombre de carne y hueso se 
  levanta a la misma hora porque el estómago no entiende de revoluciones 
  y de sueños.