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Super Size Me
La hamburguesa mecánica
Carlos Prieto 
Ya se puede afirmar sin temor a equivocarse que el documental Super Size Me (Morgan 
Spurlock, 2004), que investiga la epidemia de obesidad que azota EE UU, es el 
gran fenómeno de la temporada: costó cien mil dólares y al poco de estrenarse 
había recaudado treinta veces más, desencadenando un eco mediático que ha 
provocado escenas de pánico en el departamento de relaciones públicas de 
McDonalds. Desde luego, tienen motivos para estar preocupados...
El talón de Aquiles de la utopía consumista es que, como bien sabe Homer Simpson, 
la rutina más nimia se puede acabar convirtiendo en una pesadilla kafkiana. Esta 
tendencia se cumplió a rajatabla durante el rodaje de Super Size Me: lo que 
empezó siendo una mordaz investigación sobre las causas de que dos de cada tres 
adultos estadounidenses sean obesos se acabó transformando en un sombrío 
thriller gastronómico digno, en efecto, de las peores pesadillas "homéricas". 
Todo empezó cuando el director de la película, Morgan Spurlock, vio en la tele a 
dos chicas que habían demandado a McDonalds. Acusaban a la cadena de comida 
rápida de haber provocado su obesidad. Spurlock decidió entonces investigar el 
trasfondo de la noticia y, hasta ahí, todo fue bien. El problema es que, además 
de filmar las pertinentes entrevistas con expertos y gente de la calle, el 
director decidió ofrecerse como conejillo de indias para llevar a cabo un 
curioso experimento: desayunaría, comería y cenaría el súper menú del McDonalds 
durante un mes. Las consecuencias físicas de la prueba son de las que quitan el 
hipo: su peso aumentó en doce kilos, se le dispararon los niveles de azúcar y 
colesterol y sufrió de dolores en el pecho, asma y arritmia cardiaca. Espantados 
ante su repentina mutación en enfermiza bola de grasa, los médicos de Spurlock 
le dieron un ultimátum: o abandonas cuanto antes este dislate o acabarás en el 
arroyo. 
Pobre hombre. Cabría pensar que los únicos momentos de respiro durante el rodaje 
fueron aquellos en los que, finalizada una dura jornada de ingestión de 
hamburguesas, un derrotado Spurlock llegaba a casa y recibía el apoyo moral de 
su amada... si no fuera, claro, porque la novia de Spurlock, ay, es vegana. ¿Se 
imaginan las conversaciones entre ambos?
-Pero, cariño, si la de hoy no estaba tan mala.
-¡Multiplícate por cero!
Pero no se preocupen por el futuro de la pareja: en este caso, el fin de la 
investigación justificaba los medios. 
No menos paradójicas fueron las razones que llevaron al cineasta a acometer tan 
titánica tarea: "Soy un fan de las hamburguesas. Cuando estaba creciendo me 
decían una y otra vez: 'ésta comida no es buena para ti, no deberías comerla tan 
a menudo'. Así que mi punto de vista era: '¿cómo de mala puede llegar a ser 
realmente?'. Hasta los médicos me decían que no podía ser tan mala. Pensaban que 
ganaría algo de peso, pero nadie anticipó que fuera a ser tan dañino...". 
Como no podía ser de otra manera, los portavoces de McDonalds se han apresurado 
a negar que lo visto en la película tenga algo que ver con la realidad. Sería 
injusto no recordar que la empresa ha mostrado siempre una gran sensibilidad con 
el problema de la obesidad: sin ir más lejos, en su día, Willard Scott, 
legendario creador del personaje de Ronald McDonald, símbolo de la cadena, fue 
despedido por la multinacional acusado de estar demasiado gordo para poder 
interpretar el papel de payaso come-hamburguesas... Nada que objetar. 
Visto lo visto cabría preguntar por qué Spurlock no dejó las escenas de riesgo, 
a la manera del cine de acción, en manos de un especialista ¿Es acaso un 
exhibicionista compulsivo? ¿Masoquista por naturaleza, quizás? El cineasta nos 
saca de dudas: "No podía confiar en nadie más para hacer esto porque estoy 
seguro de que lo primero que haría esa persona nada más llegar a casa tras el 
rodaje sería abalanzarse sobre un plato de brécol o de espárragos". 
El director estadounidense, en su empeño por adoptar el rol de sufrido 
consumidor, recogía así el testigo de una, ejem, sana tradición periodística, la 
del, llamémosle así, "transformismo de investigación", o cómo colocarse en el 
centro del huracán independientemente de las consecuencias. Quién iba a decirle 
a Spulock que bastaba con comer en el McDonalds para ser admitido en un 
exclusivo club que acoge a socios tan variopintos como Hunter S. Thompson, que 
se convirtió durante un año y medio en un ángel del infierno (paliza final 
incluida), o Günter Wallraff, transformado en un inmigrante turco que acaba 
trabajando de cobaya en una central nuclear alemana. El propio Spurlock se situó 
a sí mismo en esta tradición periodística cuando reconoció que una de las 
principales fuentes de inspiración de Super Size Me fue el soberbio libro de 
investigación de Eric Schlosser, Fast Food Nation (2001), exhaustivo repaso a la 
industria de la comida rápida estadounidense. Una "contaminación" del documental 
a cargo del escaso periodismo de investigación que se practica hoy día que está 
dando resultados espectaculares. 
Super Size Me se estrenará en otoño en nuestras pantallas.
Extractos de Fast Food. El lado oscuro de la comida rápida, de Eric Schlosser (Grijalbo, 
2002)
"La literatura médica relativa a las causas de las intoxicaciones alimentarias 
está plagada de eufemismos y áridos términos científicos: niveles coliformes, 
recuentos de placas aeróbicas, sorbitol, agar-agar, etc. Tras ellos subyace una 
sencilla explicación de por qué el hecho de comerse una hamburguesa puede hacer 
que uno se ponga enfermo: en la carne hay mierda".
"Hoy los estadounidenses gastan más dinero en comida rápida que en enseñanza 
superior (...). Y también gastan más en comida rápida que en cine, libros, 
revistas, periódicos, vídeos y música grabada, todo junto".
"Se calcula que uno de cada ocho trabajadores estadounidenses ha sido en algún 
momento empleado del McDonalds".
"Los aproximadamente tres millones y medio de trabajadores de la industria de la 
comida rápida estadounidense constituyen, con mucho, el mayor grupo de personas 
del país que ganan un salario mínimo. Los únicos que invariablemente ganan un 
salario por hora todavía menor son los trabajadores agrarios inmigrantes".
"Una encuesta realizada entre escolares norteamericanos dio como resultado que 
el 96% de ellos eran capaces de identificar al payaso Ronald McDonald, el único 
personaje de ficción que obtuvo un mayor grado de reconocimiento fue Santa Claus".
"La Asociación Norteamericana de Servicios Alimentarios Escolares estima que 
aproximadamente el treinta por ciento de las escuelas públicas de enseñanza 
secundaria de Estados Unidos ofrecen comida rápida de una marca determinada en 
sus comedores (...). Tratamos de parecernos más a los sitios de comida rápida en 
los que estos chicos se meten, declaraba un administrador escolar. Queremos que 
los chicos piensen que la comida de la escuela es guay, que la cafetería es un 
sitio guay, que estamos 'en el rollo'".
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