Si les digo que Julio Cortázar era un gran escritor de cuentos, posiblemente el mejor, no estoy descubriendo nada que no se sepa desde hace más de cincuenta años. Si aseguro que, además, es un gran novelista no hay más que echar un vistazo a las estanterías y comprobarlo. Si apunto que como poeta es, también aquí, un craneo previlegiado, que decía don Ramón del Valle Inclán en "Luces de Bohemia", tampoco descubro la penicilina (inciso: don Ramón era un tipo admirable que escogió México para vivir porque se enamoró de la "x" del nombre, y diseñó en sus Sonatas un antihéroe, un Don Juan "feo, católico y sentimental" como el Marqués de Bradomín; asuman que para ser don Ramón nos falta ingenio y una barba adecuada y nos sobra un brazo). Si además de todo eso, aseguro que Cortázar era un hombre comprometido con su época, un excelente traductor de Poe, etc., etc., puedo estar cumpliendo la labor que suele desarrollar cualquier enciclopedia al uso pero peor realizada, y entonces, lectores, estarían legitimados para dejar de leer estas líneas porque no estoy descubriendo nada novedoso. Pero no es esto a lo que quiero referirme, no quiero seguir describiendo evidencias: quiero narrar una experiencia muy personal con los cuentos de Cortázar. Suelo leer cuentos de Cortázar, y los considero insuperables. Sin embargo, no me gusta leer más de dos seguidos. A Cortázar tengo que intercalarle entre otras lecturas, y un solo cuento cada vez. Es entonces cuando le disfruto. Una vez escribí, para uno de esos concursos que después nunca gano, que mis grandes ocasiones las celebro con Cortázar, ron e hielo: matizo, con algo de Cortázar, algo de ron y algo de hielo, no mucho en ningún caso para no perder el sabor en ninguno de ellos (por cierto, tomo el ron sin Coca-Cola, como le gustaría a Don Víctor Jara: tímido homenaje al masacrado). A lo que iba: a Cortázar me lo dosifico, porque sus cuentos son auténticos orgasmos literarios que hay que dedicarse de vez en cuando, y no es bueno que se pierda el sabor. Tengo localizados en distintas bibliotecas públicas los dos tomos con los cuentos completos, que no tengo en casa porque me salen demasiado caros y porque tengo parcialmente ya algunos ("Todos los fuegos el fuego" o "Bestiario", por ejemplo), y puedo hacerme con ellos en breve lapso de tiempo. En conclusión, que de vez en cuando me dedico el homenaje de leer algo insuperable. Sin embargo, hay un cuento que me tiene embrujado, en el sentido más literal de la expresión: ese cuento es "Casa tomada". Tampoco descubro nada si comento que este cuento es una joya literaria, estoy hoy de lo más previsible según compruebo. Pero sí descubro algo si les describo mi relación con este cuento, pues es bastante curiosa. Antes de nada, encuadremos el cuento, para que no haya errores: "Casa tomada" es el primer cuento incluido en "Bestiario", primer libro de relatos publicado por Cortázar, concretamente en 1951, y que supuso todo un acontecimiento en la literatura argentina. Reconozco que este cuento me apasiona, y suelo releerlo cada cierto tiempo. Manejo una edición de ocasión del libro, como casi todas las que poseo, pues de lo contrario no podría sostener el gasto que tengo en libros (además, a falta de tarjetas de crédito, tengo el bolsillo lleno de carnets de bibliotecas públicas malagueñas: es una de las razones por las que no tengo éxito con las mujeres glamourosas que desfilan por mi ciudad como por una pasarela: no puedo llevarlas a cenar a sitios caros y tirar de tarjetas para pagarles una cena con menú de lujo, vela a punto de consumirse y flor sobre la mesa en jarroncito con estilo: si la llevo a una biblioteca me dirá que termine yo de buscar el libro de Sábato que me interesa, lógicamente, que ese cuerpo no nació para buscar libros, sino para ir en descapotable y cenar sin preocuparse del dineral que costará todo aquello). Mi edición del libro es de RBA, y el cuento en cuestión ocupa (mejor dicho, toma) las páginas 7 a 14. Demuestra el Maestro que no es necesario dar muchas páginas para dar buenas páginas, hay que ser cretino para pensar lo contrario. Me viene a la mente un poema de Huidobro que no habría triunfado en ningún certamen poético de esos que yo pierdo habitualmente, pero que en cinco palabras fue capaz de describir la situación política en el Chile previo a Allende (antes de Allende hubo un Frei y después de Don Augusto vendría otro, su hijo, como Dios manda). Decía así: "Se vende Chile. / Razón: Frei". Ni una palabra más. Ni falta que hace. Hay que ser cretino para medir la literatura al peso. Hay quien da más literatura y hay quien da mejor literatura. Y hay quien no entiende nada. Incluso quien cree entender. Cosas veredes en estas tierras. Pues este cuentecito de siete páginas me tiene fascinado. Lo leo. Lo releo. Lo vuelvo a releer. Cada vez que lo hago redescubro la perfección de cada frase. Desde luego, si Dios existiera y quisiera escribir un cuento, igual le salía "Casa tomada" (con lo cual demostraría que Dios no siempre escribe derecho con renglones torcidos, sino, a veces, con renglones perfectos). No falla una coma, un punto y aparte, un punto y seguido, un tiempo verbal. Es redondo, exageradamente redondo. Admirable. Demasiado perfecto. Hay quien dice que es un alegato en contra de Perón. Ni lo sé ni me interesa, realmente. Puede leerse así, ya sabemos que cuando el autor se desprende de su obra, ésta cobra vida propia y se presta a múltiples interpretaciones. Entre ellas, la que pretendía el autor si pretendía algo, una interpretación más, pero como todas las otras que quepan racionalmente deducir del texto. Es el juego de la obra abierta, y a Cortázar le gustaban los "lectores machos", su obra es un ejemplo de jugueteo con el lector activo. Puede que fuese un alegato antiperonista, aunque si lo fue, es sobre todo mucho más. Al hilo de esto creo que debemos aclarar un dato: incluso si Cortázar lo escribió con un sentido político, algo que no sé (no soy científico de la literatura, soy mero lector inquieto), no deja por ello de ser una obra maestra. Soy de los que piensan que es posible poner una obra al servicio de una idea concreta, y no por ello perder su carácter de posible obra maestra. Aunque es cierto que se corre el riesgo de caer en el panfletismo, no necesariamente es así. Cuando escucho a alguien decir que el arte, en general, no debe ponerse al servicio de unas ideas, creo que nos trata de desenfocar el tema. De entrada, no se puede ser apolítico en esta vida, en el sentido de desinteresado de la política (no hablo de militancia con carnet, es otro paso del que no hablo ahora): podemos dar de lado a la política, pero ésta no nos dará de lado a nosotros, no lo olvidemos nunca. Y sale caro dar de lado a la política: es un lujo que sólo algunos se pueden permitir, y porque otros le hacen el trabajo sucio. La literatura aparentemente despolitizada, por ejemplo, no es más que un reflejo de la realidad también, y desde una óptica conservadora, conformista, no lo olvidemos. Podremos estar de acuerdo con ella o no, pero interesa tener este punto claro en todo momento. Y si bien es cierto que poner las letras al servicio de una idea se presta a parir panfletos, me niego a pensar que no quepan obras maestras orientadas en defensa de alguna idea, y los hechos me dan la razón: el Gernika de Pablo Picasso, cierta poesía de trinchera de Alberti o, ya en cine, "Casablanca" y "El Acorazado Potemkin", son auténticas obras maestras. Por no hablar de otro tema como el de las actividades artísticas renacentistas inducidas por el mecenazgo, que es de alguna forma arte por encargo en cualquier rama (literatura, escultura, pintura). Y arte del que nadie duda de dicha consideración, a las pruebas existentes en los manuales de arte me remito. En fin, que no sé si mi cuento predilecto de Cortázar tiene lectura política, no sé si es verdadera esa concepción, pero es perfectamente verosímil y, sobre todo, no me importa lo más mínimo. Y si la tiene, como creo, excede en mucho de Perón. Todos tenemos nuestro Perón particular. La pareja de hermanos son unos monjes de los recuerdos y de la vida familiar ("nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (...) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia", así comienza el relato). Un matrimonio incestuoso que nunca pecó. Una pareja de destrozados internos. Dos Sísifos de distintos sexos que, en último término, esperan que pasen sus ataúdes algún día y que no les pille fuera de casa, porque de lo contrario desluce el espectáculo. Una pareja que asiste a cómo se desmorona su mundo sin que puedan hacer nada, más que ir saliendo a pasos cortos. Los ruidos no engañan: poco a poco llegaban y, poco a poco se terminaron acomodando. Tomaron finalmente la casa y sus propietarios debieron huir. Nos pilló a todos desprevenidos: Kavafis nos aseguraba que los bárbaros no existían, y sin embargo llegaron. Quizá ellos fueran una solución después de todo. ¡Cuántas casas se toman a diario en nuestra vida! ¡Cuántas veces me he sentido desalojado de mi mismo!. ¡Qué de lecturas admite este cuento admirable!. Es una obra maestra de Cortázar. Otra más.