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Libros sí, Alpargatas también


7 de febrero de 2004

Bestiarios

Andrés Boiero
Rebelión

Buenos Aires conserva un color añejo y calmo. Sus colores son penetrantes y profundos. Sus caras son una mezcla de alquitrán y azufre. Sobre sus calles pululan diversas faunas, encuentro en mis pasos sus ecos. En cada esquina una sombra me espera volando sobre mis recuerdos. Michaux hablaría de hechizos mágicos. Su cielo es perpetuo y olvidadizo, sus mujeres tienen caderas hembras y filosos labios. Todo en este Buenos Aires se explica desde lo invisible, desde lo anecdótico de un encuentro. Desde el "ché" y los gestos, desde el mate y las botellas. Y aquí me detengo para seguir anudando las espinas del pasado, aquí justo aquí encuentro al Otro, al hombre del exilio, al humano demasiado humano. Aquí suturo los fibromas del insomnio y en silencio creo al primer hombre. Epidemia atravesando los sentidos. Hombre de carne y hueso, hombre precario y desparejo. Hombre binomio bestia. Surge -de estos solutos adiestrados en el arte de hurgar químicos equivalentes- un continente botella, amplio de principio a fin, epidérmico, surcado por años y frustraciones, coronado de senos cordilleranos y serpenteado por ríos ventrales. La virgen pampa mundana tiene una gran virtud, el olvido. Todo aquél que pise los pliegues de su presente, rápidamente rompe su condición y se integra a ese cosmos compuesto de bares, risas, pobreza, cartones, perros flacos, piernas indecisas. Buenos Aires es una botella flotando en el mar de la esperanza. Pero en cada argentino, en cada hombre hembra hay un síntoma de salud, un vínculo costumbrista y arraigado al imaginario individual y colectivo de una sociedad golpeada y aniquilada por sí misma. Buenos Aires genera un anti buenos aires, un universo paralelo de partículas que chocan y se aniquilan; en cada argentino existe un anti argentino, un ser repelente y soberbio que ante el primer síntoma de cambio aplica sus mecanismos selectivos y seudo europeos para seguir naufragando en la botella de la incertidumbre. Pero, por qué hablo de un Buenos Aires botella. La botella simula un encierro, una línea de flotación tácita entre el ser y el olvido, su cuello translúcido comunica el mundo exterior con una realidad dinamitada de espectros, acuarios y reacciones engomadas con el castigo del mañana. La botella es un símbolo del posmodernismo. En ella está el verdadero "ser" escondido y analizado entre copas. Buenos Aires vive un clima "botellariano", la mirada de los argentinos es cautivante, ve más allá, esconde anhelos y culpas, embriaguez y sordera. La tristeza es nuestra alegría, un estado que se confunde con sus calles empedradas, sus tacones de luna, sus antiguas fábulas. Definir Buenos Aires desde Buenos Aires es crear una mitología, es volver a los orígenes del Logos y teñirlo de arrebatos. En cada palpitar de su larga agonía existe un protagonista que se busca y se pierde. El Buenos Aires de los tiempos posmodernos es sangriento y colérico, sufre la extraña metamorfosis monetaria del peso-dólar-peso; el argentino calcula y ahora -más que nunca- sufre la privación del consumo. Entonces, el Buenos Aires querido, de los abuelos italianos y europeos es un mundo de miradas largas y profundas, ojos que golpean las necesidades, ojos de exilio. Dentro de las venas de ese Buenos Aires "botella" y exiliado, aclamado por los extranjeros, existen tiempos paralelos y distantes. El tiempo deja de ser una sucesión y se transforma en un monólogo con lo real. El tiempo del ser es anacrónico al tiempo del devenir: Buenos Aires genera su propio reloj biológico. Así el posmodernismo botella de la reina del plata choca con la cosmología posmoderna y es aquí donde se generan los abismos silenciosos e infinitos entre un barrio y otro, entre el hombre de la noche vestido de charol y el hombre del cartón y la basura. Ambos caminan sobre un Buenos Aires paralelo y ensimismado en el pretérito del superhombre. Pero volver, es cerrar lo abierto. Es tratar de encontrar una niñez feliz o extraviada en un abrazo, es quizá una manera de escapar de una condición anterior al existir, la desesperación. Desde Buenos Aires escribo éstas líneas cargadas de imágenes y sabores, con un cierto malestar que se asemeja a la indignación de saber que algunos hombres se creen "hombres" cuando resuelven sus miserias a través del dinero y del poder, cuando siguen vendiendo ilusiones a través de sus discursos demenciales. Pero, éste mal menor, no es de Buenos Aires ni de Latinoamérica es de nuestra falta de compromiso y quizá de identidad. Esta ingratitud con nuestro presente es un rasgo característico de el posmodernismo botella. Saludo desde acá, a los gusanos que siguen viviendo en el árbol de la ignorancia, a ellos les digo que, algún día, el cielo será de los halcones y la tierra de las bestias de colmillos curvos y como toda larva sin capullo morirán dentro de sus babas, asfixiados por el poema y el arte. Después vendrán los momentos para el recuerdo y las anécdotas.