Aún antes de concluir este 2003, la cultura cubana se apresta para dedicar el próximo año a Alejo Carpentier, con motivo del centenario de su nacimiento (La Habana, 26 de diciembre de 1904). Lo que fue Nicolás Guillén para la poesía insular en el siglo XX, Alejo lo cumplió en la narrativa. Pero al igual que el autor de El son entero, su dimensión intelectual rebasó los límites de la escritura para fecundar un pensamiento estético y social de claro compromiso con el humanismo.
Quizá esa sea uno de los temas que a escala internacional deban subrayarse con particular énfasis a lo largo de la conmemoración carpenteriana. Nos hallamos ante uno de los más encumbrados ejemplos de coherencia entre vanguardia artística y aspiración de justicia social, sintonía que recorre la cultura nacional desde los tiempos de su fundación.
Subrayar este último es defender una verdad que en estos tiempos a veces se oculta o distorsiona. Han habido desgajamientos, temores, saltos en el vacío y apostasías en el transcurso del proceso sociocultural cubano del siglo pasado, pero el núcleo más luminoso de la intelectualidad insular, a través de las sucesivas promociones generacionales, alentó la espiral ascendente de la creación sostenidos por una eticidad en la que responder a una identidad y a una razón de ser equivalía a responder, a su vez, a los imperativos de la lucha por la verdadera independencia nacional y, luego de conquistada ésta, a su defensa, al rechazo de ataduras neocoloniales, y a la práctica militante de la solidaridad.
Carpentier formó parte de una generación que emergió a la vida pública en los años 20, justo cuando la república cercenada por la intervención norteamericana en la guerra de liberación contra el poder colonial aventaba el aire pútrido de su frustración.
Lo tenemos entre los fundadores de la Revista de Avance, en 1927, donde la profesión de un arte de vanguardia implica denuncia social y postura antimperialista. La tiranía de Machado lo encarcela, experiencia que lo marcará para siempre, incluso en el sentido literario, pues allí concibe el boceto de su primera novela, Ecué Yamba O.
Ya Yarpentier era conocido en los medios intelectuales cubanos por su impulso de las nuevas artes y su asociación a músicos de la talla de Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla, iniciadores de la revolución musical de la época.
Ante el clima irrespirable la tiranía, se escabulle en un barco hacia París, desde donde colanora con las revistas Social y carteles y se involucra con los surrealistas y los músicos más avanzados de Francia en su momento. Experimenta en la radio, concibiendo este medio como plataforma artística. Viaja a Madrid, ciudad donde publica Ecue Yamba O (1934) y entabla amistad con García Lorca y Alberti. Abraza la causa de la República amenazada y participa en el II Congreso Antifascista por la Defensa de la Cultura, en Madrid y Valencia en 1937, junto a Nicolás Guillén, Juan Marinello y Félix Pita Rodríguez, entre otros compatriotas intelectuales.
Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, regresa Cuba donde desarrolla un a intensa actividad cultural y escribe su imprescindible La música en Cuba, páginas en las que descubre al primer compositor cubano, Esteban Salas.
Un viaje a Haití en 1944, junto a su amigo, el actor francés Louis Jouvet, le revela la dimensión de lo real maravilloso. De esa experiencia nace, en primera instancia, El reino de este mundo, pero después, inspirado en la épica y la naturaleza del continente, novelas esenciales como Los pasos perdidos y El siglo de las luces.
Desde la mitad de los 40 y hasta el triunfo de la Revolución, Carpentier radica en Venezuela, donde brilla como periodista en las columnas de El Nacional. La victoria de enero renueva sus ímpetus revolucionarios. En Cuba es harto conocida su vocación participativa, desde los días de la fundación de la Imprenta Nacional de Cuba hasta su ejercicio diplomático ejemplar en Francia y su elección como diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular en su primera legislatura por el municipio La Habana Vieja.
Entre sus muchos reconocimientos internacionales figuran los premios Cervantes, en España (fue el primer escritor latinoamericano en obtenerlo), y Cino del Duca, en Italia. Con esos fondos contribuyó a que cada provincia cubana tuviera una colección de reproducciones de arte universal.
Recuerdo que al cumplir 70 años, por los días en que volvía a hacer gozar a los lectores con dos nuevas novelas, El recurso del método y concierto barroco, y en medio del homenaje que le ofreció el pueblo, afirmó que con la Revolución terminaban los tiempos de soledad del escritor y comenzaban los tiempos de la solidaridad.
Valorar en detalle cómo Carpentier fue fiel a esa convicción, desde la letra y el espíritu, será una de las maneras más entrañables de rendirle tributo en este 2004, a cien años de su nacimiento.