El encanto de las canciones chuecas
La serie de CD que Página/12 ofrece a sus lectores presenta 
  los primeros tres títulos del cantor uruguayo, un referente de la canción 
  comprometida, fundador del mítico Canto Popular junto a Alfredo Zitarrosa 
  y Los Olimareños. 
  
  Fernando D´addario 
  / PAGINA 12
  
  El cantor uruguayo Daniel Viglietti no derrocha palabras en su contacto cotidiano 
  con el mundo exterior: parece medirlas primero en su intensidad, dibujarles 
  un sentido y apresar su significado más hondo. Recién entonces, 
  y llevado por una cierta resignación, las libera. Hay quienes ven en 
  este procedimiento inconsciente un resabio de timidez o un alarde de sobriedad. 
  Sus canciones exhiben el mismo tratamiento formal, sólo que parecen inflamarse 
  en el camino que va desde esa garganta grave y severa, y su encuentro con el 
  público. La palabra justa, el acorde necesario, cobran en ese trayecto 
  otra significación, como si las tradujera el espíritu de su época. 
  A más de treinta años de su composición, muchas de esas 
  canciones perdieron su urgencia contextual y pasaron a formar parte de una memoria 
  activa, comprometida con una ética atemporal. Desde mañana, con 
  su edición habitual, Página/12 editará tres discos fundamentales 
  de Viglietti: Canciones para el hombre nuevo, Canto libre y Canciones chuecas. 
  
  Se trata de sus melodías y letras más reconocidas, las que modelaron 
  su prestigio insensible a las modas y las tendencias: "A desalambrar", "Canción 
  del hombre nuevo", "Gurisito", "El Chueco Maciel", son algunas de las que llevan 
  su firma. Otras, no menos famosas, como "Duerme negrito", "Me matan si no trabajo", 
  "Coplas de Juan Panadero" y "Qué dirá el santo padre", expresan 
  el estado de simbiosis natural en que vivieron, alguna vez, el cancionero anónimo, 
  la poesía de Nicolás Guillén, los versos inflamados de 
  Rafael Alberti, la aspereza de Violeta Parra, el laconismo criollo y universal 
  de Atahualpa Yupanqui. Viglietti sintetizó aquella atmósfera liberadora 
  que atravesó a todos esos autores, y que transitó, como una epopeya 
  única, la independencia cubana, la guerra civil española, la lucha 
  armada en Latinoamérica. 
  Un breve apunte histórico obliga a destacar que Viglietti fue uno de 
  los fundadores del denominado Canto Popular Uruguayo (CPU), una institución 
  sin bronces ni estatutos que cobijó como socios principales a Alfredo 
  Zitarrosa y Los Olimareños. Una búsqueda de lo criollo, más 
  que una apertura a lo afro, marcó el camino de Viglietti dentro de la 
  música de su país. Su madre, pianista clásica; su padre, 
  guitarrista y folklorólogo, determinaron las coordenadas básicas 
  de su estilo: un virtuosismo ascético le dio a su mano derecha las herramientas 
  necesarias para desgranar con sutileza milongas, estilos, zambas, valsecitos. 
  El folklore argentino de proyección y el movimiento Nuevo Cancionero 
  enriquecieron su concepción ideológica vinculada a la música. 
  Conoció, como tantos compañeros generacionales, la cárcel, 
  la tortura y el exilio. También el regreso, la relectura de los años 
  revolucionarios, la rebeldía frente a la derrota. Hay imágenes 
  relativamente cercanas que recuperan esa voz grave y ese cuerpo desgarbado: 
  sus shows esdrújulos y, fundamentalmente, sus recitales A dos voces con 
  Mario Benedetti. En especial uno, en 1994 en el Gran Rex, con Juan Gelman como 
  invitado. 
  En todos sus recitales se entrega, como llevado por una fuerza que lo supera, 
  a la interpretación de "A desalambrar", una de las canciones incluidas 
  en Canciones para el hombre nuevo. Un tema que recorrió caminos diversos, 
  algunos previsibles, otros no tanto: el mismo Viglietti se sorprendió 
  cuando, en la Nicaragua revolucionaria, vio a unos campesinos cantar la canción 
  de principio a fin, como si la conocieran de toda la vida (tal vez fuera así); 
  la perplejidad terminó de dominarlo cuando escuchó una versión 
  filipina de su himno latinoamericano, ése que inmortalizó: "Si 
  molesto con mi canto/a alguno que ande por ahí/le aseguro que es un gringo/o 
  un dueño del Uruguay". En este caso, le explicaron, "A desalambrar" acompañaba 
  las luchas de los campesinos filipinos que habían sido despojados de 
  sus tierras. Viglietti se convenció, entonces, de que su canción 
  ya no le pertenecía, que se había convertido, misteriosamente, 
  en folklore. 
  Lo mismo ocurre con buena parte de su cancionero. Una música desnuda(a 
  él mismo le gustaba precisar así la dimensión de su arte), 
  y llena de símbolos y de guiños. Este primer disco incluye además 
  notables musicalizaciones de textos de García Lorca ("Remanso", "Remansillo", 
  "Variación", "Cortaron tres árboles") y poesías de Rafael 
  Alberti ("Remontando los ríos", "Mi pueblo") y César Vallejo ("Pedro 
  Rojas"). Viglietti había bautizado Trilce a su hija en homenaje al célebre 
  poeta peruano. Canto libre, el segundo cd, abre el juego a otros autores. Allí 
  están la notable –y poco reconocida– Idea Vilariño, en "A una 
  paloma", Violeta Parra en la simbólica "Mazúrquica modérnica". 
  Los alcances históricos tienden un arco entre la lucha de los treinta 
  y tres orientales Luego ("Esta canción nombra": "¡Vamos todos juntos 
  con la bandera! ¡Libertad o muerte!") y la guerra civil española, en 
  las "Coplas de Juan Panadero", de Rafael Alberti: "Siempre seguirá cantando/y 
  seguirá maldiciendo/hasta que el gallo del alba/grite que está 
  amaneciendo". 
  En una antología de Viglietti no podía faltar "El chueco Maciel". 
  La historia de un gurí a quien la pobreza llevó de Tacuarembó 
  a un cantegril (villa miseria) montevideano. El hambre estructural, un robo 
  furtivo, el gatillo fácil como castigo. Un recorrido multiplicado por 
  miles, treinta años después. "Los diarios publican dos balas/son 
  diez o son mil/mil ojos que miran/desde el cantegril", cantaba el uruguayo, 
  y la realidad no se atreve a desmentirlo. 
El compañero de ruta de todo 
- Liliana Herrero: "Conocía a Daniel Viglietti en los años 60 en Rosario, me acuerdo que compartimos un muy lindo concierto en el teatro El Círculo. En aquel entonces yo participaba de un grupo que se llamaba "Canto libre" en homenaje a un tema suyo. Creo que fue un cantor fundamental para los años 60 y 70, un hombre con una conducta intachable y una actitud política de gran compromiso. Sus canciones son y serán siempre de gran significación para la memoria política latinoamericana. Su obra, su canto, y sobre todo su actitud, fueron decisivos. Al igual que muchos otros, como Paco Ibáñez por ejemplo, Viglietti fue un relator y un cronista de la época. En ese sentido lo recuerdo con cierta melancolía y con mucha gratitud". 
- Teresa Parodi: "Daniel marcó a una generación entera, que fue la mía. Sus canciones fueron cantadas en las peñas, en los encuentros de estudiantes, en cuanta reunión hubiera. Nos emocionaba mucho reflexionar sobre sus letras, sentíamos que él estaba diciendo lo que todos queríamos decir. Cada vez que canto uno de sus temas siento una gran emoción. La suya es una canción profundamente comprometida con la realidad latinoamericana, por eso fue señera, y devino en baluarte y bandera. Conocí a Daniel mucho después de haberlo imaginado a través de sus canciones, y con el tiempo seguimos coincidiendo en diferentes lugares. Hace poco compartimos algunos recitales para las Abuelas de Plaza de Mayo, y el abrazo colectivo a Estela Carlotto en La Plata. Es un hombre que hace todo en función de lo que piensa, que marcha imperturbable en el camino que se marcó, y que sigue siendo un espejo en el que uno puede ir a mirarse". 
- Víctor Heredia: "Daniel Viglietti es un músico maravilloso de la Nueva Trova Oriental. Todas sus canciones tienen un contenido extraordinario. Tienen la urgencia de la denuncia, tienen el llamado a combatir las injusticias, y también tienen una gran ternura. Muchos de sus temas fueron imprescindibles para mí, y hoy todavía se me eriza la piel cada vez que escucho "A desalambrar". Daniel fue y es un compañero de ruta excepcional. Compartimos un último show en el homenaje que se le hizo al Che Guevara en Ferro. Recuerdo con mucho cariño ese momento en que nos encontramos con él, con Silvio Rodríguez y con Chico Buarque. Entre tantas satisfacciones que me ha dado este oficio que elegí para mi vida, está la de compartir la música con tipos como Daniel, en momentos que voy a guardar por siempre en mi corazón". 
- César Isella: "Tengo un respeto muy profundo por Daniel, que sigue pululando por el mundo con su canción. Lo conocí en los 60, fuimos compañeros de militancia y de escenarios, en tantos viajes conjuntos por Latinoamérica. Grabé varios de sus temas en una serie de discos llamada "Latinoamérica joven". Reconozco en él a un creador impresionante de nuestro cancionero popular, uno de los mas contundentes. Claro que no se puede decir Viglietti sin decir Zitarroza, porque ellos fueron lo más representativo de Uruguay en el canto militante. Pero lo de Daniel era de más de trinchera, más contundente, él exponía con mayor crudeza política su visión de la necesidad del cambio hacia el socialismo. Si Alfredo era más formal, Daniel era la lucha".