11 de noviembre de 2002
"Absolutamente todos estamos condenados al olvido"
El escritor José Saramago presentó ayer desde Lanzarote su nuevo libro "el hombre ilustrado" 
Verónica Abdala
  Página 12 
  
  En una videoconferencia, el portugués trazó buena parte de su 
  visión del mundo actual. "No confío en el futuro"?, planteó. 
  "¿Cómo puedo saber yo quiénes habitarán este mundo dentro 
  de quinientos años? ¿Cómo puedo estar seguro de que, para entonces, 
  seguirá existiendo esto que llamamos literatura?"
  
  Sucedió en el momento menos pensado. El Nobel José Saramago había 
  estado buscando durante meses la idea que daría inicio a una nueva novela, 
  sin resultados. Eso que los escritores pomposamente llaman "sequía creativa" 
  se había instalado en su vida como una espina incómoda que empezaba 
  a doler, el día en que finalmente, el título del libro se le apareció 
  como una revelación: El hombre duplicado, balbuceó con la cara 
  cubierta de espuma frente al espejo, mientras se afeitaba.
  
  Como otras veces "él dice que sus libros casi inevitablemente nacen de 
  un título pensado de antemano", ese fue el germen de su duodécima 
  novela (de editorial Alfaguara), que escribió durante el último 
  año, y que él mismo presentó ayer por la tarde desde su 
  casa de Lanzarote, en el marco de una teleconferencia de la que participaron 
  diecisiete países latinoamericanos. En total, cincuenta y siete periodistas 
  de medios gráficos se turnaron ordenadamente para interrogar al escritor 
  portugués, autor de El año de la muerte de Ricardo Reis, El evangelio 
  según Jesucristo, Memorial del convento, Ensayo sobre la ceguera, Todos 
  los nombres, La caverna y los diarios que componen Cuadernos de Lanzarote I 
  y II, entre otras obras.
  
  El escritor decidió presentarla en el cono sur, antes que en ningún 
  otro lado, como un acercamiento solidario con los países del continente, 
  en virtud de que varios de ellos, como Venezuela o la Argentina, están 
  atravesando profundas crisis sociopolíticas.
  
  El diálogo sirvió para que el autor desarrollara algunas de las 
  claves de su nuevo libro, pero también para que se explayara sobre cuestiones 
  de actualidad, como los perjuicios que ocasiona en el Tercer Mundo la sostenida 
  política económica que impulsan los Estados Unidos, la cuestionada 
  carta del Subcomandante Marcos que numerosos medios reprodujeron en estos días 
  y en la que el guerrillero zapatista se enfrenta abiertamente al juez español 
  Baltasar Garzón, o las razones por las que considera que la palabra democracia 
  fue "vaciada" de sentido.
  
  El argumento de su nueva novela "el protagonista, un profesor de historia, descubre 
  a sus 38 años que en la misma ciudad en que vive existe un hombre que 
  es su copia exacta, y con el que no lo une ningún vínculo de sangre" 
  puede leerse como un profundo interrogante sobre eso que define a las personas 
  como irrepetibles y únicas: su identidad. A la vez que como una reflexión 
  velada sobre la imprevisibilidad de la vida.
  
  El narrador de esta historia no se limita a contar lo que sucede: es parte de 
  ella, se mezcla con los personajes. Casi como Saramago, negado desde siempre 
  a la pasividad de contemplar el mundo sin denunciar sus injusticias.
  
  -Uno de los ejes del libro, son las preguntas en torno de la identidad: eso 
  que hace a cada uno un ser único. ¿Qué puede decirnos sobre este 
  punto?
  
  -Eso que llamamos identidad es más complejo de lo que parece: no creo 
  que ninguno de nosotros sepa quien es cabalmente. Además tenemos aspectos 
  contradictorios dentro nuestro, y eso complica aún más las cosas. 
  Mucho más difícil es saber quienes son los demás. Muchas 
  veces, esa incapacidad de definir al otro lo que nos impide comprenderlo, pese 
  a que nos esforzamos, porque tenemos esa necesidad. Creo que de todos modos 
  el esfuerzo por entendernos los unos a los otros es imprescindible. Incluso 
  por hacerlo con quienes viven lejos o son muy distintos a nosotros: el mundo 
  no termina en mi ciudad.
  
  -El tema del doble es recurrente en la historia de la literatura: se han ocupado 
  de él Edgar Allan Poe, Fiedor Dostoievski, Jorge Luis Borges, entre otros... 
  
  
  -Sí, es mucho más antiguo aún. Se remonta a la mitología 
  griega, a la historia de Anfitrión, que más que la existencia 
  de un doble, pone en escena a un "idéntico". 
  
  -Esa posibilidad se vuelve real ante los avances científicos que posibilitan, 
  entre otras cosas, la clonación... 
  
  -No lo sé, pero mi novela no tiene nada que ver con eso. Yo no pensé 
  en la clonación ni antes ni durante ni después de escribir. De 
  todos modos, clonar personas me parece algo muy fuerte: si ya somos seis mil 
  millones de personas en el mundo. ¿Me puede decir para qué sería 
  útil clonar más gente?
  
  -¿Qué influencia tiene la filosofía occidental sobre su obra?
  
  -Hace poco me preguntó un periodista qué diez cosas propondría 
  para torcer la historia, en este milenio. Entre esas diez propuse "Revisar la 
  filosofía". Creo que eso resume mi postura.
  
  -¿Cómo resuelve esa tensión entre lo narrativo y lo filosófico?
  
  -No sé si la resuelvo. Creo que en mi naturaleza: soy un ensayista que 
  no escribe ensayos. Podría decirse que me conformo escribiendo novelas, 
  o que uso las palabras para decir en realidad lo que veo y lo que pienso, la 
  forma en que me relaciono con las ideas, la cultura, y la política. 
  
  -¿En qué medida esta novela puede leerse como continuidad con su obra 
  y en qué punto produce una ruptura, respecto de lo anterior?
  
  -Este libro, como todos, es una continuidad de mi pensamiento. No podría 
  ni queriéndolo liberarme de mi manera de ver el mundo. Pero al mismo 
  tiempo es cierto que marca una ruptura, sobre todo por la economía narrativa 
  que me propuse al comienzo. Este es probablemente el menos adornado de mis libros, 
  menos barroco en lo relativo al lenguaje.
  
  -Si fuera probable definir esta historia como una tragedia. ¿En qué elementos 
  diría que se concentra el drama de los personajes?
  
  -Definitivamente, esta es una tragedia. El punto está, más allá 
  de las consideraciones puntuales en que, como nosotros, estos personajes no 
  tienen conciencia exacta de lo que está sucediendo a su alrededor, y 
  mucho menos de las consecuencias, de lo que sobrevendrá. En el libro 
  intenté retratar esa situación de permanente perplejidad en la 
  que estamos acostumbrados a movernos.
  
  -Usted ha explicado muchas veces que el proceso creativo, en su caso, se inicia 
  con la invención del título. ¿También en este caso sucedió 
  así?
  
  -Los títulos son como las botellas: tienes un recipiente y hay que llenarlo 
  con algo. Esta vez, el título se me apareció gentilmente, mientras 
  estaba afeitándome, frente al espejo. Simplemente pensé "El hombre 
  duplicado": reconocí que se trataba de algo importante porque la aparición 
  del germen de una novela, es siempre una sensación clara. Después 
  empecé a pensar cómo desarrollar ese embrión. Y lo primero 
  que surgió a continuación fue la idea de que, más allá 
  de a quién tenemos enfrente, todos queremos generalmente ocupar el lugar 
  del otro.
  
  -Entre en momento en que terminó su anterior novela La caverna y ese 
  en que nació esta última, atravesó meses de sequía 
  creativa, según usted mismo declaró. ¿Es habitual en su caso que 
  entre uno y otro libro se interponga ese vacío?
  
  -No diría que es una regla, pero en este caso me ocurrió. Por 
  momentos pensé que estaba acabado. Pero sobreviví finalmente.
  
  -Su novela podría leerse como una metáfora de la imposibilidad 
  de convivencia armónica entre los hombres. ¿Cuál es su idea respecto 
  de la armonía que los hombres son capaces de alcanzar en sociedad?
  
  -Simplemente veo que no vivimos pacíficamente, que ese parece haberse 
  vuelto un imposible. Incluso, que la convivencia pacífica no existió 
  nunca. En el libro aparecen dos idénticos que no llegan a entenderse. 
  Pero creo que de algún modo, eso nos representa a todos, que pertenecemos 
  a una misma especie. El hecho de que seamos semejantes, está históricamente 
  comprobado, es insuficiente. Existen la ambición, la envidia, la mezquindad, 
  la intolerancia. Y ni las religiones ni la filosofía, ni laética 
  han impedido que nos saquemos los ojos los unos a los otros. Continuamos haciéndolo.
  
  -¿Cuál fue el criterio por el que decisión incorporar al narrador 
  como personaje?
  
  -Me interesó esa posibilidad de desacralizarlo, de algún modo. 
  Para la academia, el narrador es sagrado, y está al margen de aquello 
  que se relata. Quise romper con ese orden, e incorporarlo a eso que estaba contando.
  
  -El personaje protagónico de este libro es un profesor de historia. ¿Qué 
  opina respecto de cómo se enseña esta disciplina a los jóvenes 
  actualmente?
  
  -Los profesores suelen olvidar u omitir que el pasado sólo puede entenderse 
  a la luz del presente. Es decir, si estudio aisladamente l siglo XV difícilmente 
  pueda hacerme una idea de lo que es el mundo, porque no voy a tener una visión 
  panorámica. En cambio si pienso en la forma en que se manejan hoy los 
  Estados Unidos, y después me pregunto porqué intervinieron en 
  Vietnam, que queda lejos de Arizona, o en Corea, que queda lejos de Texas, o 
  en las dos guerras mundiales, que transcurrieron en Europa, posiblemente entienda 
  que su política obedece a un plan de dominio sistemático, que 
  han planificado y concretado a lo largo de los años. Esas intervenciones 
  sólo podrían ser parte de un plan, cuyo diseño se revela 
  en ese accionar. En hecho de que Venezuela esté pasando por lo que está 
  pasando o que Irak sea enemigo de la primer potencia, también obedece 
  a que son dos de los mayores productores de petróleo del mundo. Su realidad 
  sería muy distinto si no contradijeran los intereses de Estados Unidos. 
  ¿De qué sirve la historia si estas cosas no se explican en la escuela? 
  Si estos hechos no son fáciles de entender de este modo, yo soy idiota. 
  
  
  -¿Cuáles son los escritores del siglo XX qué más admira?
  
  -Me inclino ante Franz Kafka, Borges y Fernando Pessoa.
  
  -¿Cuál es su idea del futuro? ¿Cómo escritor, lucha contra la 
  posibilidad de ser olvidado?
  
  -Eso sería imposible: todos, absolutamente todos, estamos condenados 
  al olvido. Todos seremos olvidados, antes o después. Yo también: 
  no soy más que un hombre. El hombre de Homero puede ser recordado por 
  mucha gente: pero ¿cuántos están leyéndolo en este momento?. 
  Mis contemporáneos si me conocen, y muchos me respetan, soy consciente 
  de eso. Pero también de que si mañana publico un libro malo, todo 
  mi prestigio se desmorona. Lo que pueda ocurrir después, en el futuro, 
  no me interesa. No confío en el futuro. ¿Cómo puedo saber yo quiénes 
  habitarán este mundo dentro de quinientos años? ¿Cómo puedo 
  estar seguro de que para entonces, seguirá existiendo esto que llamamos 
  literatura?
  
  -¿Como escritor, usted siente la responsabilidad de intervenir en política? 
  ¿Considera que como intelectual tiene en este sentido una obligación? 
  
  
  -No creo tenerla como escritor, sino como ciudadano. El escritor no debería 
  tener en este sentido un rol particular, al menos no solamente por su condición 
  de escritor. Como ciudadano, particularmente, siempre sentí la íntima 
  y profunda necesidad de intervenir. De ser parte.